Un viejo, sentado en una silla de cocina, los contempl con indiferencia total. Tayeh y el administrador se adelantaron a saludarle. Veo esto todos los das. Soy una dura periodista occidental que des-cribe la privacin a aquellos que lo tienen todo y se sienten desdichados. Estaba en el centro de un vasto silo de piedra cuyas antiguas paredes se elevaban hacia el cielo con puertas de jaula y balcones de madera. Pintado de blanco en su totalidad, produca una ilusin de higiene. Las celdas de la planta baja tenan entradas de arco. Las puertas estaban abiertas como para sealar hospitalidad. Al comienzo, las figuras del interior le parecieron inmviles. Hasta los nios se movan como ahorrando fuerzas. Delante de cada celda haba cuerdas para la ropa, y su simetra sugera el orgullo competitivo de la vida de aldea. Charlie oli caf, alcantarillas abiertas y da de colada. Tayeh y el administrador regresaron.
-Deje que ellos le hablen primero -volvi a aconsejarle Tayeh-. No sea impertinente con esa gente; no comprender. Est observando una especie casi extinguida ya.
Subieron por una escalera de mrmol. Las celdas de esa planta tenan puertas slidas, con mirillas para los carceleros. El ruido pareci aumentar con el calor. Pas una mujer con un traje de campesina. El administrador le habl y ella seal hacia el balcn, en direccin a un signo en rabe pintado a mano, con forma de arco. Mirando abajo, hacia el pozo, Charlie vio al viejo de regreso en su silla, mirando a la nada. Ha hecho el trabajo del da -pens-. Nos ha dicho "suban". Alcanzaron el arco, siguieron su direccin, llegaron a otro y pronto avanzaban hacia el centro de la prisin. Necesitar un cordel para encontrar el camino de regreso, pens. Ech una mirada a Tayeh, pero l no quera mirarla. En el futuro, no tome baos de sol. Entraron en lo que haba sido una habitacin para el personal o cantina. En el centro haba una camilla forrada de plstico y en una mesilla de ruedas nueva, medicinas, cubos y jeringas. Un hombre y una mujer trabajaban: la mujer, vestida de negro, estaba limpiando los ojos de un beb con algodn. Las madres que esperaban estaban pacientemente sentadas a lo largo de la pared, mientras sus hijos dormitaban o se agitaban.
-Qudese aqu -orden Tayeh, y esta vez se adelant l mismo, dejando a Charlie con el administrador. Pero la mujer ya lo haba visto entrar. Sus ojos se alzaron hacia l, despus hacia Charlie y se fijaron en ella, llenos de sentido y preguntas. Dijo algo a la madre del nio y le devolvi el beb. Fue hacia el lavabo y se lav metdicamente las manos mientras estudiaba a Charlie por el espejo.
-Sganos -dijo Tayeh.
Toda prisin tiene una habitacin pequea y brillante con flores de plstico y una fotografa de Suiza, donde se puede recibir a la gente inocente. El administrador se haba ido. Tayeh y la muchacha se sentaron uno a cada lado de Charlie, la chica tan erguida como una monja y Tayeh reclinado, con una pierna puesta rgidamente hacia un lado y el bastn en el centro, como el palo de una tienda. El sudor corra sobre su cara, llena de crteres, mientras fumaba y jugueteaba con el cigarrillo y frunca el entrecejo. Los ruidos de la prisin no haban cesado, pero se haban confundido entre s hasta formar un estrpito nico, en parte de musita, en parte de voces humanas. A veces, sorprendentemente, Charlie escuchaba risas. La muchacha era hermosa y severa y un poco aterradora en su negrura, con rasgos fuertes y una mirada oscura, directa, que no tena inters en disimular. Se haba cortado el cabello. La puerta permaneca abierta. Los dos chicos de costumbre la guardaban.
-Sabe quin es ella? -pregunt Tayeh, apagando ya su primer cigarrillo. Ve algo familiar en su cara? Mirela bien. Charlie no necesitaba hacerlo.
-Fatmeh -dijo.
-Ha regresado a Sidn para estar junto a su gente. No habla ingls, pero sabe quin es usted. Ha ledo sus cartas a Michel, y tambin las que l le escribi a usted. Traducidas. Naturalmente, est interesada en usted.
Agitndose dolorida en su silla, Tayeh sac un cigarrillo manchado de sudor y lo encendi.
-Est sufriendo, pero todos sufrimos. Cuando le hable, por favor, no se ponga sentimental. Ya ha perdido a tres hermanos y una hermana. Sabe cmo se hace.
Tranquilamente, Fatmeh empez a hablar. Cuando se detuvo, Tayeh tradujo con desprecio, que era su humor de esa noche.
-Primero desea darle las gracias por el gran consuelo que le dio a su hermano Salim mientras combata contra el sionismo tambin le agradece que usted se haya unido a la lucha por la justicia. -Y espera mientras Fatmeh continuaba-. Dice que ahora son hermanas. Ambas amaban a Michel, ambas estn orgullosas de su muerte heroica. Le pregunta -E hizo una nueva pausa para dejarla hablar-. Le pregunta si esta usted dispuesta a aceptar la muerte antes que ser esclava del imperialismo. Es muy poltica. Diga que s.
-Si.
-Desea saber cmo hablaba Michel de su familia de Palestina. No invente. Tiene mucho instinto.
El humor de Tayeh ya no era despreocupado. Ponindose en pie con dificultad, comenz a dar una larga vuelta a la habitacin, interpretando, haciendo sus propias preguntas subsidiarias.
Charlie habl directamente mirando al frente, desde el corazn, desde su herida memoria. No era una impostora para nadie, ni si-quiera para si misma. Al comienzo -dijo-, Michel no quera hablar de sus hermanos; y slo una vez, de pasada de su amada Fatmeh. Entonces un da en Grecia comenz a recordarlos a todos con gran amor, subrayando que desde la muerte de su madre su hermana Fatmeh se haba transformado en la madre de toda la familia.
Tayeh tradujo con brusquedad. La muchacha no contest, pero sus ojos estaban fijos en el rostro de Charlie, vigilndolo, escuchando, inquiriendo.
-Qu dijo de ellos, de los hermanos? -orden Tayeh, impaciente-. Reptaselo.
-Dijo que durante toda su infancia, sus hermanos mayores fueron su luminosa inspiracin. En el Jordn, en el primer campo, cuando el era todava demasiado pequeo para luchar, los hermanos se iban sigilosamente sin decir adonde. Despus Fatmeh se acercaba a su cama y le decia en susurros que haban hecho otro ataque contra los sionistas
Tayeh interrumpi con una veloz traduccin.
Las preguntas de Fatmeh perdieron su nota nostlgica, adquiriendo la aspereza de un examen. Qu haban estudiado sus hermanos? Cules eran sus habilidades y aptitudes, cmo haban muerto? Charlie contestaba lo que poda, a trozos. Salim -Miuhel- no le haba contado todo. Fawvaz era un gran abogado, o haba tenido intencin de serlo. Haba estado enamorado de una estudiante en Ammn; ella era la joven novia de su niez en su aldea de Palestina. Los sionistas le mataron cuando sala de su casa una maana temprano.
-Segn Fatmeh -comenz.
-Qu pas segn Fatmeh? -pregunt Tayeh.
-Segun Fatmeh, los jordanos le haban pasado su direccin a los sionistas.
Fatmeh estaba haciendo una pregunta. Enojado, Tayeh volvi a traducir:
-En una de sus cartas, Michel menciona su orgullo al compartir la tortura con su gran hermano -dijo Tayeh-. Con respecto a este incidente, escribe que su hermana Fatmeh es la nica mujer sobre la tierra, aparte de usted, a la que puede amar completamente. Explique esto a Fatmeh, por favor. A qu hermano se refiere?
-A El Jalil -dijo Charlie.
-Describa el incidente -orden Tayeh.
-Fue en Jordania.
-Dnde? Cmo? Describa exactamente.
-Era al atardecer. Un convoy de jeeps jordanos entraron en el campo. Eran seis. Cogieron a El Jalil y a Michel, Salim, y le ordenaron que cortara unas ramas de un granado. - Extendi las manos de la manera en que lo haba hecho Michel esa noche en Delfos-. Seis ramas jvenes, de un metro cada una. Hicieron que El Jalil se quitara los zapatos y obligaron a Salim a arrodillarse y sujetar los pies de El Jalil, mientras ellos los golpeaban con las ramas de granado. Despus tuvieron que cambiar. El Jalil sujeta a Salim. Sus pies ya no son pies. Son irreconocibles. Pero los jordanos los hacen correr de todos modos, disparando al suelo detrs de ellos.