Выбрать главу

– Por supuesto.

Dentro del Nissan, ambos se pusieron el cinturón de seguridad. Ella encendió el motor y puso la marcha atrás.

– Vaya, esto es magnífico. Es un auto increíble, Tess.

– Gracias.

– ¿Qué velocidad alcanza?

– No lo sé. Nunca lo he corrido al máximo -le echó un vistazo-. No pensé que fueras un amante de la velocidad.

– En realidad no lo soy, pero a veces uno siente esa sensación. En especial cuando hay Luna llena -él le dirigió una mirada maliciosa-. La Luna nos obliga a hacer cosas que no debiéramos.

Esa noche parecía un hombre totalmente distinto, como si él también hubiera estado anticipando el momento en que estarían juntos. Era más sencillo que nunca charlar con él.

– Oye, Kenny, ¿sabes algo? No hay Luna llena.

– ¿Estás segura? Entonces será otra cosa lo que me afecta.

Ella le lanzó un segundo vistazo, aún más prolongado. Él la miró por el rabillo del ojo en actitud juguetona y seductora. Su vestimenta fue una sorpresa para Tess: llevaba unos pantalones caqui muy bien planchados y una camisa de manga corta de muchos colores. Estaba recién afeitado y olía bien.

Él la miró abiertamente.

– ¿Qué les pasó a tus enormes aretes?

– Sin duda, éstos son más reverentes

– Gran mejora -comentó.

– Muchas gracias -respondió ella con sarcasmo.

– Oye, ¿sabes qué? Leí que tenías un sentido del humor bastan te corrosivo.

– ¡Ah! Entonces lees acerca de mí, ¿eh?

– ¿Y por qué no? Eres del pueblo, y la hija de Mary.

– Y la cruz de tu juventud.

– Eso también.

Llegaron a la iglesia, un edificio de ladrillos rojos con un campanario blanco. Se estacionó al lado de la acera y subieron juntos los escalones de la entrada. Él le abrió la pesada puerta de madera y ella entró en la penumbra del vestíbulo. Unos escalones llevaban hacia la galería del coro, a la derecha de Tess, que subió al tiempo que Kenny encendía las luces. La iglesia olía exactamente como lo recordaba: a madera vieja y a humo de velas.

Kenny subió tras ella, mirando desde arriba las bancas.

– Solíamos sentarnos ahí -señaló ella-. Recuerdo cuando veníamos los domingos, con mi papá.

– Me acuerdo de él. Solía llamarme hijito. "Bueno, veamos si hay alguna carta para ti hoy, hijito", me decía cuando yo era demasiado joven para recibir correspondencia. Una vez, cuando venía por la acera con su enorme bolsa de cuero, yo estaba sentado tratando de componer la cadena de mi bicicleta y él se detuvo y me la arregló. ¿Crees que los carteros todavía hagan eso?

Ella le sonrió.

– Lo dudo.

Fue un momento agradable, estar ahí, recordando.

Se abrió una puerta abajo, seguida de pasos que subían por la escalera. Apareció un chico alto, desgarbado, con el pelo rojo cortado a rape.

– Éste es Josh -lo presentó Kenny-. Josh, ven a conocer a Tess McPhail.

Josh, estudiante de último grado de bachillerato, tocaba el órgano y se sonrojó cuando lo presentaron con Tess. Se escabulló a abrir la cerradura del instrumento. Se oyeron voces abajo y otros miembros del coro comenzaron a subir.

Cuando llegaron Casey y todas sus amigas, Tess tuvo el gran placer de decirle:

– Hablé con mi productor, Jack Greaves, y a él le gustó la canción y quiere incluirla en el álbum.

– ¿Hablas en serio?

– Absolutamente. Vas a ser una compositora editada y publicada… de las que ganan regalías.

Los grititos de emoción tal vez estaban un poco fuera de lugar en la iglesia, pero darle a Casey la alegría de su vida hizo que Tess se sintiera muy feliz.

Treinta y tres personas asistieron al ensayo del coro, y Kenny realizó una presentación sencilla..1,

– Estoy seguro de que todos ustedes conocen a Tess McPhail, así que háganla sentirse a gusto y no le pidan su autógrafo esta noche, ¿de acuerdo?

La risa los tranquilizó a todos, y se pusieron a trabajar.

Desde el momento en que levantó los brazos, Kenny se convirtió, en todos aspectos, en un líder que dirigía con animación y expresividad. Tess descubrió que ser dirigida por él no era la tortura que imaginó al principio, sino una experiencia muy placentera.

La habían colocado con las sopranos, que se curvaban a la derecha de Kenny, en tanto que Casey estaba entre las contraltos, a su izquierda. A veces, mientras cantaban, las miradas de Tess y Kenny se cruzaban, y ella tenía la sensación de que el destino la había hecho volver a casa para mucho más que ocuparse de Mary. Estaba ahí por Casey. Y, ¿tal vez también por Kenny? "¡Cielos!, ¿qué es lo que estoy pensando?", se dijo. Sin embargo, cada vez que estaba con él conocía una nueva faceta de su personalidad, y lo que veía le gustaba aún más.

Kenny había escogido, en su mayoría, himnos familiares para el coro. Para el solo de Tess eligió El buen Señor Jesús. El hermoso y antiguo himno tradicional coronó el ensayo con un sentimiento de festividad que siguió intacto cuando la sesión terminó y los integrantes del coro se despidieron.

A las nueve menos diez, todos se habían ido. En la galería del coro, Kenny se volvió para encontrarse con los ojos de Tess, a seis metros de sillas desordenadas y atriles para música. Dos luces insuficientes, sostenidas del techo por unas cadenas arriba de la galería, teñían de dorado la madera del piso.

– Gracias -dijo él.

– De nada.

Permanecieron de pie, muy cerca, rodeados del silencio, cautivados el uno por el otro, pero negándolo. El se volvió y se dirigió al órgano, y ella lo siguió, dando grandes zancadas, hasta el nivel inferior. Él se deslizó sobre el banco y apagó la lámpara, luego recogió sus partituras, que estaban extendidas sobre el órgano. Tess se acercó por detrás.

– Kenny, tengo que hablar contigo acerca de Casey -le dijo al darle la espalda-. ¿Puedo? -preguntó ella indicándole el banco del órgano.

– Por supuesto -él se hizo a un lado y ella se colocó junto a él con las manos juntas sobre su regazo. Decidió esperar un momento, porque sabía que lo que iba a decirle tendría una fuerte repercusión en su vida, igual que en la de su hija. Tess no lo estaba tomando a la ligera.

– Quiero llevarla a Nashville para que cante conmigo los coros en Una chica de pueblo.

Kenny se quedó pasmado y ella supo que la idea le disgustó. La vio a los ojos y esperó largo rato antes de apartar la mirada.

– ¿Entiendes de lo que hablo? De una grabación con una importante compañía disquera.

– Sí, lo entiendo.

– Eso es lo que desea, y tiene cualidades para lograrlo.

– Lo sé. Me di cuenta la tarde del domingo.

Tess esperó, pero él no dijo nada más.

– Mira, si crees que dejaré que le ocurra algo malo, estás equivocado. Estaré ahí. La cuidaré. Me encargaré de que nadie se aproveche de ella -dijo.

– Lo sé, y te lo agradezco, pero… ¿qué sucederá con su vida?

– ¿En verdad crees que mi vida es tan mala?

– Es anormal… la mitad del tiempo te la pasas viajando, sin esposo ni hijos.

– Vale la pena cuando eso es lo que te gusta hacer.

Kenny se permitió emitir un pequeño exabrupto provocado por la frustración.

– ¡Pero eso no es lo que quiero para ella!

Ella esperó a que se tranquilizara antes de retarlo con suavidad:

– La elección no es tuya, Kenny.

Atormentado, la miró antes de responder. Se encogió de hombros un poco al admitir:

– Lo sé.

Le dio un momento para pensarlo. Después él habló en voz baja, como si discutiera consigo mismo.

– Es difícil, ¿sabes? Es mi única hija. Es… es duro dejarla ir.

Tess le puso la mano sobre el brazo desnudo.

– Claro que lo es.

Bajó la vista hasta la mano de Tess y le acarició el torso con la suya. Al darse cuenta de lo que hacía, la retiró y ella hizo lo mismo.