– Soy Booker. El Carnicero ha venido y se ha ido, hace unos noventa segundos, a paso rápido. No se le veía contento.
La voz de Booker llegaba distorsionada.
– Recibido.
– Iba a dispararle, pero no encontré el ángulo.
– Es preferible mantenerse escondido. Si hubieras errado el primer disparo, habría sabido dónde estabais. ¿Cómo está Nick?
– Pasa ratos consciente y luego se desmaya. Estaba hablando con él para mantenerlo despierto, hasta que vi a Larsen y tuve que guardar silencio. Después se ha desmayado.
Joder. Nick necesitaba atención médica, ya.
– He hablado con Peterson -siguió Booker-. Ahora están bajando.
Bien. Al menos tenía refuerzos.
– Voy a apagar mi radio -dijo ella-. No quiero ruidos. Cambio y fuera.
Miró a Ashley. Aquella chica no sabía el significado de la palabra silencio. Cada vez que tropezaba, se ponía a gritar y luego empezaba a llorar como si se fuera a morir.
Miranda no podía culparla. Ashley estaba muerta de miedo. Sabía qué suerte habían corrido las demás víctimas del Carnicero. Ella misma había sufrido sus perversiones en carne propia los dos últimos días.
Sin embargo, tenía que explicarle las cosas de la vida -y la muerte- a Ashley van Auden.
Apagó la radio y se la metió en el bolsillo. Ashley se paró sobre una roca cortante y cayó de rodillas.
– ¡Auch! -exclamó, sollozando con la cara apoyada en el suelo.
Miranda levantó a Ashley, con todos los músculos tensados al máximo. Aunque Ashley era varios centímetros más pequeña y unos cuatro kilos más ligera que ella, estaba empapada. Con el peso de la mochila y el agua, Miranda se sentía torpe y lenta.
La lluvia había lavado el cuerpo de Ashley, eliminando así la sangre y el olor corporal, dejando sólo el olor del jersey de lana mojado y del miedo. Porque el miedo que despedía era palpable.
¿O acaso era su propio terror?
Miranda llevó a la chica hasta un grueso pino ponderosa y la afirmó contra el tronco.
– Escúchame, Ashley -dijo, con su voz más severa.
– Nos matará -la interrumpió Ashley-. Tú lo sabes. Sabes que nos perseguirá. Lo he oído. Lo he oído en tu radio. Lo dijo ese poli. Viene a matarnos. Vamos a mo… a morir.
Miranda cogió a Ashley por los brazos y la sacudió con firmeza.
– Cállate. -No quería perder la paciencia, pero el corazón le latía desbocado. No tenían tiempo. Larsen estaría cubriendo el terreno que los separaba tres o cuatro veces más rápido que ellas. Aunque contaran con esa ventaja inicial de veinte minutos, ya no les quedarían más de diez. Y sólo si seguían avanzando.
Si corrían.
No. Nada de seguir corriendo. Acabaría aquí y ahora.
La lluvia arreciaba. Miranda echó una mirada a su alrededor. Podían aprovecharse del terreno.
Se encontraban en una parte ancha de la quebrada. Las rocas estaban como amontonadas en el centro, y un arroyo escuálido corría por el lado norte y sur de las rocas. Aunque la ladera sur era más escarpada, había más árboles caídos. Mejores sitios donde esconderse.
– ¡Ashley!
– ¿Por qué me tratas tan mal? No me entiendes -dijo la joven. -En sus labios malheridos se dibujó un puchero y las lágrimas le rodaron por las mejillas -. Tú no sabes nada. ¡Suéltame!
Miranda no la soltó.
– ¿Sabes quién soy?
– Miranda -dijo Ashley, con voz temblorosa.
– Soy Miranda Moore. En una ocasión, escapé de ese cabrón. No dejaré que me mate. Ni a mí ni a ti.
Miranda quedó sorprendida de lo contundente que sonaba. Interiormente, estaba hecha un lío. No tenía idea de qué pasaría cuando viera a Larsen. No sabía si se quedaría paralizada, si le entraría el pánico o si chillaría enfurecida.
Pero sí sabía una cosa: que no podían ir más rápido que él. Y que, esta vez, ella tenía un arma y estaba físicamente en forma y, lo más importante, que tenía el factor sorpresa a su favor.
No volvería a ser la víctima.
Ashley parpadeó, insensible a los hilillos de lluvia que le corrían por la cara. Temblaba de frío pero, al parecer, no se daba cuenta.
– ¿Lo prometes? -preguntó, con una vocecilla infantil.
– Que Dios me ayude, pero tendrá que matarme a mí antes de que lo deje tocarte. Pero tienes que hacer exactamente lo que te digo. Exactamente.
Ashley asintió con la cabeza, lentamente.
– Vale.
Diez minutos. Tenía diez minutos para ver si su plan funcionaba.
O Quinn la encontraría muerta.
Capítulo 33
Quinn ayudó a Charlie a sacar los equipos de montañismo de las camionetas en lo alto de la montaña. Bajarían directamente haciendo rappel, con lo cual se ahorrarían mucho tiempo en llegar al fondo. Sólo tenían dos cuerdas lo bastante largas, así que Quinn y Charlie bajarían primero, seguidos por otros agentes.
– Diez minutos, como máximo -dijo Charlie.
Estaban a punto de empezar a bajar cuando sonó la radio de Charlie.
– Aquí Charlie.
– Soy el agente Booker. Larsen acaba de pasar por la barraca y ha seguido en la misma dirección que Miranda. Ya le he avisado. Ahora tiene la radio apagada.
Mierda. Quinn quería hablar con ella, saber exactamente dónde se encontraba. Enterarse de cómo estaba aguantando. Decirle que se cubriera las espaldas. Comunicarle confianza en su fuerza y perseverancia.
Sobre todo quería oír su voz.
– El sheriff Thomas está mal -dijo Booker-. Necesita un médico.
– Mandaremos al paramédico enseguida después de nosotros -dijo Charlie-. Veinte minutos.
– Recibido.
Charlie se volvió a Quinn.
– Vamos.
Quinn estaba en buena forma física, pero bajar por una pared haciendo rappel requería el uso de unos músculos que él ignoraba tener preparados. Cuando llegaron abajo, estaba sin aliento.
Pero no podían detenerse. Echó un vistazo al paisaje de la quebrada. ¿Dónde estaba Miranda?
¿Dónde estaba Larsen?
Charlie llamó a Booker, y supo que él y Nick se encontraban a unos trescientos metros hacia el oeste.
– Vale, Booker. Aguanta. El equipo médico está a punto de llegar.
Charlie se giró hacia Quinn y señaló el suelo.
– Mira.
La lluvia caía cada vez con más fuerza, y Quinn apenas podía ver sus pies. Y entonces vio lo mismo que Charlie.
Unas huellas profundas entre las hojas que se dirigían al lecho rocoso.
– Por aquí -dijo Quinn.
Miranda intuyó la presencia del cazador antes de verlo.
No sabía exactamente cómo se había dado cuenta de que no estaban solas en esa parte del bosque, pero de pronto el aire húmedo se volvió eléctrico, la cortina gris de la lluvia se hizo más tupida y sus oídos captaron todos los ruidos. El de la lluvia que golpeteaba sobre las rocas en el arroyo más abajo, cuyo caudal seguía creciendo; y los gemidos suaves de los árboles meciéndose en la tormenta.
Su propio aliento entrecortado.
Había intentado cubrir sus huellas, pero era casi imposible con el limitado tiempo del que disponía para llevar su plan a la práctica. Esperaba que Ashley guardara silencio. Era lo único que tenía que hacer. Esconderse y estarse callada.
Doce años antes, Miranda se había enfadado con Sharon mientras huían del Carnicero. Cada vez que Sharon gritaba, ella se encogía de terror, temiendo que su amiga atraería al Carnicero directo hacia ellas. Que él las alcanzaría y las mataría.
Era lo que Sharon había hecho.