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En cuanto a Gadi Becker, por fin estaba otra vez en marcha. Ante la inminencia de la accin, su estilo haba adquirido una rapidez decidida y resuelta. Las introspecciones que le haban perseguido en Jerusaln se haban disipado; el tormento de la espera ociosa haba terminado. Mientras Kurtz dormitaba debajo de una manta del ejrcito, y Litvak, nervioso y agotado, iba de un lado para otro o mantena conversaciones secretas por alguno de los telfonos, con lo que se estaba poniendo de un humor que no se saba cul era, Becker montaba la guardia junto a las persianas del ventanal, mirando con paciencia las colinas cubiertas de nieve que haba al otro lado del ro Dreisam. Porque Friburgo, lo mismo que Salzburgo, es una ciudad rodeada de alturas, y todas las calles parecen subir hacia su propia Jerusaln.

-Est aterrada -dijo de repente Litvak a la espalda de Becker. Becker, desconcertado, se volvi a mirarle.

-Se ha pasado a ellos -insisti Litvak. Su voz tena una cierta inseguridad.

-Becker volvi a la ventana:

-Parte de ella se ha ido, y otra parte se ha quedado -contest-. Eso era lo que queramos de ella.

-Se ha pasado a ellos! -repiti Litvak, queriendo darse cada vez ms importancia-. Ya ha ocurrido antes con otros agentes. Y ahora ha ocurrido con ella. Yo la vi en el aeropuerto, y t no. Parece un fantasma, te lo aseguro!

-Si parece un fantasma es porque quiere parecerlo -contest Becker, sin descomponerse-. Es una actriz. Llegar hasta el final, no te preocupes.

-Y qu motivos tiene? No es juda. No es nada. Es de los otros. Olvdate de ella!

Al or que Kurtz se mova debajo de su manta, Litvak levant la voz todava ms para meterle tambin a l.

-Si todava es de los nuestros, por qu le dio en el aeropuerto a Rachel un paquete de cigarrillos en blanco, eh? Se pasa semanas enteras entre esa chusma, y no nos escribe ni una nota cuando vuelve a aparecer. Que clase de agente es se, que es tan leal a nosotros?

Becker pareca estar buscando la respuesta en las montaas lejanas.

-A lo mejor no tiene nada que decir -contest-. Ella vota con sus actos. No con sus palabras.

Desde las escasas profundidades de su cama de campaa. Kurtz ofreci un consuelo sooliento:

-Alemania te pone nervioso, Shimon. Clmate. Qu importa con quin est, mientras contine mostrndonos el camino?

Pero las palabras de Kurtz surtieron el efecto contrario. En su afn de atormentarse, Litvak tuvo la impresin de que se unan en contra de l, y eso le puso todava ms furioso.

-Y si se hunde y confiesa? Si les cuenta toda la historia, desde Mikonos hasta aqu? Sigue mostrndonos el camino?

Pareca estar empeado en armarla; no iba a poder quedar satisfecho si no lo haca.

Kurtz se incorpor un poco, apoyado en el codo, y adopt un tono ms spero.

-Entonces, qu hacernos, Shimon? Danos la solucin. Supn que se ha pasado a los otros. Supn que se ha descubierto la operacin entera, desde el desayuno hasta la cena. Quieres que llame a Misha Gavron y le diga que ya no hay nada que hacer?

Becker no haba abandonado la ventana, pero se haba dado otra vez la vuelta, y estaba contemplando pensativo a Litvak. Litvak, mirndoles al uno y al otro, levant los brazos, un gesto muy sin sentido para hacerlo ante dos hombres tan estticos.

-Anda por ah, en algn sitio! -grit Litvak-. En un hotel. En un apartamento. En una casa de huspedes. Tiene que estar. Acordona la ciudad. Carreteras, trenes, autobuses. Di a Alexis que se encargue de aislarla. Registra las casas una por una hasta que le encontremos.

Kurtz trat de poner un poco de humor:

-Shimon, que Friburgo no es la Orilla Occidental.

Pero Becker, que por fin estaba interesado, pareca querer continuar la discusin.

-Y cundo le hayamos encontrado? -pregunt, como si no acabara de ver del todo claro el plan de Litvak-. Qu hacemos entonces, Shimon?

-Cuando le encontremos! Matarle! La operacin ha terminado.

-Y quin mata a Charlie? -pregunt Becker, en el mismo tono razonable-. Nosotros o ellos?

De repente, todo lo que estaba pasando fue demasiado para que Litvak pudiera aguantarlo solo. Bajo la tensin de la noche pasada, v del da que iba a venir, toda la enmaraada masa de sus frustraciones, masculinas y femeninas, subi de pronto a la superficie. Se puso colorado, con los ojos como brasas, mientras extenda un brazo delgado y acusatorio hacia Becker.

-Es una puta, es una comunista y es la amante de un rabe! -grit, y lo bastante alto para que pudieran orle al otro lado del tabique-. Deshaceos de ella. A quin le importa?

Si Litvak esperaba que Becker armara un escndalo por eso, se llev una desilusin, porque todo lo que hizo fue mover la cabeza, como para confirmar que lo que haba estado pensando Litvak desde haca algn tiempo quedaba ms que demostrado. Kurtz haba apartado su manta. Estaba sentado en la cama, en calzoncillos, con la cabeza inclinada hacia adelante, y frotndose su pelo gris y corto con la punta de los dedos.

-Vete a darte un bao, Shimon -dijo-. Un bao, un buen descanso, un poco de caf. Y no aparezcas por aqu hasta medioda. Antes de eso, nada. -Son el telfono-. No contestis -dijo, y lo cogi l mismo, mientras Litvak, mudo de espanto, le contemplaba desde la puerta-. Est ocupado -contest en alemn-. Si, soy Helmuth, quin habla?

Dijo s; volvi a decir s; bien hecho. Colg el telfono. Luego sonri, con su sonrisa eterna y sin alegra. Primero a Litvak, para consolarle, y luego tambin a Becker, porque en ese momento sus diferencias no tenan importancia.

-Charlie lleg al hotel de los Minkel hace cinco minutos -dijo-. Rossino est con ella. Se estn tomando un buen desayuno juntos, y con mucho tiempo por delante, que es como le gusta hacerlo a nuestro amigo.

-Y la pulsera? -pregunt Becker.

Esa parte le gust ms a Kurtz:

-En su mueca derecha -contest orgulloso-. Tiene un mensaje para nosotros. Es una buena chica, Gadi, te felicito.

El hotel haba sido construido en los aos sesenta, cuando la industria del ramo todava crea en los grandes vestbulos, llenos de gente, con fuentes luminosas tranquilizadoras, y relojes de oro metidos en las vitrinas. Una escalera doble y amplia suba hasta el saln de la primera planta, y Charlie y Rossino, sentados en una mesa junto a la barandilla, podan ver la puerta principal y la recepcin. Rossino llevaba un traje de ejecutivo, azul, y Charlie su uniforme de las guas sudafricanas, y el Nio Jess de madera del campo de entrenamiento. Los cristales de sus gafas, que Tayeh se haba empeado en que fueran autnticos hacan que le dolieran los ojos cuando era ella la que tena que vigilar. Haban comido huevos con tocino porque estaba muerta de hambre, y ahora estaban tomando caf, mientras Rossino lea el Stuttgarter Zeitung, y le obsequiaba de cuando en cuando con alguna noticia divertida. Haban llegado a la ciudad a primera hora de la maana, y ella haba estado a punto de congelarse, sentada detrs, en la moto. Haban aparcado en la estacin del ferrocarril, donde Rossino haba hecho varias diligencias, y haban ido luego al hotel en taxi. Llevaban all una hora y durante ese tiempo Charlie haba visto a los policas de escolta depositar a un obispo catlico, y volver despus con una delegacin del Africa Occidental, vestida con los trajes de su tribu. Tambin haba visto llegar a un autocar lleno de americanos, y marcharse a otro lleno de japoneses; se saba de memoria todos los requisitos necesarios para hacer la inscripcin, incluido el nombre del que coga las maletas de los que llegaban, en cuanto entraban por las puertas correderas, las cargaba en unos carritos pequeos, y se mantena a cierta distancia mientras los huspedes rellenaban sus hojas.

-Y su Santidad el Papa se propone hacer un viaje por todos los estados fascistas de Sudamrica -anunci Rossino detrs de su peridico, en el momento en que ella se levantaba-. A lo mejor esta vez se lo cargan. Adnde vas, Imogen?