Riendo, Charlie replic:
-En el Instituto Femenino de Burton-on-Trent? Interpretando el papel de Helena de Troya en la sesin de tarde dedicada a las jubiladas?
-He hablado en serio. Quiero saber tu opinin.
-Acerca del teatro?
-Acerca de su utilidad.
Charlie qued desconcertada ante el inters que Joseph mostraba. Pareca que Joseph esperase mucho, demasiado quiz, de la respuesta que ella diera. Torpemente, Charlie repuso:
-Pues s, estoy de acuerdo. El teatro debiera ser til. Debiera inducir a la gente a compartir y a sentir. Debiera despertar la sensibilidad de la gente.
-En consecuencia, debiera ser realista? Ests segura?
-Estoy segura de que estoy segura.
Como si, siendo as las cosas, Charlie no tuviera derecho a acusarle de nada, Joseph dijo:
-Pues eso.
Alegremente, Charlie repiti:
-Pues eso.
Charlie decidi: Estamos locos. Somos un par de dementes merecedores de un certificado mdico. El polica los salud cuando pasaron junto a l, camino de vuelta a la tierra.
Al principio, Charlie pens que Joseph le gastaba una broma de mal gusto. Con la salvedad del Mercedes, la carretera estaba desierta, y el Mercedes destacaba en su soledad. En un banco, algo ms all, haba una pareja besndose. Y nadie ms haba. El color del automvil era oscuro, aunque no negro. Se encontraba junto a la zona cubierta de csped, y la placa delantera de la matrcula apenas se distingua. A Charlie le haban gustado siempre los Mercedes, y por la solidez de ste poda advertir que haba sido construido por encargo, as como tambin pudo advertir, gracias a sus antenas y accesorios, que era el juguete favorito de su propietario. Joseph la haba cogido del brazo, y hasta que no se encontraron a la altura de la puerta del automvil correspondiente al conductor, Charlie no se dio cuenta de que Joseph se dispona a abrirla. Vio cmo Joseph meta la llave en la cerradura, y que los botones de las cuatro puertas se ponan simultneamente en la posicin de cerradura abierta. A continuacin, Joseph la llev hacia la puerta correspondiente al asiento contiguo al del conductor, mientras Charlie se preguntaba qu diablos estaba pasando.
Con un despreocupado acento que hizo entrar inmediatamente a Charlie en sospechas, Joseph dijo:
-No te gusta? Quieres que encargue otro? Pensaba que tenas una debilidad por los buenos automviles.
-Lo has alquilado?
-No. Nos lo han prestado para nuestro viaje.
Joseph mantena la puerta abierta. Charlie entr y pregunt:-Quin te lo ha prestado?
-Un buen amigo.
-Cmo se llama?
-Charlie, por favor, no seas ridcula. Se llama Herbert. Karl Herbert. Qu importa el nombre? O es que prefieres las igualitarias incomodidades de un Fiat griego?
-Dnde est mi equipaje?
-En el portamaletas. Dimitri lo ha guardado ah, siguiendo mis instrucciones. Quieres comprobarlo por ti misma, para quedarte tranquila?
-No quiero viajar en este coche.
A pesar de ello, Charlie sigui sentada, y, al instante siguiente, Joseph estaba sentado ante el volante, poniendo el motor en marcha. Joseph se haba puesto guantes. Guantes negros, para conducir, con orificios de ventilacin. Seguramente los haba llevado en el bolsillo y se los haba puesto al entrar en el automvil. El oro alrededor de sus muecas destacaba en contraste con los negros guantes. Conduca de prisa y hbilmente. Esto tampoco gust a Charlie. No era sta la manera en que se conducen los automviles de los amigos. La puerta al lado de Charlie estaba cerrada con llave. Joseph haba cerrado con llave las cuatro puertas, mediante el mecanismo automtico. Haba puesto en marcha la radio, que difunda melanclica msica griega.
Charlie pregunt:
-Qu debo hacer para abrir esa maldita ventanilla?
Joseph oprimi un botn, y Charlie sinti el clido aire nocturno que le traa aroma a resina. Pero Joseph slo haba bajado el cristal cosa de un par de pulgadas. En voz muy alta, Charlie pregunt:
-Lo haces a menudo, verdad? Es una de tus aficiones? Me refiero a eso de llevar a seoras de viaje, con rumbo desconocido, a dos veces la velocidad del sonido.
Joseph no contest. Con fijeza miraba al frente. Quin es este hombre? Quin es, oh santo Dios!, como dira su maldita madre? La luz inund el interior del automvil. Charlie volvi la cabeza y vio un par de faros, a unas cien yardas detrs de ellos, mantenindose a esa distancia. Charlie pregunt:
-Amigos o enemigos?
La muchacha se estaba acomodando de nuevo en el asiento cuando cay en la cuenta de otra cosa que su vista haba percibido. Se trataba de un blazer rojo, que reposaba en el asiento trasero, con unos botones de latn iguales que los botones de latn de Nottingham y de York. Y, adems, Charlie hubiera apostado cualquier Losa a que el corte de la chaqueta en cuestin tena cierto aire propio de los aos veinte.
Pidi un cigarrillo a Joseph. Este, sin volver la cabeza, dijo: -Por qu no miras en la guantera?
Charlie abri la guantera y vio un paquete de Marlboro. Al lado haba un pauelo de cuello, de seda, y un par de caras gafas de sol polaroides. Cogi el pauelo y lo olisque. Ola a colonia para hombre. Cogi un cigarrillo. Con la mano enguantada, Joseph le pas el incandescente encendedor que extrajo del salpicadero. Charlie dijo:
-Tu amigo es hombre que viste de una forma muy llamativa, verdad?
-Ciertamente. Es verdad. Por qu lo dices?
-Este blazer rojo que hay detrs es suyo o tuyo?
Joseph, como si estas palabras le hubieran impresionado, dirigi una rpida mirada a Charlie y, acto seguido, devolvi la vista a la carretera. Con calma, mientras aumentaba la velocidad del automvil, Joseph repuso:
-Digamos que es suyo, pero que me lo ha prestado.
-Y tambin le has pedido prestadas las gafas de sol? Pues yo dira que las necesitabas, estando sentado tan cerca de las candilejas que casi te confundas con los actores. Y te llamas Richthoven, no es eso?
-Exactamente.
-Peter es tu nombre de pila, pero prefieres que te llamen Joseph. Vives en Viena, donde comercias un poco y estudias un poco.
Charlie hizo una pausa. Joseph nada dijo. Y Charlie insisti:
-Y tienes un apartado de correos, para hacer tus negocios, que es el apartado siete seis dos, de la oficina principal de correos, verdad?
Charlie vio que Joseph efectuaba un lento movimiento afirmativo con la cabeza, como si de esta manera reconociera la buena memoria de la muchacha. La aguja cuentakilmetros haba subido a ciento treinta kilmetros. Animndose, Charlie prosigui:
-Nacionalidad no declarada. Eres un sensible individuo de razas cruzadas. Tienes tres hijos y dos esposas. Todos en un apartado de correos.
-No tengo esposas ni hijos.
-Nunca has tenido? 0 careces de ellos en estos precisos instantes?
-Carezco en los precisos instantes.
-No creas que me importe, Joseph. En realidad, me gustara que las tuvieras. Me gustara que hubiera cualquier cosa capaz de definirte, en estos instantes. Cualquier cosa. Las chicas somos as, entrometidas.
Charlie se dio cuenta de que an conservaba el pauelo de seda entre las manos. Lo arroj a la guantera, y cerr el compartimiento violentamente. La carretera era recta, pero muy angosta, y la aguja haba alcanzado los ciento cuarenta kilmetros por hora. Charlie sinti cmo se le formaba en su interior una sensacin de terror que atacaba su calma artificial. Charlie dijo:
-Te molestara mucho decirme algo agradable? Algo que me tranquilizara un poco?
-Lo nico agradable que puedo decirte es que te he mentido lo menos posible, y que dentro de muy poco comprenders las muchas razones por cuyos mritos ests con nosotros.
Rpida y secamente, Charlie pregunt:
-Con nosotros?
Hasta aquel momento, Joseph haba sido un hombre solitario. A Charlie no le gust ni pizca el cambio. Avanzaban hacia una carretera principal, pero Joseph no haba reducido velocidad. Vio los faros de dos automviles avanzando hacia ellos, y contuvo el aliento, mientras Joseph oprimi el embrague y el freno al mismo tiempo, y detena el Mercedes, dando paso a los dos automviles, hacindolo con la rapidez precisa para permitir que el coche que los segua hiciera lo mismo.