-Quiz te ests esforzando demasiado por odiarlos -sugiri l, a modo de remedio.
Era la peor comedia que haba representado jams, y la peor de las cenas en que haba participado. Su ansiedad por quebrar la tensin era tan grande como su ansiedad por quebrarse. Esto es lo que Joseph te ha enviado. Cgelo.
Se puso en pie y oy cmo su cuchillo y su tenedor caan ruidosamente al suelo. Apenas si alcanzaba a ver al hombre a travs de las lgrimas de su desesperacin. Comenz a desabrocharse el vestido, pero sus manos estaban tan confusas que no logr servirse de ellas. Rode la mesa hacia donde se encontraba l, que ya se estaba levantando cuando ella le invit a hacerlo. Los brazos del hombre la estrecharon; la bes y luego la alz y la llev al dormitorio como si se tratase de un camarada herido. La dej sobre la cama y de pronto, Dios sabe por qu desesperado proceso qumico de su mente y de su cuerpo, ella lo posey a l. Se vio encima de l, desnudndole; le meti dentro de s como si fuese el ltimo hombre sobre la tierra, en el ltimo da de la tierra; para su propia destruccin y para la de l. Se vio devorndole, succionndole, llenando de l los aullantes espacios vacos de su culpa y de su soledad. Se vio sollozando, se vio gritndole, llenando de l su propia boca mentirosa, forzndole a volverse para borrar bajo el peso del cuerpo del hombre toda huella de s misma y del recuerdo de Joseph. Le sinti en su paroxismo, pero le ci y le retuvo en son de reto en su interior hasta mucho despus de que sus movimientos hubiesen cesado, los brazos cerrados en torno de l, como ocultndose de la tormenta que se avecinaba.
No estaba dormido, pero ya dormitaba. Yaca con el cabello negro desordenado sobre el hombro de ella, el brazo bueno descansando descuidadamente sobre sus pechos.
-Salim era un muchacho de suerte -murmur, con una sonrisa en la voz-. Una chica como t es una buena causa para morir por ella.
-Quin dice que muri por m?
-Tayeh dice que era posible.
-Salim muri por la revolucin. Los sionistas volaron su coche.
-El se vol. Lemos muchos informes policiales alemanes sobre el incidente. Yo le dije que nunca fabricara bombas, pero no me obedeci. No tena talento para esa tarea. No era un luchador por naturaleza.
-Qu ha sido ese ruido? -dijo ella, apartndose bruscamente de l.
Era un ruido sordo, como un crujir de papel, una sucesin de sonidos aislados, y luego, nada. Imagin un automvil deslizndose suavemente sobre la grava con el motor parado.
-Alguien que pesca en el lago -dijo El Jalil.
-A esta hora de la noche?
-Nunca has pescado de noche? -ri l, amodorrado-. Nunca has salido al mar en un pequeo bote, con una lmpara, para atrapar peces con tus propias manos?
-Despierta. Hblame.
-Mejor dormir.
-No puedo. Tengo miedo.
El empez a contar la historia de una misin nocturna que haba llevado a cabo en Galilea largo tiempo atrs, con otros dos hombres. Cmo cruzaban el mar en un bote de remos, y era tan hermoso que perdieron toda nocin de aquello por lo que se encontraban all, y, en cambio, se pusieron a pescar. Ella le interrumpi.
-No era un bote -insisti-. Ha sido un coche, he vuelto a orlo. Escucha.
-Es un bote -dijo l sooliento.
La luna haba encontrado un espacio entre las cortinas, y brillaba sobre el piso. Levantndose, ella fue hasta la ventana y, sin tocar las cortinas, mir hacia afuera. Haba pinos por todas partes; la luna sobre el lago era como una escalera blanca que bajara hasta el centro del mundo. Pero no haba bote alguno en ninguna parte, ni luz alguna para atraer a los peces. Regres a la cama y l desliz el brazo derecho sobre su cuerpo, atrayndola hacia s; pero, al percibir su resistencia, gentilmente, se apart, volvindose con languidez sobre la espalda.
-Hblame -volvi a decir ella-. El Jalil, despierta. -Le sacudi violentamente, luego lo bes con desespero en los labios-. Despierta! -repiti.
As que despert para ella, porque era un hombre amable, y la haba escogido como hermana.
-Sabes qu llamaba la atencin en tus cartas a Michel? -pregunt. El arma. Desde ahora, soar con tu cabeza sobre mi almohada, y tu pistola debajo Palabras de amante, hermosas palabras de amante.
-Por qu llamaba la atencin? Dmelo.
-Tuve con l una conversacin exactamente igual a sta una vez. Precisamente sobre este mismo tema. Oye, Salim, le dije. Slo los cowboys duermen con sus pistolas debajo de la almohada. Aunque no recuerdes ninguna de las cosas que te he enseado, recuerda sta. Cuando ests acostado, ten la pistola a un lado de la cama, donde puedas ocultarla mejor, y donde tienes la mano. Aprende a dormir as. Aun cuando duermas con una mujer. Dijo que lo recordara. Siempre me lo prometa. Luego, olvidaba. 0 encontraba una nueva mujer. 0 un nuevo coche.
-Entonces rompa las reglas, no? -dijo ella, cogiendo la mano enguantada del hombre, considerndola en la penumbra, pellizcando uno a uno los dedos muertos. Eran de algodn, todos, menos el ms pequeo y el pulgar.
-Cmo te ocurri esto? -inquiri ella con prontitud-. Fueron los ratones? Cmo sucedi? Despierta.
Le llev largo tiempo responder:
-Un da, en Beirut Yo soy un poco tonto, como Salim. Estoy en el despacho, llega la correspondencia, tengo prisa, espero cierto paquete, lo abro. Fue un error.
-As? Cmo es posible? Lo abriste y haba un explosivo, no es eso? Te vol los dedos. Y qu pas con la cara?
-Cuando despert, en el hospital, estaba Salim. Sabes una cosa? Estaba muy contento de que yo hubiese cometido una estupidez. La prxima vez, antes de abrir un paquete, mustramelo o lee las seas, dice. Si viene de Tel Aviv, mejor que lo devuelvas al destinatario.
-Por qu haces tus propias bombas, entonces? Si slo tienes una mano?
La respuesta estuvo en el silencio. En la quietud crepuscular del rostro del hombre, vuelto hacia ella, con su mirada fija, franca y grave de luchador. En todo lo que ella haba visto desde la noche en que firmara contrato con el teatro de lo real. Por Palestina, vale! Por Israel! Por Dios! Por mi sagrado destino! Para devolver a los bastardos lo que los bastardos me hicieron a m. Para reparar la injusticia. Con injusticia. Hasta que todo lo justo vuele hecho aicos, y la justicia sea finalmente libre de separarse de los escombros y recorrer las calles despobladas.
De pronto, l le preguntaba a ella. Y ya sin encontrar oposicin.
-Cario -susurr ella-. El Jalil. Oh, Cristo! Oh, cario! Por favor.
Y todas las dems cosas que dicen las putas.
Amaneca, pero ella an no le dejara dormir. A la plida luz del da, una exaltacin insomne la posea. Con besos, con caricias, se vala de todas las artes que conoca para regalarle con su presencia y mantener su pasin ardiente. Eres el mejor -le susurraba-, y yo nunca gano primeros premios. El ms fuerte, el ms valiente, el ms inteligente de los amantes que tuve jams. Oh, El Jalil, El Jalil! Cristo! Oh, por favor! Mejor que Salim?, pregunt l. Ms paciente que Salim, ms mimoso, ms agradecido. Mejor que Joseph, que me envi a ti en una bandeja.
-Qu ocurre? -dijo ella cuando l, sbitamente, se desprendi de ella-. Te he hecho dao?
En vez de responder, l alarg su mano buena y, con un gesto imperativo, le cerr los labios con un ligero pellizco. Luego se fue incorporando cautelosamente sobre el codo. Ella tambin se puso a escuchar. El ruido de una ave acutica al elevarse desde el lago. El chillido de las ocas. El canto de un gallo, el repique de una campana. Escorzado por el campo cubierto de nieve. Ella percibi que el colchn se elevaba a su lado.
-No hay vacas -dijo l desde la ventana.