– Es demasiado temprano para saludos amables -Judy se acercó a la cafetera y se sirvió una taza. Al verla, Tess pensó: "Volvió a subir de peso." Tenía la silueta de un tonel y cubría sus enormes dimensiones con blusas amplias. Era dueña de un salón de belleza, así que su cabello siempre estaba teñido y bien peinado, aunque a decir verdad Judy era una mujer muy poco atractiva. Cuando sonreía, los ojos parecían desaparecer del rostro. Pero cuando estaba seria, las mejillas le colgaban. Tenía la boca demasiado pequeña para ser bonita. Durante años, Tess había estado convencida de que el motivo por el que ella y Judy se llevaban tan mal era porque Judy le tenía celos.
Cuando la hermana mayor se volvió con una taza de café en la mano, el contraste entre las dos mujeres subrayó la probabilidad de esa hipótesis. Incluso con la apariencia desaliñada que Tess tenía aquella mañana, se veía linda y delgada en sus diminutos pantalones vaqueros. Sólo con el lápiz labial como maquillaje, sus rasgos destacaban la cualidad fotogénica que la había llevado a la portada de docenas de revistas: una hermosa piel blanca como la nieve, salpicada con algunas pecas, ojos almendrados con pestañas castaño rojizo y lindos labios.
– A decir verdad, jamás creí que en realidad vinieras -dijo Judy con franqueza.
– La verdad es que no me agradó cómo me lo pidieron.
– Supongo que donde trabajas nadie te da órdenes.
– No tienes la menor idea de quién es la gente con la que trabajo ni qué hacemos. Tú sólo haces suposiciones.
– Así es. Y también supuse que te encantaría seguir haciendo lo que acostumbras desde que te marchaste de Wintergreen, es decir, dejarnos la responsabilidad de la atención y el cuidado de nuestra madre a Renee y a mí.
– Pudiste habérmelo pedido de otro modo, Judy.
– ¿Y qué hubieras contestado? ¿Que tenías una gira por Texas o cualquier otra cosa que es tan supremamente importante que todo en el mundo debe girar en torno a tu trabajo?
– Judy, ¿no podríamos… -Tess levantó las manos como si tratara de empujar una pesada puerta de cristal-…olvidar todo esto y tratar de llevarnos bien mientras estoy aquí? Y la próxima vez que necesitas algo de mí, no me llames y emitas un decreto imperial. Trata simplemente de pedirlo. Ya estoy grandecita y no acepto órdenes tuyas, ¿de acuerdo?
– Bueno, esta vez lo hiciste Mac, ¿no es cierto?
Nadie en la familia la llamaba Mac. Para ellas siempre había sido Tess; en cambio, Mac era su sobrenombre artístico. Era el que sus fanáticos habían acuñado, el que se imprimía en las camisetas que se vendían en los conciertos, el que el país reconocía sólo a un selecto grupo de artistas que había triunfado con un solo nombre: Elvis, Sting, Prince… Mac.
La palabra todavía reverberaba en la habitación cuando Renee apareció.
– ¡Oigan, ustedes dos! ¡Aquí están! Quieren que bajemos al pasillo antes de que lleven a mamá a cirugía. Vamos.
Tess se levantó y salió a toda prisa.
– ¿Qué le pasa? -le preguntó Renee a Judy.
– Lo mismo de siempre. Cree que es demasiado buena para el resto de nosotros.
– Judy, ¿tienes que estar molestándole todo el tiempo? Acaba de llegar, ¡por el amor de Dios!
En el pasillo, Mary estaba en una camilla. Sus hijas la besaron por turnos. Después la vieron alejarse con lentitud, y permanecieron quietas, tres hermanas en medio del corredor de un hospital, moderando la discordia entre ellas porque su preocupación se centraba en la madre que todas amaban. Ella era la fuente de tantos de sus recuerdos comunes de la infancia, la proveedora del apoyo y el amor que siempre había estado presente en sus vidas. Y durante esos instantes en que unos desconocidos se llevaban a su madre para atenderla, el trío se unió.
Las puertas se cerraron tras la camilla y los zapatos blancos con suelas de goma y las ropas azules esterilizadas desaparecieron. Renee suspiró y se volvió hacia las otras.
– Les invito una taza de café caliente en la cafetería -las tomó de los codos y las obligó a caminar junto a ella-. Vamos, ustedes dos, ya dejen de pelear.
Mientras estuvieron en la cafetería, Judy no pronunció una sola palabra. Su actitud de silenciosa antipatía permeó el instante y matizó los sentimientos entre las tres hermanas al desayunar.
Renee ordenó avena.
Tess pidió media toronja con un bisquet tostado y seco. Judy se comió dos donas y una taza de chocolate caliente.
Capítulo tres
Cuando por fin regresaron a la sala de espera, Tess no podía mantenerse despierta. Estaba en el sofá, cabeceando, cuando se oyó a una voz masculina decir:
– ¿Señoras? Soy el doctor Palmer.
Se estiró y se levantó cuando él entró en el salón, vestido con las ropas azules de cirugía, y les estrechó la mano.
– Nuestra estrella local -expresó al soltar la mano de Tess-. Gusto en conocerla -le dijo a cada una de ellas-. Su madre reacciona de maravilla. La operación fue todo un éxito y no encontramos nada extraño. Según entiendo, una de ustedes se hará cargo de ella por un tiempo.
– Sí, yo -dijo Tess.
– Queremos levantarla mañana y ponerla a caminar al día siguiente. Es mejor comenzar a usar la cadera de inmediato. Le daremos terapia física aquí y usted la ayudará con la terapia en casa. El terapeuta le dará algunas instrucciones.
– ¿Cuándo podrá regresar a casa?
– La daremos de alta en cinco o seis días, dependiendo de su recuperación.
– ¿Cuándo podremos verla?
– Apenas la están trasladando a su cuarto. Denle tiempo para que se acomode… unos diez minutos, más o menos… luego pueden subir a verla.
Cuando las hermanas decidieron ver a Mary, la encontraron medio dormida, con la cabecera de la cama enderezada. Abrió los ojos y les dirigió una sonrisa lánguida. Renee se acercó a la cama.
– Ya terminó. El doctor dice que todo salió muy bien.
Mary asintió débilmente. Tenía un par de mangueras de oxígeno en la nariz, una venoclisis en la mano y un catéter que asomaba debajo de las sábanas.
– Estoy tan cansada… -murmuro, y cerró poco a poco los ojos.
Una enfermera entró, les sonrió y comenzó a tomarle el pulso. Después de anotarlo en el expediente, dijo:
– Dormirá durante un rato. Les avisaremos cuando despierte, si prefieren esperar en la sala.
Así que regresaron a beber más café y a pasar las horas, turnándose para vigilar a su madre. Todavía estaban en la sala esa tarde cuando una adolescente metió la cabeza por la puerta.
– ¡Hola a todas! ¿Cómo va todo?
Judy levantó la cabeza de su revista.
– ¡Ah! ¡Hola, Casey!
– Bueno, Casey, ¿qué haces por acá? -preguntó Renee,
– Andaba por aquí, montando un rato a caballo. ¿Cómo está Mary? -era más linda que una flor, con una rubia trenza francesa suelta y un desaliñado sombrero de paja, una camisa desteñida y pantalones vaqueros azules con enormes agujeros en las rodillas. Cuando entró en la habitación, el olor a caballos la acompañó.
– La verdad es que muy bien. La cirugía fue perfecta y ha estado descansando mucho -respondió Renee.
– ¡Bueno! ¡Eso suena estupendo! -le tendió la mano a Tess-. No creo que nos hayamos visto antes. Soy Casey Kronek. Vivo frente a su madre, al otro lado del callejón.
– Hola, Casey. Soy Tess.
– Lo sé. ¡Diablos! Todo el mundo lo sabe. Le dije a mi padre tan pronto como supe que vendría a casa: "¡Oye, tengo que conocerla!" Su madre es una mujer adorable. Siempre ha sido como una abuela para mí -de pronto se volvió hacia Judy-. Entonces, ¿Tricia ira a la universidad el próximo otoño?
– La aceptaron en Southeast Missouri. ¿Y tú?
– ¡Oh, Dios, no! -Casey levantó ambas palmas-. Nada de universidades para mí, gracias. No tengo suficiente cerebro para eso. La cría de caballos es más mi estilo.