– Bueno, veré cómo se comporta mi cadera. Es un vuelo muy largo, ¿sabes?
Seguía con la misma respuesta el día en que Tess salió para Los Ángeles en su jet Hawker Siddeley privado, acompañada por Casey.
LA NOCHE ANTES de que Kenny volara a Los Ángeles, él y Faith se reunieron para jugar a las cartas. El grupo de bridge se reunía en la casa de Faith y, a las diez, ella sirvió tarta caliente de durazno à la mode. A las once menos cinco todos se habían marchado menos Kenny. Él la ayudó a limpiar la cocina y a guardar la mesa de juego. Metió las cuatro sillas metálicas plegadizas detrás de los abrigos en el clóset de la entrada y regresó a la cocina, donde la encontró guardando los tenedores y las cucharas de lujo en la alacena.
– Kenny -dijo ella, examinando cada utensilio antes de colocarlo en el interior de una caja forrada con terciopelo rojo-, tal vez debamos hablar acerca del error que estás cometiendo.
– ¿Error?
– No nací ayer, Kenny. Sé bien por qué no me pediste que te acompañe a Los Ángeles -cerró la caja y permaneció de pie, mirándolo-. Me di cuenta en el momento en que comenzaste a enamorarte de ella; pero, Kenny, piénsalo. ¿Qué hará contigo una vez que todo termine?
El reflexionó un momento y luego respondió con sinceridad.
– No lo sé.
El hecho de que admitiera su culpa tan pronto, sorprendió mucho a Faith. Ella más bien esperaba que negara cualquier relación con Tess.
– ¿Estás dispuesto a dejar todo lo que tenemos para continuar esa relación sin esperanza? -preguntó.
– ¿Todo lo que tenemos? ¿Qué tenemos Faith?
– Tenemos ocho años de fidelidad -replicó con cierto temor en la voz-. Al menos yo te he sido fiel.
– ¿Y cuántas veces hemos hablado de casarnos y hemos decidido que es mejor no hacerlo?
– Pensé que te gustaba nuestra situación tal como está -ella dio un paso para acercarse a él-. No quiero perderte Kenny. Y es lo que sucederá si vas a Los Ángeles.
Él mostró la primera señal de que estaba molesto.
– Faith, nos hemos convertido en algo conveniente el uno para el otro. Nos hemos estado encaminando hacia este día desde hace ocho años. No quiero ser un anciano de setenta que haya estado saliendo contigo durante la mitad de su vida.
Ella se irguió.
– Bueno, me doy cuenta de que no cambiarás de opinión.
– No -respondió él en voz baja-. Creo que la amo, Faith.
– ¡Oh, no seas ridículo! -replicó ella en el tono más despreciable que hubiera empleado con él.
– ¿Crees que soy ridículo?
– ¿Piensas que una mujer como ésa se enamoraría de un hombre como tú? ¿No te parece un poco ridículo, Kenny? ¿Y te has detenido a pensar por qué de pronto se ha interesado tanto por Casey? ¿No crees que tal vez la esté usando para atraparte? -se detuvo un momento para darle dramatismo a sus palabras-. Así que cuando termine contigo, también habrá terminado con Casey.
Kenny mantuvo su furia bajo un rígido control.
– ¿Sabes, Faith? Tú y yo casi nunca hemos discutido, pero en este momento en verdad me estás enfureciendo. Así que antes de que diga algo que luego lamente, me marcho de aquí -se dirigió a la puerta y le dijo por encima del hombro-: Me iré a Los Ángeles mañana. Estaré allá tres días. Tal vez mientras estoy fuera debas ir a buscar tu ropa, sacarla de mi casa y dejarme la llave en la mesa de la cocina.
Ella miró estupefacta cómo él empujaba la protección de la puerta con las manos y la dejaba cerrarse de golpe a las espaldas.
– Kenny -lo llamó al tiempo que corría tras él-. ¡Kenny, espera! ¡No te vayas!
– Tengo que hacerlo, Faith -respondió él sin volverse.
Capítulo diez
El concierto de Anaheim comenzaría a las ocho de la noche. A las siete, la parte posterior del escenario en Arrowhead parecía la plataforma de lanzamiento en la NASA: un caos para quien no sabía cómo funcionaba aquello, pero orden para el ojo entrenado. Por todas partes había técnicos que tendían cables y hablaban con sus walki-talkies. El telón estaba cerrado. A los lados del escenario había inmensas bocinas negras apiladas una sobre otra, como un edificio alto, y en cada punto de la oscuridad, pequeñas luces rojas salpicaban la escena.
A la derecha del escenario, entre los telones, había un corredor que llevaba a una habitación grande sin ventanas, totalmente cubierta con cortinajes blancos. Junto a una pared había una larga mesa con un arreglo de enormes azucenas blancas. También había bebidas heladas y una docena de bocadillos distintos, fruta fresca y café caliente.
Media docena de reporteros pululaban en un rincón. Dos largos sofás blancos estaban vacíos, pero de pie, cerca de ellos, se encontraban los ejecutivos de la compañía disquera MCA y sus esposas. Una mujer que llevaba una tablilla con sujetapapeles entró, miró a su alrededor y volvió a salir. Una chica diferente… más joven, que llevaba un vestido negro de cuero, tacones altos de aguja y un cinto de diamantes de imitación que le caía por debajo de la cadera, se acercó a la mujer con el sujetapapeles y la saludó.
– Hola, Casey -sonrió la mujer-. Pasa.
Las cortinas de las paredes sólo se veían interrumpidas por una puerta. En ella había una pequeña placa de latón que decía MAC. Casey llamó y metió la cabeza.
– ¿Me permites entrar?
Tess estaba sentada al tocador mientras le hacían los últimos arreglos a su peinado. Tenía el rostro maquillado para el escenario: una aplicación con brochas y diferentes colores que había tardado treinta y cinco minutos. Las pecas habían desaparecido, cubiertas por una base color alabastro. La línea de los labios era perfecta: ligeramente alargada y favorecedora. Los ojos, sombreados y delineados, adquirieron un brillo de bienvenida al ver la imagen de Casey en el espejo.
– Por supuesto. ¡Oye, luces sensacional!
– También tú.
Tess siguió a Casey con la mirada.
– ¿Tienes miedo? -le preguntó y sonrió un poco.
– Muchísimo.
Tess rió y eso alivió un poco la tensión.
– Está bien. Cuando estés en el escenario lo olvidarás.
– Lo sé. ¿Ya supiste algo de papá?
– Todavía no -"¿Dónde estás Kenny? ¿Dónde estás?", pensó.
– ¿Crees que Mary venga con él?
– No tengo la menor idea. Ella se negó rotundamente a comprometerse.
Por fin, Cathy, la artista del maquillaje, dijo:
– Ya está listo el maquillaje, y el peinado también. Ahora sólo falta el traje.
Tess se levantó y Cathy retiró de una percha un traje de pantalón de raso blanco. Se quitó la bata y se lo puso. Estaba adornado con una línea de lentejuelas claras a los lados de las perneras. La chaqueta estaba cubierta por completo con el mismo tipo de lentejuelas y lanzaba destellos cada vez que Tess se movía.
– Aretes -dijo Cathy, y le entregó a Tess un par elaborado con plumas blancas salpicadas con las mismas lentejuelas iridiscentes.
Luego Cathy sacó un par de zapatillas que hacía juego con el traje. También brillaban cuando Tess caminaba.
La mujer del sujetapapeles asomó la cabeza.
– Veinte minutos -dijo.
"Veinte minutos. ¿Dónde podrá estar?," se preguntó Tess. Luego pareció como si todos entraran al mismo tiempo: las otras cantantes del coro, todas con vestidos negros de cuero:
– Sólo queríamos desearte que te rompas una pierna, querida Mac -que es la manera de desearse buena suerte entre la gente de teatro de Estados Unidos.
Y el publicista de Tess también llegó:
– Tenemos afuera a la prensa y a algunas personas de la MCA que están esperándote, así que cuando estés lista…
– Muy bien, allá voy. Cathy, hay algo que me raspa en la nuca. ¿Quieres ver qué es?