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Schulmann no fue a Bonn, sino a Munich, y no fue all como un tal Schulmann, y adems, ni Alexis ni su sucesor, el silesio, se enteraron de su llegada, que era precisamente lo que Schulmann quera. Ahora, su nombre era Kurtz, aunque lo usaba tan poco que incluso se le podra perdonar en el caso de que algn da se olvidara de l. Kurtz, que significa corto. Kurtz, el del camino corto, decan algunos. Y sus vctimas decan, Kurtz, el de la mecha corta. Otros hacan complicadas comparaciones con el personaje de Joseph Conrad. Pero la verdad monda y lironda era que el hombre proceda de la Moravia y, originariamente, se escriba Kurz, hasta que un polica britnico, durante el Mandato, llevado por su sabidura le aadi una t. Y el apellido haba conservado la t, como una pequea daga clavada en el cuerpo de su identidad, cual si de un chivo expiatorio se tratara.

Nuestro hombre lleg a Munich, va Estambul, despus de haber cambiado pasaporte dos veces, y de haber utilizado tres aviones. Antes, haba pasado una semana en Londres, aunque all apenas se le vio. En todos los Lugares en que estuvo, se ocup de rectificar situaciones, comprobar resultados, conseguir ayudas, persuadir a personas, dndoles coberturas y el auxilio de verdades a medias, dando mpetu a los remisos mediante su extraordinaria y constante energa, as como mediante el volumen y el alcance de su planeamiento avanzado, aun cuando a veces se repeta, u olvidaba alguna orden menor dada por l mismo. Sola decir, acompaando sus palabras con un guio, que vivimos muy poco tiempo, y que estamos muertos durante demasiado tiempo. Esto era lo ms parecido a una disculpa que nuestro hombre deca, y su personal solucin del problema consista en no dormir. En Jerusaln se sola decir que Kurtz dorma con la misma velocidad con que trabajaba. Y era mucha velocidad. Kurtz, le explicaban a uno, era el jefe de las operaciones de Europa. Kurtz era el que abra camino donde no poda abrirse. Kurtz haca florecer el desierto. Kurtz regateaba e intrigaba y menta incluso en sus oraciones, pero se ganaba una buena suerte cual los judos no haban tenido en el curso de dos mil aos.

Lo cual no quiere decir que Kurtz fuera querido por todos. No, debido a que era un hombre excesivamente paradjico, excesivamente complicado, con demasiadas almas y demasiados colores. En muchos aspectos, las relaciones de Kurtz con sus superiores, principalmente con Misha Gavron, su jefe, antes eran las de un mal tolerado individuo ajeno a la organizacin que las de un igual en quien se ha depositado confianza. Careca de asentamiento, pero, misteriosamente, tampoco lo pretenda. Su base de poder era dbil y cambiante, dependiendo de quien fuera la ltima persona a la que hubiera ofendido, en su bsqueda de ayuda rpida y eficaz. No era un sabra, careca de los elitistas antecedentes de los hombres procedentes del Kibbutz, de la universidad o de los regimientos prestigiosos que, con el consiguiente desaliento del propio Kurtz, con ms y ms frecuencia suministraban el cada da ms reducido personal que formaba la aristocracia del servicio al que perteneca. Kurtz no armonizaba con los aparatos empleados por aquella gente, con sus polgrafos y sus ordenadores, ni tampoco con la creciente fe que aquellos hombres tenan en el juego del poder al estilo norteamericano, ni en la psicologa aplicada, ni en la administracin de crisis. Kurtz amaba la dispora, y de ella haba hecho su especialidad, precisamente en unos tiempos en que la mayora de los israelitas se esforzaban celosamente y con excesiva conciencia en reforzar su identidad en cuanto a orientales. Sin embargo, Kurtz se creca con los obstculos, y el rechazo era lo que haba hecho de l lo que era. Era capaz de luchar, en caso necesario, en todos los frentes al mismo tiempo, y lo que no le daban voluntariamente lo tomaba subrepticiamente. Por amor a Israel. Por la paz. Por la moderacin. Y por su maldito derecho a impresionar y a sobrevivir.

Probablemente, ni el propio Kurtz hubiera podido decir en qu etapa de su bsqueda haba encontrado su plan. Esos planes surgan en lo ms hondo de la personalidad de Kurtz, como un rebelde impulso en espera de una causa, luego crecan en su interior casi sin que l se diera cuenta. Estaba soando, cuando se confirm la marca de fbrica del autor del atentado con la bomba? O se le ocurri mientras coma pasta, en el restaurante en lo alto de la colina, contemplando la vista de Godesberg, y mientras comenzaba a darse cuenta de cun excelente colaborador poda tener en Alexis? No, fue antes de esto. Mucho antes. Seguramente ocurri, deca Kurtz a quien quisiera escucharle, despus de una sesin particularmente amenazadora de la comisin rectora de Gavron, en la pasada primavera. Si no atrapamos al enemigo desde dentro de su propio campo, esos payasos del Knesset y del ministerio de Defensa volarn el mundo civilizado entero en sus intentos de atrapar a tal enemigo. Algunos colaboradores de Kurtz juraban que ste concibi el plan haca todava ms tiempo, y que Gavron haba cancelado un proyecto parecido haca ya doce meses. En fin, lo mismo daba. Lo cierto es que los preparativos operacionales ya estaban muy adelantados antes de que el autor del delito, el culpable, hubiera sido concluyentemente identificado, aun cuando Kurtz ocultaba cuidadosamente dichos preparativos a las investigadoras miradas de Misha Gavron, y alteraba sus papeles para confundirle.

Encontrad al muchacho -dijo Kurtz a su equipo de Jerusaln, antes de partir en uno de sus enrevesados viajes-. Es un muchacho y su sombra. Encontrad al muchacho que luego encontraris a su sombra. Esto no es problema.

Kurtz les dijo lo anterior con tanta insistencia que sus colaboradores llegaron a jurar que le odiaban. Kurtz era capaz de ejercer presin con la misma ferocidad que l saba resistirla. Kurtz llamaba por telfono, desde rarsimos lugares, a cualquier hora del da o de la noche, con la sola finalidad de hacer sentir su presencia en todo momento: No habis encontrado todava a ese muchacho? Por qu no encontris al muchacho? Pero Kurtz formulaba estas preguntas disimuladamente a fin de que Gavron, incluso en el caso de que se enterase de ellas, no comprendiera su significado, ya que Kurtz aplazaba su asalto a Gavron hasta que llegara el momento ms favorable de efectuarlo. Kurtz renunci a las vacaciones, dej de celebrar el sbado, y prefera gastar su propio y escaso dinero antes que presentar prematuramente sus cuentas de gastos a los pagadores oficiales. Arrancaba de sus acadmicas sinecuras a antiguos reservistas y les ordenaba que volvieran al servicio, sin cobrar, que ocuparan de nuevo sus viejos despachos para acelerar la bsqueda. Encontrad al muchacho. El muchacho nos indicar el camino. Un da, como sacado de la nada, Kurtz puso en circulacin un nombre en clave para designar al muchacho. Este nombre era Yanuka, palabra aramea con la que se hace amable referencia a un nio. Dadme a Yanuka y os entregar a esos buitres y a toda su organizacin, servidos en bandeja.

Pero no digis ni media palabra a Gavron. Esperad.

En su amada dispora, cuando no en Jerusaln, el elenco de colaboradores de Kurtz era increble. Slo en Londres, Kurtz haba conseguido, sin alterar ni un instante su sonrisa, la colaboracin de venerables marchantes de arte, aspirantes a magnates del cine, insignificantes dueas de casas de huspedes del East End, vendedores de ropas, vendedores de automviles de dudosa reputacin, grandes empresas de la City Tambin fue diversas veces al teatro, en una ocasin en las afueras de la capital, pero siempre vio la misma funcin, y llev consigo a un diplomtico israelita con funciones culturales, aunque muy poco cultural fue el tema de que trataron. En Camden Town, comi dos veces en un humilde restaurante para transportistas atendido por un grupo de indios de Goa. En Frognal, un par de millas al noroeste, inspeccion una apartada mansin victoriana llamada The Acre, y la declar ideal para satisfacer sus necesidades. Pero se trataba solamente de una posibilidad de llegar a un acuerdo, dijo a los excesivamente propicios propietarios. No llegaremos a un acuerdo si nuestros negocios no nos conducen aqu. Los propietarios aceptaron la condicin. Lo aceptaron todo. Estaban orgullosos de que les hubieran hecho una propuesta, y estar al servicio de Israel representaba para ellos una delicia, incluso en el caso de que ello comportara irse a su casa de Marlow durante unos meses. Acaso no tenan un apartamento en Jerusaln, que utilizaban para visitar a su familia y amigos en Pascua, despus de pasar dos semanas de mar y de sol en Eilat? Y acaso no estaban considerando con toda seriedad la posibilidad de ir a vivir a Israel con carcter definitivo, aun cuando para ello esperaban que sus hijos hubieran superado la edad del servicio militar y que la tasa de inflacin se hubiera estabilizado? Pero, por otra parte, siempre les caba la posibilidad de vivir en Hampstead. O en Marlow. Entretanto mandaran a Kurtz todo lo que les pidiera, haran todo lo que quisiera, sin esperar nada a cambio, y sin decir nada a nadie.