-Y entonces? -dijo Fatmeh, impaciente.
-Entonces, qu?
-Por qu es tan importante Fatmeh en este asunto?
-Ella los cuid. Da y noche, lavndoles los pies. Les dio valor. Les ley los grandes escritores rabes. Les hizo planear nuevos ataques. Fatmeh es nuestro corazn, dijo l. Es nuestra Palestina. Debo aprender de su coraje y de su fuerza. Dijo eso.
-Hasta lo escribi, el idiota -dijo Tayeh, colgando el bastn del respaldo de una silla con un golpe enojado. Encendi otro cigarrillo.
Mirando rgidamente la pared blanca como si hubiera en ella un espejo, echado hacia atrs sobre su bastn de fresno, Tayeh se secaba la cara con un pauelo. Fatmeh se puso en pie, fue silenciosamente hacia el fregadero y cogi un vaso de agua para l. Tayeh sac de su bolsillo media botella de whisky; se sirvi un poco con el agua. A Charlie se le ocurri, no por primera vez, que se conocan muy bien a la manera de colegas ntimos, incluso de amantes. Hablaron un momento. Despus Fatmeh se dio vuelta y volvi a hacerle frente, mientras Tayeh haca la ltima pregunta.
-Qu significa esto en su carta: El plan en el que acordamos sobre la tumba de mi padre? Explique esto tambin. Qu plan?
Empez a describir cmo haba muerto, pero Tayeh la interrumpi.
-Sabemos cmo muri. Muri de desesperacin. Hblenos del funeral.
-Pidi ser enterrado en Hebrn, en El Jalil, de modo que le llevaron al puente Allenby. Los sionistas no los dejaron cruzar, as que Michel, Fatmeh y dos amigos llevaron el atad a una colina alta, y cuando cay la noche cavaron una tumba en un lugar desde el cual pudiera ver, del otro lado de la frontera, la tierra que los sionistas le haban robado.
-Dnde est El Jalil, mientras tanto?
-Ausente. Ha estado ausente durante aos. Fuera de contacto. Luchando. Pero esa noche, mientras estn tapando la tumba, apareci de pronto.
-Y?
-Ayud a cerrar la tumba. Despus le dijo a Michel que fuera a luchar.
-Ir a luchar? -repiti Tayeh.
-Dijo que haba llegado el momento de atacar a los judos. En todas partes. Ya no deba hacerse distincin entre judo e israel. Dijo que toda la raza juda era una base del podero sionista y que los sionistas no descansaran hasta haber destruido a nuestro pueblo. Nuestra nica posibilidad era obligar al mundo a escuchar. Una y otra vez. Si iban a destruirse vidas inocentes, por qu siempre tenan que ser palestinas? Los palestinos no iban a imitar a los judos y a esperar dos mil aos para volver al hogar.
-Y entonces? -pregunt Tayeh, inconmovible.
-Entonces Michel tena que ir a Europa. El Jalil lo arreglara. A transformarse en un estudiante, pero tambin en un combatiente.
Fatmeh habl, no por mucho tiempo.
-Dice que su hermano pequeo tena una gran boca y que Dios fue sabio al cerrarla cuando lo hizo -dijo Tayeh y, llamando a los chicos, coje rpidamente hacia adelante, escaleras abajo. Pero Fatmeh puso una mano en el brazo de Charlie y la retuvo y la mir una vez ms con curiosidad franca, pero amistosa. Una junto a otra, las dos mujeres regresaron por el corredor. A la puerta de la clnica, Fatmeh volvi a mirarla, esta vez con indisimulado desconcierto. Despus bes a Charlie en la mejilla. Lo ltimo que Charlie vio fue que recuperaba el beb y se pona en seguida a limpiarle los ojos, y, si Tayeh no hubiera estado instndola a que se diese prisa, se hubiera quedado a ayudar a Fatmeh para siempre.
-Debe esperar -le dijo Tayeh mientras la llevaba al campo-. Despus de todo, no la esperbamos. No la invitamos.
A primera vista le pareci que la haba llevado a una aldea, porque a la luz de los faros las terrazas de casuchas blancas que poblaban la falda de la colina parecan bastante atractivas. Pero a medida que continuaban, el lugar comenz a verse, y cuando alcanzaron la cumbre de la colina estaba en una ciudad improvisada, construida para miles de personas. Un hombre grisceo, digno, los recibi, pero fue en Tayeh en quien derramaba su simpata. Llevaba zapatos negros lustrados y un uniforme color caqui rgidamente planchado, y ella supuso que se haba puesto sus mejores ropas para recibir a Tayeh.
-Es el jefe aqu -dijo simplemente Tayeh, presentndole-. Sabe que es usted inglesa, pero nada ms. No preguntar.
Le siguieron a una habitacin medio vaca, con trofeos deportivos metidos en cajas de cristal. Sobre una mesilla de caf, colocada en el centro, haba un plato lleno de paquetes de cigarrillos de distintas marcas. Una joven muy alta llev t dulce y pasteles, pero nadie le habl. Usaba un pauelo de cabeza, una falda ancha tradicional y zapatos chatos. Esposa? Hermana? Charlie no lo saba. Tena sombras de dolor debajo de los ojos y pareca moverse en un mundo personal de tristeza. Cuando se hubo ido, el jefe fij una mirada feroz en Charlie e hizo un discurso sombro con claro acento escocs. Explic sin sonrer que durante los aos del Mandato haba servido en la polica de Palestina y que todava cobraba una pensin britnica. El espritu de su pueblo, dijo, haba sido muy fortalecido por sus sufrimientos. Suministr estadsticas. En los ltimos doce aos, el campo haba sido bombardeado setecientas veces. Dio las cifras de vctimas, subrayando la proporcin de mujeres y nios muertos. Las armas ms eficaces eran las bombas-racimo de factura norteamericana. Los sionistas arrojaban tambin trampas explosivas disimuladas como juguetes. Dio una orden y un chico desapareci y regres con un coche de carreras estropeado. Levant la carrocera y mostr los alambres y el explosivo dentro. Tal vez s -pens Charlie-. Tal vez no. Se refiri a la diversidad de teoras polticas que haba entre los palestinos, pero les asegur seriamente que, en la lucha contra el sionismo, esas distinciones desaparecan.
-Nos bombardean a todos -dijo.
Se dirigi a ella llamndola camarada Leila, que era como la haba presentado Tayeh, y cuando hubo terminado le dio la bienvenida y se la pas con alivio a la triste mujer alta.
-Por la justicia! -dijo, al despedirse.
-Por la justicia! -contest Charlie.
Tayeh la mir cmo se iba.
Las calles estrechas tenan la oscuridad de la iluminacin a bujas. Por el centro bajaba el alcantarillado abierto; sobre las colinas se mova una luna con cuarto creciente. La muchacha alta le mostraba el camino; la seguan los chicos con metralletas y el bolso de mano de Charlie. Atravesaron un campo deportivo lleno de barro y casuchas bajas que hubieran podido ser una escuela. Charlie se acord del ftbol de Michel y se pregunt, demasiado tarde, si habra ganado algunas de las copas de plata que haba en la estantera del jefe. Plidas luces azules ardan sobre las puertas herrumbradas de los refugios antiareos. El ruido era el ruido nocturno de los exilios. El rock y la msica patritica se mezclaba con el murmullo atemporal de los viejos. En algn lugar, una pareja joven discuta. Sus voces se hundieron en una explosin de furia exasperada.
-Mi padre pide disculpas por la precariedad del lugar. Una regla del campo es que los edificios no deben ser permanentes de modo que no podamos olvidar dnde est nuestro verdadero hogar. Si hay una incursin area, por favor no espere las sirenas. Siga en la direccin en que corran todos. Despus de una incursin, por favor asegrese de no tocar nada que haya en el suelo. Estilogrficas, botellas, radios Nada!
Su nombre era Salma, dijo con su sonrisa triste, y el jefe era su padre.
Charlie permiti que la hicieran adelantarse de prisa. La casucha era diminuta y limpia como la sala de un hospital. Haba una palangana y un lavatorio y un patio trasero del tamao de un pauelo.
-Qu haces aqu, Salma?
La pregunta pareci desconcertarla por un momento. Estar all ya era una ocupacin.
-Dnde aprendiste ingls? -pregunt Charlie.
-En Amrica -contest Salma-. Era graduada en bioqumica por la Universidad de Minnesota.
Hay una paz terrible, aunque pastoral, en vivir durante mucho tiempo entre las verdaderas vctimas del mundo. En el campo, Charlie experiment finalmente la compasin que le haba sido negada hasta entonces. Esperando, se uni a las filas de los que haban esperado toda su vida. Compartiendo su cautiverio, so que se haba liberado del suyo. Amndolos, imagin que reciba su perdn por las muchas duplicidades que la haban llevado all. No se le asignaron centinelas, y la primera maana, en cuanto despert, se puso a probar con cautela cules eran los lmites de su libertad. No pareca haber ninguno. Recorri el permetro de los campos deportivos y vio a los nios pequeos, encorvados, luchando duramente para lograr el fsico de los adultos. Encontr la clnica y las escuelas y las tiendas diminutas que vendan de todo, desde naranjas a champ. En la clnica, una sueca anciana le habl satisfecha de la voluntad de Dios.