La tercera noche durmi encima de una especie de cuartel general del ejrcito. Haba barrotes en las ventanas y agujeros de bombas en las escaleras. Haba psters que mostraban nios agitando ametralladoras o ramos de flores. En cada rellano haba guardias de ojos oscuros y el edificio tena un aire canalla, de Legin extranjera.
-Nuestro Capitn la ver pronto -le aseguraba tiernamente Danny de vez en cuando-. Est haciendo preparativos. Es un gran hombre.
Ella estaba empezando a conocer la sonrisa rabe, que significaba retraso. Para consolarla en su espera, Danny le cont la historia de su padre. Despus de pasar veinte aos en los campos, pareci que la desesperacin lo haba hecho desaprensivo. As que una maana, antes de la salida del sol, meti sus pocas pertenencias en una bolsa junto con las escrituras de su tierra y, sin decir nada a su familia, cruz las lneas sionistas con el objeto de ir en persona a reclamar su granja. Corriendo detrs de l, Danny y sus hermanos llegaron a tiempo para ver su pequea figura encorvada avanzando ms y ms dentro del valle, hasta que le destroz una mina. Danny relat todo esto con una precisin desconcertada, mientras los otros dos vigilaban su ingls, interrumpindole para volver a expresar una frase cuando su sintaxis o su cadencia les desagradaban, asintiendo como ancianos para aprobar otra. Cuando hubo terminado, le hicieron una cantidad de preguntas serias sobre la castidad de las mujeres occidentales, sobre la cual haban odo cosas desdichadas, aunque no totalmente desprovistas de inters.
As que su amor por ellos aumentaba, un milagro de cuatro das. Amaba su timidez, su virginidad, su disciplina y la autoridad que tenan sobre ella. Los amaba como captores y amigos. Pero pese a todo su amor, nunca le devolvieron su pasaporte, y si ella se acercaba demasiado a sus metralletas, se alejaban con miradas peligrosas e indmitas.
-Venga, por favor -dijo Danny, golpeando suavemente la puerta para despertarla-. Nuestro Capitn est preparado. Eran las tres de la madrugada y estaba oscuro.
Despus crey recordar unos veinte coches, pero hubieran podido ser slo cinco, porque todo sucedi muy aprisa: un zigzag de viajes por la ciudad, cada vez ms alarmantes, en sedanes color arena con antenas adelante y atrs y guardias de corps que no hablaban. El primer coche estaba esperando frente al edificio, pero del lado del patio, donde no haba estado. No fue hasta que estuvieron fuera del patio y corriendo a toda velocidad calle abajo, que comprendi que haba dejado a los chicos. Al extremo de la calle, el conductor pareci ver algo que no le gust, porque dio una vuelta en U que estuvo a punto de volcarlo, y cuando se precipitaban otra vez calle arriba, escuch un tableteo y un grito junto a ella y sinti una mano pesada que la obligaba a bajar la cabeza, de modo que supuso que los disparos eran para ellos.
Pasaron un cruce con luz roja y estuvieron a punto de chocar con un camin; se subieron a una acera del lado derecho, despus hicieron una amplia curva hacia la izquierda entrando en un aparcamiento en pendiente que daba a una playa abandonada. Vio otra vez la media luna de Joseph, suspendida sobre el mar, y por un segundo imagin que estaba de camino a Delfos. Se detuvieron junto a un Fiat grande y prcticamente la embutieron en l, y all se fue otra vez, propiedad de dos nuevos guardias de corps, de camino hacia una autopista llena de baches con edificios acribillados a ambos lados y un par de luces que los seguan de cerca. Frente a ella, las montaas eran negras, pero las que estaban a su izquierda eran grises porque un resplandor del valle encenda sus laderas, y ms all del valle estaba una vez ms el mar. El velocmetro marcaba 140, pero de pronto no marc nada porque el conductor haba apagado las luces y el coche que los segua haba hecho lo mismo.
A la derecha haba una hilera de palmeras; a la izquierda, la reserva central que divida las dos calzadas, una acera de seis pies de ancho, a veces de grava, otras veces de vegetacin. Con un gran salto, la subieron y con otro aterrizaron del otro lado. El trfico ululaba y Charlie gritaba: !Jess!, pero el conductor no era receptivo a la blasfemia. Encendiendo todas las luces, condujo directamente contra el trfico antes de volver a hacer girar el coche a la izquierda, bajo un puente pequeo, y de pronto estaban detenindose en un camino lodoso v desierto y pasaban a un tercer coche, esta vez un Land-Rover sin ventanas. Llova. No lo haba notado hasta entonces, pero cuando la metieron en la parte trasera del Land-Rover, un chaparrn la empap y vio un estallido de relmpagos blancos chocando contra las montaas. O tal vez fuera una bomba.
Treparon por un camino tortuoso. Por la parte trasera del Land-Rover vea cmo se alejaba el valle; por el parabrisas, entre las cabezas de los guardias y el conductor, observaba la lluvia goteando como cardmenes de pececillos danzantes. Frente a ellos haba un coche, y por la manera en que lo seguan, Charlie supo que era de ellos; haba un coche detrs, y por la manera que tenan de no prestarle atencin, era de ellos tambin. Hicieron otro cambio y quiz otro; entraron en lo que pareca ser una escuela abandonada, pero esta vez el conductor detuvo el motor, mientras l y el guardia se apostaban en las ventanas con ametralladoras, esperando a ver lo que llegaba a la colina. Hubo controles camineros en los que se detuvieron, y otros a los cuales pasaron con nada mas que un lento movimiento de la mano en direccin a los centinelas inmviles. Hubo un control en el que el guardia del asiento delantero baj su ventanilla y dispar una salva de metralleta a la oscuridad, pero la nica respuesta fue el aterrado gemido de las ovejas. Y hubo un ltimo salto aterrador en la negrura, entre dos filas de reflectores que los iluminaban de lleno, pero para entonces ella estaba ms all del terror. Estaba sacudida y aturdida y le importaba un comino.
El coche se detuvo. Estaba en el patio delantero de una villa antigua, con chicos centinelas con metralletas posando en silueta sobre el tejado como los hroes de una pelcula rusa. El aire era fro y limpio y lleno de los olores griegos que la lluvia haba dejado atrs: ciprs y miel y todas las flores silvestres del mundo. El cielo estaba lleno de tormentas y una nube de humo; el valle se estiraba debajo de ellos en cuadrados de luz en retroceso. La hicieron atravesar un porche y entrar al vestbulo, y all, bajo una luz muy tenue, tuvo su primera visin de Nuestro Capitn: una figura marrn, torcida, con una madeja de pelo negro, lacio, de colegial, y un bastn de paseo de aspecto ingls, de fresno natural, para ayudar a sus piernas flccidas, y una sonrisa forzada que le daba la bienvenida iluminando su rostro picado de viruelas. Para estrecharle la mano, colg el bastn del antebrazo izquierdo, dejando que se balanceara, de modo que ella tuvo la sensacin de estar sostenindole por un segundo antes de que volviera a enderezarse.
-Seorita Charlie, soy el capitn Tayeh y la saludo en nombre de la revolucin.
Su voz era enrgica y formal. Y tambin, como la de Joseph, era hermosa.
El miedo ser un problema de seleccin -le haba advertido Joseph-. Por desgracia, nadie puede estar asustado todo el tiempo. Pero con el capitn Tayeh, corno se hace llamar, tienes que hacer lo mejor que puedas, porque el capitn Tayeh es un hombre muy inteligente.
-Perdneme -dijo Tayeh con alegre hipocresa.
La casa no era suya, porque no poda encontrar nada de lo que deseaba. Hasta por un cenicero tuvo que dar vueltas en la penumbra, interrogando con humor a los objetos y observando si eran demasiado valiosos para usar. Sin embargo, la casa perteneca a alguien de su gusto, porque ella observ una calidez en sus modales que deca: Es tpico de ellos, s; este es exactamente el lugar en el que guardaran la bebida. La luz era escasa todava, pero a medida que sus ojos se fueron acostumbrando a ella, decidi que estaba en la casa de un profesor. O de un poltico. O de un abogado. Las paredes estaban cubiertas de libros que haban sido ledos, sobados y vueltos a colocar sin demasiado cuidado; sobre la chimenea colgaba un cuadro que poda haber sido de Jerusaln. Todo lo dems era un desorden masculino de gustos mezclados: sillas de cuero, cojines hechos con trozos de lana de diferentes colores y un batiburrillo de alfombras orientales. Y objetos de plata rabe, muy blanca y adornada, brillando como cofres del tesoro en los oscuros rincones. Y adems, un estudio, en una alcoba a la que se bajaba mediante dos escalones, con un escritorio estilo ingles y una vista panormica del valle del cual ella acababa de emerger y de la costa a la luz de la luna.