Выбрать главу

Se limpiaba las lágrimas del rostro cuando preguntó:

– ¿Qué sucedió?

– Un tipo entró por la puerta posterior cuando Papá contaba los ingresos del día, le apuntó a la cabeza con un arma y le exigió que le entregara el dinero. Papá John lo mandó a freír espárragos.

A pesar de las lágrimas, Tess dejó escapar una risita.

– Así era él. ¡Oh, Dane! No puedo creer que haya muerto.

– Todos en Nashville se sienten igual. Van a cremarlo, pero mañana a las diez habrá un servicio religioso en su memoria, y todos aquellos a quienes alguna vez ayudó cantarán ahí. ¿Crees que podrás venir?

– Tengo que hacerlo.

Llamó a Renee.

– ¡Oh, Tess! Lo siento tanto. Adelante, vete. Si no estoy ahí cuando te marches, llegaré pronto. Y no te preocupes por mamá.

Mary estaba muy afligida. Había pensado que Tess se quedaría un día más y se decepcionó cuando le dijo que tenía que marcharse. Cuando Tess bajó por última ocasión, con su bolsa de lona y su enorme bolso de cuero gris, Mary la esperaba al pie de las escaleras, con un gesto de auténtica tristeza. Habían quitado los puntos de la incisión hacía una semana y ya había cambiado las muletas por los bastones, lo que le permitía mucha más movilidad. Sin embargo, parecía que la pena la había inmovilizado cuando Tess la abrazó para despedirse.

– Promete que llamarás a mis hermanas siempre que necesites algo, ¿de acuerdo?

– No soy un bebé. No es por mí por quien estoy preocupada, sino por ti. Vas a conducir todo el camino con los ojos llenos de lágrimas.

– No lloraré todo el camino. Estaré bien.

– ¿Estás segura? -Mary la siguió pesadamente hasta la cocina y tomó una bolsa con un sándwich que estaba sobre la mesa-. Toma. Es sólo de jamón y queso, pero tal vez se te antoje comerlo en el camino.

"Son como doscientas calorías", pensó Tess; sin embargo, se dio cuenta de que lo que llevaba no era un sándwich de jamón y queso sino uno de amor.

– Gracias, mamá. Eso haré. Oye, no tienes que salir a despedirme -añadió Tess.

– Por supuesto que sí.

Mary siguió a Tess hasta la entrada de cemento. Ahí se quedó, equilibrándose con ayuda del bastón de aluminio mientras Tess guardaba su maleta, se colocaba los anteojos de sol, subía al automóvil y lo encendía.

– Te quiero, mamá -le gritó desde la ventanilla abierta.

– No tardes tanto en volver esta vez.

– No lo haré.

Tess pisó el acelerador, retrocedió por el callejón y se alejó.

No era nada más que un kilómetro y medio desde la casa de su madre hasta el centro del pueblo. Tess lloró todo el camino… en parte por la madre amorosa que dejaba atrás, en parte por la muerte de Papá John, pero también por ella misma, porque iba a dejar a Kenny Kronek.

La idea de marcharse sin decirle adiós hizo que Tess sintiera un dolor en el pecho. Se detuvo enfrente de su oficina, se quitó los anteojos de sol, se miró los ojos en el espejo y descubrió que el llanto había diluido su maquillaje. Se ocultó de nuevo tras los lentes oscuros, bajó del auto y se detuvo un momento para observar el edificio. La fachada era de madera pintada de gris, con una puerta de cristal que decía KENNETH KRONEK, CONTADOR PÚBLICO, y a cada lado había una ventana blanca con un macetero lleno de geranios rojos. Éstos parecían ser el toque de Faith.

Entró, y ahí se encontraba él, trabajando en un escritorio, más allá de la puerta abierta de una oficina privada que se extendía en la mitad trasera del estrecho edificio. En el frente, la secretaria no estaba en el escritorio de una pequeña recepción, lo que mostraba a las claras que Kenny se hallaba solo en el lugar.

Él levantó la mirada y los dedos se quedaron quietos sobre los botones de la calculadora. Ella se quitó lentamente los anteojos y lo miró mientras el tiempo se detenía. Por fin, él hizo el sillón hacía atrás, caminó hasta la puerta y se detuvo detrás de la silla vacía de su secretaria.

– Hola -dijo ella.

– Hola -respondió él, y ella se dio cuenta, por el tono grave con que pronunció aquella palabra, de que su presencia había generado en Kenny la misma inquietud que en ella-. ¿Qué pasa?

– Tengo que regresar a Nashville hoy. Sucedió algo imprevisto.

– Has estado llorando.

– Sí, pero ya estoy bien.

– Pasa a mi oficina.

– No -comenzó a revolver su bolso, en busca de algo que la distrajera de aquel terrible y absoluto dominio que él ejercía sobre ella-. Sólo quería que supieras que me marcho, para que se lo digas a Casey. Y quería darte mi tarjeta, para que…

El rodeó el escritorio y la sujetó de los brazos.

– Pasa a mi oficina, Tess.

Kenny prácticamente la arrastró hasta su dominio privado, cerró la puerta y quedaron uno frente al otro.

– ¿Qué sucedió?

– Han matado a un hombre que me ayudó a comenzar en este difícil negocio.

– ¿Quién era?

– Se llamaba John Walpole. Lo llamábamos Papá John.

– Lo siento, Tess.

– Mira, Kenny, tengo que irme -dijo ella en voz baja, tratando de evitar que se le quebrara-. Sólo quiero que le digas a Casey que lamento no haber podido hablar con ella antes de partir, pero aquí tienes mi tarjeta. Tiene mi teléfono privado, así que puede llamarme cuando guste. Y también quería decirte que cuando ella vaya a Nashville, la voy a cuidar muy bien. Siempre estaré cuando me necesite, Kenny, así que no tienes de qué preocuparse, de veras.

Ella vio la emoción reprimida en el rostro de Kenny, similar a la que Tess sentía. De pronto, se encontró entre los brazos de él… sin besarlo, pero recargada en el pecho de Kenny en un doloroso adiós.

– Voy a extrañarle -susurró él.

Tess cubrió los labios de Kenny con la mano.

– Esto fue sólo… una loca aventura en la recepción de una boda. Los dos estuvimos de acuerdo, ¿no es cierto?

Él la sujetó por la muñeca y bajó la mano para liberar la boca. Colocó la palma de Tess sobre su dolorido corazón mientras se miraban y se daban cuenta de que no había otro final posible.

– Sí -susurró él con tristeza-. Lo estuvimos.

Cuando se besaron, ella lloraba, y a Kenny le dolía tanto el pecho como si se hubiera roto una costilla.

Ella dio un paso atrás y el contacto se rompió, dejando que los brazos extendidos de Kenny cayeran inertes a los costados.

Ella abrió la puerta de la oficina y lo miró una vez más antes de marcharse de su vida para regresar a Nashville.

Capítulo ocho

Llegó a Nashville a las cinco menos cuarto y se dirigió a Music Row, al sureste del centro de la ciudad. Su casa podía esperar. En ese momento necesitaba llenarse de aquello que tanto había extrañado, la vitalidad y la energía que emanaba de esas doce calles al sur de Division, donde el negocio de producir discos creaba el latido de la ciudad de la música. Se sintió vigorizada al acercarse a su oficina. Una fotografía de Randy Travis, más grande que el tamaño real, le dio la bienvenida desde una pared de ladrillos rojos. Los turistas entraban y salían de las tiendas de recuerdos y subían por la rampa que llevaba al salón de la fama de la música country. A los lados de las plazas este y oeste de la música se alineaban las oficinas generales de todas las industrias relacionadas con el negocio de la música: estudios de grabación, compañías de producción de vídeos, compañías editoras de música y también agencias de contrataciones.

La oficina de Tess se localizaba en una antigua y espaciosa casa victoriana de más de cien años, en la plaza oeste de la música. En la entrada, una placa oval de latón anunciaba sencillamente: EMPRESAS WINTERGREEN. Había elegido ese nombre para recordarse lo lejos que había llegado.