-Usted nos dice la verdad y no la matamos -dijo suavemente una voz de hombre.
Era Michel! Casi. Michel est casi vivo otra vez! Era el acento de Michel, la belleza de cadencia de Michel, el tono rico y adormecedor de Michel, sacado de la parte de atrs de la garganta.
-Nos dice todo lo que les dijo, lo que ya haya hecho para ellos, cunto le pagan y est bien. Comprendemos. Dejamos que se vaya.
-Mantn la cabeza quieta -barboto Helga desde detrs de ella.
-No creemos que lo haya traicionado por traicionarlo, entiende? Estaba asustada, se meti demasiado, as que ahora est con ellos. Bueno, es natural. No somos inhumanos. La sacamos de aqu, la dejamos en las afueras de la ciudad, usted les dice todo lo que le ha pasado aqu. Sigue sin importarnos, siempre y cuando salga limpia.
Suspir como si la vida estuviera transformndose en una carga para l.
-Tal vez se crea usted una dependencia con algn polica guapo, eh? Le hace un favor. Entendemos esas cosas. Somos gente comprometida, pero no psicpatas. Si?
Helga estaba molesta.
-Lo comprendes, Charlie? Contesta o sers castigada! No contestar era una cuestin de honor.
-Cundo recurri a ellos por primera vez? Dgamelo. Despus de Nottingham? De York? No importa. Recurri a ellos, estamos de acuerdo. Se asust y corri a la polica. Ese chico rabe est tratando de alistarme como terrorista. Slvenme, har lo que me digan. Es as como pas? Escuche: cuando vuelva a ellos sigue sin haber problema. Les dice que es una herona. Le daremos alguna informacin que puede transmitirles; la har sentirse bien. Somos buena gente. Gente razonable. Bueno: vamos al grano. No tonteemos. Es usted una linda damita, pero no entiende nada. Vamos.
Estaba en paz. La haba invadido una lasitud profunda, provocada por el aislamiento y la ceguera. Estaba a salvo, estaba en el tero para volver a empezar o morir en paz, como lo dispusiera la naturaleza. Estaba durmiendo el sueo de la infancia o la vejez. Su silencio la fascinaba. Era el silencio de la libertad perfecta. Estaban esperndola, senta su impaciencia, pero no tena la sensacin de compartirla. Varias veces lleg a pensar en lo que podra decir, pero su voz estaba muy lejos y no pareca tener objeto ir en su busca. Helga dijo algo en alemn y, aunque Charlie no entendi una sola palabra, reconoci, con tanta claridad como si fuese su propia lengua, la nota de resignacin desconcertada. El hombre gordo contest y pareca tan perplejo como ella, pero no hostil. Tal vez, tal vez no, pareca estar diciendo. Tena la percepcin de aquellos dos negndose a hacerse responsables de ella, mientras se la pasaban el uno al otro: una pelea burocrtica. El italiano intervino, pero Helga le orden callar. La discusin entre el gordo y Helga se reanud y ella pesc la palabra logisch. Helga est siendo lgica. O Charlie, no. O se le dice al hombre gordo que debera serlo.
Entonces el hombre gordo dijo:
-Dnde pas la noche despus de haber telefoneado a Helga? -Con un amante.
-Y anoche?
-Con un amante.
-Otro?
-S pero ambos eran policas.
Comprendi que si no hubiera tenido puestas las gafas, Helga le hubiera pegado. Se abalanz sobre ella y su voz enronqueca de ira, mientras le arrojaba una andanada de rdenes: no ser impertinente, no mentir, contestar a todo de inmediato y sin sarcasmos. Las preguntas recomenzaron y ella contest con fatiga, dejndolos que le arrancaran las respuestas, frase tras frase, porque en ltima instancia no era cosa de ellos. En Nottingham, qu nmero de habitacin? En qu hotel de Tesalnica? Nadaron? A qu hora llegaron, comieron? Qu bebidas pidieron desde la habitacin? Pero gradualmente, mientras escuchaba primero su voz y luego la de ellos, supo que, al menos por el momento, haba ganado, aun cuando le hicieron ponerse las gafas cuando se fue no se las sacaron hasta que estuvieron a una distancia prudente de la casa.
Cuando aterrizaron en Beirut estaba lloviendo y supo que era una lluvia clida, porque su calor lleg hasta la cabina, mientras seguan describiendo crculos e hizo que volviera a picarle el cuero cabelludo a causa del tinte que Helga la haba obligado a ponerse. Volaron sobre una nube como una roca ardiente bajo las luces del avin. La nube se detuvo y estaban volando bajo sobre el mar, rozando el desastre en las montaas que se aproximaban. Ella tena una reiterada pesadilla en la que pasaba lo mismo, excepto porque su avin descenda sobre una calle atestada y flanqueada por rascacielos. Nadie poda pararlo porque el piloto le estaba haciendo el amor. Ahora nada poda pararlo. Hicieron un aterrizaje perfecto, las puertas se abrieron, oli por primera vez el Medio Oriente, que la reciba como a una hija prdiga. Eran las siete de la tarde, pero hubieran podido ser las tres de la madrugada, porque advirti en seguida que se no era un mundo que se acostase. El estruendo en el vestbulo de recepcin le record el da del Derby antes de la salida. Haba bastantes hombres armados, con distintos uniformes, como para comenzar una guerra privada. Apretando el bolso contra el pecho, se abri paso hacia la cola de inmigracin y descubri, sorprendida, que estaba sonriendo. Su pasaporte de Alemania Oriental, su falsa apariencia, que cinco horas antes, en el aeropuerto de Londres, haban sido asuntos de vida o muerte, eran cosas triviales en esta atmsfera de urgencia inquieta, peligrosa.
-Ponte en la cola de la izquierda, y cuando muestres tu pasaporte solicita hablar con el seor Mercedes -le haba ordenado Helga cuando estaban sentadas en el Citron en el aparcamiento de Heathrow.
-Y qu pasa si me habla en alemn?
Este punto estaba fuera de su alcance.
-Si te pierdes, toma un taxi hasta el hotel Commodore, sintate en el vestbulo y espera. Es una orden. Mercedes, como el coche.
-Y despus qu?
-Charlie, creo que realmente ests siendo un poco obstinada y un poco estpida. Por favor, djalo ahora.
-O me pegars un tiro -sugiri Charlie.
-Seorita Palme! Pasaporte. Pase. Si, por favor!
Palme era su nombre alemn. Se pronunciaba Palmer, le haba dicho Helga. Haba sido pronunciado por un rabe pequeo y jovial, con barba de un da, cabello rizado y ropas radas inmaculadas.
-Por favor -repiti, y le tir de la manga. Su chaqueta estaba abierta y tena una enorme automtica plateada metida en la pistolera. Haba veinte personas entre ella y el funcionario de inmigracin, y Helga no le haba dicho que iba a ser as.
-Soy el seor Danny. Por favor, seorita Palme. Venga.
Le dio su pasaporte y l se zambull en la multitud, abriendo los brazos para que ella pudiera seguirle. Ah quedaba Helga. Ah quedaba Mercedes. Danny haba desaparecido, pero un momento despus reapareci con aspecto orgulloso, llevando en una mano una tarjeta de desembarco blanca y en la otra a un hombre corpulento, de aspecto oficial, que llevaba un abrigo de cuero negro.
-Amigos -explic Danny con una gran sonrisa patritica-. Todos amigos de Palestina.
En cierta forma, ella lo dudaba, pero, enfrentada con su entusiasmo, era demasiado corts como para decirlo. El hombre corpulento la examin gravemente, despus estudi el pasaporte, que pas a Danny. Finalmente, estudi la tarjeta blanca, que se coloc en el bolsillo superior.
-Willkonzmeuz -dijo, con un rpido movimiento diagonal de la cabeza, que era una invitacin a darse prisa.
Cuando estall la pelea, estaban en las puertas. Comenz de manera insignificante, como algo que un funcionario uniformado haba dicho a un viajero de aspecto prspero. De pronto, ambos estaban gritando v agitando los puos muy cerca de la cara del otro. Segundos despus, cada hombre tena sus seguidores, cuando Danny le mostraba el camino hacia el aparcamiento, un grupo de soldados con boinas verdes se encaminaba dificultosamente hacia la escena, preparando las metralletas por el camino.