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Miranda miró a su alrededor y señaló a unos quince metros monte arriba.

– Lance, ¿ves esas rocas de más arriba? Él siguió la dirección de su dedo.

– Sí.

– ¿Puedes llevar a Nick hasta allá arriba?

– Creo que sí.

– Tienes que hacerlo. Aquí los dos sois un blanco perfecto. Subid hasta allá y esconderos. Llama a Charlie y le cuentas el plan. Si veis a Larsen, llamad a mi frecuencia y decidme cuánto tiempo tengo. -Se ajustó la radio -. Si os ve… disparad a matar.

No era el mejor plan, pero se les acababa el tiempo.

– ¿Estás bien? -le preguntó a Nick, apretándole la mano.

– Bien.

Miranda miró su reloj, y se secó la llovizna de la cara. Las 16:35. Hacía sólo quince minutos que había divisado la cabaña. Parecía una eternidad.

Tenían casi cinco kilómetros que recorrer antes de que se pusiera el sol. No llegarían antes de esa hora, aunque corrieran todo el camino.

– Ashley, tenemos que irnos.

– No puedo. Déjame quedarme con ellos.

– Él te buscará. -Además, apenas había sitio suficiente en esas rocas para esconder a dos hombres.

Miranda pudo enfrentarse a su miedo en la barraca y vencer. Si ella podía con su claustrofobia, era evidente que podía liberar a Ashley. Pero sólo si la chica colaboraba.

– Vamos -dijo.

– No puedo -dijo Ashley, sin parar de llorar, con las lágrimas bañándole las mejillas.

– Sí que puedes. No dejes que él gane.

– Eres más fuerte de lo que crees, Ashley -dijo Nick.

Algo en su tono de voz hizo que Miranda se volviera. Nick tenía los ojos cerrados, pero ella vio por su expresión que estaba preocupado. Y más que preocupado. Era como un mudo entendimiento. Él sabía. Había estado ahí tendido, había sido testigo de la violación de Ashley. Miranda aborrecía que hubiera tenido que pasar por eso.

Sin embargo, por primera vez en su vida, no se detuvo a pensar en ese pasado tan lejano. Había escapado del Carnicero entonces, y ahora volvería a burlarlo.

– Tenemos que irnos -repitió-. Lance, no te olvides de llamar a Charlie en cuanto os hayáis escondido en la ladera.

– Descuida.

Ashley gemía y se sacudía con cada sollozo. Pero parecía resignada a irse con Miranda cuando se incorporó penosamente, con los brazos todavía cruzados sobre el pecho.

Miranda se giró por última vez para mirar a Nick y ponerse la mochila.

– Espero encontrarte vivo cuando llegue al final de esta quebrada.

Capítulo 32

Quinn inspeccionó la residencia de los Parker con el agente Jorgensen, mientras otros dos polis buscaban en los alrededores

– Despejado -avisó.

Richard Parker tenía un aspecto fantasmal, con la cara demacrada, cuando Quinn volvió a salir al porche.

– Podría haber matado a Ryan. Podría haber matado a Delilah.

– Ryan está a salvo -le recordó Quinn-. He enviado un agente a casa de Bill Moore para cuidar de él. Todos los demás han salido a buscar a Delilah y a David.

– Ella no sabía. No puede haber sabido.

Parker no paraba de repetir aquella cantinela en el coche hasta que a Quinn le dieron ganas de darle un puñetazo.

– ¡Agente Peterson!

Uno de los agentes de Nick se acercó corriendo. -Estábamos investigando en el campo del sur como usted dijo y hemos escuchado disparos a lo lejos en la quebrada.

– ¿Dónde?

– Resulta difícil saberlo por el eco, pero lo más seguro es que sea allá abajo, en el fondo. Se ve que varias personas han bajado por la ladera; se nota en la tierra removida y en la vegetación. -El agente se secó la frente. La llovizna aumentaba sin parar, aunque todavía no era una lluvia en toda regla.

Se acercaron unos cuantos todoterrenos por el camino de entrada. Quinn reconoció al conductor del primero. Era Charlie. No esperó a que bajara, y fue a reunirse con él junto al establo.

– Acabo de hablar con Lance Booker -dijo Charlie-. Han encontrado a la chica. Y, ¿qué te parece? Nick está con ella.

Quinn dio un puñetazo sobre el capó de la camioneta de Charlie. ¿Cómo se le había ocurrido a Miranda bajar sola a esa quebrada? Le daba igual que un agente la acompañara. Miranda no era ni poli ni agente federal. ¿Por qué había bajado?

Y, de pronto, entendió. Quería salvar a Ashley.Él habría hecho lo mismo.

– Vamos al campo. Yo iré contigo. Necesitaremos el cuatro por cuatro si la lluvia empeora.

– Empeorará -avisó Charlie.

El trayecto fue breve pero accidentado. En cuanto se detuvieron, sonó la radio de Charlie.

– UBR, UBR, ¿hay alguien ahí? – UBR eran las siglas de Unidad de Búsqueda y Rescate, la unidad de Miranda.

Charlie contestó.

– Recibido. Aquí, Charlie Daniels.

– Charlie, soy Lance Booker. Te llamo para darte coordenadas. ¿Puedes anotarlas?

– Adelante -dijo Charlie, con lápiz y una libreta en la mano. Booker transmitió las coordenadas. Cuando acabó, Quinn cogió la radio.

– Booker, soy el agente Peterson. Ponme con Miranda.

– No puedo, señor.

– ¿Por qué diablos?

– No había suficiente lugar para escondernos todos aquí y se ha llevado a Ashley quebrada abajo.

– Explícate.

Quinn cerró los ojos cuando acabó de hablar por radio con Lance Booker. Maldita sea. Miranda no tenía otra alternativa. Tampoco había dónde elegir. Pero huir con una mujer herida y asustada…

– Vamos. Booker dice que tardaremos unos cuarenta y cinco minutos en llegar a la quebrada.

– Acortaremos ese tiempo por la mitad. ¿Alguna vez has hecho rappel?

Davy se quedó mirando la puerta abierta. Una furia roja explotó en su pecho, llenando hasta el último vaso sanguíneo de un odio poderoso.

Esa puta le había robado a su chica.

¿Dónde habían ido?

Era una puta lista. No subiría por la quebrada. El terreno ahí se volvía más escarpado y estrecho. Era una trampa. No había caído en sus trampas antes. Siguiendo por el Barranco de la Roca hacia abajo llegarían cerca de Big Sky. Era difícil caminar por las rocas, y tendrían que cruzar varios arroyos. Con las lluvias de la semana anterior, éstos bajaban cargados. Por lo menos les llegaría a la cintura. Eso las haría perder tiempo.

Ella no podría cargar con la chica montaña arriba. Era demasiado escarpado. Él había escogido ese lugar porque cualquiera que fuera hacia el oeste se vería atrapado. Quería acorralar a esa chica. Mirarla a los ojos cuando viera que no había escapatoria. ¿Correría hacia él? ¿O se encogería de miedo ante la montaña que nunca podría escalar?

Al contrario, la puta tenía que haberla llevado barranco abajo, lo cual le quitaba su atractivo deportivo. ¿Qué mérito tenía dispararles a campo abierto? Ya lo había hecho antes.

Ahora quería algo nuevo.

Aquella puta pagaría por lo que había hecho. Debería haber matado a Miranda Moore hacía doce años.

La obligaría a suplicar misericordia antes de que le arrancara el corazón.

Miranda hizo una mueca al escuchar la radio. Le había bajado el volumen, pero se oyó igual.

– Aquí, Moore -dijo, esperando que el aparato no emitiera eco. La lluvia caía con fuerza y ayudaba a amortiguar el ruido, aunque si el Carnicero le seguía los pasos tendría que tomar todas las precauciones. Avanzaban pegadas a la ladera derecha para no mostrarse en terreno abierto, pero la lluvia convertía la tierra en un lodazal. Miranda llevaba botas de escalar y, aún así, cayó una vez. Tuvo que recoger a Ashley más veces de las que podía contar. En su opinión, no avanzaban lo bastante rápido.