John le Carre
La chica del tambor
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El incidente de Bad Godesberg constituy la demostracin, a pesar de que las autoridades alemanas no haban tenido medio de saber de antemano lo anterior. Antes de Bad Godesberg haba habido crecientes sospechas. Pero la alta calidad del planeamiento, comparada con la baja calidad de la bomba, transformo las sospechas en certidumbre. Como se suele decir en el oficio, el hombre tarde o temprano deja su firma. Lo irritante es la espera.
Estall mucho ms tarde de lo que se haba proyectado, probablemente ms de doce horas ms tarde, a las ocho y veintisis minutos de la maana del lunes. Varios difuntos relojes de pulsera, propiedad de las victimas confirmaron la hora. Y lo mismo que ocurri en los casas semejantes que se dieron en el curso de los ltimos meses, no hubo previo aviso. El estallido de una bomba, en Dusseldorf, que vol el automvil de un funcionario israelita, que se hallaba de visita, con la misin de comprar armas, no fue anunciado de antemano, como tampoco ocurri en el caso del librobomba enviado a los organizadores de un congreso ortodoxo judo en Amberes, que hizo volar por los aires a la secretaria honoraria, y causo quemaduras mortales a su ayudante. Tampoco hubo aviso en el caso del cubo de basura, con una bomba dentro, que estallo ante un banco israelita de Zurich, mutilando a dos transentes. Solo la bomba de Estocolmo fue previamente anunciada, pero result que los autores del atentado pertenecan a una agrupacin totalmente diferente, y que el estallido no formaba parte de la serie anterior, ni mucho menos.
A las ocho y veinticinco minutos, la Drosselstrasse de Bad Godesberg era un barrio ms de retiro diplomtico, con su decorativa vegetacin, tan alejado de los problemas polticos de Bonn cual pueda razonablemente esperarse de una zona que se encuentra a quince minutos, en automvil, de ellos. Se trataba de una calle nueva pero madura, con lujuriantes y recatados jardines, habitaciones para la servidumbre situadas sobre el garaje, y gticas rejas de seguridad sobre las ventanas de vidrios verdosos. Durante la mayor parte del ao, el clima de la Renania goza de la clida humedad de la jungla. Su vegetacin, lo mismo que su comunidad diplomtica, crece casi a la misma velocidad con que los alemanes construyen sus carreteras, y con velocidad levemente superior a aquella con que los alemanes disean sus mapas. Por ello, las fachadas de algunas casas estaban ya medio ocultas por densas arboledas de conferas que, si algn da alcanzan su tamao natural, cabe presumir que dejen la zona entera en la penumbra de un bosque de un cuento de Grimm. Estos rboles resultaron ser una proteccin notablemente eficaz contra la explosin, y pocos das despus de haberse producido sta, un centro de jardinera de la localidad ya se haba especializado en suministrarlos.
Son varias las casas que tienen un aspecto claramente nacionalista. Por ejemplo, la residencia del embajador noruego, que se encuentra justamente al doblar la esquina de la Dosselstrasse, es una austera casa de campo, con ladrillos rojos, extrada directamente de los barrios residenciales opulentos de Oslo. El consulado egipcio, en el otro extremo de la calle, tiene el abandonado y desolado aspecto de una villa de Alejandra, en decadencia. De esta casa surge triste msica rabe, y todos los postigos estn permanentemente cerrados, para proteger a los habitantes del ardiente calor del Africa del Norte. Estaba mediado el mes de mayo, y el da haba comenzado esplendorosamente, con flores y hojas nuevas balancendose al impulso de una leve brisa. Las magnolias ya haban florecido y sus tristes ptalos blancos, en su mayora arrancados, se convirtieron en un elemento ms de los escombros. Con tanta fronda, la barahnda del trnsito rodado producida por aquellos que van y vienen de la ciudad por la carretera principal apenas penetra en el barrio. El sonido ms audible, antes de la explosin, era el del clamoreo de los pjaros, entre los que se deba incluir varias palomas que se haban encaprichado con las malvas del agregado militar de Austria, malvas que eran su orgullo. Desde un kilmetro de distancia hacia el sur, las invisibles barcazas que navegaban por el Rin suministraban un zumbido latente y solemne al que los residentes se haban acostumbrado hasta el punto de no percibirlo, salvo cuando cesaba. En resumen, era una maana que le daba a uno la seguridad de que, fueran cuales fuesen las calamidades que uno leyera en los peridicos de la Alemania Occidental, siempre un tanto dados a la tensin y al miedo, calamidades tales como la depresin, la inflacin, la insolvencia, el desempleo, y todos los habituales y al parecer incurables males de una economa masivamente prspera, de que Bad Godesberg era un lugar equilibrado y decente en el que se poda vivir, y que Bonn no era ni la mitad de malo de lo que se le pintaba.
Segn fuera su nacionalidad y su rango, algunos maridos ya haban partido para el trabajo, pero los diplomticos no son ms que cliss de s mismos. Por ejemplo, un melanclico consejero escandinavo segua en cama, afectado por una resaca producida por un estrs marital. Un encargado de negocios suramericano, con redecilla en el pelo y ataviado con un kimono de seda china, recuerdo de una visita a Pekn, estaba asomado a la ventana, dando la lista de la compra a su chfer filipino. El italiano se afeitaba, aunque desnudo. Le gustaba afeitarse despus de baarse, aunque antes de hacer los ejercicios gimnsticos cotidianos. Su esposa, totalmente vestida, se encontraba en la planta baja regaando a su contumaz hija por regresar tarde a casa la noche anterior, dilogo que las dos gozaban todas las maanas de la semana. El enviado de la Costa del Marfil sostena una conferencia telefnica internacional, informando a sus jefes de los ltimos esfuerzos que haba realizado para extraer ayuda para el desarrollo al gobierno alemn, de da en da ms remiso a darla. Cuando la comunicacin se interrumpi, los polticos de la Costa del Marfil creyeron que su enviado les haba colgado el aparato, y le mandaron un cido telegrama en el que le preguntaban si quera dimitir. El agregado laboral de Israel se haba ido haca ms de una hora. No se encontraba cmodo en Bonn y trabajaba, en la medida de lo posible, segn el horario de Jerusaln. Justificaba este horario con varios chistes raciales, bastante tontos, acerca de la realidad y la muerte.
Siempre que estalla una bomba se produce algn que otro milagro, en este caso el autor del milagro fue el autobs de la escuela norteamericana que, despus de recoger a los escolares, se haba ya ido, llevndose a la mayora de los nios de la comunidad que todos los das de colegio esperaban el vehculo en una plazuela que se hallaba a menos de cincuenta metros del lugar del estallido. Por providencial designio, ninguno de los nios haba olvidado en casa los deberes escolares, ninguno haba dormido ms de la cuenta, y ninguno haba mostrado resistencia a ser educado, en aquel lunes por la maana, por lo que el autobs parti con toda puntualidad. Los vidrios de la parte trasera del autobs se rompieron, el conductor no pudo evitar que el autobs se pusiera de lado, una nia francesa perdi un ojo, pero, en trminos generales, los nios se salieron de rositas, lo que, despus, se consider un hecho digno de celebracin. S, ya que ello es tambin una caracterstica propia de esas explosiones, o, por lo menos, de los momentos inmediato posteriores: se siente, comunitariamente, la loca necesidad de agasajar a los supervivientes, en vez de perder el tiempo llorando a los muertos. En esos casos, el verdadero dolor surge cuando se desvanece el susto inicial, lo que ocurre varias horas despus, aunque a veces no tarda tanto.
Nadie, entre los que se hallaban cerca, recordaba el ruido de la bomba. Al otro lado del ro, en Knigswinter, todos oyeron un estruendo propio de una guerra mundial, y todos salieron a la calle, estremecidos, medio sordos, y dirigindose sonrisas de cmplices en la supervivencia. Se decan que, teniendo en consideracin la presencia de aquellos malditos diplomticos, qu otra cosa caba esperar? Ms valdra mandarlos a todos a Berln, en donde podran gastar tranquilamente el dinero de los impuestos. Pero quienes se hallaban cerca de la explosin nada oyeron, al principio. Slo pudieron hablar, en el caso de que hablar pudieran, del estremecimiento del pavimento, de una chimenea que se levant silenciosamente en el aire abandonando un tejado para ir a parar a la carretera, del ventarrn que hizo temblar las casas, de que sintieron que la piel del cuerpo se les tensaba, de que cayeron derribados al suelo, de que las flores saltaron de los jarrones y los jarrones se estrellaron contra las paredes. Recordaban muy bien el sonido de vidrios rompindose, y el tmido murmullo de las jvenes hojas al caer al suelo. Y los maullidos de personas que estaban tan asustadas que ni gritar podan. En realidad estaban todos con los sentidos tan alterados que poco se fijaron en los sonidos. Tambin hubo varios testigos que hicieron referencia al ruido del aparato de radio en la cocina del consejero francs, radio que difunda una receta culinaria. Una ama de casa, considerndose mujer racional, pregunt a la polica si era posible que el estallido de la bomba hubiera producido el efecto de aumentar el volumen de la mentada radio. Los policas contestaron dulcemente, mientras se llevaban a esta seora envuelta en una manta, que en una explosin todo es posible, pero que, en este caso, la explicacin era diferente. Al romperse todos los vidrios de todas las ventanas de la casa del consejero francs, y al no haber en la casa persona alguna en situacin de bajar el volumen de la radio, nada pudo impedir que el sonido de la radio pasara directamente a la calle. Pero la seora no lleg a comprender del todo esta explicacin.