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-Abdul el norteamericano -dijo ella.

-Qu?

Charlie estaba preparada. Haba ensayado mentalmente la escena repetidas veces: el elevado sentido del deber de la camarada Leila supera su repugnancia natural a dar el chivatazo. Se saba el texto de memoria. Saba cmo eran las furcias del campamento que lo haban pronunciado. Para recitarlo mantuvo el rostro desviado del de l y habl con furia spera y masculina.

-Su verdadero nombre es Halloran. Arthur J. Halloran. Es un traidor. Me pidi que, cuando me vaya, les diga a los norteamericanos que quiere regresar y hacer frente a los tribunales. Admite francamente que tiene ideas antirrevolucionarias. Podra traicionarnos a todos.

La oscura mirada de Tayeh no se haba apartado ni un instante de su rostro. Sostena su bastn de fresno con las dos manos, y golpeaba con su extremo los dedos de su pierna mala, como si tratara as de mantenerla despierta.

-Es por eso que has pedido verme?

-S.

-Halloran fue a verte hace tres noches -observ l, desviando su mirada-. Por qu no me lo has dicho antes? Por qu has esperado tres das?

-No estabas aqu.

-Estaban otros. Por qu no preguntaste por m?

-Tena miedo de que le castigaras.

Pero Tayeh no pareca pensar que Halloran estuviese siendo juzgado.

-Miedo -repiti, como si se tratase de una admisin muy grave-. Miedo? Y por qu ibas a temer por Halloran? Durante tres das? Acaso simpatizas secretamente con su actitud?

-Sabes que no.

-Es por eso que l te habl con tanta franqueza? Por qu le diste motivos para que confiara en ti? Creo que s.

-No.

-Te acostaste con l?

-No.

-Entonces, qu deseos podas sentir de proteger a Halloran? Por qu ibas a temer por la vida de un traidor cuando ests aprendiendo a matar en nombre de la revolucin? Por qu no eres sincera con nosotros? Me decepcionas.

-No tengo experiencia. Lo senta por l y no quera que sufriera ningn dao. Despus me acord de cul era mi deber.

Tayeh pareca cada vez ms confuso ante el desarrollo de la conversacin. Tom otro trago de whisky.

-Sintate.

-No siento necesidad de hacerlo.

-Sintate.

Ella hizo lo que le ordenaban. Miraba con fiereza hacia un punto situado a un lado de l, algn punto odiado de su propio horizonte. En su interior haba ido ms all del punto en que l hubiera tenido algn derecho a conocerla. Ya he aprendido lo que me enviaste a aprender aqu. Echate la culpa a ti mismo si no me entiendes.

-En una carta que escribiste a Michel hablabas de un hijo. Tienes un hijo? De l?

-Me refera a la pistola. Dormamos con ella.

-Qu clase de pistola?

-Una Walther. Se la dio El Jalil a l.

Taveh suspir.

-Si estuvieras en mi lugar-dijo por fin, volviendo la cabeza a otro lado para no mirarla-, y tuvieras que arreglar el asunto de Halloran (que quiere irse a casa, pero sabe demasiado), qu haras con l?

-Neutralizarle.

-Pegarle un tiro?

-Eso es asunto tuyo.

-S. Lo es. -Volva a estudiar su pierna mala, sosteniendo su bastn encima de ella, en paralelo-. Pero por qu habra que ejecutar a un hombre que ya est muerto? Por qu no podramos dejarle que trabajara para nosotros?

-Porque es un traidor.

Una vez ms Tayeh pareci no querer entender la lgica a la que obedeca la actitud de

ella.

-Halloran se acerca a muchos de los que pasan por este campamento. Siempre lo hace por algn motivo. Es nuestro buitre, y nos seala los sitios donde hay debilidad y enfermedad. Nos seala a los posibles traidores. No crees que sera una tontera librarse de una criatura tan til? Te acostaste con Fidel?

-No.

-Porque es latino?

-Porque no quera acostarme con l.

-Y con los chicos rabes?

-No.

-Me parece que eres muy quisquillosa.

-No lo fui con Michel.

Soltando un suspiro de perplejidad, Tayeh tom un tercer trago de whisky.

-Quin es Joseph? -pregunt en un tono ligeramente quejumbroso. Quin es Joseph, por favor?

Haba por fin muerto la actriz que haba sido? O estaba tan reconciliada con el teatro de la realidad que haba desaparecido la diferencia entre la vida y el arte? No se le ocurra ni una sola de las respuestas de su repertorio; no tena a la sensacin de estar eligiendo entre diversas formas de interpretacin. No pens en la posibilidad de desplomarse en el suelo y quedarse quieta sobre sus losas. No sinti la tentacin de embarcarse en una dramtica confesin, de revolcarse por el suelo admitiendo su culpa, vendiendo todos los secretos que conoca a cambio de su vida, que le haban dicho que era la ltima opcin que le quedaba, y que le haban permitido utilizar. Estaba furiosa. Estaba hartsima de ver cmo sacaban a rastras su integridad y la desempolvaban y la sometan a nuevos escrutinios cada vez que alcanzaba otro hito en su camino hacia la revolucin de Michel. De modo que lo que hizo fue lanzarle sin pensar una rplica -una carta cogida bruscamente de la parte superior de la baraja-, lo tomas o lo dejas, y vete al infierno.

-No conozco a ningn Joseph.

-Anda. Piensa. En Mikonos. Antes de que fueras a Atenas. Uno de tus amigos, en una conversacin intrascendente con alguien que te conoca, fue odo mencionar a Joseph, que haba entrado en vuestro grupo. Dijo que Charlie estaba absolutamente cautivada por l.

No quedaban barreras ni curvas. Las haba dejado todas atrs, y ahora avanzaba libremente.

-Joseph? Ah, ese Joseph! -dej que su cara denotara el retrasado recuerdo, y, en el mismo momento, que se nublara de repugnancia.

-Le recuerdo. Era un grasiento judo que se enganch a nuestro grupo.

-No hables as de los judos. No somos antisemitas. Somos simplemente antisionistas.

-Oh, s, desde luego! -cort ella.

A Tayeh le interes esta reaccin.

-Ests llamndome mentiroso, Charlie?

-Fuera o no un sionista, era un pelotillero. Me recordaba a mi padre.

-Era judo tu padre?

-No. Era un ladrn.

Tayeh estuvo pensando en esto un buen rato, utilizando primero la cara de ella, y luego todo su cuerpo, como trmino de referencia para las dudas que quizs albergaba todava. Le ofreci un cigarrillo, pero ella no lo acept: su instinto le aconsej que no diera ese paso hacia l. Tayeh volvi a golpearse el pie malo con el bastn.

-Esa noche que pasaste con Michel en Tesalnica, en el viejo hotel, la recuerdas?

-Y qu pasa?

-El personal del hotel oy gritos en vuestra habitacin cuando ya era casi de madrugada.

-Y qu quieres saber?

-No me empujes, por favor. Quin gritaba esa noche?

-Nadie. Se confundieron de puerta cuando se metieron a fisgonear.

-Quin gritaba?

-Nosotros no gritbamos. Michel no quera que me fuese. Eso es todo. Tema por m.

-Y t?

Era una historia que haba fabricado con ayuda de Joseph, el momento en que ella era ms fuerte que Michel.

-Le dije que le devolvera su brazalete.

Tayeh asinti con la cabeza.

-Lo cual explica la posdata de tu carta: Me alegr muchsimo quedarme al final con el brazalete. Y, naturalmente, no hubo gritos. Tienes razn. Perdona mi simple trampa rabe.

La mir inquisitivamente una ltima vez, tratando, una vez ms, en vano, de resolver el enigma; luego hizo un puchero con los labios, militarmente, de una forma parecida a como a veces haca Joseph, como preludio de una orden.

-Tenemos una misin para ti. Ve a por tus cosas y regresa aqu inmediatamente. Tu preparacin ha terminado.

Irse de all era la locura ms inesperada. Era peor que el final de un curso; peor que deshacerse de la pandilla en el puerto del Pireo. Fidel y Bubi la apretaron contra sus pechos. Sus lgrimas se mezclaron con las de ella. Una de las chicas argelinas le regal un nio Jess de madera para que lo usara como medalln.