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– ¿Todos los extranjeros en general o sólo los extracomunitari? -preguntó Brunetti.

– Ni europeos ni norteamericanos. Creo que la expresión que se utilizaba antes era «tercermundistas» o «pobres».

– Que ha sido sustituida por extracomunitari.

– Exactamente.

– Entiendo -dijo Brunetti, que se preguntaba si el papel que estaba debajo de la goma del lápiz formaba parte del informe de Patta-. ¿Esta sensibilidad ha de configurarse de una manera concreta?

– Creo que se refiera a la forma en que el agente que efectúa el arresto debe dirigirse al arrestado -dijo ella con voz átona.

– Ah -repuso Brunetti, reduciendo su respuesta a un simple ruido.

– La filosofía imperante parece ser… -empezó ella recalcando la palabra «filosofía» como si la colgara de la pared para hacerle unos cuantos disparos-…la de que los miembros de los grupos minoritarios son víctimas de una postura de… -Se interrumpió y se acercó el papel-. Sí, aquí está -prosiguió usando la goma para señalar el centro de la hoja-: «…una postura de indebida agresividad verbal por parte del agente» -terminó.

– ¿Qué es una postura verbal? -preguntó Brunetti.

– Buena pregunta, comisario -dijo ella inclinándose para consultar nuevamente el papel-: «El daño infligido por una represión semejante es tal que, incluso quienes no guardan recuerdo directo de la represión, acusan ese daño en su vocabulario psíquico, por lo que cualquier reintroducción de un comportamiento opresivo dañará su autoestima, especialmente en los casos en los que esa autoestima esté ligada a tradiciones tribales, religiosas, raciales o culturales.» -Levantó la cabeza-: ¿Sigo?

– Si cree que pueda tener sentido, continúe, por favor.

– No estoy segura de que lo tenga, pero este párrafo puede interesarle.

– Soy todo oídos.

Ella apartó la hoja y deslizó la goma por la que estaba debajo.

– Ah, sí -dijo-: «A causa del actual enriquecimiento étnico y cultural de nuestra sociedad, tiene redoblada importancia que las fuerzas del orden acepten con tolerancia y paciencia la diversidad cultural de nuestros residentes recién llegados. Sólo con una política amplia de miras, de aceptación de la pluralidad cultural, podemos demostrar la sinceridad de nuestra disposición a acoger a quienes han decidido labrar su futuro entre nosotros.» -Levantó la cara y sonrió.

– ¿Podría traducírmelo?

– Verá -empezó ella-. He leído todas las notas, por lo que sé lo que sigue, pero me parece que el meollo es que pronto va a ser más difícil todavía arrestar a los extracomunitari.

La franqueza y claridad de la explicación, cualidades ausentes de la mayoría de los documentos que pasaban por la mesa de Brunetti, dejaron al comisario momentáneamente atónito.

– Comprendo -dijo-. ¿Está él? -Señaló el despacho de Patta con un movimiento de la cabeza, aunque no hacía falta preguntar, ya que ella acababa de llamarle.

– Está y lo aguarda -respondió la signorina Elettra, sin asomo de contrición por haber impedido con su charla que Brunetti acudiera con presteza a la llamada de su superior.

Brunetti golpeó la puerta con los nudillos y entró en el despacho al oír la voz de Patta. El vicequestore estaba sentado detrás de su mesa, en estudiada, casi escultórica, pose.

– Ah, comisario, buenos días -dijo Patta-. Siéntese, por favor.

Viendo que el vicequestore tenía unos papeles ante sí, Brunetti eligió la silla más próxima a la mesa. Patta se había dirigido a él por su rango, lo que podía ser buena señal, ya que indicaba respeto; pero también podía ser malo, porque aludía a su condición de subordinado. La expresión de Patta parecía bastante cordial, aunque la experiencia había enseñado a Brunetti a no fiarse de las apariencias: las víboras se solazan al sol en las piedras, ¿no?

– ¿Ha sido provechosa la conferencia, dottore? -preguntó Brunetti.

– Ah, sí, Brunetti -dijo Patta echando el cuerpo hacia atrás, extendiendo las piernas y cruzando los tobillos-. Muy provechosa, sí. Es bueno salir del despacho de vez en cuando y ponerse en contacto con los colegas de otros países. Hacerse una idea de sus puntos de vista, de sus problemas.

– ¿Hubo muchas intervenciones interesantes? -preguntó Brunetti, a falta de algo mejor que decir.

– No es con las intervenciones como se aprenden cosas, Brunetti; es hablando con los colegas particularmente, escuchando lo que opinan de lo que ocurre en sus países, en las calles. -Dicho esto, Patta se mostró más expansivo-. Así es como te enteras de lo que pasa. Interconexiones, Brunetti, ése es el secreto. Interconexiones.

Brunetti sabía que los conocimientos lingüísticos de Patta, además del italiano y un palermitano impenetrable, se reducían a unas docenas de palabras de inglés y alguna que otra frase de francés relacionada, muy particularmente, con la gastronomía. Por lo tanto, no podía adivinar en qué lengua habría interconectado su superior.

– Desde luego. Comprendo, sí, señor -respondió Brunetti, que sentía curiosidad por descubrir adónde conduciría la afabilidad de su superior. En el pasado, las lisonjas de Patta solían tener por objeto el desarrollo de ambiciosos proyectos orientados a producir pruebas estadísticas de la mejora de la eficacia policial.

– No necesito recordarle -prosiguió Patta con una voz que destilaba cordialidad- la importancia de acrecentar la atención que prestamos a los temas sectoriales. -Al oír la expresión «temas sectoriales», que Patta pronunciaba con desparpajo de economista televisivo, Brunetti sintió que empezaban a vibrarle los sensores-. Precisamos un enfoque innovador en los temas de pluralidad cultural y tenemos que desarrollar una metodología práctica que nos permita instrumentalizar sistemas eficaces para transmitir nuestro mensaje a un más amplio segmento de la comunidad.

Brunetti asintió y se pellizcó el labio inferior, gesto que había observado que algunos actores utilizaban en el cine para denotar profunda reflexión. Pero, al parecer, el gesto no era suficiente, porque Patta lo miraba sin pestañear, aguardando respuesta, y el comisario emitió un mesurado:

– Hmm, hmm.

Esto bastó, porque Patta prosiguió:

– Con este fin, pienso formar una unidad operativa que se encargue de esos temas -declaró.

Era típico en Brunetti saltar de las películas a los libros, y ahora recordó una de las escenas finales de 1984, en la que Warren Smith, para librarse del horror final, grita: «¡Hacédselo a Julia, a Julia!» Ante la posibilidad de ser designado para esta unidad operativa, Brunetti sintió el impulso de caer de rodillas y gritar: «¡Hágaselo a Vianello, a Vianello!» Pero Patta ya decía:

– En este caso, creo necesario actuar de modo innovador, y he decidido poner a un hombre de la tropa al frente de la nueva unidad. Necesitamos a un hombre que lleve años en el cuerpo y sea representativo de la ciudad.

Brunetti asintió, de completo acuerdo.

– Alvise reúne estos dos requisitos -dijo el vicequestore, que se quedó un momento con la mirada extraviada, como contemplando la materialización de su innovador proyecto, y luego clavó los ojos en Brunetti, que ya había tenido tiempo de borrar el asombro de su cara-. Supongo que estará de acuerdo, comisario.

– Efectivamente -convino Brunetti, decidiendo prescindir de la inteligencia y el sentido común.

– Bien -dijo Patta con evidente satisfacción-. Me alegro de que esté de acuerdo conmigo, comisario. -Tan complacido estaba el vicequestore con el aparente asentimiento de Brunetti que no añadió el «por una vez» que esperaba su subordinado-. El agente Alvise deberá ser relevado de sus tareas habituales, desde luego -prosiguió y, con un insólito arranque de camaradería, preguntó-: ¿Cree que precisará un despacho aparte?