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el mismo reloj en la cocina antigua y destartalada,

mamá no quiere reemplazar nada.

Mamá está bien.

No puede cambiar.

Cómo cambiamos

cuando crecemos.

Y reordenamos

lo que sabemos.

Me han contado cosas del chico de al lado,

él es de mi ayer, parte del pasado,

por años el destino nos ha separado,

Y en sólo una noche mi alma se ha robado.

Despídete.

No debes llorar.

La chica del pueblo de nuevo se aleja,

y mira llorosa la cocina vieja.

Siente que ha arreglado algo en su interior,

y triste susurra triste, mamá, quédate así, por favor.

Debe volver.

Pues hay más que aprender.

Cuando la canción terminó, la respuesta del público fue atronadora. El resto del concierto pareció casi un anticlímax. Cantaron otras dos canciones a petición del público, y cuando el telón bajó y las luces se encendieron, Tess se sentía victoriosa. La adrenalina corría aún por sus venas cuando los guardias la escoltaron a la misma habitación con cortinas blancas, donde ciento veinticinco personas habían sido invitadas a una recepción con champaña. Llevaron a Tess directo a su vestidor, donde Cathy la esperaba para quitarle la falda y reemplazarla con un traje sastre de pantalón y una blusa de seda. Secó el rostro acalorado de Tess, le aplicó color en los labios con una brocha y dijo:

– Ya estás lista para tu público.

Ella estaba interesada sólo en dos miembros de su público esa noche, y cuando salió, los encontró de inmediato con la mirada. Mary estaba sentada en uno de los sofás blancos; Kenny le daba una copa de champaña; Casey estaba de pie a su lado con dos platos de comida.

Tess fue hacia ellos.

– ¡Hola, mamá! -saludó y se inclinó a besar a su madre.

– ¡Oh! ¡Cariño, aquí estás! ¡Qué gran concierto! Me alegra que este muchacho me haya obligado a venir.

– También a mí me da gusto -pasó el brazo por la cintura de Kenn y le sonrió.

Él la miró a los ojos y dijo en voz baja, de una manera que excluía a todos los demás:

– Estoy impresionado -fue su comentario lacónico, pero era todo lo que ella necesitaba para atesorar en sus recuerdos aquel momento inolvidable.

Pero había algunas personas a las que debía atender, así que ya pasaba de la medianoche cuando terminó de cumplir con sus obligaciones, y los cuatro se marcharon por la puerta de atrás para abordar la elegante limosina que los esperaba. Tess se dejó caer al lado de su madre, mirando hacia el frente; Casey y Kenny se sentaron frente a ellas, dándole la espalda al conductor.

Casey todavía estaba muy emocionada. Parloteaba y hacía reír a todos. Kenny la rodeó con el brazo durante el trayecto. Mary comenzó a dormitar pronto. Tess dejó que Casey condujera la charla, y se dedicó a contemplar a Kenny. El estiró una pierna y, deliberadamente, tocó el tobillo de Tess con el borde de la pernera de su traje negro. Ella descansó la cabeza en el respaldo del asiento, unida a él por aquel tenue lazo.

Era más de la una de la mañana cuando atravesaron el vestíbulo del hotel y tomaron el ascensor hasta el cuarto piso, donde dejaron a Mary en su habitación.

– ¿Estás en este piso? -le preguntó Mary a Tess.

– No. Casey y yo estamos en el sexto.

– Y yo estoy aquí, al otro lado del pasillo, frente a la habitación de Mary -dijo Kenny-, pero las acompañaré arriba, señoritas.

Le dieron las buenas noches a Mary y, cuando la puerta se cerró, los tres subieron en el ascensor hasta el sexto piso, donde llegaron primero a la puerta de Tess. Kenny la besó en la mejilla y le dio las gracias. Luego Casey le dio un cálido abrazo.

– Nunca olvidaré esta noche, mientras viva. Gracias de nuevo, Mac -le dijo.

Cuando la puerta de Tess se cerró, Kenny llevó a Casey un poco más adelante por el pasillo, la vio entrar en su cuarto y tomó el ascensor para volver al cuarto piso.

EN SU HABITACIÓN, Kenny colgó el elegante saco de su traje de etiqueta, se quitó la corbata de moño y la faja, se refrescó el rostro y se sentó a leer una revista cualquiera. Le daría diez minutos antes de regresar.

Habían pasado seis minutos cuando se dio cuenta de que no había leído una sola palabra. Lanzó la revista a un lado, se levantó de pronto y se guardó la tarjeta llave en el bolsillo; apresurado, se dirigió a la puerta.

Cuando tocó el timbre de la puerta de Tess, era la una veintisiete de la mañana. "Es una hora un poco extraña para cortejar a una chica", pensó.

La puerta se abrió y ahí estaba ella. Recién bañada, descalza y con una enorme bata blanca; el cabello húmedo se rizaba en torno de un rostro limpio y brillante.

– Pensé que nunca llegarías -dijo ella sencillamente. Y él entró y cerró la puerta a sus espaldas sin siquiera mirar. Su abrazo fue una colisión; el primer beso, una acción desesperada… dos personas hambrientas, tratando de compensar el tiempo que permanecieron separadas.

– Pensé que moriría antes de poder hacer esto -dijo ella entre los pliegues de raso del beso-. Toda esa gente…

– Y esto es lo único que quiero hacer -él volvió a encontrar sus labios y los besó, sin contenerse en lo absoluto. Las manos de Kenny trataron de desatar el cinturón, pero ella lo detuvo y lo miró a los ojos.

– Primero tengo que saber lo que sucede entre Faith y tú.

– Le pedí que sacara sus cosas de mi casa -dijo él sin expresión alguna-. Todo ha terminado entre nosotros.

– ¿De veras? ¿Es verdad?

– Nunca te mentiría, Tess. No sobre ese asunto -luego añadió-: Sobre nada.

– Te extrañé tanto -dijo ella.

– Yo también te extrañé -aseguró él.

Ella apoyó la frente contra la barbilla de Kenny y pudo sentir su aliento sobre el cabello despeinado.

– Llévame a la cama, Kenny -susurró.

Él se llenó de asombro al recordar y comparar quién había sido ella antes: la Tess de su pasado. Y en quién se había convertido: ahora era Mac, la superestrella. Y de quién era éclass="underline" el hombre al que ella quería tanto como él a ella.

La tomó en brazos y se dirigió al dormitorio. Tess le echó los brazos al cuello.

Él sonreía cuando llegaron a su destino y la bajó al pie de la cama. Levantó las manos hacia él y los dos cayeron de espaldas en un movimiento rápido, besándose tiernamente, y luego con más pasión, cuando una fuerza primitiva tomó el control.

Él se arrodilló junto a ella y Tess extendió la mano para tocar el cabello de las sienes; tenía la necesidad de decirle a aquel hombre algo que no le había dicho a ningún otro.

– Kenny, deja que te lo diga ahora. Te amo.

Le fascinó la expresión que apareció en el rostro del hombre: alegría e incredulidad.

– Dilo de nuevo, Tess.

– Te amo -repitió ella con gran emoción.

Él volvió el rostro sobre la palma de Tess y la besó.

– Yo también te amo -susurró, y juntos terminaron lo que habían comenzado una oscura noche de primavera en el césped del patio, junto a los grillos.

MÁS TARDE, YACÍAN a la luz de la lámpara, cansados, pero sin querer admitirlo, tratando de no perder un solo minuto de esa hermosa noche. Tenían los rostros muy juntos, compartiendo una sola almohada.

– Kenny Kronek -comentó ella-. El chico de al lado. ¿Quién lo hubiera dicho?

– Yo no -aseguró él con los ojos cerrados-. Ni en un millón de años. No con Tess McPhail.