La residencia de Parker le recordó a Quinn el rancho de La Ponderosa. Era como si en cualquier momento fuera a abrirles la puerta Ben Cartwright.
– Sheriff -dijo Richard Parker al abrir la ancha puerta. Quinn observó que Parker había envejecido bien. Tenía unos cincuenta años, pelo rubio, todavía sin canas, y apenas mostraba arrugas en torno a los ojos. Un metro ochenta y algo, delgado, hombros fuertes y músculos bien definidos, un hombre que se sentía a gusto con su trabajo en el rancho.
Parker se volvió hacia Quinn.
– Agente Especial Peterson, ¿correcto?
– Buena memoria, señor Parker -dijo, asintiendo con la cabeza.
– Ahora soy el Juez Parker -dijo éste, con una leve sonrisa-. Pero olvídese de las formalidades. Llámeme Richard.
Juez. Quinn miró a Nick, irritado porque su amigo no le había hablado de aquella situación, que era políticamente delicada. Quinn detestaba jugar a la política.
– Gracias.
Siguieron a Parker y cruzaron el amplio vestíbulo revestido de madera oscura hasta el salón, un rincón luminoso con ventanas orientadas al este y al sur e iluminado a la vez por dos tragaluces largos y angostos en el techo.
Todo era impecable y estaba perfectamente en su sitio, como si los Parker estuvieran esperando al equipo de rodaje de House Beautiful. Los trofeos de caza y los grabados de escenas campestres adornaban las paredes de color claro. Los muebles de pino demasiado grandes eran sencillos y funcionales. Se adivinaba un toque femenino en las fundas floreadas de los cojines que se complementaban con los tonos oscuros de los sofás y de las sillas. Una vitrina de armas de fuego ocupaba una parte prominente de una pared y, por encima, un pez enorme con una placa: Esturión blanco, 32 kilos, río Kootenai, 10 de junio de 1991.
– He mandado a los niños al establo a ocuparse de los caballos -dijo Parker-. ¿Os puedo ofrecer algo de beber? ¿Café? ¿Un refresco? Es demasiado temprano para un whisky. -Con un gesto, los invitó a sentarse.
– No podemos quedarnos, Richard -dijo Nick-. He llamado a todos mis ayudantes y tenemos un grupo de voluntarios para peinar la zona. Va a ser un día largo.
– Ya entiendo. Los chavales están tocados. Espero que no les pidas demasiado.
– Claro que no -dijo Nick.
– ¿Necesitas caballos? Le puedo decir a Jed que traiga seis o siete. Y si los necesitas, les daré la tarde libre a los hombres.
– Se agradece mucho, Richard -dijo Nick-. Tendremos que buscar a pie para no estropear posibles pruebas.
Parker asintió.
– Claro, sí. -Cerró los ojos y sacudió la cabeza-. Creía que… supongo que creía que todo había acabado.
Yo no, pensó Quinn.
– Los asesinos en serie sólo se detienen cuando los meten en la cárcel o cuando se mueren.
– Pero han pasado tres años.
– Tenemos fundadas razones para creer que Corinne Atwell también fue una víctima del Carnicero, y ella desapareció el uno de mayo del año pasado. El bosque no perdona. Los animales, el tiempo, el terreno. Puede que nunca sepamos a cuántas chicas ha matado.
– ¿A qué viene el interés del FBI ahora? -preguntó Parker, frunciendo el ceño-. Usted no vino cuando mataron a las gemelas.
– En realidad -lo corrigió Nick-, después del secuestro de las chicas Croft, estuvo aquí el agente especial Thorne y, en otra ocasión, cuando Corinne Atwell se dio por desaparecida. Llamé al agente Peterson la semana pasada porque él conoce el caso. No hace falta recordarle que los recursos del gobierno federal son muy superiores a los de nuestro condado.
Quinn ya no quería seguir hablando de nimiedades. A los menores había que interrogarlos lo más pronto posible si eran testigos de un crimen o si habían encontrado pruebas. A medida que pasaba el tiempo, tenían la tendencia a mezclar los hechos con fantasías, en gran parte salidas de la televisión.
– ¿Dónde están los chicos, señor?
– En el establo. -Parker le hizo un gesto a Quinn para que se sentara-. Los iré a buscar.
– No hace falta. Creo que estarán más cómodos si están haciendo algo con las manos. Asear los caballos parece una buena tarea.
– Lo acompañaré -dijo Parker.
Nick cogió a Quinn unos metros detrás de Parker para hablarle en privado.
– Quiero echarle un vistazo a las patas de los caballos -dijo, en voz baja. No es que pensara que los chicos tuvieran algún motivo para mentir, pero le gustaba contrastar las declaraciones con hechos sólidos.
El establo quedaba a unos cien metros detrás de la casa y Quinn oyó los murmullos de los chicos en el interior.
– ¡Ryan! El sheriff Thomas ha venido a hablar contigo.
Ryan Parker tenía casi once años y era la viva imagen de su padre, con su pelo rubio y sus ojos color castaño. Tenía unos rasgos bellos poco habituales en un niño, y parecía mayor, casi más sofisticado que los hermanos McClain.
– Ryan -dijo Nick-. Te presento al agente especial Quincy Peterson. Trabaja para el FBI.
Ryan miró con los ojos muy abiertos.
– ¿El FBI? ¿De verdad? ¿Puedo ver su placa?
– Ryan -dijo su padre, severo.
Quinn ignoró a Parker y se agachó junto al niño.
– Claro -dijo, mientras sacaba la cartera del bolsillo de la chaqueta. La abrió y enseñó la placa y su identificación al niño, que miraba ensimismado.
Ryan no la tocó, pero la miró con interés.
– ¿Tienes que ir a una escuela especial para ser agente especial?
– Después de cuatro años en la universidad, pasé dieciséis semanas en un campo especial de entrenamiento llamado Quantico. También estudié un año para obtener un máster en criminología.
– ¿Es difícil?
– Algunas cosas lo son. ¿Tú quieres ser agente federal?
Ryan miró a su padre y Quinn percibió un dejo de miedo en la mirada del niño. Quizá su padre esperaba que el niño sencillamente siguiera sus pasos, pensó Quinn. Él lo entendía. Para él, no ser el «Doctor Peterson» era algo que todavía pesaba en casa de sus padres-. Quizá -dijo Ryan, evasivo.
– ¿Podemos el sheriff Thomas y yo haceros unas preguntas a ti y tus amigos?
– ¿Sobre la chica muerta?
– Sí.
Sean y Timmy McClain estaban ocupados cepillando a un caballo, aunque lo escuchaban todo con interés, tanto que el hermano más pequeño no hacía más que cepillar el aire.
– Chicos, venid aquí – llamó Quinn.
Dejaron los cepillos en un cubo y se acercaron para presentarse. Sean era el hermano mayor, y se comportaba como si fuera un chico duro e importante. Timmy, el más pequeño, no paraba de moverse y tenía los ojos muy abiertos. Quinn observó que Ryan era el líder del grupo, con esa manera de pararse y con los otros dos chicos detrás de él, sentados en los montones de heno. A Quinn no le gustaba la idea de tener a Richard Parker formalmente a su lado, con su severo aspecto de juez. Sin embargo, teniendo en cuenta que se trataba de un encuentro informal con los menores, no podía pedirle al padre que se fuera. Sobre todo si el padre era abogado.
– Ryan, cuéntame con tus propias palabras lo que salisteis a hacer esta mañana. Timmy, Sean, podéis intervenir si creéis que hay que añadir algo. No hay respuestas correctas o incorrectas. Y nadie lo recuerda todo, así que puede que uno de vosotros recuerde cosas que los otros no recuerden. ¿De acuerdo?
Todos asintieron cuando Quinn y Nick sacaron sus libretas. Ryan habló.
– Sacamos los caballos a las siete de la mañana. Sean y Timmy se quedaron a dormir porque queríamos salir temprano, y ellos viven en la ciudad.