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¿Qué más podía hacer Kenny sino contestar?

– Sí, Mary, claro que sí.

Cuando se volvió para dirigirle una mirada impersonal a Tess, ¿qué más podía hacer ella sino saludarlo?

– Hola, Kenny -dijo ella llanamente.

– Tess -dijo él con tanta frialdad que ella deseó que no hubiera dicho nada. Ya no tenía acné. No era un hombre feo: ojos castaños, pelo oscuro; pero se mostraba muy altanero con ella. Después del saludo de rigor, Tess se alejó de la mesa pretextando ir por la cafetera, aunque lo hizo para ocultar su desconcierto porque él no le hacía caso. Ella, Tess McPhail, cuya sola aparición en el escenario enloquecía a sus fanáticos, que gritaban y cantaban. Tess McPhail, despreciada por el torpe de Kenny Kronek.

– Pensaré en ti por la mañana -dijo él en voz baja a Mary-. E iré a verte tan pronto te sientas con ánimos para recibir visitas. Casey me pidió que te saludara y te dijera que te desea buena suerte. Así que, ya lo sabes, pórtate bien y nada de bailar hasta que el doctor te diga que puedes hacerlo, ¿de acuerdo?

Mary rió.

– ¡Oh! Mis días como bailarina todavía no acaban, Kenny.

Él también rió.

– Buena suerte, Mary -dijo él en voz baja. La cocina era pequeña. Caminó a la puerta y se encontró a Tess, de frente, con la cafetera en la mano derecha-. Con permiso -dijo, y pasó a su lado como si se tratara de una desconocida en un ascensor.

Capítulo dos

Tess McPhail no estaba acostumbrada a que la trataran como si no existiera. En el momento en que Kenny se marchó, ella dejó caer la cafetera sobre el quemador, rodeó la mesa y comenzó a apilar los platos.

– ¡Vaya! -explotó mientras iba hacia el fregadero para colocar los platos en su interior-. ¿Desde cuándo se convirtió en el hombre de la casa?

– Vamos, Tess, no seas malagradecido. En muchas ocasiones los muchachos no pueden venir a ayudarme, y Kenny está más que dispuesto a hacerlo. No sé lo que haría sin él.

– Me doy cuenta.

– Bueno, Tess, ¿por qué te molesta tanto?

– No estoy molesta, pero entró en la casa como si fuera el dueño. ¿Y quién es Casey?

– Su hija, y deja de golpear mis platos. Los he tenido desde que tu padre vivía, así que por favor ten cuidado.

– Supongo que ella también entrará sin tocar.

– ¿Qué te enfada tanto? El es mi vecino. Conocí a su madre durante cuarenta años -entonces Mary se dio cuenta de la verdad-. Tess, creo que estás molesta porque no te prestó atención.

– ¡Ay, mamá, por favor! Dame algo de crédito.

– Te doy todo el crédito del mundo cuando te lo mereces, pero no cuando criticas a Kenny.

– Fue muy descortés.

– ¿Puedes culparlo? Acabas de decirme lo mal que lo tratabas.

Tess no respondió. Abrió el grifo, llenó el fregadero con jabonadura y comenzó a lavar los platos, tarea que detestaba.

– De acuerdo, pero es un patán de cabo a rabo.

Su madre tomó la toalla colgada detrás de la puerta de una alacena y empezó a secar un plato.

– No quiero discutir contigo, Tess. Nunca te agradó Kenny y no espero que eso cambie ahora; pero él ha sido bueno conmigo.

Tess le quitó a su madre la toalla y el plato.

– Yo me encargo de los platos. Tú ve a hacer lo que quieras… acuéstate y descansa, lee, prepara tus cosas para mañana.

Mary miró hacia la sala.

– Bueno, la enfermera me dio un jabón especial para que me bañe esta noche.

– Adelante, báñate; yo asearé la cocina.

Cuando Mary se fue, Tess sujetó ambos extremos de la toalla para secar platos y los retorció en una línea recta. "Cuatro semanas", pensó. "Estaré loca en menos de dos." Momentos más tarde oyó que corría el agua en la bañera. Tess siguió ordenando la cocina y tratando de olvidar la casa de enfrente. Tenía vagos recuerdos de haber jugado ahí con Kenny cuando ambos eran muy pequeños. Pero sí recordaba con más claridad su renuencia a jugar ahí cuando ya eran mayores. Estaba a punto de terminar de lavar los platos cuando de pronto se abrió la puerta principal y una conocida voz femenina dijo:

– Tess, ¿dónde estás?

Era Renee. El corazón de Tess se alegró. Esperó a que ella entrara por el umbral de la cocina, y en un instante ahí estaba: una mujer alta, de cabello oscuro, con un rostro como el de las princesas de Walt Disney.

– ¡Vaya, aquí estás! – Renee le tendió los brazos, feliz.

– ¡Hola, malvada!

Renee sonrió, le dio un abrazo a Tess y la zarandeó con alegría.

– ¿A qué te refieres?

– Sabes a lo que me refiero. Mira que ordenarme regresar a casa y cuidar a mamá… Estoy tan furiosa contigo que podría ahorcarte.

A Renee le pareció divertido.

– Bueno, si eso es lo que hace falta para que regreses a casa, entonces supongo que hicimos lo correcto.

– Probablemente me meterás en grandes problemas, ¿sabes?

– ¡Oh, vamos! -Renee le restó importancia.

– Tengo un contrato de grabación y se supone que en este momento debería estar en un estudio, grabando. ¿Sabes que tuve que cancelar siete presentaciones por esto?

– ¿Y qué crees que tuvimos que cancelar nosotras la última vez que mamá necesitó cirugía?

Dejaron de abrazarse y ambas retrocedieron para discutir.

– Pero resulta más fácil para ustedes -razonó Tess-. Ustedes viven aquí.

– Trata de decirle eso a Judy y verás hasta dónde llegas.

– ¡Ja! No tengo nada que decirle a Judy después de la forma en que me habló.

– Ella también está molesta contigo. Lo ha estado durante los últimos diez años porque nunca vienes a casa.

– ¿Cómo que nunca vengo? Claro que lo hago.

– Claro que sí. Una vez al año, cuando tus compromisos te lo permiten, corazoncito, la familia merece más que eso.

– Es que tú no entiendes.

– Es tu turno, Tess, y lo sabes -respondió Renee llanamente.

Estaban a mano. Tess se volvió hacia el fregadero, tiró del tapón y dejó que escapara el agua; luego se volvió e hizo un gesto en dirección al baño.

– Va a volverme loca -susurró.

Renee también bajó la voz.

– Esto será sólo por cuatro semanas; después de la boda, yo podré ayudarla.

– Pero yo ya no vivo así. Tener que comer tortas de papa fritas y tarta de pacana… ¡por Dios!

– Durante las próximas cuatro semanas, lo harás – Renee miró a Tess directo a los ojos color ámbar-. Es tu madre. Te ama. Y ésa es su manera de demostrarlo. ¿Y cómo quieres que sepa lo que comes ahora? Nunca estás aquí.

Aparentemente aquella iba a ser la recriminación constante durante este regreso de Tess a casa. Encontraba difícil darles una respuesta porque su familia no tenía ni la más remota idea de la inmensidad de sus compromisos y de a cuánta gente afectaban.

– ¿Ya se acostó mamá? -preguntó Renee.

– No. Está tomando un baño.

Está bien, entonces llamaré a la puerta para saludarla y despedirme. Tengo que regresar a casa. Sólo pasé para saber si habías llegado bien.

Renee cruzó la sala hacia el pequeño vestíbulo y tocó la puerta del baño con la llave de su auto.

– ¿Mamá? Hola, soy Renee, No puedo quedarme. Tengo que ir a casa y dar de cenar a mi familia, pero Judy estará aquí temprano por la mañana, antes de que te internen, ¿de acuerdo?

– Muy bien, querida. Gracias por venir.

– ¿Necesitas algo?

– No se me ocurre nada, pero si así fuera, Tess me ayudará.

– Muy bien, entonces te veré por la mañana.

Cuando Renee regresó por la sala, Tess estaba ahí con las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros. Renee le dio un beso en la mejilla.

– Te veré mañana, muy temprano. ¿Te dijo que tiene que estar allá a las seis? La van a operar a las seis y media.