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– Pero ya no eras discípulo del maestro… ¿verdad?

– No. Aunque, en realidad, nunca se deja de serlo. Leonardo siempre trata a sus pupilos como a hijos, y pese a que algunos demostremos no tener altura para seguir en la pintura, siempre nos reserva su afecto. A fin de cuentas, sus enseñanzas trascienden el mero oficio de artista.

– Entiendo. Así que fuiste a refugiarte bajo el ala protectora de meser Leonardo. ¿Y qué te dijo?

– Le entregué vuestro acertijo. Le dije que encerraba el nombre de una persona a la que buscabais y el maestro lo resolvió para mí.

Aquello me resultó irónico. ¿Leonardo había descifrado la firma de quien había escrito a Betania para buscar su ruina? Lleno de curiosidad, traté de sobreponerme al mareo y tomé las manos de Mario para enfatizar mi pregunta:

– Y dime, ¿lo consiguió?

– En efecto, padre. Hasta puedo confirmaros qué nombre encierra.

Mario depositó entonces la carta de la sacerdotisa en el suelo, justo entre nuestras piernas.

– Meser se extrañó mucho cuando le pregunté por vuestro enigma -continuó-. De hecho, me dijo que lo conocía muy bien. Que un hermano de Santa Maria se lo había llevado un tiempo antes, y que ya entonces lo había resuelto para él.

– ¡Fray Alessandro!

El recuerdo de Oculos ejus dinumera escrito en el reverso de un naipe como aquel hallado junto al cadáver del bibliotecario me hizo dar un respingo. De repente todo cobraba sentido: el Agorero debió de asesinar a fray Alessandro al saberse desenmascarado por éste, y hubo de urdir entonces un plan para desacreditar a Leonardo. Asesinar a un oscuro religioso debió de resultarle fácil, pero no así acabar con el pintor favorito de la corte. Así que optó por intentar incriminarlo por hereje. De ahí sus cartas a Betania.

Antes de que mi imaginación se disparara, Mario prosiguió.

– Sí, padre. Fray Alessandro. Lo que recuerdo muy bien son las palabras del maestro: que ambos acertijos, naipe y versos, estaban íntimamente unidos. Vuestros versos eran incomprensibles sin el naipe de la sacerdotisa y sin él no era posible encontrar la clave del nombre que buscáis. Son como la cara y la cruz de una misma moneda.

Rogué a Mario que se explicara mejor. El joven tomó entonces la frase latina que llevaba apuntada en el mismo papel que le había entregado en Milán, y la situó junto al arcano del juego de los Visconti-Sforza. Una vez más, volvía a tener aquellas dichosas siete líneas ante mí:

Oculos ejus dinumera,

sed noli voltum adspicere.

In latere nominis

mei notam rinvenies.

Contemplan et contemplata

alus tradere.

Veritas

– En realidad, es un sencillo acertijo en tres niveles -dijo-. El primero busca la identificación del naipe que os ayudará a resolver el enigma. «Cuéntale los ojos, pero no le mires a la cara.» Tiene un significado muy sencillo. Si os fijáis bien, en esta carta sólo existe un ojo posible fuera del rostro de la mujer.

– ¿Un ojo? ¿Dónde?

Mario parecía divertirse.

– Está en el ceñidor, padre. ¿No lo veis? Es el ojo del nudo por el que pasa la cuerda que ata la cintura de la mujer. Se trata de una metáfora utilizada con gran habilidad por vuestro hombre.

– Pero eso no es todo -prosiguió-. Si os fijáis mejor, no sabemos en qué costado buscar la cifra del nombre que buscáis. «La cifra de mi nombre hallarás en su costado» deja abierta una gran incógnita. ¿Es el lado derecho o el izquierdo en el que debemos buscar esa cifra? Yo os lo diré: debéis mirar en la diestra de la mujer.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

– El maestro tropezó con la respuesta gracias a un detalle esteganográfico.

– ¿Esteganografía?

– Los griegos, padre, fueron maestros en el arte de ocultar mensajes secretos en escritos u obras que estaban a la vista de todo el mundo. En su idioma, stéganos significa «escritura oculta», y aquí salta a la vista que la hay. Una errata nos da la clave: rinvenies se escribe sin «r». Un hombre tan meticuloso como el encriptador de este mensaje no pudo pasar por alto semejante detalle, así que revisé con cuidado vuestros versos y descubrí que además de la «r» existían otras cinco letras marcadas. Esta vez con un punto. Puede que os pasaran desapercibidas, pero ahí están: ejus, dinumera, sed, adspicere y tradere. Y me extraña que nadie se haya fijado antes en ellas.

Me incliné incrédulo sobre la firma del Agorero para ver lo que Mario me estaba mostrando y descubrí, en efecto, que las letras «e», «d», «s», «a» y «t» tenían ese punto fuera de lugar.

– ¿Lo veis ya? -insistió-. Con ellas, más la «r» fuera de lugar, puede componerse la palabra «destra». Derecha. Es la aclaración que nos faltaba.

Era admirable. Leonardo había hecho lo que a nadie se nos había ocurrido antes: poner en relación el naipe de la sacerdotisa con el acertijo de sus cartas a Roma. Intuición o visión genial, lo cierto es que sentí vértigo al saberme tan cerca de la solución.

– Lo demás es ya muy sencillo, padre. Según las lecciones del Ars Memoria, son las manos las que dan siempre las cifras en cualquier composición. Y en esta carta, como veréis, hay dos manos que muestran diferente número de dedos. Si vuestro hombre nos dice que debemos escoger la mano diestra es porque la cifra de su nombre es un cinco.

– ¿Ars Memoria?. ¿También tú lo conoces?

– Es una de las asignaturas favoritas de Leonardo.

– Así que supongo que es ahora cuando debería buscar un fraile cuyas letras sumen ese número, ¿no es cierto?

– No es necesario -dijo Mario más orgulloso que nunca-. Meser Leonardo lo encontró ya. Se llama Benedetto. [19] Es el único en todo Santa Maria cuyo nombre tiene ese valor.

¿Benedetto? Supongo que la revelación me cambió la cara, porque Mario se me quedó mirando absorto. ¿Benedetto? ¿El hombre de un solo ojo, como el óculo del ceñidor de la sacerdotisa?

La ironía me desarmó.

¿Cómo no había sido capaz de verlo antes? ¿Cómo no me había dado cuenta de que el tuerto, como hombre de confianza del prior, había tenido acceso a todos los secretos del convento y era el único lo suficientemente violento como para arremeter contra Leonardo? ¿Acaso esa revelación no se ajustaba como un guante al perfil que yo tenía del Agorero, al que intuía como un discípulo renegado del toscano? ¿O no estaba acaso su rostro dibujado en el Cenacolo, encarnando al apóstol Tomás, como prueba irrefutable de su antigua filiación a la organización del maestro?

Abracé a Mario sin saber muy bien a quién perseguiría primero: si al asesino de fray Alessandro o a aquel reducto de cristianos desviados.

44.

Fray Benedetto estornudó otra vez sobre el bacín, escupiendo un nuevo grumo de sangre.

Tenía mal aspecto. Muy malo.

Desde que permaneciera seis horas a la intemperie en el llano de Santo Stefano, tumbado, sin sentido y descalzo sobre la nieve, el tuerto no había vuelto a respirar con normalidad. Tosía. Sus pulmones estaban encharcados y le resultaba cada vez más difícil moverse.

Fue el prior quien dispuso que lo enviaran al hospital. Allí lo encamaron y aislaron del resto de los enfermos, le recetaron vapores aromáticos, sangrías diarias, y rezaron fervorosamente por su recuperación. Pero Benedetto dormía mal. La fiebre le subía de modo inexorable y hacía temer a todos por su vida.

El último día de enero, exhausto, el más hosco de los frailes de Santa Maria rogó que se le administrara la extremaunción. Había pasado la tarde delirando, profiriendo frases ininteligibles en lenguas extrañas e increpando a sus hermanos para que prendieran fuego al refectorio si aún querían salvar su alma.

Fray Nicola Zessatti, deán con cincuenta años de servicio en la comunidad, viejo amigo de Benedetto, fue quien le impuso los santos óleos. Antes le había pedido que se confesara, pero el tuerto se negó. No quería decir ni palabra de lo que había ocurrido en Santo Stefano. Todos sus intentos resultaron inútiles. Ni él ni el prior pudieron arrancarle una sola palabra sobre mi paradero, y menos aún sobre los hombres que nos asaltaron.

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[19] La numerología de ese nombre se obtiene al sumar entre sí los valores numéricos de las letras del alfabeto latino con las que está compuesto. Debe tenerse en cuenta la peculiaridad de que el alfabeto latino carece de ciertas letras como J, U, W o Z, por lo que la tabla de correspondencia queda como sigue:

A B C D E F G H I K L M N O P Q R S T V X

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21

De esta forma, Benedetto suma 86, cifra que a su vez se reduce sumando sus números entre sí: 8 + 6 = 14. Y a su vez 1+4 = 5. Por si esto fuera poco, existe otro 14 (otro 5, por tanto) en el naipe de la Papisa. Está en las 14 vueltas que suman los cuatro nudos que luce en su ceñidor. Un número atípico, pues en estos casos lo lógico hubiera sido 13, en justa correspondencia con las trece heridas que según la tradición recibió el Salvador en la cruz.