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Por ejemplo, ¿dónde estaba Delilah Parker? ¿Estaba viva o muerta?

Miranda bostezó, y Bill le dijo a Quinn que la llevara de vuelta a su cabaña.

– Cuida de ella, Peterson -dijo el viejo. Quinn no dejó de captar el doble sentido.

Bill abrazó a su hija.

– Te quiero, Randy -murmuró en su oído, con la voz enronquecida por las lágrimas.

– Yo también te quiero, papá.

A Miranda no le agradaba que se ocuparan demasiado de ella, y Quinn se estaba pasando de la raya. No paraba de asegurarse de que estuviera cómoda en la cama, con la pierna elevada, de preparar sus analgésicos y una botella de agua en su mesita de noche, aunque ella insistía en que no se tomaría las grageas. Quinn encendió un fuego en la cocina de leña para combatir el frío que dominaba al ponerse el sol, y le ofreció algo de comer, otra copa, agua. Le dijo que era tarde y que tenía que dormir.

A pesar de todo, eso sí, era muy tierno.

– Quinn, siéntate -dijo ella, dando unos golpecitos en la cama.

– No quiero hacerte daño en la pierna.

– No me harás daño. Por favor -pidió, y le tendió la mano. Él la cogió.

Quinn se sentó y Miranda adivinó el cansancio en sus vivos ojos color chocolate. Cansancio, preocupación y alivio.

Y amor.

En sus ojos asomaron unas lágrimas, pero no de dolor ni de tristeza.

Por primera vez desde que el Carnicero había cambiado el curso de su vida, se sentía verdadera y maravillosamente viva.

Quería compartirlo todo con Quinn.

Él se inclinó y le acarició la mejilla. Ella apoyó toda la cara en su mano, suspiró y cerró los ojos.

– Te quiero Miranda.

Ella abrió los ojos. Lo vio a él buscando su respuesta. Había sido incapaz de decirlo antes. No porque no sintiera algo profundo por él sino porque tenía miedo. No soportaba la idea de volver a perderlo, y no sabía qué haría para vencer su resentimiento y su sensación de traición.

Sin embargo, junto con la confusión, había desaparecido el miedo. El pasado era precisamente eso, pasado.

– Yo también te quiero -dijo con voz temblorosa-. Quinn, he sido una tonta. Me sentí tan herida hace años que nunca entendí qué hiciste y por qué lo hiciste. No sé si tenías razón, pero ya no tiene importancia. Se impusieron mi orgullo y mi testarudez. Creí que tú dudabas de mí, y eso me dolió más que cualquier otra cosa.

– Lamento haberte hecho daño -dijo él, y unas lágrimas brillaron en sus ojos-. Pero nunca dudé de ti. Espero que me creas.

– Te creo. Yo también te herí. Dije cosas crueles de las que me arrepiento -dijo Miranda, y guardó silencio. Le costaba tanto abrir su corazón, incluso a Quinn, en cuyo rostro resplandecía el amor que sentía por ella.

Miranda respiró hondo y pidió lo que quería, lo que necesitaba. A él.

– ¿Podemos recuperar lo que teníamos?

El se inclinó hacia delante y la besó ligeramente.

– Randy, no podemos volver atrás. No somos los mismos. Pero… -dijo, y volvió a besarla-, podemos seguir adelante.

Una esperanza renació en el corazón de Miranda. Pero tenía que oírlo. Con toda exactitud.

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué deseas tú?

– Te necesito a ti. Te quiero a ti. Mi vida ha estado vacía sin ti. Jamás me he enamorado de nadie más que de ti, y te he llevado siempre en mi corazón. Debería haber vuelto antes, pero me perdió mi propia testarudez.- Quinn sacudió la cabeza y le recogió un mechón de pelo detrás de la oreja.

– Estaba seguro de que, después de un tiempo, llamarías -dijo-. Que quizá me gritarías pero que, al final, dirías que me querías y preguntarías cuándo iría a verte.

– Y bien, creo que si algo queda claro es que somos dos personas muy testarudas.

Él le apretó suavemente la mano y la sostuvo contra su pecho.

– Randy, eres increíble. Has sido capaz de vencer a tus demonios mediante la pura voluntad. Cada vez que te observaba, pensaba que no encontrarías la fuerza interior, que te dejarías vencer por tus dudas. No podía estar siempre repitiéndote que eras valiente y aguerrida. Tenías que demostrártelo a ti misma.

Dicho eso, la besó. Suave, cálida y dulcemente.

– Y te lo has demostrado.

– Temía que nunca sería capaz de enfrentarme a ese monstruo que me había quitado tantas cosas.

Se llevó las manos a los pechos. Unas lágrimas asomaron en sus ojos. Siempre estaría marcada, siempre llevaría en su cuerpo las huellas de un asesino.

– Cariño, yo no veo las cicatrices. Te veo a ti. Sé que están ahí, igual que tú, pero es algo exterior. Las cicatrices interiores han sanado. Y haré todo lo que esté en mi poder para que nunca vuelvan a abrirse.

Unas lágrimas rodaron por sus mejillas y él se las secó. La besó, apretando los labios contra su boca. Ella se inclinó hacia adelante, queriendo algo más que una leve caricia. Lo deseaba a él, entero y para siempre.

Él se retiró, como si temiera hacerle daño.

– No -dijo ella, y volvió a tirar de él.

Los labios estaban separados sólo por unos centímetros, y Quinn tenía sus ojos clavados en ella, las miradas entrelazadas en un abrazo invisible. Ella aguantó la respiración.

– Cásate conmigo, Miranda. Te amo. Y esta vez no te dejaré marchar.

Ella asintió, con el corazón latiéndole a cien.

– Oh, sí. Si consigues aguantarme. -Intentó reír pero fue casi un sollozo -. A veces soy un poco… bueno, bastante obsesiva con ciertas cosas. -Intentaba que su comentario fuera ligero, pero era verdad. Cuando le importaba algo, se concentraba en ello. Intensamente.

– Sólo con las cosas que importan -dijo Quinn-. Y nosotros importamos.

– Sí, nosotros importamos

Capítulo 36

Quinn se reunió con la agente especial Colleen Thorne y su compañero de trabajo, Toby Wilkes, temprano por la mañana, en la cabaña de pesca de Richard Parker, cerca de Big Sky. La pequeña casa en forma de A tenía un balcón que la rodeaba y una vista del lago más abajo.

Aunque había dejado de llover en algún momento durante la noche, el aire estaba pesado y húmedo y, a ras de suelo, flotaba una niebla grisácea.

Dos agentes habían pasado la noche custodiando la cabaña, apostados afuera, y otros dos habían llegado un poco antes que Quinn. Se hicieron las presentaciones y sonó el móvil de Quinn. Era el agente Zachary, notificando que iba a relevar a los polis apostados al exterior de la cabaña de Miranda. Colgó y Colleen lo miró frunciendo el ceño.

– ¿Tienes a un poli vigilando la hostería? ¿Por qué?

– En realidad, tengo a más de un poli. Tengo un coche afuera, un agente en la hostería y otro afuera de la cabaña de Miranda.

– Me dijiste que Larsen había muerto.

Quinn se removió, intranquilo. Colleen era una agente que creía en los hechos y la lógica, y era endemoniadamente buena. Al contrario, la inquietud de él tenía que ver con los sentimientos.

– Es Delilah Parker. Puede que sea inofensiva, pero… -No acabó la frase. ¿Cómo podía explicar esa sensación extraña de que Delilah Parker siempre había sabido qué tramaba su hermano?- Fue su coartada por la violación en Oregón. Hasta que averigüe por qué, pienso tratarla como si fuera una amenaza.

– Es probable que, en este caso, se justifique la cautela. ¿Preparado? -preguntó, asintiendo con la cabeza hacia la puerta.

Quinn rompió la cerradura de la puerta mientras Wilkes echaba un vistazo al terreno.

– ¿Cómo está Miranda? -preguntó Colleen.