– Soy de carne y hueso, como cualquier persona.
– No. No eres como cualquier persona -abrió los ojos-. No para mí. Te he amado durante tanto tiempo que no recuerdo cuándo no lo hice.
– ¡Oh, Kenny, lo siento! No puedo decir lo mismo, pero acabo de descubrir, esta primavera, lo maravilloso que eres; y aun así me resistía a enamorarme de ti -pasó la punta del dedo por el labio inferior de Kenny y lo acarició con suavidad.
– ¿Por qué?
– No lo sé -dijo encogiéndose de hombros-. Supongo que tenía miedo.
– ¿Estás tratando de decirme que nunca te habías enamorado?
– Nunca tuve tiempo. Tenía que ir a muchas partes, tenía que lograr mis metas -sin darse cuenta le acariciaba el pecho-. Es curioso. Solía pensar que mi vida era plena, pero nunca supe cuánto me engañaba. Pensé que lo tenía todo, hasta ahora.
Permanecieron un momento quietos, sintiéndose afortunados, satisfechos y muy renuentes a separarse. Pasarían juntos el siguiente día, pero después él volvería a Wintergreen. ¿Y luego qué?
Kenny fue el primero en hablar de ello.
– ¿Crees que funcionaría si nos casáramos? Ella reaccionó sin la menor sorpresa.
– No lo sé; también lo he estado pensando.
– Es en lo único en que yo he pensado, pero hay muchos asuntos por resolver.
– ¿Dónde viviríamos? -preguntó ella.
– En Nashville.
– ¿Y en Wintergreen?
– ¿A qué te refieres? No podemos vivir en ambos sitios.
– ¿Por qué no? Podemos darnos ese lujo. Podemos usar tu casa siempre que vayamos a visitar a mamá; pero, ¿y tu negocio? -preguntó ella.
– Lo venderé y me haré cargo de los tuyos.
– ¿Lo harías? -ella se hizo para atrás y lo miró fijamente.
– Se me ocurrió un día en que hablábamos por teléfono y me decías de cuántas cosas te ocupas. Pensé: “¡Qué diablos! Yo podría hacer eso por Tess." Soy contador público. ¿Quién mejor para manejar tus asuntos financieros?
Ella se sentó y lo miró sorprendida.
– ¿Te refieres a que lo harías? ¿En realidad dejarías tu negocio para casarte conmigo?
– Por supuesto que sí. Piénsalo. Tú le pagas a alguien por realizar un trabajo que yo hago todo el día. ¿Por qué no hacerlo para ti y volver tu vida más fácil?
Ella lo pensó. Parecía demasiado bueno para ser posible.
– Pero te confieso -dijo ella lentamente- que no quiero tener hijos propios. Mi carrera es demasiado importante para mí.
– Entonces Casey puede ser tu hija. Es perfecto -le besó la cabeza y cerró sus cansados ojos.
En ese momento, Tess imaginó a Casey como su hija y verdaderamente la idea le encantó.
– Quiero que veas mi casa. Es muy hermosa. ¿Cuándo puedes ir a verla, Kenny? -al no obtener respuesta se dio cuenta de que él se había dormido. Sonrió, se estiró sobre él y apagó la luz; luego se acomodó y colocó la espalda contra él. Cerró los ojos y pensó: "Ahora lo tengo todo."
POR LA MAÑANA, Tess y Kenny ordenaron un servicio para cuatro en la habitación; luego llamaron a Mary y a Casey y las invitaron a desayunar en la suite de Tess.
Exactamente a las diez, sonó el timbre y Kenny abrió la puerta.
– ¡Buenos días! -saludó a Mary y a Casey con un tono jovial, y las besó en la mejilla en cuanto entraron-. Díganme, ¿cómo durmieron todas?
Casey le dirigió una mirada curiosa.
– ¡Vaya! Estás de muy buen humor esta mañana.
– Desde luego -exclamó. Aplaudió una vez y enseguida cerró la puerta.
Hubo más saludos y besos para Tess, mientras ayudaban a Mary a sentarse en el sofá.
– Toma asiento, cariño -dijo Kenny-. ¿Tess? -acercó una silla para ella y luego se sentó-. ¿Quién desea beber champaña? -preguntó y acercó una botella verde que tenía enfriando en una hielera plateada.
– Yo no -dijo Casey-. Son las diez de la mañana.
– Tampoco yo -dijo Mary-. Pero sí quiero café.
Kenny comenzó a llenar las tazas, y Casey lo miró con curiosidad cuando él se acercó.
– Papá, ¿qué te sucede? Ya sabes que no tomo café.
– ¡Oh! -dejó de servir el café y colocó a un lado la cafetera plateada-. Bueno, entonces bebe tu jugo de naranja, porque Tess y yo deseamos hacer un brindis -miró a Tess a los ojos, indicándole que continuara.
Ella levantó su copa de champaña.
– Mamá… Casey… el brindis es por todos nosotros y por nuestra futura felicidad. Les pedimos que vinieran para decirles que Kenny y yo vamos a casarnos.
Mary se quedó perpleja, como si la taza se le hubiera caído.
– ¡Lo sabía! -exclamó Casey.
– ¿Cómo lo sabías? -preguntó Kenny.
– Bueno, todavía traes el pantalón de tu esmoquin, papá -respondió y se puso de pie para abrazarlo.
– ¿Casarse? -repuso Mary tardíamente-. Pero… pero… ¿cuándo sucedió todo esto? Yo creí que ustedes dos… ¡oh, Dios!… ¡ah, vaya! -comenzó a llorar.
– Mamá, ¿qué te sucede?
– Nada. Es sólo que estoy muy contenta -se cubrió la nariz con la servilleta de lino-. ¿De veras te casarás con Kenny?
– Sí -Tess tocó la mano de su madre con ternura, y las dos compartieron un torpe abrazo por encima de la mesita del rincón. Luego Casey le dio un gran abrazo a Tess.
– Ustedes dos -dijo cada vez más emocionada-, sí que saben cómo hacer feliz a una chica.
– Kenny, ven acá -pidió Mary y levantó los brazos. El ella y se inclinó para abrazarla-. ¡Oh, Kenny! -susurró, pero no pudo decir nada más.
– La adoro -susurró-. Casi tanto como a ti.
Transcurrió algún tiempo antes de que comenzaran a desayunar. ¿Quién podía comer con tanta felicidad que alejaba cualquier idea mundana de la cabeza? Apenas habían comenzado cuando Casey se detuvo y dijo lo que todos pensaban.
– ¿Saben algo? Esto será absolutamente perfecto. Me refiero a que los cuatro seremos una familia. Parece como si hubiera sido algo predestinado.
Y la sonrisa en la cara de todos lo confirmaba.
Estaba predestinado.
MENOS DE DOS MESES después se casarían en la iglesia en la que ella cantó en el coro. La boda se fijó para la una de la tarde de un miércoles, porque la iglesia estaba reservada para todos los fines de semana de ese mes, igual que la novia.
Era un día despejado y cálido de finales de verano. Una hora antes de que la ceremonia comenzara, Mary estaba en la cocina, completamente vestida, cuando oyó que Tess y Renee bajaban las escaleras.
– Muy bien, mamá, aquí me tienes -anunció Tess, emocionada, desde la puerta.
Mary se volvió y se cubrió la boca con la mano.
– ¡Oh, Señor! Creo que éste es el día más feliz de toda mi vida -le hizo un ademán para que se moviera-. Da una vuelta. Déjame verte.
Tess dio un giro completo para mostrarle su vestido de novia. Era muy sencillo, de lino blanco, con mangas abombadas, un escote cuadrado y falda recta. Tenía puestas unas zapatillas de lino blanco, y en la cabeza llevaba un tocado de diminutas flores blancas. Las únicas joyas que usaba eran un par de aretes pequeños de zafiros que hacían juego con el anillo que Kenny le había dado: otro zafiro con corte de esmeralda rodeado de diamantes.
– ¿No se ve maravillosa? -comentó Renee apoyada contra la puerta.
La novia era definitivamente lo más hermoso en aquella cocina que no había cambiado ni un ápice; pero la casa estaba fresca, a veintidós grados centígrados, porque Tess había dicho:
– Mamá, si quieres que me case en la Primera Iglesia Metodista, vas a tener que dejar que le ponga aire acondicionado a la casa, porque si crees que me vestiré en ese ático a mediados del verano, estás equivocada. Me derretiría como un cono de helado y tendrías que llevarme en un vaso hasta la iglesia.
Todos en el pueblo sabían lo que sucedería en la Primera Iglesia Metodista. Habría muchos reporteros ahí, y Tess no tenía deseos de encontrar a su novio por primera vez bajo una lluvia de flashes. Así que ella y Kenny tenían un plan secreto.