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– ¿Cómo está?

– La levantaron para que caminara un poco mientras yo estaba ahí -Casey entrecerró los ojos en un gesto de dolor, como si la estuviera viendo en ese momento-. ¡Ay!

– Te comprendo; pero ella es muy valiente. Siéntate. ¿Quieres un poco de pan sin levadura?

Casey tomó un trozo y le dio una mordida.

– ¿Qué es esa cosa blanca?

– Queso de cabra.

Casey dejó de masticar e hizo un gesto de repulsión.

– ¿Queso de cabra?

– ¿No lo habías probado? -preguntó Tess-. Es bueno.

– Apuesto que sí -pero Casey perseveró y le dio una segunda mordida-. No es tan malo cuando lo pruebas bien. ¿Puedo tomar otro poco?

– Claro. Prepararé más.

Tess se levantó para hacerlo, pero antes le sirvió una Coca-Cola a Casey y dijo:

– Tu segundo verso es bueno. Voy a usarlo.

Casey se sorprendió.

– ¡Debes estar bromeando!

– No. Tal vez puedas venir mañana a trabajar en la canción un poco más, para ver si podemos terminarla juntas. ¿Sabes?, cuando se publique tendrás crédito como una de las autoras.

– ¿En verdad? ¿Yo? ¡Oh, Mac! ¿Hablas en serio?

– Por supuesto. Llamé a mi productor y le dije que reservara un sitio en el nuevo álbum para esta canción. Entre más pronto la terminemos, mejor.

Casey dejó escapar un grito de alegría al tiempo que Tess llevaba más pan sin levadura a la mesa. Mientras comían, Tess cautivó a la chica con anécdotas de sus giras y de conciertos con otros artistas famosos.

Luego Travis Tritt y Marty Stuart comenzaron a cantar en la radio una vieja canción: El whisky ya no me sirve. Tess y Casey aullaron la canción como un par de borrachines en un bar.

Así fue como las encontró Kenny.

Eran poco más de las diez cuando metió su auto a la cochera. Podía oír sus voces desde el callejón. Había luz en la cocina de Mary cuando atravesó el jardín y se detuvo al pie de los escalones.

A voz en cuello cantaban su necesidad de un ángel del honkytonk, esa música precursora del jazz, cuando Kenny subió los escalones y se asomó. Casey llevaba sus pantalones vaqueros y las viejas botas de montar; Tess, hasta donde podía ver, no llevaba otra cosa que una camiseta muy amplia. Estaban golpeando la mesa con sus bebidas y la maceta de Mary temblaba al ritmo de la música.

La canción terminó y ellas gritaron y aplaudieron como si estuvieran saliendo de una pista de baile.

Kenny llamó a la puerta y dijo:

– ¿Es una fiesta privada o puede entrar cualquiera? Las oí desde el otro lado del callejón.

Tess, en un estado de ánimo curiosamente entre alegre y efusivo, respondió:

– Pasa, Kenny. Sólo estamos estirando nuestras cuerdas vocales.

Abrió la puerta, entró y se detuvo en el umbral de la cocina, mirándolas.

– Toma -Tess arrastró una silla con el pie y la empujó hacia atrás-. Siéntate con nosotras.

Colocó la silla frente a ella y recordó que le había ordenado a Casey que se alejara de ahí. Pero reprenderla era lo último que tenía en mente mientras se acomodaba.

– Adivina qué, papá -dijo Casey-. A Mac le gusta la canción que le he estado ayudando a escribir. Va a grabarla en su próximo álbum y dice que me dará crédito como coautora.

– ¿De veras? -su mirada pasó de Casey a Tess.

– Por supuesto, si no te molesta -añadió Tess.

– Si así fuera, no serviría de mucho, ¿verdad?

– Probablemente no.

Tess se levantó y sacó una lata de Coca-Cola del refrigerador. Cuando puso la gaseosa frente a Kenny, él alzó la mirada hacia ella.

– Gracias -dijo él. Las piernas desnudas y una mancha en su camiseta la colocaban al nivel del resto de los mortales; esa idea le produjo una sonrisa, pero la escondió tras su bebida. Por una vez, Tess se había quitado sus largos aretes de plata y turquesas. Se veía mejor sin ellos. De hecho, a él le parecía que se veía demasiado bien esa noche. Tuvo que obligarse a ponerle atención a Casey, que seguía hablando.

– Mac y yo trabajaremos en la canción mañana otra vez, papá. ¡Vaya! ¡Estoy tan emocionada! No puedo creer que esto me esté pasando -sin detenerse a tomar aliento, Casey se levantó de un salto y dijo-. Voy a pasar a tu baño, ¿sí?

Se marchó a toda prisa sin esperar una respuesta, dejando a los dos sentados en la cocina iluminada con luz fluorescente, tratando de fingir desinterés el uno por el otro y de sostener una conversación neutral.

– ¿Sabes? Estaba pensando -dijo Tess-. En realidad sí tengo deseos de cantar con el coro de la iglesia, después de todo. ¿Estás seguro que no te molesta?

El ocultó su sorpresa y respondió:

– No, en absoluto.

– El ensayo es el martes, ¿verdad? -continuó ella.

– Sí. A las siete de la noche. ¿Te gustaría cantar un solo?

– Eso depende de ti. No quiero robar el éxito de tu coro.

– Mi coro no es tan bueno. No hay éxito qué robar. Si quieres hacer un solo, te escogeré una pieza -Kenny se aclaró la garganta-. Así que conociste a Faith hoy.

– Sí. Es muy dulce.

– ¡Ah! Ella dijo lo mismo de ti.

– No le creas -pidió Tess con una sonrisilla.

– No te preocupes -replicó él, y aunque trató de reprimir su sonrisa, se le dibujó en los labios.

– Así que… ¿qué pasa entre ustedes dos? ¿Están comprometidos o algo así? -preguntó Tess.

– No. Sólo somos amigos.

– ¡Ah, bien! Amigos -ella asintió como si lo estuviera pensando-. ¿Desde hace cuánto? ¿Ocho años? Es lo que Casey me dijo.

– Y es correcto.

– Mmm. ¿Y qué le pasó a la madre de Casey?

– Se cansó de nosotros y se marchó a París.

– ¿Se cansó de ustedes? ¿Así nada más?

– Eso fue lo que dijo.

– ¡Ah! -entrelazó los dedos y los colocó debajo de la barbilla. Por fin continuó-. Pero Casey y tú se llevan de maravilla. Eso puedo verlo.

– Yo diría que sí.

– Y ella está loca por Faith. Eso me ha dicho.

– Bueno, ustedes dos han tenido una larga conversación. ¿Qué más te dijo?

– Que tú no quieres que crezca y sea como yo.

Él no dijo nada; sólo la miró.

– Es comprensible -prosiguió ella-. Este tipo de vida no deja mucho tiempo para las relaciones personales.

– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no tienes novio?

Ella lo pensó antes de decidir qué le respondería.

– De hecho, sí tengo. Está de gira en este momento, en Texas.

No estaba muy claro por qué estaban delimitando sus territorios, pero antes de que pudieran evaluar sus motivos, Casey regresó, y con ella, el sentido común. Despuiés de eso la conversación fue superficial y Kenny y Casey se marcharon al poco rato. En los escalones de la puerta trasera, Casey le dio a Tess otro de sus impulsivos abrazos.

– Gracias, Mac. Estás haciendo que todos mis sueños se hagan realidad.

– Y además me divierto mucho -le aseguró Tess, y era cierto.

– Te veré mañana.

Mientras Casey se alejaba con su padre, Tess vio contra la luz lejana del porche que iban tomados de la mano. Imaginó que en la actualidad pocos adolescentes caminan tomados de la mano de sus padres. Algo en su interior se renovó al verlos alejarse.

Después de que se marcharon, Tess se quedó pensativa, mirando por la ventana, sintiéndose sola y alejada de su vida cotidiana. Pensó en lo que le había dicho a Kenny acerca de Burt. ¡Ay, bueno!… suspiró y se alejó de la ventana.

Ya en la cama, permaneció despierta. Pensaba en Burt y en ella, sabiendo que hacían falta más de un par de días de vez en cuando para forjar algo importante.

Tenía más significado el breve tiempo que había pasado esa noche con Casey y Kenny que cualquiera de las relaciones que hubiera intentado tener en los últimos siete años.