Выбрать главу

– ¿Cuándo se iría? -preguntó, mirándola a los ojos.

– Tan pronto como termine la escuela. Puede quedarse conmigo hasta que encuentre un lugar propio. El álbum saldrá en septiembre próximo. Tendremos que estar en el estudio en junio, a fin de que haya tiempo suficiente para hacer las mezclas, el disco maestro y la distribución.

El la miró, pensativo.

– Conozco a mucha gente en Nashville -le aseguró-. No tendrá ningún problema para encontrar trabajo.

Kenny se aferró al borde del banco, se encogió de hombros y se miró las rodillas, pensativo y abrumado. Tess casi podía leer sus pensamientos.

– Supongo que estás preguntándote "¿por qué tenía que volver a casa Tess McPhail?"

– Sí -admitió-, eso es exactamente lo que pienso.

Por fin se enderezó y dijo:

– Vámonos -se levantó del banco-. Llévame a pasear en tu auto nuevo para compensarme.

Bajaron juntos y él apagó las luces del vestíbulo; luego abrió la pesada puerta y dejó que el brillo de la noche les mostrara el camino por los escalones hasta donde el auto de Tess los esperaba.

Subieron y cerraron las puertas. Ella encendió el motor, pero dejó el pie en el freno.

– Así que… ¿a dónde quieres ir? -le preguntó.

– Ve hasta la señal de alto en la carretera y luego da vuelta inmediatamente a la derecha.

Mientras se alejaba de la acera, ambos bajaron los cristales de las ventanillas para dejar que la brisa de la noche primaveral pasara entre las cabezas. Cuando era necesario, él le decía dónde debía dar vuelta. Tess mantuvo la velocidad en cincuenta y cinco kilómetros por hora, a fin de escuchar los sonidos de la noche: los insectos, la grava que golpeaba el chasis y el viento que zumbaba en los oídos.

– Pensé que te gustaba la velocidad -comentó él.

– Creo que tienes muchas ideas equivocadas respecto a mí.

– No más de las que tú tienes acerca de mí.

– Tal vez tengas razón. De cualquier manera, ¿cuál es la prisa? Es agradable estar fuera de casa por un rato.

– Mary me dijo que ustedes no se llevan muy bien.

– Creo que es por la diferencia de edades.

– A mi madre y a mí nos pasó lo mismo cuando ella envejeció.

– Es curioso, ¿verdad? -musitó-. Cómo pueden sacarte de quicio con las cosas más insignificantes. Nos pasamos el tiempo discutiendo acerca de lo que voy a preparar para comer y cómo voy a cocinarle. Tienes que saber, para comenzar, que soy la peor cocinera del mundo.

– ¿No te gusta?

– En lo absoluto -respondió ella con pasión.

Ninguno de los dos dijo nada hasta que él ordenó:

– Da vuelta aquí.

Entraron en un camino con dos surcos.

– ¿Dónde estamos?

– En los terrenos de Dexter Hickey, donde Casey tiene a su caballo, Rowdy. Estaciónate al lado de aquella cerca -ella lo hizo y apagó el motor. Bajaron del auto y pasearon hasta la cerca de madera que les llegaba al pecho. Dentro del corral había media docena de caballos, todos muy juntos. Algunos despertaron y levantaron la cabeza. Una sombra oscura se separó del grupo y se de desplazó perezosamente, con la cabeza baja y dando coces discretos sobre la tierra pisoteada mientras se acercaba.

Kenny esperó con los brazos cruzados sobre la cerca hasta que el caballo llegó y resopló con suavidad en el codo. Kenny puso la mano entre los ojos del caballo y dijo:

– Este es Rowdy.

– Hola Rowdy -dijo ella en voz baja, permitiendo que el caballo la olfateara. El acercó su enorme cabeza hasta la mano de Tess.

La nariz de Rowdy se sentía como de terciopelo. Ella pensó que tal vez el animal se habría vuelto a dormir, porque se quedó muy quieto, respirando de manera uniforme, con exhalaciones cálidas y pesadas contra la palma.

De repente ella dijo algo que Kenny jamás esperó escuchar; lo dijo con tanta sinceridad, que una barrera más se derrumbó.

– Kenny, me doy cuenta de que eres un buen padre.

Él había estado en lo cierto esa noche: la Luna hacía que la gente hiciera locuras, pero por más que deseara besarla, no estaría bien. De hecho, besarla iba a ser el colmo de la tontería; sin embargo, permaneció ahí, inmóvil, pensándolo. Y, la Luna se hubiera salido con la suya sí Rowdy no hubiera relinchado y meneado la enorme cabeza, sorprendiéndolos.

Se retiraron de la cerca y Tess dijo:

– Entonces, ¿tengo tu permiso para preguntarle a Casey? Él dejó escapar un suspiro entrecortado antes de responder:

– Sí.

Y volvieron al auto como dos personas sensatas.

REGRESARON AL PUEBLO tan de prisa que Tess no podía creerlo, y cuando se detuvieron en el callejón, ella apagó el auto, pero ninguno se movió. De pronto los dos estaban muy callados.

El silencio acentuó el cambio de actitud que tenían uno respecto al otro, y su marcada renuencia a separarse; aunque ambas casas tenían las luces encendidas. Se suponía que Tess llevaría a Tricia a su casa, y Kenny debía entrar en la suya para llamar a Faith por teléfono y darle las buenas noches.

– Bueno -dijo él mientras buscaba la manija de la puerta. Pensó en cuánto había cambiado ella en esos últimos días-. Gracias por el paseo.

– Cuando quieras.

Bajaron del auto, cerraron las puertas y permanecieron de pie en la cálida noche, uno a cada lado del Nissan.

– Te veré el domingo -le dijo él por encima del techo del auto.

– Sí. Hasta el domingo.

POR LA MAÑANA, Tess llamó a Jack Greaves y le dijo:

– Voy a pedirle a Casey Kronek que cante conmigo el coro de Una chica de pueblo. ¿Te parece bien?

– Creo que sus voces combinan perfectamente.

– Gracias, Jack. Esto significa mucho para mí.

Esa tarde, a las seis cuarenta y cinco, después de dejar a Mary instalada frente al televisor, Tess fue al baño, se retocó los labios, se arregló el cabello y cruzó el callejón para ir a visitar la casa de los Kronek por primera vez en más de dieciocho años.

Hacía calor en la entrada trasera de la casa de Kenny. Llamó a la puerta y esperó. De pronto apareció Casey.

– ¡Hola, Mac! ¡Qué sorpresa! -abrió la puerta-. Pasa.

El delicioso aroma de las chuletas de puerco advirtió a Tess que ellos aún estaban cenando. Sin embargo, siguió a Casey y, cuando entraron en la cocina, vio a Faith y a Kenny comiendo; eran la viva imagen de la felicidad doméstica.

– ¿Quieres un vaso de té helado? -dijo Casey.

– ¡Oh, no! Lo siento. Pensé que ya habrían terminado de cenar. Yo… regresaré más tarde.

Faith, con su característico aplomo, dijo de inmediato:

– No, no. Por favor pasa, Tess.

Nunca en toda su vida Tess se había sentido más falsa que en ese momento. Estaba segura de que Kenny adivinaría que parte de la razón de su visita era por curiosidad.

Kenny se recuperó de la sorpresa y dijo con toda cortesía:

– Por favor siéntate, Tess.

Casey dio por terminada la discusión al poner un vaso de té helado en el lugar vacío, acto seguido regresó a su asiento y consintió comiendo.

Tess se sentó y dijo:

– Gracias, Casey -y decidió que como ya había arruinado la tranquilidad de su cena, bien podía terminar de hacerlo-. La verdad es que vine a hablar contigo.

Casey estaba cortando una chuleta.

– Claro. ¿De qué se trata?

– Quiero que vengas a Nashville para cantar conmigo los coros de Una chica de pueblo.

Casey abrió los ojos desmesuradamente. El cuchillo y el tenedor se le cayeron de las manos y resonaron contra el plato.

– ¡Oh, Dios mío! -susurró.

Faith titubeante miró de una a la otra y murmuró:

– ¡Oh, cielos!

Kenny hizo a un lado sus cubiertos en silencio, mirando a su hija que tenía los ojos llenos de lágrimas. Sin decir nada más, Casey rodeó la mesa hasta donde estaba Tess, que se levantó y dio un paso para abrazarla. Fue mucho más que un simple abrazo. Un sentimiento magnífico inundó el interior de Tess cuando la chica la abrazó. "Así debe sentirse ser madre", pensó. "Tener alguien que te ame incondicionalmente y que te considere un modelo a seguir.” El corazón rebosaba de felicidad.