Nunca, me oyes? Todas son extremadamente peligrosas. Los cerdos pueden intervenir un telfono en un segundo, puedes estar segura. Y nunca uses dos veces el mismo telfono. Me oyes, Charlie?
Te oigo perfectamente, Helg.
Sali a la calle y vio a un hombre mirando el escaparate oscuro de una tienda, y a un segundo alejndose lentamente de l hacia un coche con antena aparcado. Entonces le posey el terror y era un sentimiento tan horrible que deseaba dejarse caer gimoteando en la acera y confesarlo todo y rogarle al mundo que la aceptara de nuevo. La gente que estaba delante de ella era tan aterradora como la que estaba detrs; las lneas fantasmales del bordillo conducan a un espantoso punto impreciso que era su propia extincin. Helga -rez-. Oh, Helg, scame de esto! Cogi un bus en direccin equivocada, esper, cogi otro y volvi a caminar, pero se salte el metro porque la idea de estar bajo tierra la asustaba. De modo que cedi y tom otro taxi y mir por la ventanilla posterior. Nada la segua. La calle estaba vaca. Al demonio con el paseo, al demonio con los metros y los buses.
-Peckham -le dijo al conductor, y fue directo hasta las puertas, como es debido.
El vestbulo que usaban para los ensayos estaba en la parte trasera de la iglesia. Era un lugar parecido a un granero, contiguo a un campo de juegos aventurero que los chicos haban destrozado haca tiempo. Para llegar, tena que bajar junto a una hilera de tejos. No haba luces, pero toc el timbre a causa de Lofty, un boxeador retirado. Lofty era el guardin nocturno, pero desde los cortes vena como mucho tres noches por semana y, para su alivio, el timbre no produjo ruido de pasos como respuesta. Abri la puerta y entr, y el fro aire institucional le record la iglesia de Cornish, a la que haba entrado despus de haber colocado su corona al revolucionario desconocido. Cerr la puerta detrs de s y encendi una cerilla. Su llama alete en los pulidos azulejos verdes y la alta bveda del techo de pino victoriano. Llam: Loftyyyy, bromeando para mantener alto el espritu. La cerilla se apag, pero encontr la cadena de la puerta y la hizo deslizarse por su canal antes de encender otra cerilla. Su voz, sus pasos, el ruido metlico de la cadena en medio de la profunda oscuridad, siguieron sonando locamente durante horas.
Pens en murcilagos y otras pesadillas; en algas que se arrastraban sobre su cara. Una escalera con barandilla de hierro conduca a una galera de pino conocida eufemsticamente como la habitacin comn y que le recordaba a Michel desde su visita clandestina al dplex de Munich. Cogindose de la barandilla, la sigui escaleras arriba; despus se qued inmvil en la galera, contemplando la penumbra del vestbulo y escuchando mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad. Distingui el escenario, despus las infladas nubes sicodlicas del teln de foro, despus las vigas y el techo. Desech el resplandor plateado de su nico spot, un faro transformado por un chico de las Bahamas llamado Gums, que lo haba birlado de un cementerio de automviles. En la galera haba un viejo sof y junto a l una mesa recubierta de plstico que reflejaba el resplandor de la ciudad que entraba por la ventana. Sobre la mesa estaba el telfono negro, que era para uso exclusivo del personal, y el cuaderno en el cual se supona que haba que anotar las llamadas personales, que provocaba por lo menos seis peleas frenticas por mes.
Sentada en el sof, Charlie esper a que su estmago se desanudara y su pulso bajara de las trescientas pulsaciones. Entonces levant a la vez el telfono y la horquilla y los dej en el suelo, debajo de la mesa. En el cajn de la mesa sola haber un par de bujas domsticas para cuando no funcionara la instalacin elctrica, lo que suceda a menudo, pero alguien las haba birlado tambin. De modo que retorci una pgina de una vieja revista parroquial, haciendo una pajuela y, metindola dentro de una taza sucia, encendi un extremo para hacer un sebo. Con la mesa arriba y el parapeto a un lado, la llama quedaba tan contenida como era posible, pero de todos modos la apag de un soplido despus de marcar. Tena que marcar un total de quince nmeros, y la primera vez el telfono se limit a aullar. La segunda vez marc mal y se encontr con un italiano loco que le gritaba, y la tercera, se le resbal el dedo, pero la cuarta vez consigui un silencio pensativo seguido por el sonido agudo de una llamada continental, seguido a su vez mucho despus por la voz estridente de Helga hablando alemn.
-Es Joan -dijo Charlie-. Me recuerdas?
-Y le respondi otro silencio pensativo.
-Dnde ests, Joan?
-Ocpate de tus malditos asuntos.
-Tienes un problema, Joan?
-No exactamente. Slo quera darte las gracias por llevar a los cerdos hasta mi maldita puerta.
Y despus, para gloria suya, la posey la vieja furia voluptuosa y se dej llevar con un abandono que no haba manejado desde la poca que no le estaba permitido recordar, cuando Joseph la haba llevado a ver a su pequeo amante antes de utilizarlo como carnada.
Helga la escuch en silencio.
-Dnde ests? -dijo cuando le pareci que Charlie haba terminado. Hablaba a disgusto, como si estuviera quebrantando sus propias reglas.
-Olvdalo -dijo Charlie.
-Te pueden ver en alguna parte? Dime dnde estars las prximas cuarenta y ocho horas.
-No.
-Puedes volver a telefonearme dentro de una hora, por favor?
-No puedo.
Hubo un largo silencio.
-Dnde estn las cartas?
-A salvo.
Otro silencio.
-Busca lpiz y papel.
-No necesito.
-Hazlo de todos modos. No ests en condiciones de recordar nada con exactitud. Ests
lista?
No era una direccin ni tampoco un nmero de telfono. Pero s una calle, una hora y la ruta por la cual deba aproximarse.
-Haz exactamente lo que te digo. Si no puedes hacerlo, si tienes ms problemas, llama al nmero de la tarjeta de Anton y di que deseas encontrar a Petra. Trae las cartas. Me oyes? Petra y las cartas. Si no las traes, nos enojaremos muchsimo contigo.
Al cortar la comunicacin, Charlie percibi el sonido de unas manos aplaudiendo suavemente desde la platea, abajo. Fue hasta el borde del balcn, mir y para su inconmensurable alegra vio a Joseph sentado solo en el centro de la primera fila. Se volvi y baj corriendo las escaleras a su encuentro. Lleg al ltimo escaln y lo encontr esperando con los brazos tendidos. Tena miedo de que tropezara en la oscuridad. La bes y sigui besndola; despus, la llev de regreso a la galera, rodendola con su brazo aun en la porcin ms angosta de la escalera y llevando una cesta en la otra mano.
Haba llevado salmn ahumado y una botella de vino. Los haba puesto sobre la mesa sin desenvolverlos. Saba cul era el lugar de los platos bajo el fregadero y cmo conseguir que se encendiera el fuego elctrico en el enchufe sobrante de la cocina. Haba llevado un termo con caf y un par de mantas bastante oportunas que haba sacado de la guarida de Lofty, abajo. Coloc el termo junto a los platos y despus comprob las grandes puertas victorianas, corriendo el cerrojo por la parte de adentro. Y ella supo, incluso en esa luz escasa -lo supo por la lnea de su espalda y la privada deliberacin de sus gestos-, que estaba haciendo algo no programado y cerraba las puertas a todo mundo que no fuese el propio. Se sent a su lado en el sof y la cubri con una manta, porque era preciso defenderse del fro del vestbulo. Y tambin porque haba que dominar sus temblores, que no poda detener. La llamada telefnica a Helga la haba dejado muerta de miedo, y tambin los ojos de verdugo del polica de su piso y la acumulacin de das de espera y de conocimiento a medias que era mucho, mucho peor que no saber nada.
La nica luz era la que provena del fuego elctrico e iluminaba desde abajo la cara de l como una plida candileja de la poca en que los teatros usaban candilejas. Lo recordaba en Grecia, dicindole que la iluminacin por candilejas de los antiguos lugares era un acto de moderno vandalismo, porque los templos haban sido construidos para ser vistos con el sol encima, no debajo. Le rodeaba los hombros con su brazo debajo de la manta y ella percibi lo delgada que era apoyada en l.