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El esperó un instante antes de responder.

– Es el peor día de mi vida.

Ella sintió una oleada de comprensión.

– Puedo imaginarlo. ¿Está Faith contigo?

– No, esta noche no. Estaba pensando en ir a visitar a Mary. Quizá quiera jugar una mano de cribbage o algo así.

– A mamá le encantará. Bueno, escucha, tengo que irme. Tal vez Casey y yo nademos un rato. Estoy segura de que te llamará de nuevo mañana, después de la sesión de grabación, para contártelo todo. Te la voy a pasar para que te despidas.

– Tess, espera -la detuvo Kenny. Casey estaba al lado de Tess, esperando tomar el teléfono, cuando él dijo de pronto-: Te amo.

Tess se quedó inmóvil, mirando a Casey mientras las palabras de Kenny hacían que casi se detuviera el corazón de ella. Así nada más, cuando menos lo esperaba… te amo. Permaneció quieta, sujetando el teléfono, incapaz de contestar con las mismas palabras. Trató de encontrar una respuesta adecuada.

– Creo que lo dices nada más porque te sientes solo, Kenny.

– ¿Está oyendo Casey?

– Sí. Está aquí mismo.

– Muy bien. Entonces espero que la próxima vez puedas decirlo tú también.

Casey frunció el entrecejo y susurró a Tess:

– ¿Qué pasa?

– Nada -respondió ella, y le entregó el teléfono.

Era desgarrador tratar de ocultar sus exaltadas emociones frente a Casey. Nadaron y conversaron acerca del día siguiente, y Tess respondió a las preguntas de Casey sobre cómo era trabajar en un estudio de grabación. Se acostaron casi a las once, y sólo entonces, cuando Tess estaba tendida en la cama, bien despierta, pensó en lo que Kenny le dijo. Sacó de su memoria aquellas palabras, como piedras preciosas, y se preguntó si en realidad sería amor el terrible vacío que marcaba cada uno de los días que pasaba sin él, la sensación de júbilo que la embargaba al oír su voz al otro extremo del teléfono.

Oye, Kenny, tal vez también yo te amo.

LA TARDE SIGUIENTE, eran las dos menos cuarto cuando llegaron a Sixteenth Avenue Sound, un bungaló remodelado cerca del Musie Row. Tess guió a Casey por el vestíbulo hasta una habitación con sofás y mesas, pero sin ventanas. Se oía música country en unas bocinas que no se veían.

– Vamos. Te presentaré con Jack -dijo Tess.

Jack Greaves se hallaba en la consola, en el cuarto de control. A su lado, el ingeniero de sonido decidía cuál de las cincuenta y seis pistas iba a usar, mientras que su ayudante estaba sentado cerca, colocando una cinta en la grabadora. A través de un ventanal inmenso podía verse el estudio de grabación, donde algunos músicos estaban afinando y tocando escalas. Un par de ellos notó que Tess había llegado y la saludaron con un gesto.

Ella se inclinó, presionó el botón del intercomunicador y dijo:

– ¡Hola, chicos!

Jack, un hombre delgado, de estatura regular, se volvió en la silla giratoria. Aunque sonrió, le dio un beso a Tess en la mejilla y le estrechó la mano a Casey cuando se la presentaron, era claro que su mente estaba puesta en el negocio. Como productor de discos, controlaba la sesión, que le estaba costando mucho dinero a Tess. Él ganaba más de treinta mil dólares por proyecto; el alquiler del estudio era de casi dos mil dólares diarios; el ingeniero de sonido ganaba ochenta dólares la hora, y su asistente veinticinco, los músicos del estudio, quinientos dólares cada uno por cada tres horas de sesión. Si ese día trabajaban durante seis horas, el costo de la sesión ascendería a más de diez mil dólares.

Jack no quería perder el tiempo.

– ¿Quieres una caja o dos, Tess?

– Yo creo que será mejor una. Tal vez sea más sencillo para Casey la primera vez.

– ¿Qué es una caja? -susurró Casey.

– La cabina de grabación, ¿ves? -ella señaló a través de la ventana un par de puertas que llevaban a dos diminutas habitaciones de paredes negras-. Son cabinas aisladas para evitar que las pistas se mezclen. Podemos usar una o dos, pero hasta que nos acostumbremos a cantar juntas creo que es mejor que usemos sólo una. A veces se obtiene una mejor sinergia manteniendo un contacto ocular cercano.

Los músicos siguieron afinando y, ocasionalmente, tocaban partes de melodías para calentar, entre dieciséis y veinte compases que luego terminaban en risas.

– ¿Qué dices, Tess? ¿Examinamos las gráficas y escuchamos la cinta de muestra? -preguntó Jack.

Entonces, los músicos salieron del estudio y se acomodaron en el cuarto de control; Casey se veía radiante cuando la presentaron con cada uno de ellos.

El pianista repartió copias de las "gráficas": un sistema que se usa en Nashville para transcribir los acordes al papel, y que sirve como guía para los músicos de la sesión, que algunas veces no saben leer las notas musicales. Casey estuvo atenta a la rápida explicación de Tess. Se mencionaron las claves. Se indicó con números cuántas líneas se tocarían en esa clave. Una V indicaba verso, la C significaba coro y la P era puente. Era como observar el armazón de una casa antes de que se añadieran los muros: toda la estructura de la canción estaba ahí, esperando a que los músicos le dieran su toque muy personal, con todas las improvisaciones que quisieran. El asistente del ingeniero puso la cinta de muestra, y Casey requirió menos de media canción para comprender la gráfica.

La grabación terminó y los músicos la aprobaron.

– Linda canción. ¿La escribieron juntas? Esta sí va a pegar.

– ¿En qué clave la tocaremos, Tess?

– En fa -respondió ella.

Todos escribieron "fa" en la parte superior de su gráfica, y los músicos regresaron al estudio, donde se sentaron a oír la muestra varias veces mientras ensayaban con sus instrumentos, buscando su manera propia de interpretar la canción.

– Vamos -dijo Tess por fin-. Entremos -condujo a Casey a través del estudio hasta una de las cabinas de grabación. Tenía dos micrófonos y dos atriles. Sobre cada atril pendía un pequeño par de audífonos.

– Hagamos una revisión de sonido -dijo el ingeniero, y las dos se colocaron los audífonos.

Después de varios minutos de ruidos y agitación, Jack Greaves dijo por el intercomunicador:

– Muy bien, escúchenme todos. ¿Qué les parece si lo intentamos una vez?

El percusionista dio la señal de costumbre y comenzó la introducción. Tess vio cómo se iluminaba el rostro de Casey al oír la mezcla de instrumentos que salía por los audífonos. Sus dos diferentes tesituras de voz se mezclaban como chocolate terso y áspera nuez: era una combinación dulce al oído, y Tess supo, sin la menor duda, que ella y Casey harían muchas, muchas canciones juntas. La muchacha era buena. Tenía un instinto natural para elegir las palabras que debía cantar y cuáles no, qué armonía sonaba mejor, cuándo hacer un crescendo y cuando rezagarse.

Terminaron la primera interpretación y Jack dijo por el intercomunicador:

– Se oye bien, señoritas. ¿Qué les parece si repetimos la última nota del segundo verso sobre el solo de Mick un par de compases, y luego lo desvanecemos?

Y así continuaron. La calidad del talento en el estudio hacía que el trabajo fuera inventivo y vivaz, conforme la canción comenzaba a tomar forma. Después de la segunda interpretación, que sonó mucho mejor que la primera, Jack dijo:

– De acuerdo, muchachos, ¿qué les parece si grabamos una?

Una vez que terminaron y grabaron la canción, todos se apiñaron en el cuarto de control para escucharla. Cada uno en la habitación llevaba el ritmo, ya fuera con el pie, la cabeza, una mano o la pierna.

La melodía terminó y empezaron los comentarios.

– Es buena.

– Aquí tenemos una balada fresca y con corazón.

– Es la manera perfecta de comenzar una carrera, Casey.

– Es hora de tomar algo -dijo Greaves-. Continuaremos a las siete en punto.