Выбрать главу

En el momento en que entró en la habitación de Mary, ésta se le quedó mirando.

– ¿Algo está mal? -preguntó viendo hacia abajo.

– Has andado por aquí tanto tiempo con tus pantalones vaqueros y tus camisetas que en realidad olvidé que eres una verdadera estrella. ¡Dios del cielo, qué bella eres, mi niña!

– Bueno, ¿y qué me dices de ti? Espera a que te pongas ese traje.

El atuendo era del color que toma la luz cuando pasa por un vaso de crema de menta. Fue un poco difícil ponérselo a Mary, pero juntas, lo lograron. Una vez que los pantalones estuvieron en su sitio y la chaqueta quedó abotonada, Tess dijo:

– Quiero ponerte un poco de maquillaje, ¿de acuerdo? Ven aquí y siéntate.

Mary se sentó frente al espejo, y Tess le polveó las mejillas y las pintó con una brocha en un tenue color coral; le puso un poco de maquillaje en los ojos y lápiz labial. Niki había hecho un buen trabajo con el atractivo corte de pelo que le quitaba a Mary cinco años de encima. El suave cabello gris le caía en delicadas ondas curvadas hacia arriba en las puntas.

– Ahora los aretes. Tengo unos que serán perfectos -Tess sacó una pequeña caja color aguamarina claro, que había comprado en Nueva York, y se la entregó a su madre. Cuando Mary leyó la única palabra grabada en la tapa de la caja, miró a Tess con incredulidad a través del espejo.

– ¿Tiffany? ¡Oh, Tess! ¿Qué hiciste?

– Abrelo. Feliz día de las madres, un poco adelantado.

En el interior de la caja color aguamarina había otra, de terciopelo negro. Mary levantó la tapa para dejar ver un par de aretes de esmeraldas con forma de lágrimas, rodeadas de diamantes.

– ¡Ay, Tess!

Ella le sonrió en el espejo.

– Adelante, póntelos.

Las manos de Mary temblaban cuando se llevó las gemas a las orejas. En el momento en que los aretes estuvieron en su sitio, miró su reflejo. Se puso una mano en el agitado corazón y susurró:

– ¡Dios mío!

Tess se inclinó, puso la cabeza al lado de la de su madre, y ambas observaron su imagen en el espejo.

– Tú también eres hermosa, mamá.

– Gracias, Tess -Mary tocó amorosa la mejilla de Tess.

– De nada. Ahora vamos a arrasar con ellos, ¿eh, mamá? Voy a poner tu silla de ruedas en el maletero. Espera a que regrese antes de que intentes bajar esos escalones con las muletas, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

Tess arrastró por los escalones la silla de ruedas plegada, y la empujó por la ruinosa vereda del jardín de atrás. Sacó el automóvil de Mary, hizo a un lado el suyo, abrió el maletero y estaba a punto de levantar la silla de ruedas cuando Kenny abrió la puerta de su porche y le gritó:

– ¡Oye, Tess, espera! Te daré una mano con eso.

Kenny recorrió a zancadas la distancia desde su jardín, en un traje azul marino con rayas muy delgadas, mientras ella esperaba al lado del auto. Guardó la silla de ruedas y cerró el maletero.

– Ya está -se volvió, frotándose las palmas-. No podía permitir que tú… -la recorrió con los ojos hasta las brillantes puntas de los pies y volvió a subir la mirada. Nunca terminó lo que estaba diciendo.

– Lindo vestido -dijo en voz baja.

– Gracias. Hermoso traje.

Lo más seguro era que él no hubiera comprado su ropa en Wintergreen, y que no tuviera idea de cómo su apariencia aceleraba el corazón de ella; pero sí que sabía elegir un traje para su tipo de cuerpo, y también cómo fijar la mirada en una mujer para hacerla tomar conciencia de todo eso muy profundamente.

– Bueno -dijo Tess-, será mejor que regrese a la casa. Mamá está esperándome.

– ¿Necesita que la ayuden?

– No. No lo creo.

A pesar de sus palabras, él la siguió cuando se dirigió a la casa.

Al llegar, Tess entró y él se quedó en el escalón. Ella reapareció un momento, al salir primero para abrirle la puerta a Mary, que salió con pesado andar por el umbral, apoyada en sus muletas, y se detuvo, sonriendo complacida.

Desde abajo de los tres escalones, Kenny la miró y exclamó:

– ¡Por todos los cielos, Mary! ¡Mírate nada más! -su admiración era tan genuina que su rostro quedó inexpresivo.

– ¡Hola, Kenny! -dijo la anciana como si fuera una niña. Si hubiera podido girar para mostrarle su atuendo, lo hubiera hecho-. Tess se encargó de mí, ¿Qué opinas?

– Creo que si tuviera veinte años más, me enamoraría perdidamente de ti. Ahora que lo pienso, tal vez lo haga de todas maneras.

Mary parecía haber vuelto a nacer cuando bajó los escalones. Tess y Kenny la escoltaron al auto. Él le abrió la puerta y esperó con paciencia a que ella se acomodara en el interior. Puso las muletas sobre el piso y cerró la puerta; luego caminó con Tess hasta la puerta del conductor y la abrió para que subiera.

– ¿Llegarás bien a la iglesia? -le preguntó.

– Estaré bien, gracias.

– Bueno, es mejor que vea si puedo apresurar a Casey. Las veré más tarde.

Cerró la puerta y ella admitió para sí que, sin importar lo que le había prometido a Renee, ella y Kenny danzaban sobre un hilo muy fino entre el sentido común y un movimiento que provocaría un inminente desorden en sus vidas. Parecía muy probable que antes de que aquella noche terminara, iniciarían ese desorden.

Capítulo siete

Kenny y Tess se sentaron en el mismo lado del pasillo, pero a ella la llevaron a las bancas del frente, con el resto de la familia. Él estaba a unas cuantas bancas de distancia, con Casey y Faith.

Fue una típica boda de pueblo pequeño: el órgano sonaba muy fuerte, la cantante proyectaba una penetrante voz de soprano, y el portador del anillo, de cuatro años de edad, abandonó el centro del corredor en cuanto vio a su madre. Después, Mary formó parte de la línea de recepción en el atrio, dejando que Tess se uniera a la multitud que estaba afuera. Soplaba un viento que alivió el calor de la tarde, y grandes nubes blancas y algodonosas se escabullían por el fondo azul del cielo. Todos miraban a Tess, pero nadie se atrevía a acercársele.

Al menos hasta que Casey salió de la iglesia. Fue donde estaba Tess y exclamó:

– ¡Vaya! ¡Te ves sensacional!

Cuando el último de los invitados a la boda salió de la iglesia, Tess vio que Kenny bajaba a Mary en su silla de ruedas por la rampa que iba a la puerta lateral del atrio. Los novios salieron y las campanas de la iglesia resonaron sobre las cabezas. Tess avanzó hacia el estacionamiento, donde encontró a Kenny, de pie junto al automóvil de Mary, esperándola. Mary ya estaba instalada en la parte trasera del automóvil.

– Gracias por hacerte cargo de mi trabajo.

– No hay problema.

Tess se inclinó y sonrió a través de la ventanilla.

– ¿Cómo estás, mamá? ¿Ya estás cansada?

– Estoy muy bien, pero no me vendría mal comer algo. En realidad, no me molestaría si me llevas a esa recepción antes de queme muera de hambre.

Por un momento, Kenny y Tess se quedaron solos.

– Lo digo en serio, Kenny. Gracias por cuidar a mamá una y otra vez -le tocó la manga y dejó que la mano se deslizara mientras se alejaba. Los dedos se tocaron sólo un instante; luego Tess subió al auto.

La recepción se llevaba a cabo en el campo, en Current River Cove, el salón de fiestas más hermoso del condado de Ripley. Cuando llegó la comitiva de la boda, una banda estaba acomodándose en un rincón, y su cinta para ambientar hacía que sonara una mezcla de música country por todo el salón.