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¡Oh! ¿Por qué pensar en eso? Pero cuando se colocó boca abajo y trató de alejar sus pensamientos para conciliar el sueño, no fue la imagen de Burt la que vio con los párpados cerrados, sino la de Kenny Kronek.

TESS Y CASEY terminaron la canción el sábado por la noche. La cantaron juntas tantas veces que se sabían al dedillo, al derecho y al revés, cada una de las armonías. Sus tonalidades vocales eran completamente diferentes: Tess tenía una resonante voz de soprano, y Casey era una contralto con un tono áspero, pero la combinación resultaba cautivante.

Cuando Casey se marchó, Tess tenía una grabación de prueba de sus voces.

Llamó a Jack Greaves y le dijo:

– Ya terminé la canción. Te la enviaré el lunes. Presta atención a la voz que canta los coros para que me digas qué opinas de ella.

Después de llamar a Jack se quedó en la cocina con una sensación de desarraigo. La tarde del sábado en un pueblo pequeño todos tenían planes. Casey había salido con sus amigas. Renee y Jim iban a cenar con su grupo de gourmets. Judy… bueno, Tess en realidad no quería estar con Judy. Así que… ¿qué iba a hacer? Limpiaría la casa porque Mary saldría del hospital al día siguiente. Sin embargo, era una hermosa tarde de primavera, y la idea de hacer limpieza le pareció de pronto una actividad muy triste. Se preparó un sándwich de pavo ahumado y germinados de soya y estaba comiéndolo de pie frente al fregadero de la cocina cuando vio que Kenny y Faith salían de la casa y se dirigían al auto de ella. Iban muy elegantes: ella llevaba un vestido color rosa y él un saco deportivo y corbata. Probablemente iban a cenar fuera. Tess se preguntó si él miraría hacia donde ella estaba, pero no lo hizo. Los dos subieron al auto y se fueron.

¿Qué era aquella extraña opresión en el pecho que sentía Tess? ¿Decepción? ¿Qué era lo que andaba mal con ella? ¿Acaso estaba tan acostumbrada a que la idolatraran que tenía que conquistar a Kenny Kronek? ¿Otra vez?

Tratando de sacarse esa idea de la cabeza, decidió realizar la limpieza de la casa con toda el alma. Cambió las sábanas de la cama de su madre, sacudió, aspiró y limpió el baño. Hizo a un lado cualquier obstáculo con el que pudiera atorarse la pata de la andadera. Después encontró varias cosas que Mary iba a necesitar durante su periodo de recuperación y que le había pedido que buscara: una banca para el baño, un adaptador para el inodoro, una esponja con mango largo. Ya estaba oscuro cuando encendió la luz exterior y salió al jardín para recoger algunos tulipanes y guirnaldas. Puso las flores en un jarrón, arrojó a la basura el horroroso tapete de plástico amarillento con las orillas dobladas y colocó el arreglo floral en el centro de una linda bandeja de bordes festonados que encontró en una de las alacenas.

Agotada por el desacostumbrado trabajo físico, Tess se durmió en el sofá de la sala mientras veía las noticias de las diez en el televisor. Cuando despertó ya era muy tarde y, dando tumbos, fue escaleras arriba, como zombi, para dejarse caer en la cama y dormir como lirón hasta el amanecer.

Se despertó muy sorprendida. El reloj indicaba que eran las seis y diez y se sentía estupendamente. Saltó de la cama y salió a regar el jardín de su madre.

Aquel era un momento del día que Tess casi nunca veía. Se detuvo en los escalones del porche para ajustarse el cinturón de un corto kimono de raso color jade, disfrutando de la resplandeciente explosión de colores en el veteado cielo del este. Luego se dirigió a la manguera, la desenrolló y la arrastró sobre el césped húmedo y crujiente hasta el jardín, entre las hileras de remolachas y quimbombós, colocó el aspersor y después regresó con pasos amortiguados hasta la casa para abrir el grifo.

Estaba de pie al lado del jardín, viendo distraída el aspersor, cuando oyó que una puerta se cerraba en la casa de enfrente. Se volvió para mirar.

Kenny estaba de pie en su porche trasero bebiendo una taza de café. Estaba vestido igual que el día en que había llevado a su madre al hospitaclass="underline" una camiseta blanca y pantalones deportivos grises… sólo que esta vez estaba descalzo. Bebió un largo sorbo de la humeante taza, observando a Tess con desconcertante franqueza. Por fin, levantó la mano en silencioso saludo. Ella también levantó la suya y sintió un vuelco peculiar en su interior, una advertencia. "No con San Kenny", se dijo. "Ni siquiera lo pienses."

Su manera de mirarla hizo que cobrara conciencia de sus largas piernas desnudas, de su breve atuendo de seda y lo poco que llevaba debajo.

Se volvió hacia el aspersor, que no estaba en el lugar correcto. Tuvo que correr entre los surcos antes de colocarlo donde quería, dando zancadas entre las plantas húmedas, mientras Kenny la observaba. El aspersor regresó y le roció el trasero con agua fría. Ella gritó y le pareció oírlo reír… no estaba segura. Tal vez fue sólo su imaginación.

Tess se detuvo, esperando a que el aspersor diera dos vueltas para asegurarse de que estaba regando todo el jardín. Por fin se dirigió hacia el sendero, dejando huellas húmedas tras ella. Sintió que los ojos de Kenny la seguían y, cuando llegó a lo alto del escalón trasero, se volvió para verlo. Ahí estaba él, de pie como antes, sosteniendo la taza de café, sin pretender siquiera disfrazar su interés.

No se movía; no hacía nada más que mirarla y lograr que el corazón se agitara como no lo había hecho en años.

"Eres una tonta", se dijo; pero cuando se dio vuelta y entró en la casa, el corazón aún latía con fuerza.

AL DÍA SIGUIENTE, Tess asistió al servicio de las diez de la mañana de la Primera Iglesia Metodista y escuchó el coro de Kenny.

Eran aceptablemente buenos, y la voz de Casey destacaba como si estuviera cantando sola. El reverendo Sam Giddings anunció desde el púlpito que Tess cantaría con el coro el domingo siguiente y varias personas se volvieron a sonreírle. Cuando comenzó el himno de clausura, ella salió al pasillo con los demás y la gente le hizo comentarios amables acerca de lo bueno que era tenerla de vuelta en casa. A algunos los conocía; a otros no. Las familias de Judy y Renee habían asistido al servicio anterior, así que Tess esperó afuera a Casey y a Kenny.

Salieron cuando la multitud disminuyó, y aunque Tess los vio a los dos, su mirada se fijó en Kenny. Él caminó directo hacia ella y preguntó con ansiedad.

– Bueno, ¿qué opinas?

– Es muy respetable. Disfruté mucho de la música. Estoy ansiosa porque llegue el ensayo del martes.

– Hola, Mac -la saludó Casey, y se abrazaron. Luego la chica se alejó, dejando a Tess con Kenny.

– Así que hoy vas a traer a Mary a casa.

– Ya tengo las almohadas en el asiento de su auto -respondió Tess al tiempo que consultaba su reloj-. Es mejor que me marche ya. Puedo recogerla a partir del mediodía.

Había un estacionamiento atrás de la iglesia. Cuando Tess se dirigió hacia allá, él la siguió y caminó a su lado, con las manos en los bolsillos del pantalón. La acompañó hasta el Ford de Mary y le abrió la puerta, sin prisa; era un hombre acostumbrado a ser cortés con las mujeres. Tess subió al auto, metió la llave en el encendido, lo miró y le dio las gracias.

Echó a andar el motor y, con asombro, descubrió que se sentía renuente a dejarlo.

Él actuaba como si se sintiera del mismo modo. Empujó la puerta del auto con las manos y dijo en voz baja:

– Hasta luego.

TESS ENCONTRÓ a Mary bañada, vestida y ansiosa por ir a casa.

– Hola, mamá -la saludó y la besó en la mejilla-. Hoy es el gran día, ¿eh?

– Por fin. ¿Tienes mi auto allá abajo?

– Está frente a la entrada.

– Bueno, entonces, sácame ya de aquí.

Cuando se estacionaron en el callejón, les esperaba una sorpresa. Renee y Jim salieron de la casa, sonriendo y saludándola. Era la primera vez que Tess veía a Jim desde que llegó al pueblo, y él le dio un enorme abrazo de oso. Luego se asomó por la puerta trasera del auto, que estaba abierta.