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Una vez que la puerta trasera quedó cerrada, Tess permaneció en silencio.

Cuando terminó de comer, subió a tomar un baño en su tina de mármol para hidromasaje. Mientras estaba ahí, sentada, con los chorros de agua golpeándola, sonó el teléfono, y ella respondió el que estaba al lado de la bañera.

– ¿Hola? -dijo ella al tiempo que le cerraba al agua.

– ¡Hola, Mac! Soy yo, Casey.

– ¡Ah, Casey! -la embargó el gozo, y al mismo tiempo se dio cuenta de lo sola que se había sentido-. Por favor, espera un minuto nada más, ¿sí?

Salió de la tina, se envolvió en una gruesa bata de toalla blanca y tomó la llamada en el teléfono que tenía junto a la cama.

– ¿Casey? Oye, querida, siento haber tenido que marcharme de Wintergreen tan de repente, sin decírtelo.

– Está bien. Papá me dijo lo de tu amigo. Lo lamento, Mac.

– Sí, bueno, me alegra estar de vuelta y me mantengo ocupada. Eso evita que piense en muchas cosas.

– Espero que esté bien que te llame… me refiero a llamarte a tu número privado.

– Por supuesto que está bien, Casey; hazlo cuando quieras.

– Magnífico. Bueno, oye, sólo quería que supieras que pienso en ti. Muero de impaciencia por marcharme a Nashville. Ahora papá quiere decirte algo. Te llamaré pronto. Adiós, Mac.

Antes de que pudiera prepararse para recibir la impresión de oír su voz, ésta llegó por el teléfono, suave y baja.

– Hola -dijo él… nada más, sólo esa palabra. El corazón se le inundó con un torrente de emoción.

– Hola -se decidió a contestar por fin, sintiendo que el corazón le respondía a Kenny desde más de trescientos cincuenta kilómetros de distancia.

– ¿Llegaste bien a casa? -preguntó él.

– Sí, muy bien.

– Estaba preocupado por ti.

Había hombres que se preocupaban por ella todo el tiempo: su productor, su agente; pero a ellos les pagaba para que lo hicieran. A Kenny Kronek nadie le pagaba nada. Esa idea hizo que sintiera una opresión en la garganta.

– No debes preocuparse por mí, Kenny.

No hubo respuesta; luego, por fin, el sonido que hizo Kenny al aclararse la garganta.

– Estoy viendo la casa de tu madre y parece como si pudiera ir allá a verte.

– Kenny, eso ya no podrá suceder otra vez… no como… como fue el mes pasado.

– Lo sé -aseguró él en voz tan baja y desesperada que casi podía ver cómo hundía la barbilla contra el pecho. Transcurrió otro momento de silencio, lleno con deseos inútiles.

– Bueno, mira -dijo Tess-, la verdad es que estoy exhausta y mañana va a ser un día muy difícil, así que yo creo que será mejor que te dé las buenas noches.

– Por supuesto -contestó él abatido-. Bueno, cuídate mucho. Te extraño.

– También yo te extraño. Por favor, dale a Casey las buenas noches por mí.

Cuando colgó, permaneció en la cama, con el corazón apesadumbrado y el teléfono sobre el estómago. Dos lágrimas corrieron por las mejillas y las enjugó con un extremo del cinturón de su bata de toalla. Se preguntó si Faith habría ido esa noche a casa de Kenny. Suspiró, inclinó la cabeza, la apoyó en la cabecera de hierro forjado y cerró los ojos.

Por supuesto que no había respuestas, sólo la enormidad de sus obligaciones, el silencioso lujo de su casa y una gran confusión de sentimientos.

DESPIDIERON A PAPÁ JOHN, pero mantuvieron vivo su recuerdo: Tess McPhail y una lista de dolientes que parecía la de quién es quién en la música country: Garth, Reba y muchos más.

Al reunirse con sus compañeros cantantes una vez más, Tess observó que había estado ausente demasiado tiempo. Tenía mucha música que componer y trabajo que realizar… un trabajo que amaba. Era mejor que pusiera manos a la obra.

Y eso fue exactamente lo que hizo en los días que siguieron.

En su primer día completo en la oficina, tuvo una junta intensa de seis horas con su administradora de negocios, Dane Tully, para enterarse de todo lo que había sucedido desde que se marchó. Se reunió también con su gerente de giras, con el productor de la próxima y con su diseñadora de ropa para revisar los detalles del espectáculo antes de que comenzaran los ensayos. Jack Greaves y ella se reunieron con ejecutivos de la disquera para hablar acerca de la fotografía de la portada del disco, el diseño y las fechas en que se lanzarían los sencillos del álbum que tenían en preparación. Tuvo su junta trimestral con el contador y, además, con su asesor financiero. Firmó más de trescientos autógrafos en postales y fotografías publicitarias para los miles de fanáticos que las solicitaban diariamente por correo.

Luego comenzaron los ensayos para el concierto.

Bajó los tres kilos que había subido en Wintergreen. Llamaba a su madre sin falta todas las noches. Entonces, la invitaron a la graduación de Casey, pero pospuso su respuesta.

Burt volvió a llamar y ella por fin le dijo que ya no podía volver a verlo porque había conocido a alguien más. Luego, aplazó responder a la invitación de Casey una vez más, temerosa de que alguien pudiera responder el teléfono y ella se sintiera débil y emocionada por culpa suya.

POSTERGÓ ESA llamada hasta que le fue absolutamente imposible. Casey se graduaría el viernes por la noche. La tarde del martes de esa semana, Tess estaba agotada. Había tenido un día espantoso y cuando tomó el teléfono para llamar a la casa de Casey a las nueve de la noche, Kenny respondió, tal y como temía.

– ¿Hola?

Tal vez estaba trabajando demasiado. Por la razón que fuera, al oír la voz de Kenny se hizo pedazos. Sin la menor advertencia, comenzó a llorar.

– ¿Hola? -repitió Kenny en un tono aún más severo-. ¿Hola? ¿Hola? ¿Quién habla?

– Kenny… soy… soy Tess -logró decir.

– Tess, ¿qué sucede? -dijo. El cambio en su voz, de molestia a preocupación, fue inmediato.

– Nada -logró decir ella. Luego añadió-. Todo. No lo sé. Es sólo que ha sido un día terrible. Nada más.

– Tess -dijo él con tono tranquilizador-. Vamos, querida, te sentirás mejor si me lo cuentas. Puedes hablar conmigo.

Así que ella le contó todo. Admitió ante Kenny que su imperio comenzaba a ser más de lo que podía manejar sin delegar su control personal; sin embargo, había tantas historias acerca de superestrellas que perdían toda su fortuna y se arruinaban a causa de los malos manejos administrativos…

– No permitiré que eso me suceda -manifestó-. Y la manera más segura de que ocurra es ceder el control. Por eso vigilo todo con tanto cuidado.

– Tienes que aprender a delegar -dijo Kenny-. ¿Alguna vez se te ha ocurrido que al no confiar más en tus empleados los menosprecias?

Ella sabía que él estaba en lo cierto… también sabía que la mayor parte de la gente no hubiera tenido la osadía de decirle algo así a Tess McPhail, por ser quien era.

– ¿Cómo es que sabes tanto, señor Kronek? -preguntó. Ya se sentía mucho mejor.

Él rió entre dientes.

– Porque manejo una oficina de dos personas con una rutina tan monótona que la última vez que alguno de los dos sorprendió al otro fue cuando mi secretaria salió del baño con el dobladillo de la falda atorado accidentalmente en la cintura de sus medias.

Tess soltó una carcajada que hizo que Kenny también se riera, y pasaron un buen momento, dejando que el sonido viajara por más de trescientos kilómetros de cable telefónico. Cuando callaron, Tess suspiró con franco alivio.

– Dios, me siento mucho mejor.

– Por supuesto que sí -dijo él con cierta presunción-. Soy bueno para ti.

– Eso es cierto, Kenny. Demasiado bueno -disfrutaron de la idea unos instantes antes de que ella continuara-. En realidad llamé para hablar con Casey. Recibí la carta donde me dicen que se graduará y la invitación para la fiesta del sábado. Quisiera asistir, pero temo que no podré.