– No dije que fueras incompetente.
– Bien, de acuerdo -dijo la agente Manuelito, y se encogió de hombros.
– Pero me pareció muy peligroso. Esos hombres ya han disparado a dos policías, y luego a otro, y ese tal Ironhand ha matado a muchos más en Vietnam.
– En tal caso, muchas gracias. -La expresión de Manuelito no dejaba ahora lugar a dudas: sonrió.
– El capitán dijo que volvieras inmediatamente con el informe -dijo Chee, y le tendió la mano.
Ella le dio el impreso, sujeto a una tablilla que incorporaba un bolígrafo.
– ¿Quién era, Ironhand o Baker?
– Un indio alto, de mediana edad -dijo Chee-; encaja con Ironhand.
– ¿Y sólo cogió los periódicos, como decían en la radio esta mañana?
Chee intentaba rellenar el impreso apoyando la tablilla en la rodilla derecha.
– Eso parece. La víctima cree que no faltaba nada más, pero todavía estaba bastante afectado.
– Creo que tendrías que llamar al lugarteniente Leaphorn -dijo Manuelito-; todo esto es muy extraño.
– ¿Por qué? -preguntó Chee, mirándola.
– No es normal arriesgarse tanto sólo para robar un periódico.
– No, me refería al lugarteniente Leaphorn.
– Bueno, ya sabes, creo que le interesaría. En el control nos dijo que extremáramos las medidas de precaución porque tenía la impresión de que, si esos hombres estaban escondidos en el cañón, no tardarían en dar el siguiente paso. El ayudante del sheriff con el que estaba de guardia dijo que le parecía más probable que siguieran escondidos hasta que todo el mundo se cansara de buscar, y sólo entonces harían algo; el lugarteniente dijo que quizá, pero que se les había estropeado la radio y que no tenían forma de saber cómo iban las cosas. Seguro que estarían desesperados por saber algo.
– ¿Eso dijo? -preguntó Chee en tono incrédulo-. ¿Qué estaban a punto de dar el siguiente paso? ¿Cómo demonios pudo adivinarlo?
Manuelito se encogió de hombros.
– ¿Y por eso crees que tendría que llamarlo?
Bernie se sintió ligeramente cohibida y vaciló.
– Le aprecio -dijo-, y él te aprecia a ti. Y me parece que está muy solo y que…
El timbre del teléfono interrumpió la conversación. Era el capitán Largo otra vez.
– ¿Qué demonios estáis haciendo Manuelito y tú? -dijo Largo-. Dile que venga inmediatamente con el informe.
– Ha salido hace un momento -dijo Chee, y colgó.
Rellenó el último espacio, firmó y le dio el impreso a la agente. ¿Leaphorn le apreciaba? Nadie le había insinuado nada semejante, ni siquiera a él se le había ocurrido. En realidad, nunca se le había ocurrido que Leaphorn apreciara a nadie. Leaphorn era… bueno, era Leaphorn y ya está.
– ¿Sabes una cosa, Bernie? -dijo-. Creo que voy a llamar al lugarteniente. Me gustaría saber su opinión.
Capítulo 19
Después de haberse resignado a soportar más ratos interminables escuchando relatos de mitología tribal explicados por ancianos utes, Joe Leaphorn se disponía a ponerse la gorra cuando sonó el teléfono.
– Diga -dijo, en un tono que incluso a él le sonó melancólico.
Era Jim Chee, lo que animó al lugarteniente.
– Lugarteniente, si tiene un par de minutos, me gustaría contarle lo que sucedió ayer en la gasolinera Chevron de Bluff. ¿Ya ha oído hablar del asunto? Me gustaría saber qué opina usted de todo esto.
– Tengo tiempo -dijo Leaphorn-, pero lo único que sé es lo que vi en las noticias. A la hora de abrir, aparece un hombre en la gasolinera; deja fuera de combate al encargado y huye en una furgoneta de reparto que previamente había robado. El FBI sospecha que se trata de uno de los bandidos del atraco al casino. El presentador dijo que un agente de la policía tribal navaja se encontraba en la gasolinera llenando el depósito cuando sucedió el incidente, pero el ladrón escapó. ¿Fue así, más o menos?
Un momento de silencio.
– Bueno, el que estaba llenando el depósito era yo -dijo Chee en un tono a la defensiva-, pero cuando llegué ya había pasado todo. En el momento en que yo me acercaba, el atracador desaparecía en la furgoneta. Sin embargo, lo curioso es que lo único que buscaba era el periódico. Cogió uno de la máquina expendedora y, cuando el encargado llegó allí y lo sorprendió hurgando en el cubo de la basura, le dijo que sólo quería un periódico.
Leaphorn guardó silencio.
– Sólo un periódico-dijo-. Sólo eso. ¿Y no cogió nada del interior de la gasolinera? ¿Comida, tabaco o cosas así?
– Todavía no habían abierto la gasolinera. Pensé que a lo mejor el tipo le había quitado las llaves al encargado después de golpearle, que luego había entrado a saquear la tienda y que luego había vuelto a cerrar, aunque parezca una tontería, pero al parecer no entró.
– Bien -dijo Leaphorn en tono pensativo-, así que sólo quería un periódico de la máquina expendedora.
– O quizás otro. A juzgar por la forma en que desparramó el contenido del cubo de basura parecía buscar algo, y además le dijo al encargado que sólo quería un periódico viejo. Creo que quería uno atrasado, con información acerca de la persecución.
– Parece razonable. ¿Desde dónde me llamas?
– Desde mi casa, en Shiprock. Ayer me torcí el tobillo persiguiendo al bandido del periódico. Tropecé y ahora tengo que quedarme en casa hasta que baje la hinchazón. Le llamé a su casa, a Window Rock, y oí el mensaje del contestador automático. No es mala idea.
– Un momento -dijo Leaphorn.
Tapó el auricular con la mano y miró a Louisa, que estaba de pie en la puerta con el magnetófono al hombro y el bolso en la mano, esperando con expresión de interés.
– Es Jim Chee, me llama desde Shiprock -dijo Leaphorn-. ¿Sabes el atraco a la gasolinera de Chevron del que hablábamos antes? Chee dice que lo único que quería el ladrón era periódicos. ¿Recuerdas lo que te decía sobre la radio averiada…?
– Es todo muy extraño -dijo Louisa-. Escucha, a menos que de verdad quieras venir conmigo a escuchar todo el interrogatorio sobre mitología, ¿por qué no te acercas hasta Shiprock a hablar con Chee? Yo iré con Becenti.
Emma habría reaccionado exactamente de la misma forma, pensó Leaphorn. De pronto, se dio cuenta de que era capaz de hacer esa comparación sin sentirse culpable.
La puerta de la pequeña caravana de Chee estaba abierta cuando Leaphorn llegó. Al cerrar la portezuela del vehículo, oyó su voz: «Pase, adelante». Chee estaba sentado junto a la mesa, con el pie izquierdo en alto, apoyado en un cojín encima del catre. Tras el obligado intercambio de saludos y frases de ánimo y la petición de disculpas de rigor, Leaphorn vio que en la mesa había un mapa del territorio indio abierto por la zona del territorio de cañones de Four Corners.
– Veo que estás preparado para trabajar -dijo, tocando el mapa.
– Mi tío siempre me decía que usara la cabeza antes que los pies -dijo Chee-, y hoy me veo obligado a hacerlo.
– ¿Y a qué conclusiones has llegado? -preguntó Leaphorn después de sentarse.
– Sólo confusión -dijo Chee-. Esperaba que usted me lo aclarara.
– Es como si tuviéramos un rompecabezas sin un par de piezas centrales -dijo Leaphorn-. Pero, en el trayecto desde Farmington, venía pensando en la forma de encajar un par de piezas que tenemos.
– Con la radio averiada, se impone la necesidad de hacerse con un periódico para saber qué demonios está pasando -dijo Chee- ¿No es eso?
– Sí. Y eso explica una cosa.
– ¿Que no tienen otra radio? -dijo Chee, frunciendo el ceño-. ¿O no tienen manera de acceder a las noticias? ¿O algo más?
– En esta situación -dijo Leaphorn con una sonrisa- tengo una ventaja: puedo quedarme junto a un teléfono y ponerme en contacto con la red de policías retirados, mientras tú andas por ahí trabajando.