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La estrechó hasta que sus cuerpos se rozaron, y la sien de Tess descansó en la mandíbula de Kenny. Ella recordó el consejo de Renee de mantenerse alejada de él, pero aquello parecía ser lo correcto.

Cuando la canción terminó, se separaron de inmediato, conscientes de que la gente a su alrededor probablemente los estaba mirando. Tess se volvió como si fuera a marcharse de la pista; sin embargo, él la tomó de la mano y dijo:

– Quédate Tess. Una pieza más.

No le respondió; sólo se movió para acercarse a su lado y esconder las manos unidas hasta que comenzara la siguiente melodía.

El ritmo cambió. La banda tocó Adelina, de George Stralt; Tess y Kenny sonrieron y luego rieron con más fuerza, celebrando lo bien que bailaban juntos. Cuando la canción terminó, regresaron a la mesa de Mary sonrojados y acalorados.

– Vaya, parece como si ya lo hubieran hecho antes.

– Pero, no juntos -replicó Tess.

Los amigos de Mary se habían marchado, y ella tenía el bolso en el regazo.

– Sé que es temprano, pero debo ir a casa, Tess. Odio tener que sacarte del baile, aunque puedes regresar después, ¿no es cierto?

– Por supuesto, mamá. Te llevaré de inmediato.

– Yo iré con ustedes para ayudarlas -ofreció Kenny.

Tess tuvo buen cuidado de no mirarlo.

– ¡Oh, gracias, Kenny! -respondió Mary-. Eso estaría muy bien. Esa horrible silla es muy pesada.

– Sólo permítanme avisarle a Faith que iré con ustedes, ¿de acuerdo? Ahora vuelvo.

TARDARON quince minutos para regresar al pueblo, y otros quince para que Tess ayudara a Mary a irse a la cama. Mientras lo hacía, Kenny se sentó en la cocina y esperó con paciencia a Tess, y el encuentro que habían estado anticipando todo el día.

Ella entró en la cocina y él, a su vez, se levantó de su silla y preguntó en voz baja:

– ¿La dejaste bien instalada?

– Sí.

Él se hizo a un lado y Tess lo guió hacia afuera. El jardín de atrás estaba a oscuras. Ni siquiera el de Kenny tenía luz. Cuando salieron era de día y a nadie se le ocurrió dejar encendidas las luces exteriores. Tess lo precedió al bajar los escalones del porche y él la siguió por la estrecha vereda hasta que estuvieron a medio camino hacia el callejón.

– Espera Tess -dijo él y la tomó del brazo.

Ese simple toque fue toda la invitación que ella necesitó. Giró hacia él, rápida y segura de lo que quería. Él sabía lo que deseaba, y unos brazos la esperaban para atraerla hacia él; los labios de Kenny aguardaban para reclamar los de ella. Se quedaron de pie, a mitad de la vereda, y permitieron que la oscuridad los ocultara. Los labios de los dos se humedecieron mientras respiraban entrecortadamente; la espalda del vestido de Tess se retorció bajo las manos de Kenny.

Ella le echó los brazos al cuello y él la levantó, la tomó en brazos, apretándola, y siguió besándola mientras la llevaba por el pasto al rincón más oscuro, cerca de los escalones de la puerta posterior. Ahí, entre los grillos y los arbustos de hortensias, se besaron durante un rato más.

Luego, él tiró de ella y ambos cayeron sobre el césped fresco y suave. El cabello de Tess se enredó y le cubrió el rostro; él se lo retiró cuando giró y quedó casi encima de ella. Llegaron al punto en que el delicado equilibrio entre la indulgencia y la negación contendían por la supremacía. Y cuando parecía que iba a ganar la indulgencia, él rodó sobre la espalda en el césped, al lado de ella.

Ahí se quedaron, con la música de los grillos pulsando en los oídos.

Transcurrió una larga pausa antes de que ninguno de los dos hablara. Por fin él exclamó:

– ¡Vaya!

– ¡Sí, vaya! -logró decir ella.

– Pero, ¿qué estamos haciendo?

Kenny siguió mirando las estrellas.

– Creo que le decían besuqueo; solía ser popular en la década de los cincuenta.

Ella se sentó y se hizo el cabello a un lado. Él también se sentó. Tess le acarició la mano por encima de la manga, llegó hasta el dorso y metió los dedos entre los de él.

– Oye, si vamos a hacer cosas como ésta, creo que tengo derecho a saber. ¿Faith y tú duermen juntos?

– Sí.

Los dedos de Tess se detuvieron de pronto, y ella se quedó muy quieta. Luego volvió a tenderse sobre el césped y se puso las manos en la cintura.

– Bueno, debo decir que es muy afortunada -comentó, mirando las estrellas.

Él se recostó a su lado, con la cabeza apoyada contra el puño y con la otra mano en el centro de las costillas de Tess.

– Mira -dijo-. No estoy casado con Faith. He sentido esto por ti desde que estábamos en el bachillerato y no iba a dejar pasar la oportunidad. Los dos sabíamos que sucedería.

– Pero no se lo dirás, ¿verdad?

– No.

– Esto es sólo una loca aventura. Probablemente muchas personas tienen aventuras como ésta durante las bodas.

– Tal vez.

Ella dejó su mente en blanco, y los dedos recorrieron el cabello de la sien de Kenny. Se dio cuenta de cuánto extrañaba tener un hombre a quién tocarle el cabello siempre que lo deseara, un hombre que la besara y la hiciera sentirse mujer; que la quisiera por ella misma y no por su talento como cantante. Tess tiró de la cabeza de Kenny y susurró:

– Bésame un poco más.

Él se inclinó y concedió lo que le pedía. Minutos más tarde, retiró la boca y retrocedió para mirarle el rostro.

– Creo que ya tenemos que volver al baile.

Ella suspiró.

– Tienes razón.

Kenny la tomó de la mano, la ayudó a levantarse, y ambos se detuvieron para un último y perezoso beso. Luego sacudieron sus ropas, las acomodaron y se volvieron hacia el auto.

En el trayecto a Current River Cove, pensaban en el futuro, cuando Tess volviera a Nashville y Kenny reanudara su vida al lado de Faith. ¿Recordarían esa noche y sonreirían en su interior? Llegaron a Current River Cove y el auto saltó al entrar en el estacionamiento cubierto de grava. Ella se detuvo frente a la entrada.

– ¿No te quedarás? -preguntó él.

– Creo que es mejor que regrese. Si alguien pregunta, di que pensé que era mejor quedarme en casa con mamá.

– Muy bien. ¿Cuándo te irás a Nashville?

– El martes.

– ¿Volveré a verte?

– Estoy segura de que nos encontraremos en elcalljón.

Algunos invitados a la boda salieron riendo del salón y pasaron a su lado, en dirección del estacionamiento.

– Es mejor que me vaya -dijo Tess.

Un beso de despedida parecía lo indicado, pero los invitados estaban demasiado cerca para ver el interior del auto.

– Bueno, fue divertido -dijo Kenny-. Te veré luego, Tess.

Él bajó del auto, y ella lo miró caminar hacia el edificio. Cuando abrió la puerta del salón, se detuvo un momento y la miró. Tess podía oír la música de la banda. Luego, la puerta se cerró y él desapareció. Había vuelto con Faith.

EL DOMINGO, para evitar a Kenny, Tess asistió al servicio religioso más temprano. Por la tarde, ella y Mary fueron a la casa de sus Renee, donde los novios estaban abriendo sus regalos de boda. Terminaron quedándose a cenar y regresaron tarde a casa.

El lunes por la mañana, poco después de las diez, la productora comercial de Tess la llamó.

– Tess, he estado tratando de comunicarme contigo todo el fin de semana.

– Estaba en la boda de mi sobrina. ¿Qué sucede?

– "Papá John" murió. El funeral es mañana.

– ¡Oh, no! -Tess se apoyó contra el gabinete de la cocina, con los dedos sobre los labios. Papá John Walpole era un viejo promotor de cara agria y corazón de azúcar, con el rostro curtido, que había administrado un pequeño lugar llamado Mudflats durante más de treinta años. Se decía que en los últimos veinte, todos los artistas de éxito que triunfaban en Nashville, incluyendo a Tess, habían pasado por el Mudflats antes de firmar con alguna compañía disquera de renombre. Hasta entonces, siempre que tenia una noche libre, Tess iba al Mudflats para cantar… siempre gratis, siempre sin anunciarse.