Pero Quinn no estaba jugando su juego, y eso la enfurecía. Dio una patada en el suelo e hizo un puchero.
– Delilah, ahora esto es entre tú y yo -dijo Quinn por el megáfono-. Nadie más. Tú me dices lo que quieres y yo veré cómo te lo conseguimos. ¿De acuerdo?
– ¡No! -De un brinco, Delilah salió de su escondite y se acercó a Miranda a grandes zancadas. Le apoyó el cañón del arma en la cabeza. Miranda no podía parar de temblar. Había visto el cuerpo de Dick Walters. A ella también la mataría.
Y mataría a Quinn si tenía la oportunidad.
– Baja el arma para que podamos hablar -dijo Quinn. Empezó a caminar por el lado más angosto del prado. Daba la impresión de que se alejaba, pero Miranda sabía qué estaba haciendo. Intentaba acercarse. Intentaba distraer a Miranda de todo lo que estaba pasando. Miranda solo veía un poli entre los árboles. Seguro que había más.
– ¡No, no, no! -Delilah dio patadas en el suelo-. ¿Es que no lo ves? -gritó-. Ella tiene que morir. Pero eso no tiene ninguna gracia si antes no te ve morir a ti. Ella mató a Davy. Ahora tiene que sufrir por habérselo cargado. ¿No lo entiendes?
– Delilah, comprendo lo que debes estar viviendo -dijo Quinn-. El dolor es una emoción poderosa.
– Tú no sabes nada del dolor.
– Ponme a prueba.
– No. Sólo quieres ganar tiempo. ¿Qué vas a hacer? Traer a una unidad de las SWAT para que vengan y me disparen. Pues, te diré una cosa, y es que tu amiguita también morirá.
A Delilah no le temblaba la mano, pero sudaba copiosamente. No dejaba de mirar a uno y otro lado, con ojos de roedor asustado. Miranda esperaba una oportunidad para hacer algo, pero no tenía ni idea de qué podía ser. Miraba a Quinn en busca de una señal, pero él no reparaba en ella. Tenía la mirada fija en Delilah.
Siguió acercándose.
– Delilah, tú no quieres hacer eso. Has tomado algunas decisiones equivocadas, pero tú no mataste a esas chicas, ¿no?
– ¿A quién le importa? A nadie le importó cuando les conté lo que mi madre hacía con Davy. No me creyeron.
– Yo te creo, Delilah.
– No soy tonta, Agente Especial Peterson -gritó-. Sé lo que intentas hacer. Quieres que me rinda por remordimiento, que diga que lo siento. Pues, no lo siento. Lo único que lamento es no haber dejado que Davy matara a esta puta -dijo, y le dio a Miranda una patada en el costado-, cuando escapó.
Miranda empezó a cerrar los ojos, esperando la descarga y el dolor del impacto de la bala, cuando vio que Quinn le hacía una señal con la mano. Lenguaje de signos. Era una de las cosas que tenían que aprender en la Academia.
Agáchate.
Desde el otro lado del campo, se oyó una voz.
– ¡Mamá! ¡No!
Miranda se giró y la pistola dejó de apuntar a la cabeza de Miranda. Ésta se agachó todo lo que pudo.
– ¿Ryan? ¿Tú también piensas traicionarme? -Delilah giró la pistola hacia su hijo.
Y se sucedieron las descargas.
¡Bang! ¡Bang bang bang bang bang bang!
Con el impacto de los disparos, Delilah trastabilló hacia atrás contra el árbol. Cayó sobre el regazo de Miranda, y sus ojos quedaron clavados en ella.
– Paz -dijo, en un último borboteo.
Delilah se sacudió y espiró su último aliento. Miranda se quedó mirando el cuerpo inerte sobre sus rodillas.
Quinn se arrodilló a su lado, echó el cuerpo de Delilah a un lado y le quitó la mordaza. Mientras la desataba, le entraron ganas de abrazarla.
Le quitó las ataduras de las manos. Ella le echó los brazos al cuello, apretándolo con fuerza, mientras unas lágrimas silenciosas le corrían por la cara. Él la levantó y la llevó hacia los árboles, lejos de la muerte.
La besó y la estrechó en sus brazos.
– Siento haber tenido que traer a Ryan, pero sólo lo hice como último recurso.
– Lo sé.
– Ahora, Miranda, todo ha acabado de verdad.
Capítulo 39
El primer día de junio amaneció con cielos azules y despejados y una temperatura agradable poco habitual en esa época del año. El vestido de Miranda era un sencillo crepe, con un gran escote por detrás y unos finos tirantes, un canesú con vuelos, y una falda ligeramente acampanada hasta los pies. Elegante y clásica, sin parecer fuera de lugar para aquel asunto informal. Se alegraba de haberse cogido la masa de rizos y, por una vez, haberse maquillado con algo más que un poco de rímel. La mirada de orgullo y agradecimiento de Quinn era evidente. Ella se sentía como una adolescente nerviosa y radiante con su primer amor.
Quinn era su primer amor. El primero y el último.
Se miró al espejo y sonrió. Una sonrisa verdadera, auténtica. Tenía la impresión de que en lugar de caminar, flotaba, un cambio radical en ella. Pero cuando de pronto el mundo se abre y el corazón se desprende del peso del miedo, la sensación es de una gran ligereza.
Alguien llamó a la puerta de su cabaña y su momento de soledad llegó a su fin. Quinn había salido antes de que ella se vistiera (Miranda conocía la tradición de que el novio y la novia no debían verse, pero aquello era una regla absurda que estaba dispuesta a romper alegremente).
– Adelante -dijo, desde su habitación-. ¿No has podido ausentarte más de diez minutos?
– Imagina lo que son diez años.
Miranda dejó caer el pincel del maquillaje y salió corriendo de la habitación.
– ¡Rowan! -exclamó, y abrazó con fuerza a su amiga-. ¡No puedo creer que hayas venido!
Con Olivia, Rowan había sido su compañera de habitación en la Academia diez años antes, pero había dejado el FBI después de escribir su primera novela policíaca. Acababa de sobrevivir a su propia pesadilla, con un asesino despiadado y obsesionado con la recreación de sus asesinatos ficticios, un hombre que se dedicaba a mandarle horribles recuerdos de sus crímenes.
Ahora que todo eso había quedado atrás, Rowan parecía tan feliz como Miranda.
– Quinn me llamó -dijo Rowan, con mirada risueña-. ¿Crees que me perdería veros en este ritual final a ti y al gran testarudo ése?
– Yo sabía que así sería -dijo Olivia, que acababa de entrar. Miranda la cogió de la mano y le dio un apretón.
– Creí que habías vuelto a Virginia.
– Eso había hecho. He llegado a Montana anoche -dijo sonriendo-. Se te ve muy contenta.
– Lo estoy -dijo Miranda, echando un vistazo alrededor-. Rowan, ¿has venido con tu amigo? Quinn me habló de él ¿Se llama John, no?
– Está charlando con Quinn y tu padre en la hostería. Nos han pedido que vengamos a buscarte. -Rowan parecía tranquila, como si se hubiera sacado de encima una enorme carga. Miranda sabía exactamente cómo se sentía. Sin embargo, Rowan caminaba como si todavía le doliera. Cuando se sentó para aliviarse, estaba pálida.
– ¿Qué tienes? Quinn me dijo que estabas bien.
– Es que ha sido un día largo y ya no soy tan fuerte como antes. Cuando ese atracador de bancos me disparó hace ocho años, sólo tardé dos semanas en recuperarme -dijo, y rió-. Me estoy haciendo vieja.
– Oye, eso a mí no me gusta nada -dijo Liv, cruzándose de brazos -. Soy cinco años mayor que tú.
– Y pareces cinco años menor -dijo Rowan.
Miranda vio las dos bolsas de una tienda de ropa de Bozeman y arrugó la nariz. Adoraba su sencillo vestido blanco de novia, pero no tenía intención de ponerse otra cosa que unos vaqueros después de la ceremonia.
– ¿Qué tenéis aquí?
– Somos tus damas de honor -explicó Liv, con una gran sonrisa.