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Al entrar en la sala de embarque desierta, tuvo la impresin de ser la primera pionera que pona el pie en ella. Se oa sonar un disco, pero no haba nadie para escuchar la msica. Una tienda elegante venda osos de chocolate y queso, pero estaba vaca. Fue al lavabo y se contempl a placer en el espejo. Mir su pelo corto y teido de un color ms o menos castao. El mismo Tayeh haba andado dando vueltas por el piso de Beirut mientras Fatmeh se lo trasquilaba. Nada de pinturas ni de sex appeal, haba dicho. Llevaba un traje marrn oscuro y unas gafas para mirar con cara de pocos amigos. Todo lo que necesito, pens, es un sombrero de paja y una chaqueta deportiva con un escudo. Estaba muy lejos de ser la poule de luxe revolucionaria de Michel.

Da recuerdos de mi parte a El Jalil, le haba dicho Fatmeh, al darle un beso cuando se despidi de ella.

Rachel estaba en el lavabo de al lado, pero Charlie la cal en seguida. No le gustaba, no la conoca, y fue pura coincidencia que Charlie pusiera su bolso abierto entre las dos, con el paquete de Marlboros encima, como Joseph le haba dicho que hiciera. Y tampoco vio la mano de Rachel, que cambiaba los Marlboros por un paquete suyo, ni el guio rpido y tranquilizador que le hizo en el espejo.

No tengo ms vida que sta. No tengo ms amor que Michel, ni tengo que guardar lealtad a nadie, como no sea al gran El Jalil.

Sintate lo ms cerca posible del tabln de salidas, haba ordenado Tayeh. Lo hizo as, y sac de la maleta un libro sobre plantas alpinas, ancho y delgado, como un manual de colegiala. Lo abri, y lo puso sobre las piernas, de manera que pudiera leerse el ttulo. Luca una insignia redonda en la que pona Salvad a las ballenas, y sa era la otra seal, dijo Tayeh, porque de ahora en adelante El Jalil necesita que haya siempre dos cosas: dos planes, dos seales, un segundo sistema en todo, por si falla el primero; otra bala ms, en caso de que el mundo contine vivo.

El Jalil no confa en nada la primera vez, haba dicho Joseph. Pero Joseph estaba muerto y enterrado desde haca mucho tiempo, un profeta de su adolescencia ya descartado. Ella era la viuda de Michel, y el soldado de Tayeh, y haba venido para alistarse en el ejrcito del hermano de su amante muerto.

Un soldado suizo estaba mirndola, un hombre mayor que llevaba una Heckler amp; Koch. Charlie volvi la pgina. La Heckler era su favorita. En el ltimo entrenamiento, de cien tiros, haba hecho ochenta y cuatro blancos. Era la puntuacin ms alta, lo mismo para hombres que para mujeres. De reojo, vio que segua mirndola. Pens con rabia: voy a hacerte lo que Bubi hizo una vez en Venezuela. A Bubi le haban mandado matar a un polica fascista cuando saliera de su casa por la maana, una hora muy conveniente. Bubi se escondi en el quicio de una puerta, y esper. Su vctima llevaba un arma bajo el brazo, pero era tambin un hombre muy familiar, al que le gustaba jugar con sus hijos. En el momento en que sala, Bubi sac una pelota del bolsillo, y la ech a rodar detrs de l. Una pelota de nio que viene dando botes, qu hombre que tenga hijos no se agachara instintivamente para cogerla? En el momento en que lo haca, Bubi sali de su escondite y le mat. Porque quin puede disparar un arma mientras est cogiendo una pelota de goma?

Alguien estaba intentando ligar con ella. Con pipa, zapatos de piel de cerdo, pantalones de franela grises. Vio que rondaba por all, y se acercaba.

-Perdone, habla ingls?

Lo de siempre, un tipo ingls de clase media, rubio, de unos cincuenta aos y gordo. Disculpndose con una mentira. No, no lo hablo -le apeteci decirle-. Slo miro las fotos. Odiaba tanto a esos tipos, que sinti verdadero asco. Le ech una mirada furibunda, pero el to no se movi.

-Se lo digo nicamente porque este sitio es espantosamente aburrido -dijo-. He pensado si le gustara tomar una copa conmigo. Nada ms. Le sentar bien.

No le dio las gracias, dijo simplemente:

-Mi pap dice que no debo hablar con desconocidos.

El hombre esper un poco, y luego se march furioso, mirando si haba por all algn polica para denunciarla. Volvi a su estudio del edelweiss comn, y a escuchar los pasos de los que iban llegando. Uno que pasaba de largo hacia la tienda de quesos. Otro, al bar. Unos pasos que se acercaban. Y se paraban.

-Imogen? Te acuerdas de m? Soy Sabine.

Mirada. Pausa para reconocerse.

Un pauelo de colores suizo, para ocultar el pelo corto y teido de un color ms o menos castao. Sin gafas, pero si Sabine tuviera que ponerse unas gafas como las mas, cualquier fotgrafo malo podra sacarnos como gemelas. Una bolsa de viaje grande, de Franz Carl Weber, de Zurich, colgaba de su mano, lo que era la segunda seal.

-Anda! Sabine. Eres t.

Levantarse. Un besito en la mejilla. Qu sorpresa. Adnde vas? El vuelo de Sabine va a salir en seguida. Qu pena que no podamos charlar un rato, pero as es la vida, no es verdad? Sabine deja caer la bolsa de viaje a los pies de Charlie. Echamela un ojo. Descuida, Sabs. Sabine desaparece en Seoras. Charlie registra el bolso, con todo atrevimiento, como si fuera suyo, saca un sobre atado con una cinta, palpa un pasaporte y un billete que hay dentro. Los sustituye en seguida por su propio pasaporte, su billete, y su tarjeta. Sabine vuelve, coge la bolsa, tiene que salir corriendo,. Charlie cuenta veinte, y va otra vez al retrete. Baastrup Imogen, Africa del Sur. Nacida en Johannesburgo tres aos y un mes ms tarde que yo. Destino Stuttgart, en una hora y veinte minutos. Adis, chica irlandesa, bienvenida racista cristiana y reprimida de tierras remotas, que reclama su herencia de nia blanca.

Al salir de los lavabos, vio otra vez al soldado que estaba mirndola. Lo ha visto todo. Est a punto de detenerme. Cree que me he fugado, y no sabe lo acertado que est. No apart la vista de l hasta que se march. Lo nico que quera era tener algo que mirar, pens la chica, y volvi a sacar su libro de flores alpinas.

El vuelo pareci durar cinco minutos. Un rbol de Navidad, ya pasado de moda, se alzaba en la sala de llegadas de Stuttgart, y haba un aire de ajetreo familiar, y de gentes con ganas de irse a casa. Charlie vio las fotos de los terroristas buscadas por la polica, y tuvo la premonicin de que iba a encontrarse con la suya. Pas por inmigracin sin pestaear; pas por la ventanilla. Al acercarse a la salida, vio a Rose, su compaera sudafricana, apoyada en una mochila y medio dormida, pero Rose para ella estaba tan muerta como Joseph o como cualquier otro, y era tan invisible como Rachel. Se abrieron las puertas elctricas, un remolino de nieve le dio en la cara. Se subi el cuello del abrigo, y ech a andar deprisa por la acera hacia el aparcamiento de los coches. Cuarta planta, haba dicho Tayeh; al fondo, en el rincn de la izquierda, y busca una cola de zorro en la antena. Ella se haba imaginado una buena cola de zorro rojo, colgando de la punta de la antena. Pero esa cola era una birria, una imitacin de nylon, sucia, puesta en una anilla, y tendida como un ratn muerto sobre el cap del Volkswagen.

-Soy Sal. Cmo te llamas, guapa? -pregunt cerca de ella la voz de un hombre con acento norteamericano.

Por un momento, tuvo miedo de que Arthur J. Halloran, alias Abdul, hubiese vuelto a buscarla, y sinti un gran alivio al mirar detrs de la pilastra y encontrarse con un chico muy normal, apoyado contra la pared. Pelo largo, botas y una sonrisa indolente y natural. Y una insignia de Salvad las ballenas como la suya, prendida en la cazadora.