Miranda se dejó caer al suelo, con la pierna dolorida y el corazón disparado. Tenía la cabeza hecha una nebulosa.
Acababa de matar a alguien. No a un hombre cualquiera, sino al Carnicero.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas y respiró como si hubiera estado horas sin tragar oxígeno. Se quedó mirando a David Larsen, mientras la sangre se derramaba sobre la tierra. Los ojos vidriosos y muertos.
Lo vio agonizar hasta morir.
– Dios mío, Miranda.
– Quinn. -Su voz sonaba rara, distante. No conseguía enfocar la vista. Ahora que la adrenalina disminuía, empezó a caer en un estado de shock.
Unos brazos la cogieron. Unos brazos fuertes que la estrecharon.
– Miranda, pensé que… -Quinn no acabó la frase.
Ella se giró en su pecho cálido y respiró de su olor reconfortante, deseando que jamás la dejara. Se aferró a él como si se estuviera hundiendo, sepultando sus sollozos en sus brazos. Y él la sostuvo. No hizo más que sostenerla.
Su serenidad, profunda y tranquila, la apaciguó.
– Todo ha acabado, cariño. Por fin ha acabado.
Capítulo 35
Cuando Quinn volvió con Miranda a la hostería ya era pasada la medianoche. Miranda estaba inusualmente callada, y Quinn la entendía. Acababa de volver a vivir una experiencia traumática en el bosque.
Los paramédicos habían tardado casi dos horas en transportar a Nick, Lance Booker y Ashley desde la quebrada hasta el rancho de los Parker, donde esperaban las ambulancias. Un médico le vendó la pierna a Miranda mientras esperaba en un refugio provisional. Le fijaron un entablillado y la subieron lentamente por la montaña después de los otros.
Miranda había querido volver enseguida a casa, pero Quinn la llevó al hospital para que le suturaran la herida. No estaba dispuesto a perderla de vista, y no le soltó la mano durante toda la visita.
Aunque David Larsen había muerto, lo único en que Quinn atinaba a pensar era que había estado a punto de volver a perder a Miranda.
Bill y Gray esperaban en el bar. Bill se apresuró a ir hacia su hija en cuanto ésta entró cojeando con la ayuda de Quinn.
– Randy -dijo, con la voz ahogada por la emoción.
– Estoy bien.
Estaba mejor que bien. Miranda era una superviviente nata. Era algo que Quinn ya daba por sabida, y ella había demostrado su valor enfrentándose cara a cara con el mal.
Esperaba que ahora creyera en sí misma. Nada de dudas sobre su persona, nada de «qué pasaría si». Se había convertido en una mujer que, Quinn lo sabía, volvía a ser dueña de sí misma.
– Sentaos -dijo Bill, y arrimó un par de sillas.
Se hundieron en sus asientos mientras él les preparaba un whisky doble de su mejor botella.
– Espera un momento, si tomas analgésicos, no puedes beber -dijo, reteniendo el vaso de Miranda.
– Dámelo, papá -dijo ella, estirando la mano-. No me he tomado las píldoras. Sabes que detesto los fármacos.
Él le pasó el vaso y se sentó a su lado.
– Todo ha acabado. Estás a salvo.
Quinn apenas podía hablar. Todavía estaba anonadado por el corte que Larsen le había infligido a Miranda.
La mayoría de las personas jamás vivían la experiencia traumática de enfrentarse a un asesino en serie. Y menos aún dos veces.
Quinn le contó a Bill la versión abreviada de lo sucedido.
– No puedo creer que el hermano de Delilah Parker… Y el pobre de Ryan, enterarse de esa manera -dijo Bill, sacudiendo la cabeza.
Miranda habló por primera vez.
– Ryan es valiente. No sé por qué Larsen no lo mató. Tiene que haber intuido que Ryan lo sabía.
– Por lo que sé de los asesinos en serie -dijo Quinn-, tienen sus propios sistemas de valores.
– ¡Valores! -dijo Bill, indignado.
– Quizá «reglas» sea una palabra más adecuada -explicó Quinn-. Por ejemplo, algunos asesinos no hacen daño a los animales. Larsen era biólogo especializado en la fauna salvaje y, según todos los que hablaron con mi compañera en Denver, amaba a las aves que cuidaba. Incluso les ponía nombres.
– Theron -murmuró Miranda.
Quinn se giró para mirarla. De pronto, se sintió nuevamente desbordado por vivas emociones al pensar en lo cerca que Miranda había estado de la muerte.
– Perdón, ¿has dicho Theron?
Ella asintió con un gesto de la cabeza.
– Al morir, dijo «Theron». No entendí lo que significaba.
– Podría ser uno de sus pájaros. -Quinn se volvió hacia Bill y le apretó la mano a Miranda-. Puede que Larsen sintiera ese vínculo de sangre con su sobrino. Iban a pescar juntos. Ryan pensaba que su tío era una persona que sabía escuchar. Puede que a Larsen ni se le hubiera pasado por la cabeza hacerle daño, pero quizá tampoco creyera que Ryan lo delataría.
– Pero ¿por qué no se marchó, sencillamente? ¿Por qué no desapareció?
– Tenía que acabar lo que había comenzado.
– Le he dejado a Richard un par de habitaciones -dijo Bill-. Él y Ryan se quedarán unos días. Richard está preocupado por Delilah. Cree que Larsen la ha matado.
– Es posible -dijo Quinn, aunque no lograba entender en qué momento había sucedido eso. Richard y Delilah estaban juntos cuando Sam Harris los visitó. Richard dijo que ella salió poco después, y que parecía muy turbada. Ryan se encontró con Larsen más o menos a la misma hora en que Delilah salió del rancho.
Había una hora en las andanzas de Larsen todavía por explicar, el tiempo que Ryan había tardado en llegar a la hostería a caballo.
Por las pruebas halladas en el rancho de Parker, Larsen había entrado en la casa en algún momento, pero Quinn no sabía a qué hora.
¿Había vuelto Delilah Parker durante el breve rato que Quinn y el juez Parker habían salido? ¿Acaso había tenido un altercado con Parker? No había signos de violencia en la casa. No habían llevado a cabo una búsqueda por toda la propiedad debido a la operación de rescate en la quebrada. Al día siguiente acudiría un equipo completo para inspeccionarla, y lo mismo harían en la cabaña de Parker en Big Sky, donde Nick había tropezado con el escondrijo de Larsen.
O quizá Delilah temía que su hermano fuera a por ella y se había escondido. Entonces volvería al día siguiente, cuando se enterara de su muerte.
O puede que huyera porque se sentía culpable. Porque conocía las andanzas de su hermano y no había hecho nada para impedirlo.
Quinn no lo sabía con certeza, pero no le gustaban esos cabos sueltos, y el papel de Delilah Parker en la vida de su hermano era bastante oscuro.
Nick seguía inconsciente. Tenía una herida grave en la cabeza y una infección que deberían tratar. Quinn rogaba a Dios para que sobreviviera.
Por lo visto, JoBeth Anderson se recuperaría. Y los padres de Ashley se habían trasladado desde San Diego. A la joven le darían el alta hospitalaria en un par de días, y ya había decidido volver a California.
– ¿Qué pasó con Sam Harris? -preguntó Miranda, disimulando un bostezo.
Quinn se puso tenso.
– Acabó volviendo a la oficina del sheriff y el telefonista le comunicó que lo habían relevado de sus funciones. Salió de la comisaría, al parecer, bastante furioso. Mañana me encargaré de él.
En realidad, no sabía qué haría con Harris. Había puesto en peligro toda la investigación y nada le gustaría más a Quinn que aplicarle una sanción ejemplar. Aún así, pensó que debería dejar la situación en manos de Nick una vez que se recuperara del todo. Le escribiría un informe formal al sheriff en cuanto hubiesen atado los cabos sueltos de la investigación.