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– Hola, ma, ¿cómo estás? ¿Quieres que te ayude con los escalones de la entrada?

Tess sacó la andadera del maletero y Mary maniobró poco a poco para bajar del auto. Cuando se acercaban a los escalones, Kenny llegó corriendo por el jardín.

Todos lo saludaron y él le dijo a Jim:

– ¿Igual que la vez pasada?

Ambos pusieron los brazos de Mary sobre los hombros y la llevaron en vilo hasta la casa. Ella le ordenó a una de sus hijas que trajera su silla y la colocara en la cocina, donde daría audiencia.

Renee tenía lista una jarra de café, Judy apareció con un pastel de chocolate alemán y todos se quedaron para conversar y comer. Ed, el esposo de Judy, era un hombre callado que arreglaba electrodomésticos y se dedicaba a aceptar órdenes de su mujer. Saludó a Tess con un abrazo carente de contacto físico. En menos de veinte minutos llegaron también los tres hijos de Judy y Ed,y casi a las tres de la tarde, los futuros esposos, Rachel y Brent.

Era una tradicional reunión familiar de pueblo chico en la casa de la abuela, y Tess se dio cuenta cómo disfrutaba su madre. Cuando alguien preguntó si no la estaban cansando y si debían marcharse, Mary replicó:

– ¡Ni se atrevan! -así que todos se quedaron.

La cocina estaba atestada. No cupieron todos en torno a la mesa. Kenny se apoyó contra el fregadero, y Tess, contra el arco que conducía a la sala.

Las conversaciones se mezclaban. Se vació la cuarta jarra de café. Un poco más tarde, Kenny hizo a un lado su taza vacía y se metió entre las sillas hasta quedar exactamente detrás de Tess.

Ella lo miró por encima del hombro y le preguntó en voz baja:

– ¿Dónde está Casey?

– Montando.

– Caballos y música -observó Tess-. Sus dos grandes amores.

– Tienes razón. Tal vez quieras ir a montar con ella mientras estás aquí.

– Suena tentador. Tal vez cuando mamá pueda caminar por sí misma. Y a propósito de mamá -volvió la espalda hacia el arco y lo miró de frente-, creo que nunca te agradecí como es debido todo lo que has hecho por ella.

– No es necesario. Mary es una gran chica.

– Faith también ha sido muy buena con ella.

– Sí… bueno, Faith es una buena mujer.

Por supuesto que Faith era una buena mujer. Él no se hubiera relacionado con ella si no lo fuera. Fue entonces cuando Tess se dio cuenta de ello.

En ese momento Casey irrumpió en la cocina, todavía en ropa de montar.

– Hola a todos -saludó-. ¿Qué me estoy perdiendo? ¡Mary, ya estás en casa! ¡Ah, pastel! ¡Qué rico! ¿Tú lo hiciste, Judy?

Encajaba en la reunión con tanta facilidad como Kenny. Se sirvió pastel y lo comió de pie mientras conversaba con los primos. Se metió la última cucharada a la boca y luego dijo:

– ¡Oye, Mac! ¿Podemos cantarle nuestra canción a estos chicos?

– ¿Qué canción? -preguntó alguien, y acto seguido todos estaban en la sala, con Mary acomodada en el sofá. Tess y Casey compartieron el banco del piano, dándole las espaldas al grupo; pero cuando comenzaron a cantar, todos escucharon. Y al terminar les aplaudieron. Todos menos Judy. Ella se metió a la cocina para lavar los platos y las tazas. Kenny permaneció apoyado sobre la pared, cruzado de brazos, con la expresión de un hombre atormentado por la turbación y la felicidad al ver y escuchar a Casey.

Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo, en medio de un bullicio lleno de sorpresa y alabanzas. Kenny se alejó de la pared y se acercó a su hija. Le puso una mano en el hombro en gesto de aprobación.

– ¿Así que en esto trabajabas tras la puerta de tu habitación cuando te enfadaste conmigo? Parece que pronto estaré escuchándote en la radio -la abrazó. A Tess sólo le dijo-: es una canción realmente muy buena.

CUANDO TODOS se marcharon, Mary se retiró a su cuarto a descansar. Tess pasó la tarde revisando el correo de sus fanáticos que su secretaria le había enviado y respondiendo a las peticiones de copias autografiadas de sus discos compactos. Cada semana, por lo menos una docena de organizaciones recaudadoras de fondos solicitaba donaciones para sus causas: bibliotecas públicas, albergues para mujeres maltratadas, escuelas, y Tess enviaba un compacto con su firma a cualquiera que lo solicitara.

Cuando terminó, Mary despertó y se quejó.

– ¿Por qué no me despertaste? Ya me perdí el comienzo de Sesenta minutos. Yo nunca me lo pierdo.

– Bueno, no me lo dijiste, mamá.

Cuando Mary se sentó en el sofá, frente al televisor, añadió:

– Y la cena también era a las seis. ¿Qué estás preparando?

– Pechugas de pollo con arroz.

– Pero yo siempre preparo el pollo con papas.

– Este pollo es diferente. Voy a asarlo.

– Así se reseca mucho. Yo quiero el mío frito.

Tess suspiró.

– ¿Quieres que vaya a la tienda para comprarte una pieza de pollo que pueda freír?

– Cielos, no. No quiero causarte tantos problemas.

Sin embargo, cuando Mary se sentó a la mesa, se notaba su disgusto en el rostro.

Durante la comida, Tess intentó hablar acerca de los celos de Judy y cuánto la lastimaban, pero Mary dijo:

– No seas tonta. Judy no está celosa. Estaba en la cocina lavando los platos mientras todos nos divertíamos.

Y así fue desde entonces la hora de la comida: siempre estaban en desacuerdo con lo que Tess cocinaba y nunca tenían la misma opinión cuando trataban de conversar. El viejo tapete de plástico amarillento reapareció en el centro de la mesa y ahí se quedó. Tess no podía creer que su madre lo hubiera rescatado de la basura.

El lunes establecieron una rutina. Todos los días Tess ayudaría a su madre con la terapia física. Todos los días habría que regar el jardín, lavar la ropa, limpiar la casa e ir por lo necesario para la comida; actividades que no le agradaban para nada y por las que Mary casi siempre la criticaba. Se volvió difícil para Tess encontrar un momento para componer sin interrupciones.

El martes, Jack Greaves la llamó y le dijo:

– La nueva canción será un éxito, igual que la otra voz. ¿Es de la chica de bachillerato?

– Sí. Se llama Casey Kronek. Pensé que te gustaría.

– ¿Qué tienes en mente, Tess?

– Te lo diré después.

EL ENSAYO del martes por la noche con el coro de la iglesia comenzaba a las siete y media. Tess se bañó una hora antes, se lavó el cabello, se vistió con una blusa blanca y una falda de mezclilla y se puso un par de aretes en forma de discos de plata. Tricia, la hija de Judy, tenía órdenes de quedarse con su abuela, y llegó cuando Tess daba los últimos toques a su maquillaje. Se apoyó contra la puerta del baño.

– Vaya, tía Tess -dijo-. Te ves sensacional. Te tomaste muchas molestias para un simple ensayo con el coro, ¿no es cierto?

Tess observó los resultados en el espejo.

– Se trata de conservar una imagen. La gente espera verte de determinada manera cuando apareces en público.

No se trataba en absoluto de eso, sino de impresionar a Kenny Kronek, pero Tess aún no lo admitía ni siquiera ante ella misma.

Salió de la casa e iba a la mitad del camino hacia el callejón cuando Kenny salió de su casa en esa misma dirección.

– ¡Qué tal! -lo saludó Tess con desenfado. Se sentía osada y un tanto coqueta, así que decidió probar sus tretas con él-. Voy al ensayo del coro, ¿tú a dónde vas?

Él se dio cuenta de su estado de ánimo y entrecerró los ojos en dirección al cielo violeta claro.

– Hoy hay Luna llena. Pensé en salir a morder algunos cuellos.

– ¿Estás solo?

– Sí, señorita -respondió arrastrando las palabras.

– ¿Dónde está Casey?

– Ya se fue. Pasó por sus amigas Brenda y Amy.

– Sería absurdo llevar dos autos cuando vamos al mismo lugar. ¿Qvieres venir conmigo?

El atravesó el callejón.