El se haba detenido junto a un granero y haba encendido los faros. Miraba su reloj. Ms abajo, en el camino, una linterna destell dos veces. Se inclin por sobre ella y abri la puerta del lado de la muchacha.
-Su nombre es Franz, y t le dirs que eres Margaret. Buena suerte.
La noche era hmeda y tranquila, las farolas del antiguo centro de la ciudad pendientes sobre ella como lunas blancas enjauladas con sus soportes de hierro. Haba preferido que Franz la dejase en la esquina porque quera atravesar el puente a pie antes de hacer su entrada. Quera dar la impresin de estar sin aliento, como quien llega del aire libre, y el pellizco del fro en el rostro, y el odio en el fondo de su mente. Estaba en una callejuela, entre andamios bajos, que se cerraba sobre ella como un largo y estrecho tnel. Pas ante una galera de arte llena de autorretratos de un joven rubio, desagradable, de gafas, y ante otra, cercana a la primera, con paisajes idealizados en que el muchacho no entrara jams. Las pintadas chillaban delante de ella, pero no logr entender una palabra hasta que ley Jodida Amrica. Gracias por la traduccin, pens. Volva a estar en un espacio abierto, subiendo unos escalones de cemento sobre los que se haba echado arena para derretir la nieve, pero que an eran resbaladizos bajo los pies. Lleg al ltimo y vio las puertas de cristal de la biblioteca de la universidad a su izquierda. Las luces permanecan encendidas en el caf de los estudiantes. Rachel y un muchacho estaban sentados junto a la ventana, tensos. Dej atrs el primer poste totmico de mrmol y se encontr en el paseo arbolado, muy por encima de la carretera que llevaba al lado opuesto. Ya la sala de conferencias se alzaba ante ella, su piedra de color de fresa se tornaba carmes violento por la luz de los focos. Los coches iban subiendo; los primeros componentes del pblico llegaban, trepando los cuatro peldaos de la entrada del frente, detenindose para estrecharse las manos y felicitarse los unos a los otros por su enorme eminencia. Una pareja de funcionarios de seguridad examinaba superficialmente los bolsos de las mujeres. Ella sigui andando. La verdad te har libre. Dej atrs el segundo poste totmico, acercndose a la escalera por la que podra bajar.
La cartera penda en su mano derecha y la sinti rozndole el muslo. Una ululante sirena policial hizo que los msculos de su espalda se contrajeran de terror, pero sigui andando. Dos motocicletas de la polica con luces azules giratorias subieron, escoltando un Mercedes negro brillante con un gallardete. Habitualmente, cuando pasaban grandes automviles, ella volva la cabeza, para no dar a los ocupantes la satisfaccin de ser observados; pero esta noche era diferente. Esta noche poda andar con orgullo; tena la respuesta en la mano. De modo que los observ y fue recompensada por el fugaz vislumbre de un hombre de tez rojiza, sobrealimentado, con traje negro y corbata plateada; y una esposa malhumorada con tres papadas y una piel de mink. Para las grandes mentiras necesitamos, naturalmente, grandes pblicos, record. Se encendieron luces de filmacin y la importante pareja ascendi hacia las puertas de cristal, admirada por al menos tres viandantes. Pronto, bastardos -pens ella-, pronto.
Al final de la escalinata gir a la derecha. Lo hizo y sigui andando hasta llegar a la esquina. Puedes estar segura de que no caers al ro -haba dicho Helga, aadiendo un toque de humor-: las bombas de El Jalil no son a prueba de agua, Charlie, ni t tampoco. Gir hacia la izquierda y comenz a rodear el edificio, siguiendo un camino de grava sobre el cual la nieve no haba logrado cuajar. El pavimento se ensanchaba y se converta en un patio, y en el centro de ste, junto a un grupo de tiestos de cemento, haba un coche de polica. Ante l, dos agentes uniformados se pavoneaban en mutuo espectculo, estirndose las botas y riendo, y miraban con mal gesto a quien se atreviera a observarlos. Estaba a menos de quince metros de la puerta lateral, y empez a sentir la calma que estaba esperando: la sensacin, casi de levitacin, que la invada cuando sala a escena y dejaba atrs sus otras identidades, en el camerino. Era Imogen, de Sudfrica, de gran coraje, de escasa gracia, apresurndose a asistir a un gran hroe liberal. Estaba azorada -diablos, estaba mortalmente azorada-, pero iba a hacer lo debido o a quebrarse. Haba llegado a la puerta lateral. Estaba cerrada. Prob el pomo, pero ste no gir. Indecisin. Puso la palma de la mano sobre el panel y empuj, pero el panel no se movi. Retrocedi y mir la puerta, luego busc a su alrededor a alguien que la ayudara; para entonces, los dos policas haban dejado de flirtear y la contemplaban con suspicacia, pero sin acercarse.
Teln arriba. A escena.
-Digo, disculparme -se diriga a ellos-. Hablan ustedes ingls?
Ellos an no se haban movido. Si haba una distancia que cubrir, dejaban que fuese ella quien la recorriera. No era ms que una ciudadana, despus de todo, y una mujer, por lo dems.
-Dije si hablaban ingls. Englisch sprechen Sie? Alguien tiene que entregar esto al profesor. Inmediatamente. Vendrn ustedes hasta aqu, por favor?
Ambos fruncieron el ceo, pero slo uno se aproxim a ella. Lentamente, como convena a su dignidad.
-Toilette nicht hier -barbot, y seal con la cabeza el camino por el que ella haba venido.
-No me interesa el servicio. Quiero encontrar a alguien que entregue esta cartera al profesor Minkel. Minkel -repiti, y mostr la cartera, alzndola.
El polica era joven y no reparaba en la juventud. No cogi la cartera de la muchacha, pero se la hizo sostener mientras l manipulaba la cerradura y se aseguraba de que no se poda abrir.
Oh, jovencito! -pens ella-. Acabas de suicidarte y todava me miras con el ceo fruncido.
-Offnen! -orden l.
-No puedo abrirla. Est cerrada. -Permiti la entrada en su voz de una nota de desesperacin-. Es del profesor, entiende? Por lo que s, contiene las notas para la conferencia. La necesita para esta noche. -Volvindose, golpe violentamente la puerta-. Profesor Minkel? Soy yo, Imogen Baastrup, de Wits. Oh, Seor!
El segundo polica se haba acercado a ellos. Era de ms edad y de tez oscura. Charlie recurri a su mayor sabidura.
-Bien, habla usted ingls acaso? -dijo. En el mismo momento, la puerta se entreabri unos pocos centmetros y un rostro de macho cabro la observ con curiosidad y profunda desconfianza. Coment algo en alemn al polica ms prximo, y Charlie capt la palabra Amerikanerin en su respuesta.
-No soy norteamericana -replic, casi a punto de echarse a llorar- Me llamo Imogen Baastrup, soy sudafricana y le traigo la cartera del profesor Minkel. La dej olvidada. Tendra usted la amabilidad de entregrsela inmediatamente? Porque estoy segura de que se encuentra desesperado por ella.!Por favor!
La puerta se abri lo suficiente como para revelar el resto de la persona: un hombre mofletudo, con aspecto de mayordomo, de sesenta aos o ms, con traje negro. Estaba muy plido y, para el ojo secreto de Charlie, tambin muy asustado.
-Seor, habla usted ingls? Si? Lo habla?
No solamente lo hablaba, sino que tambin juraba en l. Porque dijo Lo hablo con una solemnidad tal que, en ese punto, no podra retroceder en el resto de sus das.
-Entonces me har el favor de entregar esto al profesor Minkel y saludarle de parte de Imogen Baastrup y decirle que el hotel cometi un error estpido, y que me hace muchsima ilusin el escucharle esta noche
Le tendi la cartera, pero el mayordomo se neg a cogerla. Mir a los policas que estaban tras ella y pareci recibir alguna dbil seal de asentimiento por parte de ellos; volvi a mirar la cartera, y luego a Charlie.
-Venga por aqu -dijo, como un acomodador de teatro que ganase sus diez libras por noche, y se hizo a un lado para dejarla entrar.
Ella se puso plida. Esto no estaba en el guin. Ni en el de El Jalil, ni en el de Helga, ni en ningn otro. Qu ocurrira si Minkel la abra ante sus propios ojos?