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– ¿Todavía cantas con esa pequeña banda? -preguntó Renee.

– No. Nos separamos. Por aquí no hay ningún sitio en el que se pueda encontrar trabajo como cantante, y además, papá dijo que me estaba desvelando mucho, y aun si no quiero ir a la universidad en septiembre, tengo que acabar el bachillerato. Dijo que la banda me distraía mucho.

Renee se volvió hacia Tess.

– Casey es como tú, Tess. Siempre está cantando.

– ¡Shh! -la regañó Casey-. Pensará que vine hasta aquí buscando su ayuda o algo así. De verdad sólo vine a ver cómo estaba Mary. Y a darle esto -le entregó algo a Renee-. Es un trébol de cuatro hojas. Lo encontré en la llanura. Dáselo y dile que la quiero mucho, ¿de acuerdo?

– Por supuesto que lo haré, Casey. Sé que te lo agradecerá.

– Bueno… -Casey se quedó un momento más, luego, abruptamente, le tendió la mano a Tess-. Me dio mucho gusto conocerla, señorita McPhail… eh, Tess… Mac. No sé como llamarla.

– Por estos rumbos todos me dicen Tess. En otras partes -hizo un gesto que comprendía al resto del mundo- soy Mac. Escoge el nombre que gustes.

– Entonces te diré Mac – Casey sonrió, soltó la mano de Tess y dio un paso atrás-. Sí hay algo que quisiera pedirte, si es posible. Como vamos a la iglesia metodista a la que va tu madre… bueno, mi papá es el director del coro… ¿Crees que puedas venir a cantar con nosotros un domingo? Realmente sería grandioso. ¡Tess McPhail y el coro de la Primera Iglesia Metodista de Wintergreen! ¡Sí que tendríamos casa llena ese día!

La idea de subir a la galería del coro y que la dirigiera Kenny Kronek le parecía tan atrayente como masticar vidrio.

– Déjame pensarlo, ¿de acuerdo?

– Claro -Casey le sonrió a Tess-. Bueno, es mejor que me vaya. Mucho gusto en conocerte.

– Lo mismo digo.

Cuando se fue, Tess comentó con amargura:

– ¿San Kenny dirige el coro de la iglesia? ¿Y desde cuándo califica para hacerlo?

– No califica -respondió Renee-, pero cuando la señora Atherton enfermó no había nadie que se hiciera cargo, y Casey lo convenció de que lo hiciera. Eso fue hace como seis meses, y nadie más se ha ofrecido como voluntario, así que sigue de director.

– ¿San Kenny? -intervino Judy.

– Bueno, ¿y acaso no lo es? Parece que mamá ya lo canonizó.

– Él es muy bueno con ella.

– ¡Muy bueno con ella! Pues, bien podría mudarse a la casa. Planta su jardín, llena su suavizador del agua, le instala la puerta de la cochera. Me sorprende que no haya venido a hacerle la operación de prótesis de cadera esta mañana. Quiero decir, ¿qué está pasando aquí?

Judy y Renee intercambiaron mira das de perplejidad.

– Tal vez sea mejor que tú nos digas lo que sucede -respondió Renee-. El ayuda a mamá. ¿Qué tiene eso de malo?

Tess quedó atrapada en un arranque de furia sin sentido. ¿Cómo confesarles que Kenny la había enfurecido porque la desairó? Si eso no la hacía parecer como una estrella con un gran ego, ¿entonces qué podría ser?

– Yo siempre le envío dinero. Suficiente dinero. ¿Qué hace con él? Pudo haber pagado para que le instalaran la puerta y contratar a alguien que podara el césped, pero en vez de ello deja que Kenny Kronek lo haga. Me exaspera, es todo. ¿Y saben qué otra cosa me duele? El hecho de que ofrecí comprarle una casa, la que ella quisiera, una casa nueva, pero se negó. Por el amor de Dios, ¿ya vieron cómo están las alacenas de su cocina? Los escalones del frente están todos desalineados y la vereda se está desmoronando. Le envío ropa hermosa de buenas tiendas, y ella usa esos viejos pantalones verdes de poliéster que quizá compró hace quince anos. Sencillamente ya no la entiendo.

Cuando Tess terminó, un silencio profundo y lleno de cavilaciones reinó en la habitación. Judy y Renee intercambiaron miradas de nuevo antes de que esta última hablara.

– Se está haciendo vieja, Tcss. No quiere cambios. Quiere lo que le es familiar. Tiene toda una vida de recuerdos en esa casa. ¿Por qué querría cambiarse de ahí?

– Muy bien, de acuerdo, tal vez no quiera dejar la casa; pero ¿no podría modernizarla un poco?

– ¿Sabes cuál es tu problema? -intervino Judy-. No has estado aquí para verla envejecer. Vienes a casa una vez al año y exiges que sea la misma que siempre fue, pero no lo es. Si así es feliz, será mejor que la dejes en paz.

Tess miró a Judy y luego a Renee.

– ¿Está bien mamá?

– Básicamente, sí. Y ya que estamos en eso, deja que Kenny Kronek haga lo que quiera por ella -añadió Renee-. La verdad es que él parece ser el único capaz de convencerla de hacer algunos cambios. Jim le ofreció, no sé cuantas veces, instalarle una puerta automática para la cochera, pero ella siempre se negó.

Luego, un día, así nada más, nos dice que Kenny le instaló una. No pretendo comprenderlo; sólo agradezco que esté cerca.

CUANDO TESS y sus hermanas entraron esa tarde por última vez en la habitación de Mary, Tess miró a su madre de otra manera, tratando de asimilar el hecho de que estaba envejeciendo, de que a los setenta y cuatro años tenía el derecho de volverse un poco problemática. Tal vez Judy estaba en lo cierto. Quizá venir tan pocas veces a casa la dejaba con la ilusión de que el tiempo no avanzaba.

Renee puso el trébol de cuatro hojas en la palma de Mary.

– Te lo envía Casey Kronek. Vino a ver cómo estabas y me pidió que te lo diera. Regresará a visitarte mañana.

– ¡Ah! Qué linda. Casey es una chica muy dulce.

– Oye, mamá -Tess tomó la otra mano de Mary-. Ya me voy, pero volveré mañana.

– También nosotros nos vamos -dijeron Judy y Renee.

Todas la besaron, y cuando la dejaron tenía un aspecto adormilado y pálido.

Afuera, Tess aspiró profundo el aire de la calle. Cuando se alejaba en el auto, sentía como si por fin la dejaran en libertad, aun en el viejo Ford Tempo de Mary. El día de primavera era maravilloso. Tess se tomó su tiempo, se detuvo en un supermercado y compró algunas verduras frescas, aderezo para ensaladas bajo en calorías y pechugas de pollo deshuesadas antes de regresar a Wintergreen. Mientras conducía por aquellos conocidos caminos, comenzó a ordenar los confusos sentimientos que tenía respecto a estar de nuevo en casa.

Había algo extraño en el hecho de vivir lejos de la familia. En Nashville podía olvidar los diarios recordatorios acerca de la salud de su madre, la envidia de Judy y el resto de los pequños conflictos que habían surgido en las últimas veinticuatro horas. Estar ahí la forzaba a reflexionar lo diferente que era de la chica que salió de Wintergreen. Sus valores y prioridades habían cambiado. Su ritmo había cambiado. ¿Acaso era necesariamente algo malo? Ella no lo creía así. Lo que había logrado hacer con su vida requirió de gran cantidad de energía y dedicación.

Eran las seis de la tarde cuando se estacionó en el callejón; Kenny Kronek podaba el césped de su madre; llevaba pantalones vaqueros, una camiseta blanca de cuello en V y una gorra de béisbol azul y rota de los Cardenales. Alzó la vista, pero siguió podando mientras ella se detenía en el callejón y abría la puerta de la cochera. Una vez que el vehículo de su madre estuvo guardado y su propio auto estacionado afuera, Tess tomó sus provisiones y se dirigió a la casa. Ella y Kronek se encontraron de frente, a medio camino de la acera. El se detuvo y disminuyó la potencia de la podadora.

– ¿Cómo salió todo? -preguntó él sin sonreír.

– Perfecto -replicó ella de manera tajante-. No surgió ninguna complicación.

– Vaya, ésas son buenas noticias.

– Conocí a tu hija hoy -le comentó con diplomática amabilidad-. Es natural y auténtica.

Él se inclinó, tomó una pequeña vara que estaba frente a la podadora y la lanzó a un lado.

– Con eso quieres decir que olía a caballo, ¿verdad?

Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, Tess se habría reído a carcajadas; pero como era Kenny, hizo un esfuerzo supremo por contenerse.