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-Si, eso.

-Ni siquiera una vez te acercaste a la crcel?

En tono de desesperacin, Charlie dijo:

-Santo Dios! Por qu te empeas tanto en revolver la espada en la herida?

-Ni siquiera se te ocurri ir a la crcel?

-No!

Charlie contena las lgrimas con una valenta que sus inquisidores seguramente admiraban. Cmo poda soportarlo?, seguramente se preguntaban. Cmo pudo soportarlo cuando ocurri? Por qu Kurtz insista implacablemente en renovar las secretas heridas de Charlie? La pausa fue como un silencio entre gritos. El nico sonido que se oa era el del bolgrafo de Litvak escribiendo velozmente en su bloc.

Sin apartar la mirada de Charlie, Kurtz pregunt a Litvak: -Te sirve para algo lo dicho hasta ahora, Mike?

Sin dejar de escribir a toda prisa, Litvak repuso en voz baja:

-Formidable. Es slido, todo concuerda, podemos utilizarlo. Ahora slo quisiera saber si Charlie tiene alguna ancdota emocionante sobre el asunto ese de la crcel. O quiz sea mejor que nos cuente cmo fueron los ltimos meses que su padre pas en presidio.

Secamente, transmitindole la pregunta de Litvak, Kurtz dijo a Charlie:

-Charlie?

Charlie fingi esforzarse en recordar, quedar en trance, a la espera de que la inspiracin acudiera a su espritu. En tono dubitativo, Charlie dijo:

-Bueno, est lo de las puertas.

Litvak terci:

-Puertas? Qu puertas?

Kurtz dijo a Charlie:

-Cuntanos eso.

Despus de un momento de quietud y silencio, Charlie se llev la mano a la cara y delicadamente oprimi el puente de su nariz entre ndice y pulgar, para indicar que experimentaba profunda pena y un leve dolor de cabeza. Haba contado aquella ancdota muchas veces, pero jams la cont tan bien como en la presente ocasin:

-No le esperbamos hasta el mes siguiente, ya que no poda llamar por telfono, como es natural. Nos habamos mudado a otra casa. Vivamos de la asistencia pblica. Y entonces apareci. Estaba ms delgado, y pareca ms joven. Llevaba el cabello corto. Dijo: Hola, Chas, me han soltado! Y me dio un abrazo. Llor. Mam estaba en el piso superior y tena miedo a bajar y enfrentarse con l. Mi padre era el mismo de siempre. Salvo en lo referente a las puertas. No poda abrirlas. Llegaba a las puertas, se detena, se pona en posicin de firmes, con los pies juntos y la cabeza baja, y esperaba que viniera el celador a abrirlas.

En voz baja, Litvak dijo a Kurtz:

-Y el celador era ella! Su propia hija! Santo Dios!

-La primera vez que ocurri no poda creerlo. Le chill: Abre de una vez la maldita puerta! Pero su mano se negaba literalmente a ello.

Litvak escribi como un poseso. Pero Kurtz no demostraba tanto entusiasmo. Kurtz volva a examinar papeles, y la expresin de su cara revelaba serias reservas. Dijo:

-Charlie, en una entrevista que te hicieron los de la Ipswich Gazette cuentas cierta historia en la que dices que tu madre y t solais ir a lo alto de una colina cercana a la crcel, y que desde all dirigais seales a tu padre para que las viera desde su celda. Pero, segn lo que nos has dicho, ahora resulta que jams te acercaste siquiera a la crcel.

Charlie consigui soltar una carcajada, una carcajada llena de vida, convincente, a pesar de que no tuvo eco en la penumbra que la rodeaba. Para tranquilizar a Kurtz, cuyo rostro mantena la ms grave de las expresiones, Charlie dijo:

-Mart, se trataba de una entrevista.

-Bueno, y qu?

-En las entrevistas solemos cargar las tintas en el relato de nuestro pasado, con la sola idea de hacerlas interesantes.

-Y tambin has seguido este criterio aqu?

-Claro que no.

-Tu agente artstico, Quilley, dijo hace poco a un amigo nuestro que tu padre haba muerto en la crcel, y no en su casa. Es esto tambin una manera de dar inters a entrevistas?

-Esto lo dijo Ned, no yo.

-Es cierto. Si, de acuerdo.

Kurtz cerr el expediente, aunque sin parecer haber quedado convencido.

Charlie no pudo evitarlo. Dio media vuelta hacia atrs y se dirigi a Joseph, pidindole indirectamente que la sacara de aquel atolladero:

-Joseph, qu tal me estoy portando? Bien?

Joseph repuso:

-Con gran eficacia.

Y sigui ocupndose de sus propios asuntos. Charlie insisti:

-Mejor que Santa Juana?

Joseph dijo:

-Querida, tus frases son mucho mejores que las de Bernard Shaw.

Con tristeza, Charlie pens: No me felicita, sino que me consuela. Pero por qu Joseph la trataba con tanta dureza, con tanta suspicacia, despus de que l haba sido quien la haba trado aqu?

La sudafricana Rose trajo una bandeja con bocadillos. Rachel vena detrs de Rose, con pastelillos y un termo de caf. Mientras se serva, Charlie dijo en tono de queja:

-Es que nadie duerme en esta casa?

Pero nadie hizo caso de sus palabras, a pesar de que todos las oyeron.

Las horas dulces y agradables haban ya transcurrido, y ahora haba llegado el tiempo tan temido, las horas intermedias, horas de vigilia, que precedan al alba, horas en que la cabeza de Charlie estaba clarsima y en las que ms propicia se senta a entregarse a la ira. Dicho en otras palabras: eran las horas de sacar de los archivos las ideas polticas de Charlie, esas ideas que Kurtz le haba asegurado que todos respetaban profundamente, y ponerlas a la luz. Una vez ms, bajo la direccin de Kurtz, todo tuvo su cronologa y su aritmtica. Primeras influencias que ejercieron sobre ti, Charlie. Fechas, lugares y personas. Charlie, dinos tus cinco principios fundamentales, tus primeros encuentros con los representantes de la alternativa militante. Pero Charlie ya no estaba de humor para seguir siendo objetiva. Sus momentos de somnolencia haban pasado, y comenzaba a sentirse dominada por un humor rebelde que bulla en su interior, lo cual todos hubieran debido percibir en la sequedad de su voz, y en sus rpidas y suspicaces miradas. Estaba harta de todos. Estaba harta de colaborar en aquella alianza formada a punta de pistola, harta de que la llevaran con los ojos vendados de una estancia a otra, sin saber lo que aquellos seres adiestrados y astutos que la rodeaban pretendan de ella, y sin saber lo que aquellas inteligentes voces le murmuraban al odo. La vctima que Charlie llevaba dentro de s deseaba pelear.

Kurtz le dijo:

-Todo lo que digas quedar estrictamente, de veras, muy estrictamente limitado a nuestro expediente. Luego te protegeremos en la medida que sea preciso.

A pesar de ello, Kurtz sigui insistiendo en recordar a Charlie una larga serie de manifestaciones, marchas, sentadas y concentraciones y revoluciones del sbado por la tarde, preguntando en cada caso que cul era la argumentacin, como l deca, en que se basaba la actuacin.

Charlie se rebel diciendo:

-Por el amor de Dios, deja ya de valorarme!, quieres? No soy lgica, ni estoy informada, ni pertenezco a una organizacin. Con venerable amabilidad, Kurtz le pregunt:

-Y qu eres pues, querida?

-Tampoco soy querida! Soy una persona. Una persona adulta! As es que dejad ya de joderme.

-Charlie, puedes estar segura de que no te jodemos. Aqu, nadie te jode.

-Iros todos a tomar por el culo!

Cuando se hallaba de este humor, Charlie se odiaba a s misma. Odiaba la agresividad de que se senta poseda, cuando la acorralaban. Se imaginaba a s misma golpeando con sus puos menudos, sus puos de muchacha, una gran puerta de madera, mientras su voz esgrima frases peligrosamente poco meditadas. Pero, al mismo tiempo, a Charlie le gustaban los vivos colores de la ira, su gloriosa liberacin, su ruido de cristales rotos.

Recordando una grandiosa frase que le haba revelado Long Al, o quiz otra persona, no lo recordaba con exactitud, Charlie dijo:

-Y por qu es preciso tener fe antes de renegar? Quiz renegar es tener fe. Nunca se te ha ocurrido esta idea? Nosotros libramos una guerra diferente, Mart, nosotros libramos una guerra real. No se trata de una lucha de poder contra poder, del Oeste contra el Este. Es la lucha de los hambrientos contra los cerdos. De los esclavos contra los opresores. T crees que eres libre. Y ello se debe a que otras personas estn encadenadas. T comes, pero otros pasan hambre. T corres, pero otros tienen que estarse quietos. Tenemos que cambiarlo todo, ntegramente.