-Camina despacio, por favor.
A juzgar por el tono de Joseph, Charlie pens que fuera lo que fuere aquello que los esperaba, no poda estar lejos. El sendero volvi a avanzar en zigzag, y se encontraron ante una escalera de madera. Peldaos, un descansillo, ms peldaos. En aquel punto, Joseph caminaba a pasos leves, y Charlie le imit, de tal manera que, una vez ms, quedaron unidos por la cautela. El uno al lado del otro, pasaron por una gran entrada cuya grandiosidad oblig a Charlie a levantar la vista. Al hacerlo vio una roja media luna deslizndose entre las estrellas, lejana, para situarse entre las columnas del Partenn.
Charlie musit:
-Dios!
Se sinti muy poca cosa, y, por un momento, solitaria. Avanz despacio, como una persona que se dirige hacia un espejismo, esperando que se disuelva en la nada, pero aquello no se disolvi. Anduvo a lo largo de la ruina, en busca de un lugar por el que penetrar en ella, pero en la primera escalera que encontr haba un cartelito que deca: Prohibida la subida. De repente, Charlie se ech a correr, sin saber la razn de ello. Corra hacia los cielos, por entre las peas, en busca del negro lmite de aquella ciudad extraterrenal, dndose cuenta slo a medias de qua Joseph, con su camisa de seda, trotaba fcilmente a su lado. Charlie rea y hablaba al mismo tiempo, deca las cosas que segn le haban informado, sola decir en cama, deca cuanto le acuda a las mientes. Tenia la sensacin de que poda escapar de su propio cuerpo y correr hacia el cielo, sin caerse. Poco a poco, la velocidad de Charlie mengu, y acab avanzando al paso, hasta llegar al parapeto sobre el que se apoy brusca y desmadejadamente, mirando, abajo, la iluminada isla, rodeada por los negros ocanos de la llanura tica. Mir hacia atrs y vio a Joseph contemplndola a pocos pasos.
Por fin, Charlie dijo:
-Gracias.
Ponindose ante l, le cogi la cabeza con ambas manos, y le bes en los labios, le dio un beso de cinco aos, primero sin la lengua, luego con la lengua, inclinando la cabeza hacia este lado y hacia aqul, e inspeccionando su cara de vez en cuando, como si quisiera medir los resultados de su propio trabajo. Y en esta ocasin, estuvieron juntos el tiempo suficiente para que Charlie saliera de dudas: s, en absoluto, funciona bien.
Charlie repiti:
-Gracias, Joseph.
Pero estas palabras slo sirvieron para que Joseph se retirara. Su cabeza se hurt a las manos de Charlie, sus manos deshicieron el abrazo de la muchacha y volvieron a sus costados. De una forma pasmosa, Joseph la haba dejado sin nada.
Confusa y casi irritada, Charlie mir la cara de centinela de Joseph iluminada por la luz de la luna. Tiempo hubo en que Charlie los haba conocido a todos, a su parecer. Haba conocido a los vergonzantes homosexuales que alardeaban de virilidad hasta que no podan resistir el llanto. A los homosexuales que, siendo viejas vrgenes, imaginaban que estaban afectos de impotencia. A los presuntos donjuanes y fingidos sementales que emprendan la retirada, en el ltimo instante, llevados por un arrebato de timidez o de conciencia moral. Y Charlie siempre tuvo, por norma general, la honrada ternura de comportarse como una madre o una hermana o lo que fuera, y formar un vnculo con ellos. Pero en Joseph perciba, mientras contemplaba sus ojos cubiertos por las sombras, una renuencia con la que jams se haba topado. Y no consista en que en l no hubiera deseo, o que careciera de la capacidad precisa. Charlie tena la experiencia suficiente para no equivocarse al valorar la tensin y la confianza del abrazo de Joseph. Al contrario, pareca que Joseph persiguiera una finalidad que se encontraba ms all de Charlie, lo cual intentaba comunicarle por el medio de contenerse.
Charlie dijo:
-Quieres que te d las gracias otra vez?
Durante unos instantes, Joseph sigui mirndola en silencio. Luego levant la mano y mir la esfera de su reloj de oro a la luz de la luna.
-En realidad pienso que nos queda muy poco tiempo, y que me gustara mostrarte algunos de los templos que hay aqu. Permites que te aburra?
En el extraordinario abismo que se haba abierto entre los dos, Joseph daba por supuesto que Charlie le ayudara a cumplir su voto de abstinencia.
Charlie puso un brazo bajo el de Joseph, y mirndole como si fuera una pieza recin cobrada, dijo:
-Lo quiero todo. Quiero saber quin lo construy, cunto cost, a quin rendan culto aqu; si el culto les daba buenos resultados o malos, todo. Puedes aburrirme hasta que la muerte nos separe.
Ni por asomo se le ocurri a Charlie que Joseph no supiera contestarle. Y Charlie no se equivoc. Joseph la instruy, y Charlie escuch. Joseph anduvo despacio y tranquilo de un templo a otro. Y Charlie iba a su lado, cogida de su brazo, pensando: Ser tu hermana, tu discpula, ser lo que quieras; si te hago triunfar, dir que t has triunfado; si te hundes, dir que he sido yo quien te ha hundido, y conseguir que confes, aunque en ello me vaya la vida.
Joseph dijo gravemente:
-No, Charlie, Propilae no era una diosa, sino la entrada a un templo. La palabra procede de propilon, y los griegos emplearon el plural para honrar mayormente al templo.
-Y has aprendido todo esto con la sola idea de explicrmelo, Joseph?
-Naturalmente. Pensando slo en ti. Por qu no?
-Hubiera podido hacerlo sola. Tengo un cerebro como una esponja. Quedaras pasmado. Me hubiera bastado con echar una ojeada a un libro para sabrmelo todo, y convertirme en tu especialista.
Joseph se detuvo, y Charlie hizo lo mismo. Joseph dijo: -En este caso, repite lo que he dicho.
Al principio Charlie no pudo creerle, y pens que Joseph bromeaba. Luego, cogiendo por los brazos a Joseph, le dio bruscamente media vuelta, y le oblig a desandar lo caminado, mientras le repeta cuanto le haba dicho.
Haban llegado al final del trayecto. Charlie pregunt:
-Satisfecho? Me he ganado el segundo premio?
Charlie esper a que transcurriera el ya famoso silencio que Joseph observaba antes de hablar. Por fin, Joseph habl:
-No es el trono de Agripa, sino el monumento de Agripa. Con la salvedad de este pequeo error, creo que tu recitado ha sido perfecto. Mi felicitacin.
En el mismo instante, Charlie oy, abajo, la bocina de un automvil, tres medidos bocinazos, y supo que se trataba de un aviso dirigido a Joseph, ya que ste levant la cabeza y prest atencin al sonido, como un animal olisqueando el viento, antes de volver a mirar el reloj. Charlie pens que el profesor se haba convertido en niera. Haba llegado el momento de que los nios buenos se metieran en la cama y se contaran los acontecimientos del da.
Haban ya comenzado a bajar por la falda de la colina, cuando Joseph se detuvo para contemplar el melanclico teatro de Dionisos, como un cuenco vaco iluminado por la luna, y el resplandor de lejanas luces. Es una ltima mirada, pens Charlie, pasmada, mientras contemplaba la inmvil silueta negra de Joseph, recortada contra las luces de la ciudad.
Joseph observ:
-He ledo, no s dnde, que ninguna representacin dramtica puede ser una manifestacin privada. Las novelas y las poesas, s, pueden serlo. Pero la representacin dramtica, no. La representacin dramtica debe tener una aplicacin a la realidad, ha de ser til. Crees que es verdad?