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-A hacer pis.

-Qu te pasa? Ests nerviosa?

El lugar destinado a las seoras tena luces de color rosa sobre los lavabos, y msica suave para ahogar el zumbido de los ventiladores. Rachel se estaba poniendo sombra de ojos. Haba otras dos mujeres, lavndose. Una puerta estaba cerrada. Charlie pas al lado de Rachel y le puso en la mano el mensaje. Se lav y volvi a la mesa.

-Vmonos de aqu -dijo, como si una vez aliviada hubiera cambiado de idea-. Es ridculo.

Rossino encendi un grueso puro holands y le ech a propsito el humo en la cara.

Un Mercedes que pareca oficial se detuvo en la puerta y descarg un puado de hombres, vestidos con trajes oscuros y con insignias en la solapa. Rossino haba empezado a hacer una broma obscena a propsito de ellos, cuando le interrumpi un botones diciendo que le llamaban al telfono: se rogaba al seor Verdi, que haba dejado su nombre y cinco marcos al conserje, que fuera a la cabina nmero 3. Charlie se bebi el caf, sintiendo el calor que le bajaba por el pecho. Rachel estaba sentada con un amigo, debajo de una palmera de aluminio, leyendo Cosmopolitan. El amigo era nuevo para ella y pareca alemn. Estaba leyendo un documento metido en una funda de plstico. Haba unas veinte personas ms sentadas por all, pero Rachel fue la nica a la que pudo reconocer. Rossino haba vuelto.

-Los Minkel llegaron a la estacin hace dos minutos. Cogieron un Peugeot azul. Estarn aqu dentro de un momento.

Pidi la cuenta, pag y volvi a coger su peridico.

Har todas las cosas una sola vez, se haba prometido a s misma mientras esperaba a que amaneciese; todo ser por ltima vez. Se lo repeta ahora. Si ahora estoy aqu sentada, no volver a sentarme aqu nunca. Cuando baje las escaleras, no volver nunca a subirlas. Cuando salga del hotel, no volver a entrar nunca en l.

-Por qu no le pegamos un tiro y terminamos de una vez? - pregunt en voz baja, con un miedo y un odio repentinos que le haban entrado al ponerse otra vez a mirar la puerta de entrada.

-Porque queremos estar vivos para matar a otros tos como l. -contest Rossino con paciencia, y volvi la pgina-. El Manchester United ha perdido otra vez -aadi complacido-. Pobre viejo Imperio.

-Accin -dijo Charlie.

Un taxi marca Peugeot, azul, se haba parado al otro lado de las puertas de cristal. Una mujer de pelo gris estaba saliendo de l. La segua un hombre alto, de aspecto distinguido, que tena un andar lento y ceremonioso.

-Ocpate de las piezas pequeas, yo me ocupar de las grandes -le dijo Rossino, mientras dejaba el peridico y volva a encender el puro.

El taxista estaba abriendo el maletero; Franz, el mozo, estaba detrs de l con su carrito. Salieron primero dos maletas de nylon marrones, ni viejas ni nuevas. Con correas en el centro, como refuerzo. Etiquetas rojas. Luego una maleta vieja de cuero, mucho ms grande, con un par de ruedas en una punta. Seguida todava de otra maleta ms.

-Jess! -suspir Rossino-. Cunto tiempo piensan quedarse?

Las piezas pequeas estaban apiladas en el asiento de delante. Despus de cerrar el maletero, el taxista empez a descargarlas, pero Franz no iba a poder llevarlas todas en su carrito de una sola vez. Una bolsa de cuero de varios colores, bastante deteriorada, y dos paraguas, el de l y el de ella. Una bolsa de papel con un gato negro pintado en ella. Dos cajas grandes, envueltas en papel de regalo, probablemente obsequios de Navidad atrasados. Luego la vio: una cartera negra. Lados duros, montura de acero, etiqueta con el nombre de cuero. La buena de Helga, pens Charlie; identificada. Minkel estaba pagando el taxi. Como alguien a quien Charlie haba conocido en otro tiempo, llevaba las monedas en una bolsa, y se las pona en la palma de la mano antes de separarse de ese dinero que no le era familiar. La seora Minkel cogi la cartera.

-Mierda -dijo Charlie.

-Espera -dijo Rossino.

Cargado de paquetes, Minkel sigui a su mujer, y cruz las puertas correderas.

-Dices que crees que le reconoces -dijo Rossino-. Por qu no bajas y le miras ms de cerca? No te decides, eres una virgencita tmida-. La tena agarrada por la manga del vestido-. No fuerces la cosa. Si no marcha, hay muchas otras maneras de hacerlo. Frunce las cejas. Ponte bien las gafas. Venga.

Minkel estaba acercndose a la recepcin, con unos pasos cortos, un poco absurdos, como si no lo hubiera hecho nunca. Su mujer, con la cartera en la mano, estaba a su lado. No haba ms que una recepcionista atendiendo a la gente, y estaba ocupada con otros huspedes. Minkel, mientras esperaba, miraba confuso a su alrededor. Su mujer, ms tranquila, observaba el lugar. Se fij en que al otro lado del vestbulo, en una parte separada por unos cristales ahumados, se celebraba una fiesta. Observ con desagrado a los invitados, y coment algo con su marido. La recepcin estaba libre, y Minkel cogi la cartera de sus manos: una transaccin tcita e instintiva entre dos personas que formaban una pareja. La recepcionista era una rubia vestida de negro. Comprob las listas con sus uas pintadas de rojo antes de entregar una hoja a Minkel para que la rellenara. Las escaleras chocaban con los tacones de Charlie, la mano se le pegaba a la barandilla. Minkel, a travs de sus gafas, era una abstraccin borrosa. El suelo se le echaba encima al iniciar su camino vacilante hacia la recepcin. Minkel estaba inclinado sobre el mostrador, rellenando su hoja. Haba puesto a un lado su pasaporte israel, y estaba copiando el nmero. La cartera estaba en el suelo, junto a su pie izquierdo; la seora Minkel, fuera de tiro. Charlie se coloc a la derecha de Minkel, y mir con disimulo por encima de su hombro mientras escriba. La seora vena por la izquierda, y estaba mirando con asombro a Charlie. Hizo una sea a su marido. Al darse cuenta por fin de que la observaban, Minkel levant despacio su venerable cabeza, y se volvi hacia ella. Charlie carraspe, simulando timidez, cosa que no le era nada difcil. Ahora.

-El profesor Minkel? -pregunt.

Tena unos ojos grises e inquietos, y pareca todava ms desconcertado que Charlie. De pronto, fue como ayudar a un actor malo.

-Soy el profesor Minkel -admiti, como si no estuviera del todo seguro-. Si. Soy yo. Por qu?

Su actuacin, de puro mala, le dio fuerzas a el Respir hondo.

-Profesor, me llamo Imogen Baastrup, soy de Johannesburgo y graduada en ciencias sociales por la Universidad de Witwaterstrand -dijo, todo de corrido. Su acento era menos sudafricano que vagamente de las antpodas; su actitud un poco tonta, pero decidida-. El ao pasado tuve la suerte de or su conferencia sobre los derechos de las minoras en las sociedades con problemas raciales. Fue una conferencia muy bonita. La verdad es que cambi mi vida. Pens escribirle a usted, pero no llegu a hacerlo nunca. Le importara que le diese la mano?

Prcticamente tuvo que cogrsela. Mir sin saber qu hacer a su mujer, pero ella tena ms talento y, por lo menos estaba sonriendo a Charlie. Guindose por lo que haca ella, aunque fuera con retraso, Minkel sonri tambin, pero con poca conviccin. Si Charlie estaba sudando, eso no era nada comparado con lo que le ocurra a Minkeclass="underline" fue como meter la mano en un puchero.

-Va a estar mucho tiempo aqu, profesor? Qu es lo que est haciendo? No va a decirme que est otra vez dando conferencias?

En segundo trmino, fuera de la vista, Rossino estaba preguntando en ingls a la recepcionista si un tal seor Boccaccio, de Miln, haba hecho ya la reserva.

La seora Minkel, una vez ms, acudi en su auxilio:

-Mi marido est haciendo un viaje por Europa -dijo-. Estamos tomndonos unas vacaciones, dando algunas conferencias, visitando a los amigos. La verdad es que nos hace mucha ilusin.

Animado por esas palabras, Minkel se decidi a hablar:

-Y qu es lo que le trae a Friburgo, seorita Baastrup? -pregunt, con el acento alemn ms marcado que haba odo nunca fuera de un escenario.

-Ah, nada!, pens que me ira bien ver un poco de mundo antes de decidir qu es lo que hago con mi vida -contest Charlie.