SE FUERON EN la vieja camioneta pick up de Casey, que era tan vieja que tenía de aquellos guardafangos traseros protuberantes y curvos, pero el radio funcionaba, y cantaron música country todo el camino al rancho de Dexter Hickey.
El lugar se veía muy distinto de día. La cerca necesitaba pintura, y el césped que lo podaran; sin embargo, el paisaje circundante era arrobador. El rancho estaba rodeado por una extensión de pastos ondulantes, con algunos manzanos salpicados aquí y allá, que daban paso a un bosque.
En el interior del establo, Dexter había dejado para Tess una yegua llamada Girasol. Había dado instrucciones de que la dejaran en el corral después de montarla.
Cuando Rowdy y Girasol estuvieron ensillados, las mujeres montaron. El pelo de los caballos brillaba al Sol, mientras Casey guiaba a Tess por la cerca, hacia los ondulantes bosques.
Casey se volvió sobre la silla y preguntó:
– ¿Cómo te sientes?
– Como si fuera a estar muy adolorida mañana. No estoy acostumbrada a esto.
– Lo tomaremos con calma al principio.
Cuando llegaron a una pradera con florecillas de botones de oro, Casey preguntó:
– ¿Quieres intentar el trote?
– ¿Por qué no?
Hizo que Rowdy trotara, y Girasol lo siguió. Después de poco más de cincuenta metros, iniciaron un tranquilo medio galope que las llevó hasta el borde del valle y a los bosques, donde Casey se detuvo y esperó a que Tess la alcanzara y también se detuviera.
– Los dejaremos descansar un rato -Casey dio unas palmaditas en la espaldilla de Rowdy y luego se quedó en silencio, mirando los árboles. De pronto, sin motivo alguno, preguntó-: ¿Qué pasa entre mí papá y tú?
Tess no logró ocultar su sorpresa.
– Nada.
– Creí percibir algo en la mesa la otra noche, y esta mañana te estaba abrazando en el atrio de la iglesia.
– Me estaba agradeciendo que hubiera ido a cantar.
– ¡Ah, eso era todo! -comentó Casey secamente. Luego añadió-: bueno, sólo en caso de que sí esté sucediendo algo, quiero que sepas que por mí está perfecto -comenzaba a adentrar a su caballo en el bosque cuando se volvió hacia la llanura y dijo-: ¡Vaya, vaya! Mira quién viene.
Tess estiró la cabeza sobre la silla y vio que Kenny se dirigía hacia ellas. Las divisó en la sombra y apresuró al bayo hasta alcanzar un medio galope. Montaba como si fuera algo natural en él, vestido con pantalones vaqueros, una camiseta blanca y sombrero de paja.
Cuando las alcanzó, se detuvo y dijo:
– Cambié de opinión. Me sentía solo en casa -casi no hizo caso a su hija, en cambio, examinó a Tess por debajo del ala de su sombrero de tal forma que reveló más de lo que él deseaba.
Casey sonrió.
– Acabo de decirle a Tess que…
– ¡Casey! -Tess le dirigió una mirada de advertencia.
– Nada -dijo, y volvió su caballo hacia el sendero-. Qué gusto que vinieras, papá. Vamos despacio porque Tess no está acostumbrada.
Montaron otra hora y media más, con poca charla, disfrutando mucho del hermoso día primaveral. Casi a las cuatro de la tarde, cuando ya se dirigían de vuelta al corral, comenzaron a formarse densos nubarrones al suroeste y el viento empezó a soplar.
Kenny ayudó a Tess a desensillar a Girasol. Ella lo miró cuando se llevaba la silla por la puerta del cobertizo y la colocó sobre un caballete de madera.
Él se volvió y la atrapó mirándolo. Cuando regresó a donde ella estaba, preguntó con indiferencia:
– ¿Quieres regresar al pueblo conmigo, Tess?
Ella miró primero a Casey y luego a Kenny.
– Bueno, no creo que…
– Está bien -intervino Casey-. Ve con él. Yo tengo prisa. Ni siquiera tendré tiempo para almohazar a Rowdy. Tengo que arreglarme para una cita -condujo a Rowdy hasta la puerta y lo dejó salir al corral. Luego regresó, saludando con la mano al pasar junto a ellos-. Te veré por la mañana, papá. Es probable que no vuelva hasta después de las once.
– Muy bien. Cuídate.
Un minuto más tarde, Tess y Kenny oyeron el ruido de la camioneta que se alejaba. Almohazaron sus caballos en silencio; luego, él dejó a un lado el cepillo y se acercó a ella.
– Así está bien. Ya me la voy a llevar -condujo a Girasol y a su caballo a la puerta y los dejó sueltos en el corral.
– Vámonos.
Kenny conducía sin prisa, con el viento entrando por las ventanillas abiertas. La miró.
– ¿Tienes hambre?
– Casi desfallezco.
– ¿Qué te parece si un muchacho sencillo de Wintergreen te invita a comer? Conozco el sitio ideal.
La llevó al Sonic Drive-in, un sitio para comer en el automóvil, y se estacionaron bajo un largo toldo de metal. El menú y el micrófono estaban del lado de Kenny. Él colocó el codo en el borde de la ventanilla y revisó el menú.
– ¿Qué quieres?
– Una hamburguesa en canasta.
– Muy bien -pulsó un botón para que los atendieran y pasó la orden. Cuando terminó, se acomodó en su asiento y la miró. Se oyeron truenos al suroeste, pero no les prestaron atención.
Por fin, Tess dijo:
– Casey me preguntó hoy qué sucedía entre tú y yo.
– ¿Y qué le dijiste?
– La verdad: nada -se quitó un pelo de caballo de los pantalones vaqueros-. Luego me dijo que por ella estaría muy bien si comenzáramos algo.
Ambos lo consideraron durante un rato antes de que Tess por fin añadiera:
– Por supuesto, ambos sabemos que no es una buena idea.
– Por supuesto.
– Después de todo, tenemos que pensar en Faith. Y yo regresaré a Nashville en un par de semanas.
– A donde perteneces -añadió él.
– A donde pertenezco.
No les quedaba más remedio que rendirse y darse un beso o morir deseándolo.
El camarero los salvó de cualquiera de esas catástrofes al presentarse para entregarles su bandeja.
– ¿Sabes algo? -dijo Tess mientras él tomaba la comida-. Ésta es la primera cita que tengo en dos años en la que salgo con un hombre y él paga por mi comida y me lleva a casa. He descubierto que ya no puedo hacerlo.
– ¿Por ser demasiado rica? Y, ¿demasiado famosa?
– Tal vez por ambas cosas. Uno nunca sabe con certeza qué es lo que la gente pretende obtener.
Una camioneta pick up azul con tres adolescentes se detuvo a la derecha del auto de Kenny.
– ¿Eso es lo que opinas de mí? -preguntó Kenny-. ¿Que trato de sacar provecho?
– No. Creo que sólo eres un accidente.
– ¡Oh! Eso es muy halagador.
– Sabes a lo que me refiero.
Las hamburguesas estaban jugosas, exquisitas; entonces, ellos dejaron de coquetear para hincarles el diente, comer sus papas fritas con salsa catsup y saborear los pepinillos. Cuando terminó de comer, Tess se limpió la boca con una servilleta de papel y echó un vistazo a la pick up azul.
– ¡Oh, oh! Creo que me reconocieron -dijo. Tres rostros le sonreían y la miraban con la boca abierta.
– ¿Ya terminaste? -Kenny se metió el resto de la deliciosa hamburguesa a la boca.
– Sí, vámonos -respondió ella.
La lluvia comenzó a caer cuando retrocedieron para salir del estacionamiento, por lo que subieron los cristales. Kenny encendió los limpiadores y dio vuelta hacia la calle principal. Rodearon la plaza del pueblo y se dirigieron al norte, por Sycamore Street. Cuando dieron vuelta en el callejón, los árboles se sacudían con el aire de la ruidosa tormenta. Kenny llegó hasta su cochera y hubiera entrado, pero ella le dijo:
– Déjalo aquí. Me gusta la tormenta.
Él la miró brevemente y obedeció. Apagó las luces, los limpiadores y elmotor.
– ¿Vas a correr bajo esta lluvia? -preguntó.
– No. Esperaré un momento.
Cayó más lluvia, hubo más rayos, más truenos, y los dos seguían en el auto sin saber qué más decir. Aunque eran apenas las seis de la tarde, el mundo se veía borroso y oscuro bajo las tormentosas nubes. De pronto, la frustración de Tess explotó.