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Y, por fin, Charlie era indiscutiblemente, la primera dama de la compa��a. Cuando llegaba la noche y la familia teatral se dedicaba a representar peque�os dramas, todos ataviados con las t�nicas playeras y tocados con sombreros de paja, Charlie, en el caso de que se dignara tomar parte en la representaci�n, era sin la menor duda la mejor, Si se dedicaban a cantar, Charlie era quien tocaba la guitarra mucho mejor de lo que las voces de los dem�s se merec�an. Charlie sab�a las canciones populares de protesta, y las cantaba airadamente y con cierto masculino matiz. En otras ocasiones todos se reun�an para fumar marihuana y beber retsina, que compraban a treinta dracmas el medio litro. Si, todos menos Charlie, quien se manten�a apartada, cual si ya hubiera fumado y bebido cuanto se puede fumar y beber en la vida.

Con voz adormilada, Charlie les advert�a en estas ocasiones: -Esperad a que amanezca mi revoluci�n. Os obligar� a todos, cr�os indecentes, a cosechar nabos antes del desayuno.

Ante estas palabras, todos fing�an temor, y le preguntaban: -�Y d�nde comenzar� la revoluci�n? �D�nde caer� la primera cabeza?

A lo que Charlie, recordando su tormentosa infancia en un lujoso barrio residencial, contestaba:

-�En el maldito Rickmansworth. Lo primero que haremos ser� arrojar sus malditos autom�viles Jaguar a sus malditas piscinas.

Y todos emit�an gemidos de terror, a pesar de que sab�an que Charlie ten�a una marcada debilidad por los autom�viles r�pidos.

Pero, entre una cosa y otra, la amaban. Indiscutiblemente. Y Charlie, a pesar de que lo negaba, les correspond�a.

Contrariamente, Joseph, cual le llamaban, no formaba parte de la familia. Ni siquiera era, como Charlie, un miembro disidente. Joseph gozaba de una autosuficiencia que, para �nimos menos templados, equival�a a la valent�a. No ten�a amigos, pero no se quejaba, era el extra�o que a nadie necesitaba, ni siquiera a ellos. S�lo necesitaba una toalla, un libro, una botella de agua y su sitio privado y particular en la playa. �nicamente Charlie sab�a que Joseph era un fantasma.

La primera vez que Charlie avist� a Joseph fue en la ma�ana subsiguiente a la gran pelea que Charlie tuvo con Alastair, y que Charlie perdi� por clar�simo fuera de combate. Charlie padec�a una fatal debilidad que la llevaba siempre a sentirse atra�da por brutos, y el bruto correspondiente a aquel d�a fue un escoc�s borracho, de dos metros de altura, a quien la familia conoc�a con el nombre de Long Al, quien los amenaz� a todos, y cit� err�neamente al anarquista Bakunin. Lo mismo que Charlie, el escoc�s era pelirrojo, ten�a la piel blanca, y ojos azules de dura expresi�n. Cuando los dos sal�an del agua con el cuerpo reluciente, juntos los dos, parec�an personas pertenecientes a una raza distinta de la de todos los dem�s, y sus expresiones ce�udas revelaban que estaban al tanto de ello. Cuando los dos part�an repentinamente, cogidos de la mano, camino de la casa de campo, sin decir nada a nadie, se sent�a el car�cter imperativo de su deseo, como un dolor que uno hubiera padecido, pero que jam�s hubiera compartido. Pero, cuando se peleaban, que era lo que ocurri� en la noche anterior, su encono her�a de tal manera a las almas tiernas, cual las de Willy y Pauly, que los due�os de dichas almas ten�an que irse y mantenerse alejados hasta que la tormenta hubiera pasado. Y en esta ocasi�n, Charlie tambi�n huy�, se refugi� en un rinc�n para lamerse las heridas. Despert� bruscamente a las seis en punto y decidi� tomar un ba�o solitario, para luego ir al pueblo y regalarse con un desayuno y un diario de lengua inglesa. Y mientras Charlie compraba el Herald Tribune, se produjo la aparici�n. Fue un cl�sico fen�meno parapsicol�gico.

El era el hombre del blazer rojo. En aquellos instantes se encontraba exactamente detr�s de Charlie, y compraba un libro de bolsillo, sin hacer el menor caso de la muchacha. Sin embargo, en aquella ocasi�n el hombre del blazer rojo no llevaba blazer rojo, sino camiseta de manga corta, calzones cortos y sandalias. Pero era el mismo hombre, sin duda alguna. El mismo cabello corto, negro, con blanca escarcha en las puntas y que se rebelaba en la parte central de la frente; la misma mirada cort�s de sus ojos casta�os, mirada respetuosa de las pasiones ajenas, mirada que hab�a estado fija en Charlie, como una negra linterna situada en la primera fila del Barrie Theater de Nottingham, durante medio d�a. En la primera sesi�n y, luego, en la segunda, aquellos ojos s�lo estuvieron fijos en Charlie, pendientes de todos sus movimientos. Era una cara que el paso del tiempo no hab�a endurecido ni suavizado, ya que era tan invariable y fija como un grabado. Una cara que, para Charlie, representaba una fuerte y constante realidad, en contraste con las muchas m�scaras propias de los autores.

Charlie interpretaba Juana de Arco, y estaba furiosa con el delf�n, quien se hallaba lejos de ella, en una posici�n m�s elevada, y que con su presencia anulaba todos los parlamentos de Charlie. Por esta raz�n, hasta el �ltimo cuadro, Charlie no se dio cuenta de que aquel hombre estaba sentado entre los ni�os en edad escolar, en primera fila de una platea s�lo mediada. Si la iluminaci�n del escenario no hubiera sido tan d�bil, Charlie probablemente jam�s hubiera visto al hombre en cuesti�n, pero el sistema de iluminaci�n de la compa��a hab�a quedado en Derby, y todos estaban esperando su llegada, por lo que en el escenario no imperaba aquel resplandor que hubiera impedido a Charlie ver al hombre en cuesti�n. Al principio, Charlie pens� que el individuo era un maestro. Pero, cuando los chicos se fueron, el hombre se qued�, leyendo lo que Charlie supuso era el texto de la obra interpretada, o quiz� su presentaci�n. Y cuando se levant� de nuevo el tel�n para la representaci�n de la noche, el hombre segu�a all�, en medio, con su pl�cida mirada sin reacciones fija en ella, igual que antes. Cuando el tel�n baj�, Charlie sinti� rencor debido a que el tel�n la privaba de la presencia de aquel hombre.

Pocos d�as despu�s, en York, cuando Charlie ya se hab�a olvidado de aquel hombre, tuvo la impresi�n, hasta el punto de estar dispuesta a jurar que era cierta, de verle de nuevo. Pero la certeza de Charlie no era absoluta. En esta ocasi�n las luces del escenario eran tan fuertes que Charlie no pudo traspasar la barrera luminosa, y esta vez fue el inquisidor quien la domin�. El hombre no se qued� en la butaca durante los entreactos. De todas maneras, Charlie hubiera jurado que se trataba de la misma cara, en primera fila, en una butaca central, con la vista fija en ella, y tambi�n con el mismo blazer rojo. �Se tratar�a de un cr�tico? �De un productor? �De un agente? �De un director de cine? �Ser�a un empleado de la empresa patrocinadora que hab�a sustituido al consejo art�stico en el mecenazgo de la compa��a teatral? El hombre era tan flaco y tan observador en su inmovilidad que dif�cilmente pod�a tratarse de un profesional del comercio que vigilaba la inversi�n de la empresa. En cuanto a los cr�ticos, los agentes y todos los dem�s, s�lo por milagro permanec�an durante m�s de un acto en su butaca, y jam�s ve�an dos representaciones consecutivas. Y, cuando Charlie le vio por tercera vez, o pens� verle, justamente cuando se dispon�a a irse de vacaciones, en realidad en la �ltima representaci�n de la temporada, apostado junto a la salida de artistas de un peque�o teatro del East End, poco falt� para que Charlie le preguntara a gritos qu� diablos quer�a, si era un Jack el Destripador en potencia, un cazador de aut�grafos, o un normal man�aco sexual como todos nosotros. Pero el aire comedido y decente de aquel hombre impidi� a Charlie llevar a efecto sus prop�sitos.