Kurtz le solt. Oded volvi a poner en marcha el motor. Kurtz propuso que siguieran recordando el interesante modo de vida de Yanuka. En consecuencia, descendieron traqueteando por una calleja empedrada en la que se encontraba el club nocturno favorito de Yanuka, la tienda en que compraba sus camisas y sus corbatas, y el lugar en que le arreglaban el cabello, y las libreras de izquierdas en donde le gustaba mirar y comprar libros. Y en todo momento, Kurtz, con excelente humor, sonri y efectu movimientos afirmativos de la cabeza ante todo lo que vio, como si estuviera contemplando una vieja cinta cinematogrfica que jams se cansara de volver a ver, hasta que, al llegar a una plaza, no muy lejos de la terminal de la compaa de aviacin, se dispusieron a separarse. En pie en la acera, Kurtz dio una palmada en el hombro a Oded, sin disimular su afecto, y, luego, le pas la mano por el pelo. Dijo:
-Escuchadme los dos. No quiero que trabajis tanto. Comed bien en el sitio que ms os guste y cargadme la cuenta, personalmente.
Habl en el tono propio de un comandante que experimenta un sentimiento de amor hacia sus tropas antes de entrar en batalla. Y tal comandante era Kurtz, hasta que Misha Gavron lo permitiera.
El vuelo nocturno de Munich a Berln, para los pocos que lo hacen, es uno de los grandes viajes nostlgicos que pueden hacerse en Europa. El Oriente Express, el Flecha de Oro y el Train Bleu pueden estar muertos, moribundos, o artificialmente resucitados, pero para aquellos que los recuerdan, sesenta minutos de vuelo nocturno a travs del pasillo de la Alemania Oriental, en un traqueteante avin de la Pan American, vaco en sus tres cuartas partes, es como un safari de los viejos aficionados que vuelven a practicar su vicio. La Lufthansa tiene prohibido este vuelo. El vuelo pertenece solamente a los victoriosos, a los ocupantes de la antigua capital de Alemania, pertenece a los historiadores y a los buscadores de islas, y pertenece a un norteamericano entrado en aos, con todas las cicatrices de la guerra, impregnado de la dcil tranquilidad del profesional, que hace el viaje casi a diario, que tiene su butaca preferida, y que sabe el nombre de pila de la azafata, nombre que pronuncia con el aterrador acento alemn de la ocupacin. Uno piensa que este hombre, en menos que canta un gallo es capaz de regalar a la azafata un paquete de Lucky Strike y concertar con ella una cita en la parte trasera del economato militar. El fuselaje del avin gime y se estremece, las luces parpadean, y uno no puede creer que el avin no sea de hlices. Uno mira el oscuro paisaje enemigo -para bombardearlo? Para saltar en paracadas?-, uno recibe sus recuerdos y se confunde de guerras. Pero all, abajo, de una forma inquietante, el mundo, por lo menos, sigue siendo lo que era.
Kurtz no era una excepcin.
Sentado junto a la ventanilla contemplaba la noche a travs del reflejo de su propia cara. Siempre que haca este viaje, Kurtz se converta en espectador de su propia vida. En algn lugar de aquella negrura se encontraba la lnea frrea por la que haba avanzado el tren de carga en su lento viaje hacia el Este. En algn lugar se encontraba el apartadero en el que el tren esper durante cinco noches y seis das, en pleno invierno, para dar paso a los trenes de transportes militares que importaban mucho ms, mientras Kurtz y su madre, y los restantes ciento dieciocho judos iban atestados en un solo vagn, y coman nieve y pasaban fro, y la mayora de ellos moran de fro. Para que Kurtz conservara los nimos, su madre no haca ms que decirle: El prximo campo ser mejor. En algn lugar de aquella negrura, la madre de Kurtz haba muerto silenciosamente. En algn lugar de aquellos campos, el muchacho sudete que en otros tiempos fue Kurtz haba pasado terribles hambres, haba robado y haba matado, esperando sin ilusin que otro mundo hostil le encontrara. Vio el campo de recepcin aliado, vio los uniformes desconocidos, vio rostros de nios tan viejos y tan demacrados como el suyo propio. Una chaqueta nueva, botas nuevas, alambre de espino nuevo, y una nueva huida, aunque en esta ocasin huy de quienes le haban rescatado. Se vio a s mismo de nuevo en el campo, avanzando hacia el sur, de una granja a un pueblo, y as sucesivamente, durante semanas, siempre atrado por la lnea de la huida, hasta que poco a poco las noches se tornaron clidas y olieron a flores, y oy por primera vez en su vida el rumor de las hojas de palmeras agitadas por el viento del mar. Las palmeras le susurraban: Escchanos, muchacho helado: as hablamos en Israel. As de azul es el mar, igual que aqu. Vio el viejo vapor medio podrido, escorado junto al muelle, que era el ms noble y grande navo que en su vida haba visto, cuyas cubiertas estaban negras gracias a las cabezas judas que las atestaban, por lo que Kurtz rob una gorra negra y la llev puesta hasta que salieron de Trieste. Pero le necesitaban, con cabello rubio o sin cabello. En cubierta, divididos en pequeos grupos, los jefes daban lecciones sobre la manera de disparar viejos fusiles Lee Enfield, robados. Haifa se encontraba an a dos das de viaje, y la guerra de Kurtz acababa de comenzar.
El avin trazaba un crculo, en preparacin del aterrizaje. Observ cmo iban descendiendo, y cmo cruzaban el muro de Berln. Kurtz slo llevaba el equipaje de mano, pero las medidas de seguridad eran rgidas, por culpa de los terroristas, por lo que las formalidades consumieron mucho tiempo.
Shimon Litvak esperaba en el aparcamiento, a bordo de un Ford barato. Haba llegado en avin, procedente de Holanda, despus de pasar dos das contemplando las ruinas de Leyden. Lo mismo que Kurtz, Litvak estimaba que no tena derecho a dormir.
Tan pronto Kurtz hubo subido al automvil, Litvak le dijo:
-El libro-bomba fue entregado por una muchacha. Una morenita muy bien parecida. Con tejanos. El empleado del hotel pens que la chica era estudiante, y estaba convencido de que haba llegado y se haba ido en bicicleta. Es dudoso, pero en parte creo en las palabras del empleado del hotel. Hay quien dice que la chica fue transportada hasta all en una motocicleta. El paquete iba liado con una cinta de adorno, y llevaba una tarjeta que deca: Feliz cumpleaos, Mordecai. Un plan, un transporte, una bomba y una muchacha. Hay alguna novedad?
-Y el explosivo?
-Plstico ruso, quedaron restos del envoltorio, nada que sea una pista.
-Alguna marca de fbrica o pista de identidad? -Un ovillo de hilo conductor sobrante.
Kurtz dirigi una penetrante mirada a Litvak. Y ste confes: -No haba tal ovillo. Restos carbonizados, s. Pero no caba identificar el hilo conductor. Kurtz pregunt: -Ni gancho de percha?
-En esta ocasin, el que fabric la bomba prefiri utilizar una ratonera de resorte. Una dulce ratonera de cocina.
Litvak puso en marcha el motor. Kurtz dijo: -Anteriormente tambin utiliz ratoneras de resorte.
Litvak, que odiaba la ineficacia casi tanto como al enemigo que incurriera en ella, dijo: -Utiliz ratoneras, ganchos de perchas, viejas mantas de beduino, explosivos de origen desconocido, baratos relojes con una sola saeta y chicas baratas. Y es el peor constructor de bombas que haya habido jams, incluso entre los rabes.
Luego pregunt:
-Cunto tiempo le ha dado?
Kurtz fingi no comprender la pregunta:
-Me ha dado? Quin?
-Gavron. Qu plazo tiene? Un mes? Dos meses? Cul es el trato? Pero Kurtz no siempre se mostraba propicio a ser claro y preciso en sus respuestas: -El trato es que son muchas las personas, en Jerusaln, que prefieren atacar los molinos de viento del Lbano, a luchar contra el enemigo, empleando la sesera.
-Es que Gavron no puede disuadirlos? Es que usted tampoco puede? Kurtz se sumi en un inslito silencio, del que Litvak no sinti la menor gana de sacarle. En el centro del Berln Occidental no hay oscuridades ni sombras, y en sus aledaos no hay luz. Iban camino de la luz. Una vez ms se olvidaron de Gavron, en beneficio de la misin en que estaban ocupados.
Dirigiendo una mirada de soslayo a su jefe, Litvak observ de repente:
-Ha tenido usted un gesto de gran amabilidad para con Peter. Venir a su ciudad, y efectuar el correspondiente viaje para ello, es casi un homenaje.