Al incongruente tro formado por Schwili, Leon y la seorita Bach, Kurtz lo llamaba su Comit Literario, y dio a los tres categora especial dentro de su ejrcito privado, en tan rpido aumento.
En Munich, las tareas de Kurtz eran de naturaleza administrativa, aunque las llevaba a cabo con suma delicadeza, gracias a haber conseguido adaptar su carcter impositivo a las ms modestas pautas de comportamiento. Seis miembros de su recin formado equipo haban sido destinados a dicha ciudad, y estos miembros ocupaban dos lugares separados, en dos zonas distintas de la ciudad. El primer equipo estaba formado por dos hombres dedicados a misiones en el exterior. El equipo hubiera debido estar formado por cinco hombres, pero Misha Gavron segua plenamente decidido a que Kurtz siguiera con las riendas cortas. Estos hombres no recogieron a Kurtz en el aeropuerto, sino en un oscuro caf de Schwabing, y, sirvindose de una desvencijada camioneta, en la que le ocultaron -la camioneta representaba tambin una economa-, lo trasladaron a la ciudad olmpica, concretamente a uno de los tenebrosos aparcamientos subterrneos, lugar frecuentado por atracadores y por gente de ambos sexos dedicada a la prostitucin. La ciudad olmpica no es una ciudad, desde luego, sino una aislada ciudadela en desintegracin, de cemento gris, que es lo que en Baviera ms se parece a un asentamiento israelita. Desde uno de los amplsimos aparcamientos subterrneos le llevaron, subiendo una sucia escalera con pintadas en todos los idiomas, y cruzando despus pequeos jardines de azotea, a un dplex que haban alquilado, parcialmente amueblado, por una breve temporada. En el exterior, los dos hombres hablaron en ingls y dieron a Kurtz el tratamiento de sir, pero dentro del dplex llamaron Marty a su jefe, y le hablaron respetuosamente en hebreo.
El dplex se encontraba en lo alto de un edificio que haca esquina, y estaba repleto de focos de fotgrafo y formidables cmaras fotogrficas sobre trpodes, sin que faltaran pantallas de proyeccin y mesas de trabajo fotogrfico. En el fondo del apartamento, en la parte sur, haba un dormitorio de cuatro metros por tres y medio, con una claraboya en el techo, que tal como explicaron cuidadosamente a Kurtz, haban cubierto primero con una manta, luego con un cartn, y despus con un material impermeable sujeto con cinta adhesiva. Las paredes, el suelo y el techo estaban tambin acolchados de parecida manera, de modo que el lugar pareca, en parte, un moderno confesionario, y, en parte, la celda de un loco. Precavidamente, haban reforzado la puerta con pintadas planchas de acero, en las que haban practicado un orificio, cubierto con vidrio irrompible, a la altura de la cabeza, sobre el cual, y en la parte exterior, haban colocado un letrero de cartn que deca, Laboratorio, no entren, y, debajo, Dunkelkammer Kein Eintritt!. Kurtz orden a uno de los hombres que entrara en aquella habitacin, que cerrara la puerta y que gritara con todas sus fuerzas. Kurtz solamente oy un sonido ronco y rasposo, lo que mereci su satisfecha aprobacin.
El resto del apartamento era aireado, pero, al igual que la Ciudad Olmpica, terriblemente tronado. Las ventanas del norte ofrecan un triste panorama de la carretera que llevaba a Dachau, en donde tantos judos murieron en su campo de concentracin, paradoja que todos los presentes advirtieron, y tanto ms por cuanto la polica bvara, con una falta de sensibilidad aterradora, haba alojado a su unidad mvil en el antiguo cuartel que all haba. Los dos hombres podan indicar a Kurtz el mismsimo lugar, ms cercano, en el que, en la ms reciente historia, los comandos palestinos haban penetrado en el alojamiento de los atletas israelitas, matando de inmediato a algunos y llevndose al resto al aeropuerto militar, en donde tambin los mataron. En el piso contiguo, dijeron a Kurtz, haba una comuna estudiantil, en el piso inferior nadie viva, por el momento, debido a que la ltima inquilina se haba suicidado. Despus de haber paseado lentamente por todo el piso, y de haber estudiado todas las entradas y salidas posibles, Kurtz decidi que tambin deba alquilar el piso inferior, y el mismo da llam por telfono a un abogado de Nuremberg encargndole formalizara el contrato. Los muchachos de Kurtz haban adquirido aspecto de seres flojos e ineficaces, y uno de ellos, el joven Oded, se haba dejado la barba. Sus pasaportes decan que eran de nacionalidad argentina y fotgrafos de profesin, aunque nadie saba qu clase de fotgrafos, lo cual, a su vez, a nadie importaba. Dijeron a Kurtz que, a veces, con la finalidad de causar impresin de natural irregularidad, anunciaban a los vecinos que se disponan a celebrar una fiesta que durara hasta muy avanzada la noche, fiesta que slo se adverta con mritos de la msica y de las botellas vacas en el cubo de la basura. Pero en realidad nadie haba entrado en el piso, salvo el enlace del otro equipo. No, ni invita-dos, ni visitantes, ni nadie. En cuanto a mujeres, nada. Con el panorama que se divisaba desde las ventanas, se haban quitado a las mujeres de la cabeza hasta que regresaran a Jerusaln.
Despus de haber dado parte de lo anterior y de mucho ms a Kurtz, y de comentar asuntos tales como la necesidad de transporte extra, los gastos de las operaciones, y despus de estudiar si sera conveniente o no poner argollas de hierro en las acolchadas paredes del laboratorio -Kurtz era partidario de hacerlo-, llevaron a Kurtz, a peticin de ste, a dar un paseo y a lo que Kurtz llamaba tomar un poco el agradable fresco. Anduvieron por entre las srdidas calles en que vivan los estudiantes, se detuvieron en una escuela de cermica, en una escuela de carpintera, y en un lugar que se enorgulleca de ser la primera escuela de natacin del mundo para nios de muy corta edad. Leyeron tambin las pintadas anarquistas en las coloridas puertas de las casitas. As estuvieron hasta que inevitablemente, en mritos de la ley de gravedad, se encontraron ante la malhadada casa en que, casi exactamente diez aos antes, se produjo aquel ataque contra los muchachos israelitas que estremeci al mundo. Una Lpida de piedra, grabada en hebreo y en alemn, recordaba a los once muertos. Once u once mil, igual daba, por cuanto sus comunes sentimientos de indignacin seran iguales en uno u otro caso.
Mientras regresaban discretamente a la camioneta, Kurtz dijo, sin necesidad alguna, refirindose a los jvenes muertos: -Recordadlo.
Desde la ciudad olmpica llevaron a Kurtz al centro de la ciudad, en donde Kurtz se perdi adrede durante un rato, caminando al azar, segn le dictara su capricho, hasta que los muchachos, que le guardaban las espaldas, le indicaron que poda acudir sin riesgo a la prxima cita. El contraste entre el anterior lugar y el nuevo no poda ser mayor. El destino de Kurtz era el ltimo piso de una casa de altos aleros, de color de jengibre, en el corazn de la parte elegante de Munich. La calle era estrecha, con adoquines y muy cara. En ella haba un restaurante suizo, un modista elegante que pareca no vender nada y, a pesar de ello, ser prspero. Kurtz lleg al piso despus de subir una oscura escalera, y la puerta se abri tan pronto Kurtz lleg al rellano, debido a que le haban estado viendo llegar a lo largo de la calle, mediante un circuito cerrado de televisin. Kurtz entr sin decir palabra. Los hombres que all haba eran mayores que los otros dos que le haban recibido. Antes eran padres que hijos. Tenan la palidez propia del presidiario que lleva largo tiempo cumpliendo condena, y se movan con aire resignado, principalmente en sus idas y venidas, sin zapatos, en calcetines, evitaban chocar entre s. Eran vigilantes estticos profesionales, seres que, incluso en Jerusaln, forman una especie de sociedad secreta. Cortinas de encaje cubran las ventanas. El ocaso reinaba en la calle, y reinaba tambin en el interior del piso en el que imperaba un aire de triste negligencia. Entre los muebles Biedermeyer falsificados, haba una porcin de instrumentos electrnicos y pticos, sin que faltaran antenas interiores de diverso tipo. Pero, a la media luz, estos instrumentos de espectral aspecto slo contribuan a incrementar el aspecto ttrico del lugar.