-Profesor -dijo Kurtz-, soy perfectamente consciente de cul es su actitud en todas estas cuestiones y, desde luego, no tengo intencin de interferir en modo alguno con su magnfica posicin tica. -Hizo una pausa, dando tiempo a que sus palabras tranquilizaran plenamente a Minkel-. Por cierto, puedo suponer que su prxima conferencia en la Universidad de Freiburg trata tambin de esta misma cuestin de los derechos individuales?
Los rabes, y sus libertades bsicas, no es ste el tema de su conferencia del da veinticuatro?
El profesor no estaba dispuesto a aceptar aquello. Las definiciones imprecisas no le interesaban en lo ms mnimo.
-El tema que tratar en esa ocasin es diferente. Se refiere a la realizacin del judasmo por parte de los propios judos por medio de la ejemplificacin de la cultura y la moral judas, y no por medio de la conquista.
-Qu dice exactamente la argumentacin que utiliza usted? -pregunt benignamente Kurtz.
La esposa de Minkel regres con una bandeja de pastas caseras.
-Ya est pidindote otra vez que te conviertas en un delator? -pregunt-. Si te lo pide, dile que no. Y cuando le hayas dicho que no, dile que no otra vez, hasta que se entere. Qu crees que te har? Golpearte con una porra de caucho?
-Seora Minkel, no estoy pidindole eso que usted dice, en absoluto -dijo Kurtz, imperturbable.
Dirigindole una mirada de paciente incredulidad, la seora Minkel volvi a retirarse.
Pero Minkel apenas esper. Si haba notado la interrupcin, la ignor. Kurtz le haba dirigido una pregunta; Minkel, que rechazaba todo cuanto supusiera oponer barreras al conocimiento, porque le pareca inaceptable, se dispona a contestarle.
-Le dir exactamente cmo funciona la argumentacin, seor Spielberg -contest solemnemente-. Mientras tengamos un Estado judo pequeo, podremos avanzar democrticamente, como judos, hacia nuestra realizacin como tales judos. Pero cuando ampliemos nuestro Estado e incorporemos en l a muchos rabes, tendremos que elegir. -Y le mostr a Kurtz las alternativas con sus manos pecosas-. De este lado, democracia sin realizacin del judasmo; de este otro, realizacin del judasmo sin democracia.
-Cul es, por lo tanto, la solucin, profesor? -pregunt Kurtz.
Las manos de Minkel volaron por el aire en un despectivo ademn de impaciencia universitaria. Pareca haber olvidado que Kurtz no era alumno suyo.
-Muy sencilla! Retirarnos de Gaza y de la Orilla Occidental antes de que perdamos nuestros valores! Qu otra solucin podra haber?
-Y cul es la reaccin de los propios palestinos a esta propuesta, profesor?
La anterior seguridad del catedrtico fue sustituida por cierta tristeza.
-Me llaman cnico -dijo.
-Ah, s?
-Segn ellos, quiero conseguir a la vez un Estado judo y las simpatas de todo el mundo, y por eso dicen que soy un agente subversivo y contrario a su causa. -La puerta volvi a abrirse y entr la seora Minkel con la cafetera y las tazas-. Pero no soy subversivo -dijo con desesperacin el profesor, aunque, ante la entrada de su esposa, no aadi nada ms.
-Subversivo? -repiti como un eco la seora Minkel, dejando de golpe la bandeja de la vajilla y sonrojndose-. Est usted llamando subversivo a Hansi? Porque decimos lo que pensamos sobre lo que le est pasando a este pas?
Kurtz no hubiera podido hacerla callar aunque lo hubiese intentado, pero de hecho ni siquiera hizo el menor esfuerzo en este sentido. Le bastaba dejar que siguiera su carrera hasta agotarse.
-Y las palizas y torturas en Goln? Y no los tratan en la Orilla Occidental peor que las SS? Y en el Lbano y en Gaza? Incluso aqu, en Jerusaln, les dan bofetadas a los cros por el solo hecho de ser rabes. Y nos llama subversivos porque nos atrevemos a hablar de la opresin, simplemente porque nadie nos oprime a nosotros, judos de Alemania! Nosotros somos subversivos para Israel?
-Aber, Liebchen -dijo el profesor, enrojeciendo de embarazo.
Pero la seora Minkel era evidentemente una dama acostumbrada a decir todo lo que tena que decir.
-No pudimos frenar a los nazis, y ahora no podemos frenarnos a nosotros mismos. Conseguimos una patria, y qu es lo que hacemos? Al cabo de cuarenta aos nos inventamos otra tribu perdida. Qu idiotez! Y si no lo decimos nosotros, ser el mundo quien lo dir. El mundo ha empezado ya a decirlo. Lea los peridicos, seor Spielberg!
Como si estuviera cubrindose para evitar un golpe, Kurtz haba levantado el antebrazo hasta situarlo entre su cara y la de ella. Pero la seora Minkel no haba ni mucho menos terminado.
-Esa Ruthie -aadi, con una mueca despectiva-. Era muy inteligente, estudi aqu casi tres aos con Hansi. Y qu hace luego? Ingresa en el aparato.
Kurtz baj la mano y revel que estaba sonriendo. No era una sonrisa burlona ni enfurecida, sino que denotaba el confundido orgullo de un hombre que amaba verdaderamente la asombrosa variedad de su raza. Estaba diciendo por favor, apelaba al profesor, pero la seora Minkel tena an muchsimas cosas sabrosas que decir.
Finalmente, sin embargo, call, y despus de que lo hiciera Kurtz le pregunt si no quera sentarse tambin ella para or lo que haba ido a discutir con ellos. De modo que la seora Minkel se colg en lo alto del taburete otra vez, en espera de que la desenojasen.
Kurtz eligi sus palabras con el mayor cuidado, con la mayor amabilidad. Dijo que lo que tena que decirles era del mximo secreto. Ni siquiera Ruthie Zadir, les dijo, ni siquiera Ruthie Zadir -una magnfica funcionaria, que todos los das tena que trabajar con numerosos asuntos secretos-, tena noticia de aquello; lo cual no era cierto, pero no importaba. No haba ido a verlos para hablar de los alumnos del profesor, dijo, y muchsimo menos a acusarle de subversin o a discutir sus magnficos ideales. Haba acudido sola-mente a tratar de la prxima conferencia que el profesor tena que pronunciar en Freiburg, debido a que haba llamado la atencin de ciertos elementos extraordinariamente negativos. Y finalmente habl con claridad.
-Esta es, pues, la triste realidad -dijo, e inspir profundamente-. Si algunos de esos palestinos, cuyos derechos ha estado usted defendiendo con tanta valenta, logran realizar sus propsitos, el veinticuatro de este mes no va usted a pronunciar ninguna conferencia en Freiburg. De hecho, profesor, jams volver usted a pronunciar conferencias. -Hizo una pausa, pero su pblico no dio seales de querer interrumpirle-. Segn las informaciones que obran actualmente en nuestro poder, es evidente que uno de los grupos menos intelectualizados de los palestinos le ha elegido a usted como un peligroso moderado, capaz de aguar el vino puro de su causa. Eso mismo que me ha referido usted antes, pero peor incluso. Le toman a usted por un defensor de la solucin a la Bantustn para los palestinos. Le toman por una falsa luz, que podra conducir a los ms dbiles a hacer una nueva y fatal concesin a la bota sionista.
Pero hizo falta ms, mucho ms que la simple amenaza de muerte para convencer al profesor de que deba aceptar una versin no demostrada de los acontecimientos.
-Perdone -dijo en tono cortante-. Esa es exactamente la definicin que hicieron de m en la prensa palestina despus de mi discurso en Beersheva.
-Precisamente de ah es de donde la hemos sacado nosotros, profesor -dijo Kurtz gravemente.
Lleg a Zurich a primera hora de la noche. Luces de tormenta bordeaban la pista y brillaban delante de ella como el camino de su propia determinacin. Su espritu, tal como ella lo haba preparado desesperadamente, era una acumulacin de viejas frustraciones, maduradas y volcadas sobre el maldito mundo. Ahora saba que no haba en l ni una pizca de nada que fuese bueno; ahora haba visto el dolor que era el precio de la riqueza de Occidente. Era la que haba sido siempre: un desecho enfurecido, que tena que valerse por s misma; con la diferencia de que el Kalashnikov haba sustituido ahora a sus intiles rabietas. Las luces pasaban por delante de la ventanilla como restos ardiendo. El avin se haba posado. Pero su billete deca Amsterdam y, en teora, todava tena que aterrizar. Las chicas solteras que vuelven de Oriente Medio son sospechosas -haba dicho Tayeh al darle las ltimas instrucciones en Beirut-. Lo primero que tenemos que hacer es darte una procedencia ms respetable. Fatmeh, que haba ido a despedirla, fue ms explcita: El Jalil ha dado orden de que adquieras una nueva identidad cuando llegues.