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Poco más de doscientos invitados se arremolinaban y charlaban en espera de la llegada de los novios. Aunque muchos de ellos se habían mantenido alejados de Tess en el atrio de la iglesia, la presencia de los cocteles pareció ser la señal de que ya podían acercarse. Casi todos le preguntaron por qué no había cantado en la boda y si pensaba hacerlo en el baile.

– No -respondió ella una y otra vez-. Aquí, soy invitada. Las estrellas son los novios.

Cuando los novios llegaron y se sirvió la comida, Tess y Mary se sentaron a una mesa redonda para ocho personas, y Judy, Ed y Tricia se les unieron. Tan pronto estuvieron sentados, se aproximó Faith y preguntó:

– ¿Están ocupados estos lugares?

– No -respondió Judy-. Siéntate. Mis otros dos hijos fueron pajes, así que están sentados en la mesa principal.

– ¡Ah, bueno! Voy por Kenny -cuando se alejó de ahí, llegó Casey y tomó asiento junto a Tess. Faith regresó con Kenny a rastras, y los dos se sentaron en las sillas que estaban desocupadas.

La cena resultó ser una deliciosa combinación de espárragos cubiertos de pollo y queso con hierbas y horneados en hojaldre. El vino era excelente: nada menos que un exquisito Pinot noir, que se hizo circular entre todas las mesas cuando los invitados comenzaron a brindar.

Faith comentó acerca de los hermosos aretes de Mary y se acercó a mirarlos.

– Son legítimos -reveló Mary-. Tess me los obsequió esta misma tarde.

Seis personas los admiraron. La séptima apretó los labios y codeó a su esposo.

– Sírveme un poco más de vino, Ed.

A la mitad de la cena, Tricia sacó a relucir que Tess llevaría a Casey a Nashville.

– ¿No es maravilloso? -Casey le sonrió a Tess-. Está haciendo realidad todos mis sueños.

Mary acababa de terminar su segunda copa de vino y parecía muy satisfecha con todo. Faith dijo:

– Creo que sería apropiado hacer un brindis por nuestra famosa estrella -todos levantaron sus copas… también Judy, que no tuvo más remedio para no quedar mal ante todos; pero en el momento en que el brindis terminó, miró a su hermana menor y escapó al tocador de damas.

Tess la vio partir; con cuidado hizo a un lado su servilleta y se excusó con cortesía:

– Por favor, discúlpenme. Tengo que hablar con Judy.

Una vez dentro del tocador, cerró la puerta con seguro. Judy había dejado su bolso sobre una mesa y, en ese momento, estaba cepillándose su cabello.

Tess miró el perfil de Judy en lugar de ver su imagen reflejada en el espejo.

– Muy bien, Judy, hablemos.

– Déjame en paz.

– No. Porque ya no puedo soportar tus celos. He estado en casa tres semanas y cada vez que te veo siempre hay algo que logra sacarte te de tus casillas.

– Te encanta echárnoslo en cara, ¿verdad? -la acusó Judy-. "Mírenme, soy la estrella rica y famosa que viene a casa para demostrarles a ustedes, ignorantes, lo aburrida que es su vida".

– Eso no es justo. Nunca he presumido de mi fama y mi dinero frente a ti, y lo sabes.

Judy miró a su hermana menor.

– ¿Por qué no regresas al sitio del que viniste? -dijo con malevolencia-. Nosotras podemos hacernos cargo de mamá, y mucho mejor que tú -quitó el seguro y cerró de golpe la puerta contra la pared de losetas cuando salió hecha una furia.

Tess se quedó atrás, mientras trataba de reponerse. Cuando regresó a la mesa, la banda había comenzado a tocar, y Judy y Ed ya no estaban. Un momento más tarde, Renee llegó, sin aliento, de la pista de baile. Lucía radiante: llevaba un vestido color durazno con el talle de encaje.

– ¿Qué pasó con Judy y Ed? -preguntó.

– Es mi culpa -confesó Tess-. Hablé con Judy en el baño ya sabes de qué.

– ¿Y se fue corriendo a casa?

– Sí, además, se llevó a Ed y a Tricia. Lo siento, Renee.

– Oye, ¿sabes algo? Es problema de Judy, no nuestro. Ahora escucha: los novios me enviaron a hablar contigo. Están recibiendo tantas peticiones de sus invitados que me pidieron que te preguntara si podrías cantar una canción con la banda. Significaría tanto para ellos, Tess. Vamos -insistió Renee.

Tess miró hacia la pista de baile. Rachel y Brent pretendían hablar, pero miraban a Tess con una expresión esperanzada en el rostro. Tess sabía que si cantaba haría que su boda fuera el tema de la brevísima temporada social del condado de Ripley.

– ¿Estás segura de que a la banda no le molestará?

– ¿Bromeas? ¿A qué banda no le gustaría decir que tocaron acompañando a Tess McPhail?

– Muy bien. Sólo una canción.

Renee hizo a los novios una seña con el pulgar hacia arriba y ellos se abrazaron jubilosos; entonces Rachel le lanzó un beso a Tess y se dirigió al borde del escenario para hablar con el guitarrista principal.

En el siguiente cambio de canción, de inmediato la banda hizo el anuncio:

– Todos saben que esta noche tenemos entre nosotros a una famosa estrella de Nashville. Es la tía de la novia y ha accedido a cantar una canción con nosotros. ¡Demos una calurosa bienvenida a Tess McPhail!

La multitud se hizo a un lado para dejarla pasar, y ella se dirigió hacia el escenario con paso firme. Enseguida le pidió a la banda:

– ¿Pueden tocar Cattin en sol?

– Por supuesto, Mac -respondió el percusionista. Y les marcó un compás de cuatro tiempos en el aro de su tambor.

Cuando se inició el ritmo y ella tomó el micrófono, cautivó doscientos corazones de golpe. Le dio a Wintergreen algo de qué hablar durante los siguientes diez años, al plantarse con sus brillantes zapatillas de tacón alto tan separadas como el vestido recto se lo permitía, llevando el ritmo con la pierna derecha y lanzando destellos azules con sus lentejuelas. Se hizo una con su público, dándoles una representación llena de energía y cadencia. Cattin tenía un ritmo similar al rock, y una letra ligeramente pícara. Tess usaba las manos y sus largas uñas como una hechicera, para poner al público bajo su embrujo. Tenía un sentido innato del drama y actuaba frente a la multitud como una actriz de cine, usando el contacto ocular y un leve coqueteo para dar a cada uno la sensación de que cantaba en exclusiva para él o ella.

Cuando la canción terminó, Renee gritó:

– ¡Así se hace, hermanita!

Los novios aplaudieron y comenzó un griterío generaclass="underline"

– ¡Mac! ¡Mac! ¡Mac!

Retumbó por todo el salón.

Al inclinarse para saludar al público, Tess se aseguró de ver a su madre a los ojos. Mary aplaudía con orgullo. Luego, Tess agradeció a la banda, se despidió con un gesto elegante, colocó el micrófono en su sitio y volvió a su mesa.

Un montón de amigos de Mary se acercaron, y ella se convirtió de pronto en el centro de atención; era la madre de aquella chica que había triunfado.

Sin embargo, nadie se atrevía a invitar a la famosa cantante Tess McPhail a bailar.

Una canción terminó, otra comenzó y Kenny regresó de la pista de baile solo; tomó la silla al lado de Tess, se sentó y la miró. Se veía acalorado. Puso un codo sobre la mesa y dijo:

– Gran boda.

– Parece que te estás divirtiendo. ¿Dónde dejaste a Faith?

– Bailando con su cuñado. ¿Tú no bailas?

– Nadie me lo ha pedido.

Él miró a su alrededor y luego volvió a verla a ella.

– Vaya, no podemos permitirlo, ¿verdad? -dijo, mirándola-. ¿Te gustaría bailar conmigo?

– Me encantaría.

La tomó de la mano y la condujo hasta la pista de baile. La banda estaba tocando La Silla , y ella se meció suavemente entre los brazos de Kenny.

– ¿Qué sucede con los hombres en esta fiesta?

– Creo que los asusto un poco. Sucede todo el tiempo. Eres un buen bailarín.

– Gracias. También tú.