La sonrisa de Kurtz se hizo casi humana.
-Cuando haya matado por primera vez, Shimon. Cuando ya no sea una novata. Cuando est ya del lado contrario y sea una persona fuera de la ley hasta su muerte entonces confiarn en ella. Entonces todo el mundo confiar en ella -le dijo Litvak-. Esta noche a las nueve en punto ser uno de ellos; no hay por qu preocuparse, Shimon.
Pero Litvak no qued contento.
Una vez ms era hermoso. Era Michel, maduro, con la sobriedad y el encanto de Joseph y el carcter decididamente desptico de Tayeh. Era todo lo que ella haba imaginado cuando trataba de hacer de l una persona en la que pensar con ilusin. Tena hombros anchos y un cuerpo bien proporcionado, con la rareza de un objeto precioso conservado fuera de la vista. No poda haber entrado en un restaurante sin que las conversaciones se apagaran a su alrededor, ni haber salido sin dejar tras l una especie de alivio. Era un hombre nacido para vivir al aire libre, condenado a ocultarse en habitaciones pequeas, con la palidez del calabozo en la tez.
Haba corrido las cortinas y encendido la luz de junto a la cama. No haba silla para ella, y el se serva de la cama como de un banco de carpintero. Haba arrojado las almohadas al suelo, a un lado de la caja, y haba sentado a la muchacha en esa parte del lecho al disponerse a trabajar, y hablaba constantemente mientras trabajaba, mitad para s mismo y mitad para ella. La voz del hombre slo conoca el ataque: un enrgico avance de ideas y de palabras.
-Dicen que Minkel es una buena persona. Quiz lo sea. Cuando le acerca de l, yo tambin me dije: este muchacho, Minkel, debe de haber necesitado bastante coraje para decir aquellas cosas. Es posible que llegara a respetarle. Soy capaz de respetar a mi enemigo. Soy capaz de reverenciarle. No tengo problemas en cuanto a eso.
Tras haber amontonado las cebollas en un rincn, iba sacando una serie de pequeos paquetes de la caja con la mano izquierda, y desenvolvindolos uno por uno mientras empleaba la derecha para sostenerlos. Desesperada por concentrarse en algo, Charlie intentaba confiarlo todo a la memoria; luego desisti: dos linternas de pilas, de las que se venden en los supermercados, nuevas, en un solo paquete, un detonador del tipo de los que ella haba usado en el fuerte para entrenarse, con cables rojos surgiendo del extremo rizado. Navaja. Alicates. Destornillador. Soldador. Un rollo de cable rojo de buena calidad, grapas de acero, alambre de cobre. Cinta aislante, una bombilla para linterna, clavijas de madera de diversas longitudes. Y un trozo rectangular de madera ligera como base para el aparato. Acercando el soldador al lavamanos, El Jalil lo enchuf en una toma prxima, produciendo un olor de polvo ardiente.
-Piensan los sionistas en toda esa buena gente cuando nos bombardean? No lo creo. Cundo arrojan napalm sobre nuestras aldeas, asesinan a nuestras mujeres? Lo dudo muchsimo. No creo que el piloto terrorista israel, all sentado, se diga: Estos pobres civiles, estas vctimas inocentes.
Habla as cuando est solo -pens ella-. Y est solo muy a menudo. Habla para mantener viva su fe y tranquila su conciencia.
-He matado a mucha gente a la que, indudablemente, respetaba -dijo l, apoyado en la cama-. Los sionistas han matado mucha ms. Pero yo mato solamente por amor. Mato por Palestina y por sus hijos. Trata de pensar as tambin -le aconsej piadosamente. Se interrumpi para mirarla-. Ests nerviosa?
-S.
-Es natural. Tambin yo estoy nervioso. Te pones nerviosa en el teatro?
-S.
-Es lo mismo. El terror es teatro. Conmovemos, asustamos, despertamos indignacin, ira, amor. Educamos. El teatro tambin. La guerrilla es el mayor actor del mundo.
-Michel me escribi tambin eso. Est en sus cartas.
-Pero se lo dije yo. Fue idea ma.
El siguiente paquete estaba envuelto en papel engrasado. Lo abri con reverencia. Tres trozos de plstico ruso de media libra cada uno. Los coloc en primer plano, en el centro del edredn.
-Los sionistas matan por miedo y por odio -proclam-. Los palestinos, por el amor y por la justicia. Recuerda esta diferencia. Es importante. -Nuevamente la mirada, repentina y dominante-. La recordars cuando sientas miedo? Te dirs a ti misma: por la justicia? Si lo haces, dejars de sentir miedo.
-Y por Michel -dijo ella.
El no estaba enteramente satisfecho.
-Y tambin por l, naturalmente -admiti. De una bolsa de papel de embalar dej caer sobre la cama dos pinzas corrientes, que luego aproxim a la luz del lado para comparar sus sencillos mecanismos. Observndole desde tan cerca, ella repar en un trozo de piel blanca y arrugada donde la mejilla y la porcin ms baja de la oreja parecan haberse fundido y vuelto a enfriar.
-Por qu te cubres la cara con las manos? -pregunt El Jalil, por curiosidad, cuando hubo seleccionado la mejor pinza.
-Me sent cansada por un momento -dijo ella.
-Entonces despierta. Has de estar despejada para tu misin. Tambin para la revolucin. Conoces este tipo de bomba? Te ha enseado Tayeh algo de esto?
-No lo s. Tal vez Bubi lo haya hecho.
-Pues presta atencin. -Sentado en la cama, junto a ella, cogi la base de madera y, con un bolgrafo, traz sobre ella rpidamente unas lneas, correspondientes al circuito-. Lo que hacemos es una bomba para todas las ocasiones. Funciona como un reloj automtico (aqu) y tambin como trampa explosiva (aqu). No confiar en nada: sa es nuestra filosofa.
Tendindole unas pinzas y dos chinchetas, la observ, mientras ella las colocaba en cada lado de la boca de las pinzas.
-No soy antisemita, sabes?
-Si
Ella le devolvi las pinzas; l se acerc al lavamanos y comenz a soldar cables a las cabezas de las dos chinchetas.
-Y cmo es que lo sabes? -inquiri, confundido.
-Tayeh me deca lo mismo. Y tambin Michel. -Y unas doscientas personas ms, pens la muchacha.
-El antisemitismo es un invento estrictamente cristiano. Volvi a la cama, esta vez llevando consigo la cartera de Minkel, abierta.
-Vosotros, los europeos, sois anti-todo-el-mundo. Antijudos, antirabes, antinegros. Nosotros tenemos muchos amigos en Alemania. Pero no porque amen Palestina. nicamente porque odian a los judos. La tal Helga te cae bien?
-No.
-Tampoco a m. Es muy decadente, me parece. Te gustan los animales?
-S.
Se sent cerca de ella, la cartera sobre la cama, junto a l.
-Le gustaban a Michel?
Escoger, no vacilar nunca -haba dicho Joseph-. Es preferible ser incoherente a ser vacilante.
-Nunca hablamos de ello.
-Ni siquiera de caballos?
Y nunca, jams, te corrijas.
-No.
Del bolsillo, El Jalil haba sacado un pauelo plegado, y del centro del pauelo un reloj de bolsillo barato al que le faltaban el cristal y la aguja horaria. Tras colocarlo junto al explosivo, cogi el cable rojo del circuito y lo desovill. Ella tena la base de madera sobre la falda. El le quit la tabla, le tom la mano y se la hizo poner de modo que le fuera posible sujetar las grapas, mientras l las clavaba con suavidad en su sitio, fijando el cable rojo a la madera de acuerdo con el modelo que haba dibujado. Acto seguido, regresando al lavamanos, sold los cables a la batera, mientras ella cortaba tiras de cinta aislante para l con las tijeras.
-Mira -dijo l con orgullo al agregar el reloj.
Estaba muy cerca de la muchacha. Ella senta su proximidad como un calor. Se encontraba inclinado como un zapatero sobre la horma, absorto en su trabajo.
-Era religioso mi hermano cuando estaba contigo? -pregunt l, cogiendo una bombilla y conectndola con el extremo pelado de un cable.
-Era ateo.
-A veces era ateo, a veces era creyente. Otras veces era un chiquillo tonto, demasiado preocupado por las mujeres y las ideas y los coches. Tayeh dice que t eras modesta en el campamento. Ni cubanos, ni alemanes, ni nada.
-Quera a Michel. Era lo nico que quera, Michel -dijo ella, con un entusiasmo que son excesivo para sus propios odos. Pero cuando levant los ojos haca l, no pudo evitar preguntarse si su amor fraterno haba sido todo lo infalible que Michel haba proclamado, porque el rostro del joven estaba marcado por la duda.