Выбрать главу

Lo que s recordaba era que la muchacha tena bonitas piernas y el cuello muy blanco. Mangas largas, efectivamente, ya que de lo contrario se hubiera fijado en sus brazos. Si., llevaba viso o algo parecido, ya que de lo contrario hubiera percibido el perfil de su cuerpo, a contraluz. Sujetador? Pues quiz no lo llevara, ya que la chica tena busto de moderado volumen y poda evitarse tal prenda. Los investigadores llamaron a modelos vivas y las vistieron para que el agregado laboral las examinara. Seguramente vio cien vestidos azules diferentes, enviados por todos los almacenes de prendas femeninas a lo largo y ancho de Alemania, pero el agregado cultural no poda recordar, ni que le mataran, si el vestido de aquella muchacha tena puos y cuello de diferente color, y la tortura espiritual que el agregado padeca en nada contribua a mejorar su memoria. Cuanto ms le preguntaban, ms flaca era su memoria. Los habituales testigos fortuitos confirmaron parcialmente las declaraciones del agregado, pero nada importante aadieron. Las patrullas de la polica nada vieron, y probablemente el atentado se organiz para que as fuera. La maleta poda ser de veinte marcas diferentes. El automvil, ya privado, ya de servicio pblico, era un Opel o un Ford, era gris, no estaba muy limpio, no era nuevo ni viejo, llevaba matrcula de Bonn, no, de Bonn no, de Siegburg. S llevaba el distintivo de taxi en lo alto. No, el techo era corredizo, y alguien haba odo msica en el interior del vehculo, aunque no pudo concretar de qu programa de radio se trataba. S, llevaba antena de radio. No, no la llevaba. El conductor era un hombre de raza blanca, pero tambin poda ser turco. Lo haban hecho los turcos. Iba con la cara afeitada, llevaba bigote, tena el cabello negro. No, rubio. Era delgado, pero tambin poda tratarse de una mujer disfrazada. Alguien tena la certeza de que tras el vidrio trasero colgaba la menuda figura de un deshollinador. Pero tambin poda tratarse de una pegatina. Si, era una pegatina. Alguien dijo que el conductor llevaba un anorak. O quiz fuera un jersey.

Al llegar a este punto muerto, el equipo israelita pareci caer en un estado de coma colectivo. Quedaron todos aletargados, llegaban tarde y se iban pronto, pasaban mucho tiempo en su embajada, a la que iban para recibir nuevas instrucciones. Pasaron los das y Alexis concluy que los miembros del equipo de investigacin esperaban algo. Dejaban pasar el tiempo pero estaban un tanto excitados. Parecan dominados por una sensacin de inquietud, pero al mismo tiempo estaban inactivos, lo cual tambin le ocurra a menudo al propio Alexis. Si, ya que Alexis estaba inslitamente bien dotado para prever desde lejos los acontecimientos mucho antes que sus colegas. En lo referente al trato con los judos, Alexis concluy que le haba tocado tratar con mediocridades. El tercer da, al equipo de investigadores judos se uni un hombre mayor que los otros, de ancho rostro, que dijo llamarse Schulmann, y que iba casi siempre acompaado de una especie de ayudante o sacasillas, muy delgado, que pareca contar la mitad de los aos de Schulmann. A Alexis le gustaba comparar a aquel par con Csar y Cassius, aunque en versin juda.

La llegada de Schulmann y su ayudante fue para el buen Alexis un inslito alivio del dominado frenes de su propia investigacin, y de la pesadez de tener que aguantar siempre al polica de la Silesia, al silesio, que comenzaba a comportarse antes como un sucesor que como un ayudante. Lo primero que Alexis observ con referencia a Schulmann fue que su llegada tuvo la virtud de elevar, inmediatamente, la temperatura del equipo de investigacin israelita. Hasta la llegada de Schulmann, aquellos seis hombres haban tenido cierto aire de que les faltara algo. Se haban comportado con cortesa, no haban bebido alcohol, haban tendido pacientemente sus redes, y haban mantenido entre s la cohesin propia de una unidad de lucha, con el aire oriental propio de hombres con los ojos negros. El dominio que de s mismos tenan resultaba un tanto desalentador para aquellos que no lo compartan, y cuando, durante un rpido almuerzo en el comedor comunitario, el pesado silesio decidi gastar bromas acerca de la comida kosher, y hablar con aire de superioridad de las bellezas de la patria de los judos, permitindose una referencia claramente insultante a la calidad del vino de Israel, los del equipo judo aceptaron este homenaje con una cortesa que a Alexis le constaba les costaba sangre. Y cuando el silesio prosigui, hablando del renacimiento de la Kultur juda en Alemania, y de la astucia con que los nuevos judos haban dominado el mercado inmobiliario en Frankfurt y en Berlin, los miembros del equipo judo siguieron callados, a pesar de que las acrobacias financieras de los judos stettel que no haban dado respuesta a las llamadas de Israel les desagradaban, en secreto, tanto como la rudeza de sus anfitriones. Despus, de repente, con la llegada de Schulmann, todo qued clarificado o con una diferente orientacin. Schulmann era el jefe que haban estado esperando. La llegada de Schulmann, procedente de Jerusaln, fue anunciada con pocas horas de anticipacin, mediante una llamada telefnica, un tanto pasmada, efectuada desde el cuartel general de Colonia.

-Mandan a otro especialista que ya se encargar por s mismo de entrar en contacto con usted.

Alexis, quien, en una reaccin muy poco alemana, tena antipata a las personas con ttulos, pregunt:

-Especialista en qu?

No lo saban. Pero, de repente, lleg Schulmann, quien, en opinin de Alexis, no era un especialista, sino un hombre de cabeza grande, activo veterano de todas las guerras habidas desde las Termpilas, de una edad comprendida entre los cuarenta y los noventa aos, cuadrado, eslavo, fuerte, mucho ms europeo que israelita, con ancho pecho, que caminaba a largas zancadas de luchador, y con unos modales que teman la virtud de tranquilizar a cuantos le trataban. Con l iba aquel aclito del que nadie haba hecho mencin. Este ltimo quiz no fuera un Cassius, sino, antes bien, el arquetpico estudiante dostoievscano: hambriento y en lucha contra los demonios. Cuando Schulmann sonrea, en su rostro se formaban unas arrugas que parecan haber sido trazadas, a lo largo de siglos, por el paso de las aguas sobre las mismas rocas, y sus ojos casi quedaban cerrados, como los de un chino. Luego, mucho despus de que Schulmann hubiera sonredo, su sacasillas tambin sonrea, cual si al hacerlo reconociera en la actitud de su jefe un retorcido y oculto significado. Cuando Schulmann saludaba a alguien, su brazo derecho, ntegramente, avanzaba hacia la persona saludada, en un movimiento parecido al de dar un puetazo de abajo arriba, capaz de tumbar al saludado, en el caso de que ste no bloqueara el golpe. Pero el sacasillas mantena los brazos cados al costado, como si no tuviera en ellos la confianza precisa para dejarles salir solos. Cuando Schulmann hablaba, lanzaba una porcin de ideas contradictorias, como un chorro de postas, y esperaba a ver cules de ellas daban en el blanco y cules le eran devueltas. A continuacin sonaba la voz del sacasillas, como si cumpliera la funcin de un equipo de camilleros, recogiendo serenamente los muertos.

En un ingls de fuerte acento extranjero y en tono alegre, Schulmann dijo:

-Me llamo Schulmann. Es un placer conocerle, doctor Alexis. Schulmann, solamente.

Sin nombre de pila, sin rango o graduacin, sin ttulo acadmico, sin clasificacin administrativa, sin funcin determinada. Y el discpulo ni siquiera tena nombre, al menos para los alemanes. Sin nombre, sin sonrisas, sin conversacin ociosa. Segn la interpretacin de Alexis, aquel hombre, Schulmann, era un jefe popular, un hombre que daba esperanzas, una fuente de energas, un extraordinario hombre de accin, un supuesto especialista que exiga un espacio exclusivamente para l y que, en el mismo da en que lo peda, lo consegua. S, porque el sacasillas se ocupaba de ello. Poco tard en llegar el momento en que, de puertas adentro, la incesante voz de Schulmann tuvo el tono de un abogado rural que examinara y valorase la labor llevada a cabo hasta el momento. No era preciso ser un erudito en la ley mosaica para comprender los porqu, los cmo, los cundo y los por qu no. Alexis pens que aquel hombre improvisaba, que era un guerrillero urbano nato. Y cuando Schulmann guardaba silencio, Alexis oa tambin todo lo anterior, y se preguntaba qu diablos Schulmann pensaba, as, de repente, que fuera lo bastante interesante para inducirle a callar -o es que acaso rezaba?-. Rezaban aquellos judos? A veces, era el turno del sacasillas, y cuando ste hablaba, Alexis no oa siquiera el menor sonido, ni un murmullo, porque la voz del muchacho, cuando hablaba entre alemanes, tena un volumen tan escaso como su propio cuerpo.