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– Yo también quisiera que estuvieras aquí.

Tess se llevó una mano a la frente.

– ¡Dios mío! ¡Cómo te extraño, Kenny! No sé, pero siento como si un trozo del corazón se hubiera quedado en Wintergreen cuan do partí. Nada es igual desde que regresé a Nashville. Sin embargo, moriría sin esto, Kenny. Es toda mi vida. Y aún así, también estoy muriendo sin ti. Estoy muy confundida.

– Tal vez has descubierto que me amas, Tess -repuso él-. ¿Acaso alguna vez lo has pensado?

– Sí, pero no estoy segura. Me da miedo. Y de cualquier manera, es tonto, porque yo estoy aquí y tú allá, tú tienes tu negocio y yo mi carrera. Cualquiera con algo de cerebro podría darse cuenta de que lo que tenemos aquí es un empate logístico. ¿Qué te parece si nos damos las buenas noches y me pasas a Casey? Podemos hablar sobre esto en otro momento.

– Bueno -respondió Kenny. Tess oyó que dejaba el teléfono y luego lo escuchó llamar-: ¡Casey, es Tess!

Casey le respondió rápidamente, con gran alegría y exuberancia en la juvenil voz.

– ¡Hola, mujer! ¡Estaré allá en menos de una semana!

– Lo sé. Estoy ansiosa. Sin embargo, no podré asistir a tu fiesta del sábado. Lo siento, cariño.

– ¡Oh! ¡Qué mal! Bueno, ya lo sabía -aseguró Casey alegremente-. Pero de todas formas quise enviarte la invitación.

– He pensado en algo que puedo mandarte como regalo de graduación, aunque tendrás que mantenerlo en secreto.

– ¿Qué es?

– ¿Qué te parecería oír las canciones de mi nuevo álbum antes que nadie que no sea de Nashville?

– ¡Oh, Dios mío, Mac! ¿Hablas en serio? ¿De veras me vas a enviar la grabación?

– Me encantaría que las escuches, pero tienes que prometerme que no dejarás que nadie más oiga la cinta. ¿Me lo prometes?

– ¿Ni siquiera papá? -Casey parecía decepcionada.

– Bueno, tal vez tu papá sí, pero nadie más. ¿De acuerdo?

– Te lo prometo, Mac.

– Entonces está bien. Te veré el próximo lunes, y tú y yo celebraremos tu graduación cuando llegues.

– ¡De acuerdo! ¡Seis días!

– Seis días. Te veré entonces.

Capítulo nueve

La tarde en que esperaba a Casey era cálida y brillante. El ama de llaves había tomado libre el fin de semana del día en que se celebra a los caídos en la guerra, así que Tess tenía la casa para ella sola. Había escogido la alcoba azul claro para Casey. Los muebles eran de madera de pino, y la cama tenía una enorme y mullida colcha a cuadros azules y blancos. Tess revisó la habitación. Luego encendió el sistema de sonido y dos luces en el cuarto, sólo para darle esa sensación de bienvenida.

A las dos y media, un Ford Bronco rojo se detuvo en la entrada y Casey bajó. Tess abrió de un tirón la puerta del frente.

– ¡Querida! ¡Ya estás aquí!

Casey se lanzó a los brazos acogedores, y después de unos minutos, Tess le preguntó:

– ¿De dónde sacaste el Bronco?

– Papá me lo compró como regalo de graduación. ¿Puedes tú creer semejante cosa?

– Es muy hermoso. Vamos, te mostraré el lugar; luego bajaremos tus cosas y las llevaremos a tu habitación.

En cuanto vio la sala, Casey se detuvo y exclamó arrastrando las palabras con su mejor acento de Missouri:

– ¡Oh, Dios! Nunca había visto nada tan hermoso en toda mi vida. ¿Vives aquí?

– Así es.

Casey siguió a Tess hasta el comedor, cuyo techo formaba el balcón del segundo piso que quedaba sobre la sala. Enseguida fueron a la cocina y salieron por las puertas francesas hasta el porche cubierto, desde donde podían ver el área de la piscina, que estaba abajo. Luego Tess le mostró su estudio, regresaron al frente de la casa y subieron por la escalera curva a la planta alta.

Ante la puerta abierta de su propia alcoba, Casey se detuvo y le preguntó:

– ¿Quieres decir que me quedaré aquí?

– Es tu habitación. Y ése es tu baño.

– ¿Mí propio baño? -Casey entró como si se tratara de un santuario y se detuvo en la puerta, atisbando en dirección a la bañera de mármol y el largo tocador-. Quisiera que papá pudiera ver esto -dijo-. No lo creería -regresó a la habitación y se puso a revisar los controles que estaban en la pared, a un lado de la cama-. ¿Qué es todo esto?

– Un sistema de sonido -la voz de Trisha Yearwood flotaba suavemente desde la bocina.

– ¿Por qué no toca tu última grabación?

– Puedo ponerla cuando quiera.

– Bueno, hazlo -mientras bajaban la escalera, Casey dijo-: Oye, me encantó tu nuevo álbum. Y a papá también. Muchas gracias por enviármelo.

Tess colocó la cinta y Casey ordenó:

– Sube el volumen.

Cantaron juntas al descargar el Bronco, cuando llevaron las cosas de Casey a la planta alta y mientras colgaban la ropa en el clóset. La cinta se acabó y Casey gritó:

– ¡Ponla de nuevo! ¡Me encanta!

Tess estaba en la cocina, sacando unas enchiladas de pollo que María le había dejado en el refrigerador. Casey entró y dijo:

– ¿En qué te ayudo?

– Prepara un poco de agua.

El sistema de sonido llegaba también a la cocina, así que cantaron juntas mientras preparaban la comida y se sentaban a comer.

La gran idea se le ocurrió a Tess cuando todavía le faltaba terminar de comerse media enchilada: Casey se sabía, palabra por palabra, cada una de las canciones de la cinta. Se olvidó de la enchilada y fijó la vista en Casey.

– Te sabes cada palabra, ¿no es cierto?

– Sí, supongo que sí.

Una idea extraña, fortuita y emocionante había asaltado a Tess, pero era demasiado pronto para hablar de ella. "¡Vaya!", se dijo. "Debes esperar. Todavía no la escuchas en el estudio", pensó. Pero sin Carla, Tess necesitaba una reemplazante para la gira que comenzaría a finales de junio.

Casey frunció el entrecejo.

– ¿Qué sucede? -preguntó.

Tess se relajó y respondió:

– Nada. Es sólo que eres sorprendente; ¡memorizaste esas canciones tan de prisa!

– ¡Pues claro que sí! Me sé la letra de todas tus canciones. He escuchado tus álbumes desde antes de que los hicieran en disco compacto.

Tess decidió dejar el tema por el momento.

– Vamos -la invitó, y se levantó-. Es probable que quieras un poco de tiempo para descansar, tal vez te agrade nadar un poco.

– ¿Nadar? ¡Vaya, será estupendo! Pero primero tengo que llamar a papá. Le prometí que lo llamaría en cuanto llegara.

Casey usó el teléfono portátil de la cocina y Tess la oyó mientras limpiaba la mesa. Casey informó a su padre que había llegado bien, pero después añadió:

– Oye, papá, deberías ver este lugar. Es como un palacio. Tengo mi propio baño e incluso hay una piscina. ¡Es verdaderamente grandioso papá!

La animada conversación continuó durante un par de minutos; luego Casey dijo:

– Sí, aquí está. Oye, Mac, papá quiere hablar contigo.

Tess tomó el teléfono que le ofrecía Casey.

– Hola Kenny -dijo, y trató de parecer tranquila. Esa era la primera vez que hablaban desde que habían tenido aquella pequeña discusión en el teléfono.

– Hola, querida -comenzó él, y el corazón de Tess se desbordó de alivio-. ¿Sigues enojada conmigo?

– No.

– Bueno, así está mucho mejor. A mi hija le gusta tu casa. Parece que es de las que aparecen en la conocida revista de Estilos de vida de ricos y famosos.

– Supongo que así es. Por cierto, es muy lindo el Bronco que le compraste a esta muchacha.

– Lo llenó hasta el techo. Ya sabes cómo son las adolescentes. Casey se había marchado a la sala, así que Tess preguntó:

– ¿Cómo estás, Kenny? Ahora que ella no está contigo, ¿cómo te sientes?